miércoles, 30 de enero de 2013

Corrida de amor



Por lo visto, si se hubiese traducido literalmente, habría que haberla llamado "Corrida de amor". Como no pareció procedente por lo que fuere se la llamó "El imperio de los sentidos". Un buen nombre en cualquier caso para definir el significado de la metáfora. Los sentidos, esos tiranos cuyo apetito aumenta cuanto más se les da de comer. 

Es la típica película para cuya visión se necesita cuajo.  Por ejemplo aquel que nos rebosaba en aquellos maravillosos años cuando cruzar la frontera para ver películas proporcionaba un escandaloso sentimiento de superioridad. Y, ya saben, nada como estar poseído por ese sentimiento para acabar tragándose lo que sea, incluso una ópera si se tercia. O "El imperio de los sentidos", un suponer.  

El caso es que el otro día, el primero soleado tras una larga serie -in a row- de lluviosos, nos fuimos en grupo por ahí a recorrer los caminos que discurren por entre las verdes colinas y demás. Un verdadero festín para los sentidos. El olor a mierda de vaca fermentada lo impregnaba todo hasta casi la nausea. El ruido de la maquinaria ganadera alcanzaba a veces cotas próximas al paroxismo. Las "instalaciones y performances" con las que los ganaderos decoran los alrededores de sus cuadras daban pie a jugosos comentarios sobre los ocultos significados del arte contemporáneo. Y para terminar, champiñones al ajillo y pimientos rellenos en el restaurante "la Estación" de Solares. Después, un poco de vaivén del sucu sucu entre las marismas negras y blancas y ya estábamos de nuevo en casa.

En casa, el sofá, doy al mando, ARTE, y qué creen que había en pantalla: pues ni más ni menos que "El imperio de los sentidos". Bueno, viniendo saturado como venía y con la experiencia que dan los años en el asunto ese del control, o descontrol, de los deseos, me pareció que esa película sería bueno quizá que la proyectasen todos los años en los colegios de primaria para que los niños viesen y comprendiesen los muchos peligros que les acechan por aquello de estar sus padres, abuelos, tías solteras, profesores, ect., etc., tratando todo el día de satisfacerles los caprichos no vaya a ser que dejen de quererles y menudo drama entonces. Como dicen ahora en Francia: la escuela, une station balneaire.

No aguanté mucho frente a la pantalla. Las metáforas de la vida construidas a golpe de badajo aburren mucho cuando ya las hormonas están en niveles residuales. Además que como andaba leyendo estos días a ratos lo de "My secret life", pues como que es inevitable comparar y, la verdad, no hay color... aunque en eso de los colores...

viernes, 25 de enero de 2013

Quedarse es de pobres



Maravillosa película la de "Cristina de Suecia", protagonizada por Greta Garbo y dirigida por un tal Mamoulian. Se representa en ella la eterna lucha de la inteligencia contra los valores caducos. La eterna lucha de la clarividencia del individuo contra la ofuscación de la masa. Una batalla que el individuo siempre pierde si se obstina en resistir y por contra gana si entrega las armas y desaparece del mapa. O sea, lo que hace Cristina, gran conocedora de los clásicos de su tiempo: "Y sin decir palabra me fui avergonzada, que hay más honor en salir callando que en vencer respondiendo". "Hay que dejarlos -respondió a los insultos-, que los demás tengan razón ya que no pueden tener otra cosa". "Y quien tanto engorda ¿quién puede ser sino la ignorante satisfacción?

Hay otra película reciente que ha tenido mucha aceptación popular. No es raro puesto que es la historia de un plebeyo que saca de apuros a un rey. Además, para mayor gloria, de un plebeyo sin estudios. ¿Hay quién dé más? Vamos, como si se tratase de un montero de Espinosa de los Monteros. La vieja historia. Pero a lo que quería ir yo es a un detalle colateral e imprescindible de esa historia, la abdicación de Eduardo VIII sin la cual el plebeyo espabilado no hubiese podido ayudar al rey tartamudo y adiós película bonita. Eduardo VIII abdica porque no le dejan casarse con la mujer que ama. Una plebeya, sí, y divorciada dos veces. Y encima, sus detractores, lo envidiosos por supuesto, achacándole artes de hechicera que aprendió cuando andaba de zorra por Shangai. ¡Como si hubiese que ir a Shangai para aprender esas cosas! Total que Eduardo VIII hace lo que cualquier persona valiente e inteligente, o sea, muy pocos, haría: no perder energías tratando de convencer a los necios y dedicarlas todas a satisfacer a una amante que sabe corresponder. 

Siempre me ha fascinado el arte del saber irse. Porque es un arte reservado a los pocos que pueden prescindir de lo superfluo que es casi todo. Te vas con lo puesto que es lo que realmente tienes. Los muebles que has ido colocando lo más ordenadamente posible en la cabeza. Lo de fuera, que se lo repartan los pobres que se quedan. 


martes, 22 de enero de 2013

Big Fish



Quien más, quien menos, todos tenemos tendencia a contar batallitas sobre nosotros mismos, aunque también es verdad que unos mucho más que otros. Quizá sea para hacernos más visibles, que nos tengan más en cuenta, etc., etc., vaya usted a saber. 

El caso es que la otra noche vi una película, "Big Fish", de Tim Burton, que trataba sobre eso y, a mi parecer, de una forma magistral. Un padre cuenta su vida de una manera muy particular, con mucha fantasía, y todo el mundo parece encantado escuchándole menos su hijo que le encuentra francamente ridículo e incluso siente vergüenza. Claro que el hijo ha tenido que escuchar demasiadas veces las mismas historias y el cansancio, o el resentimiento, le impide reconocer lo que se esconde detrás de las fantasías . Se necesita la muerte del padre -literal y figuradamente- para que el hijo comprenda que en el trasfondo de esas historias se manifiesta con claridad la realidad de lo que pasó. 

Porque esa es la cuestión que cuando uno cuenta cualquier historieta a propósito de su vida puede hacerlo, ya sea tratando de ser lo más realista posible, osea, como un verdadero plasta del que todos huyen, o bien, por medio del artificio puede convertir ese relato en un trozo de la vida de cualquiera de los que le escuchan aunque ellos no lo tomen por tal de una manera consciente. Es la magia de lo que adquiere categoría de simbólico, que sin darnos cuenta sentimos que hay algo en ello que nos concierne. Y, por tal, su fuerza poderosa, su, por decirlo en el más vulgar de los lenguajes, capacidad para metértela doblada en los entresijos del inconsciente. Y ahí hace su trabajo. 

Hace su trabajo y en eso reside la tragedia del no saber diferenciar lo real de lo simbólico, como le pasa al hijo de la película Big Fish por no haber matado al padre o lo que sea, que como no sabe un carajo de lo que se cuece por dentro de su cerebro se deja arrastrar a la primera de cambio por los sentimientos, que es tanto como decir por la inteligencia de los necios, y ya tenemos presto el juicio categórico, la rigidez moral y todo eso tan estúpido y antipático: me gusta, no me gusta; bonito, feo; bueno, malo; izquierda, derecha... ¡déjeme usted en paz, señor taxista!

En fin, me gustaría saber más de estas cosas para poder ser más claro al describirlas. Porque creo que una de las grandes carencias del mundo que me rodea y causa de no pocos de los quebrantos que padecemos es la poca formación de las personas respecto a los diferentes niveles del lenguaje.  Peligrosísimo, por otra parte... por no hablar del aburrimiento que genera. 





  

sábado, 19 de enero de 2013

Mnemósine



Ayer, conversando con unos amigos, cometí un fallo imperdonable, tomar a Carioco por Caramillo. Puse en boca de Dñª Urraca: "Por allí viene Carioco, voy a ver qué faena le puedo hacer". Obviamente en vez de Carioco tendría que haber dicho Caramillo. 

Y así todo y cada vez más. De pronto, resulta que alguien de entre los contertulios hace una cita y quiere recordar a su autor, pero no puede. Y los contertulios saben de quien se trata, pero tampoco ellos pueden recordar su nombre. Y todos se ponen a estrujar sus neuronas y nada sale de allí. Es terrible. Sí, hombre, el autor de las Cartas Persas, el de los tres poderes de la democracia... y nada. Y recuerdas que Cadalso escribió Las Cartas Marruecas inspirándose en las Cartas Persas y un montón de cosas más, pero el nombre se resiste a salir. Montesquieu, dices de pronto aliviado, y todos repiten: Montesquieu. 

Saldaña, por ejemplo, se me resiste de forma dolorosa. He estado allí muchas veces,lo recuerdo calle a calle, el día que fui allí con los Proscritos a comprar alubias y luego comimos un menú con asado por ocho euros. Mil detalles, pero siempre que surge por lo que sea la necesidad de nombrarle, no hay forma. Tengo que ir al mapa a buscarlo. 

Indiana Jones, otro nombre para el que tengo que recurrir a la nemotecnia. Recuerdo perfectamente que rima con cojones y eso es lo que me saca del atolladero. Pero luego quiero ir al que la protagoniza y aunque podría describirle minuciosamente es imposible nombrarle: Harrison Ford. ¿Por qué?

El otro día me puse a leer una novela de Conan Doyle, ya saben, Sherlock Holmes y todo eso. Un rato. No aguanto más leyendo novelas y les diré el porqué con las palabras del escritor mejicano Julio Torri: «En principio nunca leo novelas. Son un género literario que por sus inacabables descripciones de cosas sin importancia trata de producir la compleja impresión de la realidad exterior, fin que realizamos plenamente con sólo apartar los ojos del libro.» En fin, a lo que iba, que un rato fue suficiente para caer sobre un pasaje curioso que quizá tenga que ver con lo que les venía comentando. 

Estaban Holmes y Watson investigando algo y ante cierto descubrimiento va Watson y lo relaciona con uno de los más conocidos pasajes de las obras de Shakespeare o cosa por el estilo. Ante la sorpresa de Holmes, Watson le pregunta no menos sorprendido si no conocía ese pasaje. No, no le conocía, dice Holmes, y es interesante, pero espero olvidarle lo antes posible porque está ocupando en mi cabeza un espacio precioso que necesito para colocar conocimientos relacionados con mi trabajo. Para Holmes, pues, el saber sí que ocupa lugar. 

En definitiva, ¿por qué en llegando a estas edades nos topamos con tanta frecuencia con esas lagunas de la memoria? Una de dos: o bien el avanzado estado de deterioro de la estructura neuronal o la más simpática posibilidad de que a causa de estar metiendo sin parar trastos en el armario nos veamos precisados sacar otros para hacer sitio. 

Vete tú a saber, pero en cualquier caso lo que es evidente es que es imposible quitar el polvo a tanto trasto como acumulamos. Y polvo sobre polvo, al final, cuando los vas a buscar, ni se ven. Quizá sea eso. 

jueves, 17 de enero de 2013

Mlle. Théroigne de Méricourt



Uno nunca sabe qué pensar del todo de casi nada. Por así decirlo, si exceptuamos a Dios y al bicarbonato, todo lo demás se presta al juego de las contradicciones sin resolución plausible. Es el caso de las revoluciones, una de las cuales comentábamos ayer tratando de dejar claro hasta qué punto el infierno esta empedrado con las buenas intenciones de los iluminados.

Hoy me quiero referir a otra revolución que es por así decirlo   la madre de todas las revoluciones. La francesa quiero decir, la más mitificada de todas por aquello de la Bastilla, la guillotina, los derechos del hombre y ciudadano y, sobre todo, por ser los franceses unos obsesivos propagandistas de lo suyo. Propaganda, o sea, acomodación de la realidad a los propios intereses. Mentira en definitiva. 

Lo de la Bastilla, todo el mundo sabe hoy día que lo que tomó la foule héroïque en realidad fue un edificio en el que 30 ó 40 voluntarios guardaban a siete maleantes. Una típica conquista de la revolución, pero a la cubana, para entendernos. 

Lo de la guillotina sí que fue más serio y demuestra hasta qué punto los líderes iluminados tienen claro que a la chusma sólo se la puede manejar si se le ofrecen víctimas cuanto más coronadas mejor. A Lavoisier por ejemplo, que como dijo otro insigne científico contemporáneo suyo: «Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar». 

Luego está lo de los "derechos del hombre y ciudadano". Bien los ingleses ya tenían desde hacía más de un siglo 
la "Habeas Corpus Act" (Ley de hábeas corpus) y la "Bill of Rights"  (Declaración de Derechos), pero ya se sabe que los ingleses son más proclives a dar trigo que a predicar. Así que todo el mérito de que hoy día tengamos ciertos derechos parecería ser que se lo debemos a aquellos revolucionarios franceses. 

Claro, stricto sensu, derechos del hombre que no de la mujer. Y aquí es donde yo quería llegar para mayor regocijo de feministas reivindicativas. Porque es que para los revolucionarios franceses, las mujeres, todas putas. Bueno, supongo que menos sus madres que, al fin y al cabo, los franceses siempre han sido muy devotos de la Virgen María y por tal es de suponer que habrán sido concebidos por un rayo de luz que pasó por allí sin romperle ni mancharle. 



Me baso, para tal afirmación, en el estudio que he hecho de una de las figuras más emblemáticas de la revolución, Mlle. Théroigne de Mericourt, alias Lambertine. La que fue proclamada "Primera amazona de la libertad". Bueno si se van a la Wikipedia y miran, se encontrarán con que esta señora es realmente notable y tuvo mucho que ver con todos los devaneos revolucionarios. Incluso atestiguan algunos que fue una de las primeras feministas. ¡Dios mío, de cuantas mujeres no se habrá dicho eso! Seguramente se podría llenar un estadio como el Bernabeu juntándolas a todas "las primeras feministas". Bueno, aparte de feminista también fue girondina y por tal fue azotada por unas exaltadas jacobinas tal y como les muestro en el grabado adjunto. Y menos mal que el jefe de los jacobinos, un tal Marat, las dijo que parasen porque si no... ¡pues buenas eran las jacobinas!... que se lo pregunten si no a los catalanes que oyen la palabra jacobino y se cagan la pata abajo. Total, que en la wikipedia nada de nada del "Catéchisme libertin a l´usage des jeunes demoiselles qui se déciden a embrasser cette profession", una de las obras cumbre de literatura francesa de la que es autora la tal Mlle. Théroigne de Méricourt, alias Lambertine, "Primera amazona de la libertad", pionera del feminismo y proxeneta del máximo postín que, como se suele decir, lo cortés no quita lo valiente. 

Bien, bueno, en fin, pues resulta que:


Théroigne  au distric, aussi bien qu´au bordel,

De ses talents divers a fait l´expérience,

Par sa langue et son CON précieuse à la France, 


Son nom va devenir à jamais immortel.

Yo, la verdad, eso de pagar por el fornicio siempre me ha parecido una de las cosas más detestables de entre todas las bajezas morales de las que tanto gallardea el ser humano. Dado, pienso, que siempre hubo y habrá un roto para un descosido a quoi bon tirar de cartera. Pero eso es una cosa y otra el arte de dar satisfacción al partenaire. Y ahí es donde creo estriba el interés de este catecismo, que da muchas pistas al respecto. Pistas que podrían ser utilizadas por las que fornican por amor. Y lamento mucho que no haya habido,  que yo sepa, quien haya escrito un catecismo para garçons porque a buen seguro me habría servido de mucho para no meter tanto la pata. 

En definitiva, a qué darle vueltas, todo ese arte quizá se pudiese condensar en aquella feliz frase que en su día le dijera Julieta a Romero: "te seré tan fiel como las más expertas en el arte de fingir". 









































miércoles, 16 de enero de 2013

Cuando salí de cura me fui con Pura



Cada vez me fastidia más hablar, o escribir, de cosas que no sean el sexo, el tiempo, las pensiones o la renta variable, pero comprendo que a la gente le gusta hablar de política, comida, turisteos y perros, y a ello trato de acomodarme porque no quiero convertirme en hurón solitario -perdonen el pleonasmo-. 

Así es que hoy voy a darle a la política aprovechando que anoche vi en ARTE un estremecedor reportaje sobre Cuba.  En ARTE precisamente, donde tantas veces había visto tratar el tema cubano con una objetividad sesgada por la encubierta simpatía hacia las pretendidas conquistas revolucionarias. Progresismo obliga, al fin y al cabo. Sobre todo el progresismo francés de no quieras para ti lo que queda romántico, abstracción hecha de estragos, en otros. 

Bien, pues lo de anoche, ni conquistas de la revolución ni leches. Sólo miseria y degradación moral para el común de las gentes y dolche farniente para un poder mafioso que pende del hilo que supone la ya casi extinta vida del líder carismático. Al parecer, las más favorables expectativas de una salida sosegada del infierno actual están puestas en la hija de Raul Castro, una señora de la que destacan su carácter abierto y su condición de homosexual, cosas ambas dos de suma importancia para atraerse las simpatías del lobby rosa de la isla, el único, dicen, organizado y con cierto poder fuera del poder oficial. 

El caso es que para mí todo esto es cosa archisabida desde casi la noche de los tiempos. Creo que fue por los años setenta cuando Juan Goitisolo hizo un viaje allí y luego nos contó con pelos y señales de qué pie cojeaban. Los más de entre mis conocidos le tacharon de facha y siguieron en la brecha, venga a cantar las conquistas del "hombre nuevo" que perfilara en su día el insigne Che Guevara. El "hombre nuevo", sí, justo la misma idea que tuviera medio siglo antes un señor en Alemania... con los resultados de todos conocidos. Como dos gotas de agua, "hombre nuevo" y "hombre nuevo", de Che Guevara a Hitler, nacido para matar a todo el que disienta de la linea que marca el líder. O sea, como perros, tan simpáticos ellos. ¿A quién no le van a gustar? Con esa lealtad sin resquicios. 

Pues sí, mucho es lo que he tenido que tragar en conversaciones con amigos cuando surgía el tema de Cuba. Muchos de ellos iban allí con su visa repleta en el bolsillo y venían contando maravillas. Algunos de ellos incluso se habían entrevistado con algún viceministro, que allí los hay a patadas,  o director general de cualquier cosa, que también a patadas, y traían el ego a reventar. Por no hablar de los más atrevidos que habían hecho de las suyas por dos perras. Así que, en esas condiciones, ¿a ver quién era el guapo que les bajaba del carro?  Y luego, claro, como que todos leían con indisimulada fruición el PAIS que no paraba de zurrar la badana a los EEUU como causa determinante de la no consecución de las metas programadas por la revolución... pues ya, todo cuadraba. 

La verdad, yo no sé si seré o no seré un facha, pero sí estoy seguro de una cosa y es que he tenido algunos amigos y bastantes conocidos que lo eran, y no sé si seguirán siendo, a carta cabal, y eso me desmoraliza hasta la náusea por razones obvias que se pueden extraer del refranero popular. En fin. ¡Qué le vamos a hacer si la vida nos pone donde nos pone!

jueves, 10 de enero de 2013

My secret life





Voy en el tren sentado junto a una señora de mediana edad, buen ver y tal, gallega ella de Vigo, que por mor de sus sentimientos, creencias o como le quieran llamar ha venido a asentar sus reales en San Sebastián de Garabandal. Dice que ha sido allí donde ha descubierto la profunda emoción que suscita lo de cultivar un huerto. Ver crecer las lechugas y todo eso. Yo le alabo mucho el gusto y ella me confiesa que, bueno, ella está en tan emblemático lugar principalmente por la belleza de la naturaleza circundante y que, no obstante, ella cree que sí, que allí se han producido apariciones. Bueno, le digo, famoso sí que es el lugar porque hasta Dawkins lo cita en su archiconocido “The God delusion”. Se lo he dicho en inglés porque he visto que va leyendo un librito en tal idioma. No conozco el libro, me dice, y es extraño porque leo todo lo que hay sobre Garabandal. No he querido profundizar más en el subjet porque me ha parecido que ella empezaba a coger carrerilla y por mi parte estaba deseando seguir con la lectura de “My secret life” que me está pareciendo una de entre las más portentosas e ilustrativas historias que me he echado al coleto en ésta ya muy dilatada vida.

Claro, lo que acabo de aseverar en la última frase del anterior párrafo es algo que difícilmente será compartido por el común de los mortales. ¡Cuesta tanto reconocer lo que somos y cómo hemos llegado a ello! A lo más íntimo del ser de cada uno. "My secret life". De lo que nunca se habla pero está en el meollo y la trastienda de todas nuestras actuaciones. El dichoso deseo lúbrico que todo lo condiciona. Y cuya no satisfacción pone la autoestima por los suelos por mucho que intentes sublimar, un suponer, cogiendo, agarrando y yéndote a Garabandal a plantar lechugas. Si al menos fuesen nabos. O´Nabo de Lugo, tan prestigiado él.

El caso es que nunca sospeché que pudiese existir chose pareille. A veces tengo que parar y esforzarme para caer en la cuenta de que esos recuerdos escritos no son los míos sino los de Walter, un adolescente inglés de los comienzos del XIX. Las conversaciones que tiene con sus compañeros son exactamente las mismas que mantuve yo con los míos en los recreos, sobre todo los días de Ejercicios Espirituales, que no parábamos de mentar la bicha y las hazañas de Honorio, un chaval de Torrelavega al que le tenían prohibido acercarse a los servicios si no era en compañía de un preceptor. O las hazañas de aquel chico de Rubayo que cada noche conseguía trasmitir la potencia de su fricción a toda una ringlera de camas. Desde luego que era monotema y los curas lo sabían porque no llevábamos tres minutos en corrillo de a dos o tres o cuatro y ya estaba allí uno obligándonos a circular. Los curas piporros, las pajas, lo improbable de las hazañas de las que los más osados blasonaban. Y no había más mundo porque la curiosidad por el tema era infinita y lo anegaba todo. "Yendo un día con su gente/ por las montañas de Arnedo/ encontró a una niña inocente/ que andaba metiéndose el dedo". Te decían cualquier procacidad y se te pegaba a las neuronas con superglú. Está en la esencia de nuestra condición humana y de puro sabido quizá resulte ocioso recordarlo. Ocioso y acaso inconveniente porque hace referencia a un tema tabú por los siglos de los siglos por más que todas las generaciones durante su juventud piensen que ellos, por primera vez en la historia, van a romperlo de una vez por todas. Después cuando maduran, obviamente, vuelven a las andadas y reconstituyen los deshechos. Nadie, se diría, rompió nunca un plato cuando hablan a partir cierta edad.

Claro que, no hay que ser un lince para darse cuenta de que por las circunstancias de todos conocidas nunca como ahora se le han pegado tales meneos al tabú de marras. Los chavales, parece ser que fornican como gallos desde muy temprana edad. Picotazo y al alero, por así decirlo. Nada se interpone en sus deseos y en ello reside según sostienen algunos de entre los más prestigiosos neurobiólogos el origen de la decadencia del pensamiento humano. Porque dicen que decae que ellos saben cómo medir eso. Sostienen, y a mí me resulta plausible, que no hay mejor entrenamiento para el desarrollo de la mente que el ejercicio de la seducción. Todas esas operaciones tortuosas y extenuantes que hay que realizar para llevarse a alguien al huerto. Bueno digo que hay pero mejor debiera decir que había, porque hoy día… ya digo.

martes, 8 de enero de 2013

Madrid enciende su iluminación más sobria


Indiscutiblemente, haberla, hayla, pero cualquiera lo diría. La dichosa crisis, digo. Claro, según para donde mires, quizás veas pobreza y desolación, pero si miras palante, como dice el Rey, sin desviar la mirada, sólo ves luces de colores y tiendas atiborradas de compradores. ¡Jo!, nunca había participado de semejante apoteosis y les juro que me lo estoy pasando pipa. Cojo, agarro un jersey o pantalón o lo que sea, que vale cuatro perras, lo miro, lo remiro y lo dejó de cualquier forma en cualquier montón de los que hay por allí. Me basta con saber que si quisiera lo compraría sin el menor esfuerzo pecuniario por mi parte. Pura prepotencia. Con lo que eso pone. Salgo a la calle y escucho:"Yo voy a Mercadona porque me gusta el ambiente. Me gusta lo que veo allí." Un alma gemela, pienso. Me vuelvo para observar. Es un joven por sus veinte que va con una pareja de mediana edad y pinta de clase media tirando a baja. ¡Ay, la pinta! No se nos despinta. Ni siquiera por la Gran  Vía, allí, donde pegado a los muros del Edificio Carrión, una verdadera joya, hay un montón de andrajos del que de pronto surge un ser deforme y repulsivo que se pone a hacer estiramientos. Es, por lo visto, la parte contratante de una pareja que tiene asentados sus reales allí y hace todas sus cosas a la vista del respetable. Como Diógenes, que se masturbaba de cara al populacho y miren qué lejos llegó, que después de Sócrates no ha habido en el mundo filósofo que haya dado más de qué hablar. Sí, me digo, una Gran Vía sin filósofos entre andrajos no nos diría nada por carecer de los preceptivos contrastes inherentes a todo lo que tiene por misión destacar. 

Me meto a comer en un indio de la calle San Bernardino. No sé por qué pero últimamente me ha dado por los restaurantes de la calle San Bernardino. Supongo que será porque me viene de paso para acercarme a lo de Angelines. El caso es que hay por allí un taco de restaurantes étnicos a cual mejor.  Estaba hasta los topes. Enfrente de mí se situaron dos chicos acompañando a una chica tirando a mórbida. Entonces ella, que se había colocado junto a uno de ellos, le dijo al que estaba enfrente: si quieres nos cambiamos y así os podéis meter mano. Yo, que estaba con lo de "My secret life", levanté la vista del kindle y miré. No cabía la menor duda, todo el restaurante había tomado nota de que aquellos dos chavales con pinta, por lo demás, tan anodina, eran gays. Es lo que tiene sacar a pasear a la morbida, me dije y me dispuse a atacar la comida que me acababan de poner sobre la mesa después de media hora de espera. Estaba deliciosa. Al pagar me obsequiaron con un tanganillazo con sabor entre avellana y  almendra amarga que acabó de alegrarme la vida. Salí de allí como quien dice en volandas, hacia lo de Angelines para la siesta. 

Bueno, no sé, crisis, lo que se dice crisis, así, a primera vista, como que no. Sí, si te fijas un poco más, al levantar la vista, ves que menudean los balcones adornados con sábanas blancas. Es lo que llaman la marea blanca que trae causa del querer los gobernantes poner la gestión de la sanidad pública en manos privadas. Bueno, ni entro ni salgo, pero me viene a la memoria aquello que decía Feynman, que ese sí que no tenía un pelo de tonto:

"El verdadero problema de la empresa pública como contraposición a la privada suele discutirse sobre bases demasiado abstractas y filosóficas. Teóricamente la planificación puede ser buena. Pero nadie ha averiguado jamás la causa de la estupidez gubernamental y hasta que se consiga (y se descubra el remedio), todos los planes ideales caerán en arenas movedizas…"


En fin.


domingo, 6 de enero de 2013

Lluvia dorada


Uno va por ahí y se harta de ver cosas que, en principio, tienen difícil explicación. Pero no. Como esta mañana que subía yo por Ave María y veo a un perrazo espatarrado meando en mitad de la acera. Bueno, por las maneras, sin duda que era perra. El riachuelo era considerable. El dueño del perro, o mejor perra, parecía embelesado con la gesta. En esto se le ha llegado por detrás una señorita, muy mona ella, con un perrito de mediana talla que sin mediar melindres ni arrumacos se ha puesto a recorrer con su morro el líquido elemento que corría cuesta abajo amenazando anegar la Plaza de Lavapies. Como quien dice se lo ha bebido todo salvando de una muerte segura a los colgados que se demoraban al tibio sol de media mañana por los bancos de la plaza. Bueno, había que ver el entusiasmo y confidencialidad con la que los propietarios de los canes festejaban el feliz, a la vez que asqueroso, suceso. ¿Se conocerían previamente o habría sido un encuentro fortuito? En cualquier caso, qué maravilloso banderín de enganche. Porque tengo novia, me dije, que, si no, mañana mismo me agenciaba un perro.

Curiosa cuestión ésta de la fascinación que los machos sienten por las meadas de las hembras. Algunos llegan tan lejos que no hay nada que les ponga tanto como que una mujer se ponga en cuclillas sobre su cabeza y le mee encima, al ser posible sobre la boca abierta. "Lluvia dorada" creo que llaman a esa figura que no por más guarra deja de ser considerada una de las cumbres del erotismo puro y duro. 

Pensando en estas cosas he llegado a Antón Martín, he subido por Atocha, Sol, Gran Vía, y me he metido por detrás del edificio España para dar en San Bernardino en donde está el Siam, un restaurante tailandés que tenía interés en visitar. Bien, es un lugar muy coqueto gestionado por dos chicas muy monas. Me han atendido muy bien y la comida me ha gustado. Con una música suave, tirando a vacío y tal, todo era propicio para que entre platos y de sobremesa me demorase un rato con la lectura que me traigo entre manos estos días: "My secret life". Lo baje al kindle desde la página de Galaxia Gutenberg. Me recuerda mucho a las "Confesiones" de San Agustín por su absoluta intemporalidad. Sólo en eso. Esta escrito por un autor anónimo hace dos siglos o así, pero podría ser perfectamente contemporáneo nuestro o de la época de Gilghamés, porque como el mismo autor nos recuerda en el prólogo del libro: estas cosas siempre han sido así y nunca van a dejar de ser tal y como son hoy día. 

Lo reconozco, no puedo desengancharme de su lectura. Allí donde estoy dos minutos ocioso, saco el kindle, doy al botón y sigo leyendo. Ando por la entrada en la adolescencia, donde ya no basta con ver a las hembras mear, oír el rattling del chorro sobre el fondo del orinal... eso es para niños; ahora hay ya que ver el bosquecillo negro al final de los muslos y, sobre todo, soñar con tocarlo y sabe Dios qué. Sí, es una verdadera joya de libro porque nadie en su sano juicio se puede hurtar a la más absoluta identificación con el autor. Todas y cada una de las cosas que cuenta son las que a mi me pasaron a su misma edad... o al menos se me pasaron por la cabeza. Niñeras, primitas, todo eso. En fin.