Quien más, quien menos, todos tenemos tendencia a contar batallitas sobre nosotros mismos, aunque también es verdad que unos mucho más que otros. Quizá sea para hacernos más visibles, que nos tengan más en cuenta, etc., etc., vaya usted a saber.
El caso es que la otra noche vi una película, "Big Fish", de Tim Burton, que trataba sobre eso y, a mi parecer, de una forma magistral. Un padre cuenta su vida de una manera muy particular, con mucha fantasía, y todo el mundo parece encantado escuchándole menos su hijo que le encuentra francamente ridículo e incluso siente vergüenza. Claro que el hijo ha tenido que escuchar demasiadas veces las mismas historias y el cansancio, o el resentimiento, le impide reconocer lo que se esconde detrás de las fantasías . Se necesita la muerte del padre -literal y figuradamente- para que el hijo comprenda que en el trasfondo de esas historias se manifiesta con claridad la realidad de lo que pasó.
Porque esa es la cuestión que cuando uno cuenta cualquier historieta a propósito de su vida puede hacerlo, ya sea tratando de ser lo más realista posible, osea, como un verdadero plasta del que todos huyen, o bien, por medio del artificio puede convertir ese relato en un trozo de la vida de cualquiera de los que le escuchan aunque ellos no lo tomen por tal de una manera consciente. Es la magia de lo que adquiere categoría de simbólico, que sin darnos cuenta sentimos que hay algo en ello que nos concierne. Y, por tal, su fuerza poderosa, su, por decirlo en el más vulgar de los lenguajes, capacidad para metértela doblada en los entresijos del inconsciente. Y ahí hace su trabajo.
Hace su trabajo y en eso reside la tragedia del no saber diferenciar lo real de lo simbólico, como le pasa al hijo de la película Big Fish por no haber matado al padre o lo que sea, que como no sabe un carajo de lo que se cuece por dentro de su cerebro se deja arrastrar a la primera de cambio por los sentimientos, que es tanto como decir por la inteligencia de los necios, y ya tenemos presto el juicio categórico, la rigidez moral y todo eso tan estúpido y antipático: me gusta, no me gusta; bonito, feo; bueno, malo; izquierda, derecha... ¡déjeme usted en paz, señor taxista!
En fin, me gustaría saber más de estas cosas para poder ser más claro al describirlas. Porque creo que una de las grandes carencias del mundo que me rodea y causa de no pocos de los quebrantos que padecemos es la poca formación de las personas respecto a los diferentes niveles del lenguaje. Peligrosísimo, por otra parte... por no hablar del aburrimiento que genera.
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