sábado, 6 de junio de 2015

¡Otra de lo mismo, por favor!

Si uno va por ahí se da cuenta de que hay muchos más Johnnys Guitar de lo que a primera vista pudiera parecer. Encontramos uno el otro día en la estación cuando esperábamos para tomar el tren hacia la Meseta. Como vio que llevábamos bicicletas no paró de remolonear a nuestro alrededor hasta que entabló conversación. Mi Ortler Meran le dio buenas excusas para ello. El tipo llevaba una bicicleta inglesa bastante vieja pero en buen estado, una especie de Rolls Royce amarillo, con alforjas delanteras y traseras y, coronando las traseras, una guitarra. Le tuve que ayudar a subirla al tren porque el pobre hombre que, según nos confesó poco después, recién había perdido treinta kilos, no andaba muy ágil que digamos a sus 67 años. Anyway, acababa de llegar en el ferry y se dirigía a Lisboa desde donde pensaba dirigirse a Málaga pasando por Madrid y Barcelona. Por otro lado como llevaba sonotone añadía una dificultad suplementaria al entendimiento ya de por si limitado a causa de nuestro pobre inglés. Así todo, con lo que cascamos, las cuatro horas del viaje pasaron volando. Y más que se sumó al coloquio un cantante de flamenco que iba unos asientos más adelante y no pudo resistirse a hacer ciertas puntualizaciones cuando escucho que yo incluía las colombianas entre los toques de ida y vuelta. Cerca ya nuestro final de viaje, justo por Monzón de Campos, mencionó el inglés, de Londres por cierto, la arqueología industrial a ambos lados de la vía. Aquí había una gran azucarera le dije. Y añadí, la han sustituido por el mayor burdel de la región. Sugar too, remató él con grandes carcajadas.

Nos despedimos del inglés con un caluroso apretón de manos al llegar a Palencia. Sin nostalgia de futuros encuentros, como tiene que ser. Supongo que le dimos para un rato de cavilaciones como él nos dio a nosotros y con eso todos felices. Gente del camino, en definitiva. Con la guitarra en bandolera para que nos entendamos.

Y hablando del camino, estamos en el Hotel El Camino en Boadilla del Camino. El hotel está adyacente al albergue del mismo nombre. El hotel es el resultado del éxito que viene teniendo el albergue desde que se fundó hace años. El hotel está muy bien, pero la miga está en el albergue. Hemos comido en él a la sombra de un sorprendente manzano. Imposible concebir un ambiente más variopinto, pero, también, más bon enfant como dicen los franceses para referirse a algo que se parece al paraíso. Treinta, cuarenta, cincuenta personas, todos sonrientes y diciéndose cosas agradables los unos a los otros. En veinte o treinta idiomas diferentes, claro está. Nada de particular por otra parte si se tienen en cuenta las circunstancias... y el olor a cannabis que invade los espacios umbríos. Hay que vivirlo para saber de qué se trata. Parece ser que el personal se vuelve adicto y tan pronto llega a Santiago comienza los preparativos para una nueva edición. Lo comprendo perfectamente porque no he visto lugar en el mundo que conjugue más a la perfección lo agónico con lo dionisiaco. ¡Otra de lo mismo, por favor!

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