Ayer, conversando con unos amigos, cometí un fallo imperdonable, tomar a Carioco por Caramillo. Puse en boca de Dñª Urraca: "Por allí viene Carioco, voy a ver qué faena le puedo hacer". Obviamente en vez de Carioco tendría que haber dicho Caramillo.
Y así todo y cada vez más. De pronto, resulta que alguien de entre los contertulios hace una cita y quiere recordar a su autor, pero no puede. Y los contertulios saben de quien se trata, pero tampoco ellos pueden recordar su nombre. Y todos se ponen a estrujar sus neuronas y nada sale de allí. Es terrible. Sí, hombre, el autor de las Cartas Persas, el de los tres poderes de la democracia... y nada. Y recuerdas que Cadalso escribió Las Cartas Marruecas inspirándose en las Cartas Persas y un montón de cosas más, pero el nombre se resiste a salir. Montesquieu, dices de pronto aliviado, y todos repiten: Montesquieu.
Saldaña, por ejemplo, se me resiste de forma dolorosa. He estado allí muchas veces,lo recuerdo calle a calle, el día que fui allí con los Proscritos a comprar alubias y luego comimos un menú con asado por ocho euros. Mil detalles, pero siempre que surge por lo que sea la necesidad de nombrarle, no hay forma. Tengo que ir al mapa a buscarlo.
Indiana Jones, otro nombre para el que tengo que recurrir a la nemotecnia. Recuerdo perfectamente que rima con cojones y eso es lo que me saca del atolladero. Pero luego quiero ir al que la protagoniza y aunque podría describirle minuciosamente es imposible nombrarle: Harrison Ford. ¿Por qué?
El otro día me puse a leer una novela de Conan Doyle, ya saben, Sherlock Holmes y todo eso. Un rato. No aguanto más leyendo novelas y les diré el porqué con las palabras del escritor mejicano Julio Torri: «En principio nunca leo novelas. Son un género literario que por sus inacabables descripciones de cosas sin importancia trata de producir la compleja impresión de la realidad exterior, fin que realizamos plenamente con sólo apartar los ojos del libro.» En fin, a lo que iba, que un rato fue suficiente para caer sobre un pasaje curioso que quizá tenga que ver con lo que les venía comentando.
Estaban Holmes y Watson investigando algo y ante cierto descubrimiento va Watson y lo relaciona con uno de los más conocidos pasajes de las obras de Shakespeare o cosa por el estilo. Ante la sorpresa de Holmes, Watson le pregunta no menos sorprendido si no conocía ese pasaje. No, no le conocía, dice Holmes, y es interesante, pero espero olvidarle lo antes posible porque está ocupando en mi cabeza un espacio precioso que necesito para colocar conocimientos relacionados con mi trabajo. Para Holmes, pues, el saber sí que ocupa lugar.
En definitiva, ¿por qué en llegando a estas edades nos topamos con tanta frecuencia con esas lagunas de la memoria? Una de dos: o bien el avanzado estado de deterioro de la estructura neuronal o la más simpática posibilidad de que a causa de estar metiendo sin parar trastos en el armario nos veamos precisados sacar otros para hacer sitio.
Vete tú a saber, pero en cualquier caso lo que es evidente es que es imposible quitar el polvo a tanto trasto como acumulamos. Y polvo sobre polvo, al final, cuando los vas a buscar, ni se ven. Quizá sea eso.
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