jueves, 17 de enero de 2013

Mlle. Théroigne de Méricourt



Uno nunca sabe qué pensar del todo de casi nada. Por así decirlo, si exceptuamos a Dios y al bicarbonato, todo lo demás se presta al juego de las contradicciones sin resolución plausible. Es el caso de las revoluciones, una de las cuales comentábamos ayer tratando de dejar claro hasta qué punto el infierno esta empedrado con las buenas intenciones de los iluminados.

Hoy me quiero referir a otra revolución que es por así decirlo   la madre de todas las revoluciones. La francesa quiero decir, la más mitificada de todas por aquello de la Bastilla, la guillotina, los derechos del hombre y ciudadano y, sobre todo, por ser los franceses unos obsesivos propagandistas de lo suyo. Propaganda, o sea, acomodación de la realidad a los propios intereses. Mentira en definitiva. 

Lo de la Bastilla, todo el mundo sabe hoy día que lo que tomó la foule héroïque en realidad fue un edificio en el que 30 ó 40 voluntarios guardaban a siete maleantes. Una típica conquista de la revolución, pero a la cubana, para entendernos. 

Lo de la guillotina sí que fue más serio y demuestra hasta qué punto los líderes iluminados tienen claro que a la chusma sólo se la puede manejar si se le ofrecen víctimas cuanto más coronadas mejor. A Lavoisier por ejemplo, que como dijo otro insigne científico contemporáneo suyo: «Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar». 

Luego está lo de los "derechos del hombre y ciudadano". Bien los ingleses ya tenían desde hacía más de un siglo 
la "Habeas Corpus Act" (Ley de hábeas corpus) y la "Bill of Rights"  (Declaración de Derechos), pero ya se sabe que los ingleses son más proclives a dar trigo que a predicar. Así que todo el mérito de que hoy día tengamos ciertos derechos parecería ser que se lo debemos a aquellos revolucionarios franceses. 

Claro, stricto sensu, derechos del hombre que no de la mujer. Y aquí es donde yo quería llegar para mayor regocijo de feministas reivindicativas. Porque es que para los revolucionarios franceses, las mujeres, todas putas. Bueno, supongo que menos sus madres que, al fin y al cabo, los franceses siempre han sido muy devotos de la Virgen María y por tal es de suponer que habrán sido concebidos por un rayo de luz que pasó por allí sin romperle ni mancharle. 



Me baso, para tal afirmación, en el estudio que he hecho de una de las figuras más emblemáticas de la revolución, Mlle. Théroigne de Mericourt, alias Lambertine. La que fue proclamada "Primera amazona de la libertad". Bueno si se van a la Wikipedia y miran, se encontrarán con que esta señora es realmente notable y tuvo mucho que ver con todos los devaneos revolucionarios. Incluso atestiguan algunos que fue una de las primeras feministas. ¡Dios mío, de cuantas mujeres no se habrá dicho eso! Seguramente se podría llenar un estadio como el Bernabeu juntándolas a todas "las primeras feministas". Bueno, aparte de feminista también fue girondina y por tal fue azotada por unas exaltadas jacobinas tal y como les muestro en el grabado adjunto. Y menos mal que el jefe de los jacobinos, un tal Marat, las dijo que parasen porque si no... ¡pues buenas eran las jacobinas!... que se lo pregunten si no a los catalanes que oyen la palabra jacobino y se cagan la pata abajo. Total, que en la wikipedia nada de nada del "Catéchisme libertin a l´usage des jeunes demoiselles qui se déciden a embrasser cette profession", una de las obras cumbre de literatura francesa de la que es autora la tal Mlle. Théroigne de Méricourt, alias Lambertine, "Primera amazona de la libertad", pionera del feminismo y proxeneta del máximo postín que, como se suele decir, lo cortés no quita lo valiente. 

Bien, bueno, en fin, pues resulta que:


Théroigne  au distric, aussi bien qu´au bordel,

De ses talents divers a fait l´expérience,

Par sa langue et son CON précieuse à la France, 


Son nom va devenir à jamais immortel.

Yo, la verdad, eso de pagar por el fornicio siempre me ha parecido una de las cosas más detestables de entre todas las bajezas morales de las que tanto gallardea el ser humano. Dado, pienso, que siempre hubo y habrá un roto para un descosido a quoi bon tirar de cartera. Pero eso es una cosa y otra el arte de dar satisfacción al partenaire. Y ahí es donde creo estriba el interés de este catecismo, que da muchas pistas al respecto. Pistas que podrían ser utilizadas por las que fornican por amor. Y lamento mucho que no haya habido,  que yo sepa, quien haya escrito un catecismo para garçons porque a buen seguro me habría servido de mucho para no meter tanto la pata. 

En definitiva, a qué darle vueltas, todo ese arte quizá se pudiese condensar en aquella feliz frase que en su día le dijera Julieta a Romero: "te seré tan fiel como las más expertas en el arte de fingir". 









































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