Luego, están esos muros, los más inexpugnables, que son presentados como si fuesen todo lo contrario, o sea, pasarelas hacia los otros o hacia lo más recóndito. Son esas construcciones sentimentales que se engloban dentro la entelequia conocida como "patrimonio de la humanidad". Por ejemplo:
Las lenguas, esa facultad biológica de la especie humana de la que dicen los embaucadores que son el alma de los pueblos. ¡Qué inconmensurable perdida!, claman a los cielos cuando se extingue una. Porque se extingue, dicen, una forma diferente de interpretar la realidad. ¡Qué imbecilidad! No hay absolutamente nada, ni pensamientos, ni sentimientos, ni nada de nada, que no se pueda expresar con exactamente la misma profundidad en cualquiera de las lenguas habidas y por haber. Las lenguas, esos muros que impiden el entendimiento entre iguales y, por tal, promueven los conflictos. Hubiese sólo una y los malos rollos serían entre personas, pero nunca entre pueblos o naciones o estados. Las personas, sí, siempre diferentes entre sí y en continua competencia por ganar supremacía. Competencia entre personas que de llegar a mayores se solucionaría a cuchilladas, pero nunca con bombas, no hablemos ya de las atómicas que a nadie se le hubiera ocurrido cosa tal.
Las religiones, otra que tal baila, siempre inventando pequeños matices para convertirlos en muros. ¿Se transustanciará el padre en el hijo o no se transustanciará? El destransustanciador que lo destransustancie... etc.. ¿Cuánta gente habrá muerto a lo largo de la historia tratando de dilucidar lo que de por sí es indilucidable? Luego vas, coges, agarras, y te lees de cabo a rabo la historia de las religiones de Mircea Eliade, tres tomos bien gordos, y no puedes llegar a otra conclusión que no sea que en esencia son todas iguales: pórtense bien muchachos, y muchachas, y les irá mejor en la vida. Pero, claro, ¡es tan aburrido portarse bien! Mejor levantar muros para luego poder matarse defendiéndolos.
Las tradiciones, esa mandanga supuestamente venida de nuestros ancestros que sirve para que los que no han querido estudiar puedan ganarse la vida haciendo el paripé delante de las mesnadas de turistas que, por lo general, también es gente que ha estudiado poco. Cuando la gente estudia, como hiciera Hamlet, de inmediato piensa que las tradiciones son una patochada de la que hay que deshacerse a toda prisa. No por nada sino porque es a golpe de tradiciones como los embaucadores construyen ese muro tan difícil de derribar que se suele conocer con el nombre de "identidad nacional". Dale a un chusma una identidad colectiva, la que sea, y ya le tendrás dispuesto a matar por defenderla.
Bueno, la verdad es que... para muros, los de la patria mía.