Voy en el tren sentado junto a una señora de mediana edad, buen ver y tal, gallega ella de Vigo, que por mor de sus sentimientos, creencias o como le quieran llamar ha venido a asentar sus reales en San Sebastián de Garabandal. Dice que ha sido allí donde ha descubierto la profunda emoción que suscita lo de cultivar un huerto. Ver crecer las lechugas y todo eso. Yo le alabo mucho el gusto y ella me confiesa que, bueno, ella está en tan emblemático lugar principalmente por la belleza de la naturaleza circundante y que, no obstante, ella cree que sí, que allí se han producido apariciones. Bueno, le digo, famoso sí que es el lugar porque hasta Dawkins lo cita en su archiconocido “The God delusion”. Se lo he dicho en inglés porque he visto que va leyendo un librito en tal idioma. No conozco el libro, me dice, y es extraño porque leo todo lo que hay sobre Garabandal. No he querido profundizar más en el subjet porque me ha parecido que ella empezaba a coger carrerilla y por mi parte estaba deseando seguir con la lectura de “My secret life” que me está pareciendo una de entre las más portentosas e ilustrativas historias que me he echado al coleto en ésta ya muy dilatada vida.
Claro, lo que acabo de aseverar en la última frase del anterior párrafo es algo que difícilmente será compartido por el común de los mortales. ¡Cuesta tanto reconocer lo que somos y cómo hemos llegado a ello! A lo más íntimo del ser de cada uno. "My secret life". De lo que nunca se habla pero está en el meollo y la trastienda de todas nuestras actuaciones. El dichoso deseo lúbrico que todo lo condiciona. Y cuya no satisfacción pone la autoestima por los suelos por mucho que intentes sublimar, un suponer, cogiendo, agarrando y yéndote a Garabandal a plantar lechugas. Si al menos fuesen nabos. O´Nabo de Lugo, tan prestigiado él.
El caso es que nunca sospeché que pudiese existir chose pareille. A veces tengo que parar y esforzarme para caer en la cuenta de que esos recuerdos escritos no son los míos sino los de Walter, un adolescente inglés de los comienzos del XIX. Las conversaciones que tiene con sus compañeros son exactamente las mismas que mantuve yo con los míos en los recreos, sobre todo los días de Ejercicios Espirituales, que no parábamos de mentar la bicha y las hazañas de Honorio, un chaval de Torrelavega al que le tenían prohibido acercarse a los servicios si no era en compañía de un preceptor. O las hazañas de aquel chico de Rubayo que cada noche conseguía trasmitir la potencia de su fricción a toda una ringlera de camas. Desde luego que era monotema y los curas lo sabían porque no llevábamos tres minutos en corrillo de a dos o tres o cuatro y ya estaba allí uno obligándonos a circular. Los curas piporros, las pajas, lo improbable de las hazañas de las que los más osados blasonaban. Y no había más mundo porque la curiosidad por el tema era infinita y lo anegaba todo. "Yendo un día con su gente/ por las montañas de Arnedo/ encontró a una niña inocente/ que andaba metiéndose el dedo". Te decían cualquier procacidad y se te pegaba a las neuronas con superglú. Está en la esencia de nuestra condición humana y de puro sabido quizá resulte ocioso recordarlo. Ocioso y acaso inconveniente porque hace referencia a un tema tabú por los siglos de los siglos por más que todas las generaciones durante su juventud piensen que ellos, por primera vez en la historia, van a romperlo de una vez por todas. Después cuando maduran, obviamente, vuelven a las andadas y reconstituyen los deshechos. Nadie, se diría, rompió nunca un plato cuando hablan a partir cierta edad.
Claro que, no hay que ser un lince para darse cuenta de que por las circunstancias de todos conocidas nunca como ahora se le han pegado tales meneos al tabú de marras. Los chavales, parece ser que fornican como gallos desde muy temprana edad. Picotazo y al alero, por así decirlo. Nada se interpone en sus deseos y en ello reside según sostienen algunos de entre los más prestigiosos neurobiólogos el origen de la decadencia del pensamiento humano. Porque dicen que decae que ellos saben cómo medir eso. Sostienen, y a mí me resulta plausible, que no hay mejor entrenamiento para el desarrollo de la mente que el ejercicio de la seducción. Todas esas operaciones tortuosas y extenuantes que hay que realizar para llevarse a alguien al huerto. Bueno digo que hay pero mejor debiera decir que había, porque hoy día… ya digo.
Me he estado riendo un buén rato con tu artículo.Me recuerdan exáctamente mis anos en el Internado de Los Hermanos Maristas..las habitaciones a 8,a las pajas de un tal Pablo arrieta Ezcurra,vasco deslabazado y alto,nariz ganchuda y de pocas palabras,pero que cada noche se aplicaba,hacendoso,a lo que llamabamos entonces la "Gran Cascada".El vascongado eyaculaba en una verdosa botella de vino vacía que a propósito escondía bajo la cama..imaginanos como estaba la botella ..allá por Junio..alfinal del curso...
ResponderEliminarPues te recomiendo ese libro, My secret life, se puede descargar de la página Galaxia Gutemberg. Por cierto, Nacho, que continuo a la espera de nuevas aventuras de Juan de Salamanca. Me alegraban mucho la vida.
EliminarLos vascos son muy industriosos. Seguramente quería el contenido para algún propósito: un experimento de biología o un proyecto alimentario, queso fermentado o algo así. En Amazon he visto un libro de recetas en las que uno de los ingredientes es semen humano. Seguramente el muchacho aquel fue un pionero no reconocido. Qué seria de la humanidad sin gente como él, adelantados a su tiempo. Todavía no habríamos bajado de los árboles.
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