domingo, 6 de enero de 2013

Lluvia dorada


Uno va por ahí y se harta de ver cosas que, en principio, tienen difícil explicación. Pero no. Como esta mañana que subía yo por Ave María y veo a un perrazo espatarrado meando en mitad de la acera. Bueno, por las maneras, sin duda que era perra. El riachuelo era considerable. El dueño del perro, o mejor perra, parecía embelesado con la gesta. En esto se le ha llegado por detrás una señorita, muy mona ella, con un perrito de mediana talla que sin mediar melindres ni arrumacos se ha puesto a recorrer con su morro el líquido elemento que corría cuesta abajo amenazando anegar la Plaza de Lavapies. Como quien dice se lo ha bebido todo salvando de una muerte segura a los colgados que se demoraban al tibio sol de media mañana por los bancos de la plaza. Bueno, había que ver el entusiasmo y confidencialidad con la que los propietarios de los canes festejaban el feliz, a la vez que asqueroso, suceso. ¿Se conocerían previamente o habría sido un encuentro fortuito? En cualquier caso, qué maravilloso banderín de enganche. Porque tengo novia, me dije, que, si no, mañana mismo me agenciaba un perro.

Curiosa cuestión ésta de la fascinación que los machos sienten por las meadas de las hembras. Algunos llegan tan lejos que no hay nada que les ponga tanto como que una mujer se ponga en cuclillas sobre su cabeza y le mee encima, al ser posible sobre la boca abierta. "Lluvia dorada" creo que llaman a esa figura que no por más guarra deja de ser considerada una de las cumbres del erotismo puro y duro. 

Pensando en estas cosas he llegado a Antón Martín, he subido por Atocha, Sol, Gran Vía, y me he metido por detrás del edificio España para dar en San Bernardino en donde está el Siam, un restaurante tailandés que tenía interés en visitar. Bien, es un lugar muy coqueto gestionado por dos chicas muy monas. Me han atendido muy bien y la comida me ha gustado. Con una música suave, tirando a vacío y tal, todo era propicio para que entre platos y de sobremesa me demorase un rato con la lectura que me traigo entre manos estos días: "My secret life". Lo baje al kindle desde la página de Galaxia Gutenberg. Me recuerda mucho a las "Confesiones" de San Agustín por su absoluta intemporalidad. Sólo en eso. Esta escrito por un autor anónimo hace dos siglos o así, pero podría ser perfectamente contemporáneo nuestro o de la época de Gilghamés, porque como el mismo autor nos recuerda en el prólogo del libro: estas cosas siempre han sido así y nunca van a dejar de ser tal y como son hoy día. 

Lo reconozco, no puedo desengancharme de su lectura. Allí donde estoy dos minutos ocioso, saco el kindle, doy al botón y sigo leyendo. Ando por la entrada en la adolescencia, donde ya no basta con ver a las hembras mear, oír el rattling del chorro sobre el fondo del orinal... eso es para niños; ahora hay ya que ver el bosquecillo negro al final de los muslos y, sobre todo, soñar con tocarlo y sabe Dios qué. Sí, es una verdadera joya de libro porque nadie en su sano juicio se puede hurtar a la más absoluta identificación con el autor. Todas y cada una de las cosas que cuenta son las que a mi me pasaron a su misma edad... o al menos se me pasaron por la cabeza. Niñeras, primitas, todo eso. En fin.  







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