martes, 30 de junio de 2015

¡Señor, Señor!

Ayer encendí el televisor justo en el momento en el que el Sr. de Chiripa estaba apelando a la dignidad del pueblo griego para no pagar lo que debe. Lo apagué de inmediato y me puse a hacer meditación trascendental por ver si así me situaba en algún lugar concreto del eje de coordenadas. Es que, saben, cuanto más viejo se hace uno peor soporta escuchar la palabra dignidad. Yo juraría por lo que más quiero que sólo he escuchado arrogarse la cualidad de digno a gente despreciable, o sea, que a construido su sinvergüenzoneria a golpe de ignorancia, estupidez. Gente muy peligrosa en definitiva. 

Todavía me acuerdo que entre aquellas enseñanzas de los viejos tiempos sin aparente sentido estaba la de darse golpes en el pecho mientras se recitaba: Señor, yo no soy digno de que entres en mi morada. Para la chusma, cristianos de base, gente de izquierda, o como quieran llamar a los que se niegan a reconocerse en lo que son, esa salmodia era un signo de humildad. Para la gente con estudios en el sentido auténtico del sintagma, nada más lejos: era la constatación de una realidad: la conciencia de la propia calidad moral que, sin excepción posible, siempre deja mucho que desear. 

En fin, cosas de la vida que nunca van a cambiar. Así que ya saben, si ven a alguien por ahí dándoselas de digno cámbiense automáticamente de acera porque ese será el mejor modo que tendrán de preservar el contenido de su bolsa.  

2 comentarios:

  1. "Perdónanos nuestras deudas" decíamos entonces. Ahora dicen "nuestras ofensas". Es un cambio notable. ¿Que no?

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  2. Qué mayor ofensa que deber y no pagar. ¿A que sí?

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