miércoles, 27 de febrero de 2013

Muros de la patria mía



Un día ya muy lejano, un tipo se levantó y dijo: ¡Eureka! Había inventado el muro. El muro que nos protegerá de todos los males. De las inclemencias del tiempo, de las fieras salvajes, pero, sobre todo, de nuestros semejantes. Y, entonces, todos, y todas, se pusieron a levantar muros por aquí y por allá, contra esto y contra lo otro, con inusitado entusiasmo. Los hay de todo tipo, visibles, como esos que colocan las gentes linajudas de Cantabria alrededor de sus predios e, invisibles, como los que se levantan dentro de las cabezas de las personas ignorantes. Sea como sea, de entre las pocas verdades que no necesitan ser defendidas por incontrovertibles, está la de que cuanto más cateto es alguien más empeño pondrá en levantar muros a su alrededor para que sus vecinos y vecinas no le vean cuando hace cochinadas. 

Luego, están esos muros, los más inexpugnables, que son presentados como si fuesen todo lo contrario, o sea, pasarelas hacia los otros o hacia lo más recóndito. Son esas construcciones sentimentales que se engloban dentro la entelequia conocida como "patrimonio de la humanidad". Por ejemplo:

Las lenguas, esa facultad biológica de la especie humana de la que dicen los embaucadores que son el alma de los pueblos. ¡Qué inconmensurable perdida!, claman a los cielos cuando se extingue una. Porque se extingue, dicen, una forma diferente de interpretar la realidad. ¡Qué imbecilidad! No hay absolutamente nada, ni pensamientos, ni sentimientos, ni nada de nada, que no se pueda expresar con exactamente la misma profundidad en cualquiera de las lenguas habidas y por haber. Las lenguas, esos muros que impiden el entendimiento entre iguales y, por tal, promueven los conflictos. Hubiese sólo una y los malos rollos serían entre personas, pero nunca entre pueblos o naciones o estados. Las personas, sí, siempre diferentes entre sí y en continua competencia por ganar supremacía. Competencia entre personas que de llegar a mayores se solucionaría a cuchilladas, pero nunca con bombas, no hablemos ya de las atómicas que a nadie se le hubiera ocurrido cosa tal. 

Las religiones, otra que tal baila, siempre inventando pequeños matices para convertirlos en muros. ¿Se transustanciará el padre en el hijo o no se transustanciará? El destransustanciador que lo destransustancie... etc.. ¿Cuánta gente habrá muerto a lo largo de la historia tratando de dilucidar lo que de por sí es indilucidable? Luego vas, coges, agarras, y te lees de cabo a rabo la historia de las religiones de Mircea Eliade, tres tomos bien gordos, y no puedes llegar a otra conclusión que no sea que en esencia son todas iguales: pórtense bien muchachos, y muchachas, y les irá mejor en la vida. Pero, claro, ¡es tan aburrido portarse bien! Mejor levantar muros para luego poder matarse defendiéndolos.

Las tradiciones, esa mandanga supuestamente venida de nuestros ancestros que sirve para que los que no han querido estudiar puedan ganarse la vida haciendo el paripé delante de las mesnadas de turistas que, por lo general, también es gente que ha estudiado poco. Cuando la gente estudia, como hiciera Hamlet, de inmediato piensa que las tradiciones son una patochada de la que hay que deshacerse a toda prisa. No por nada sino porque es a golpe de tradiciones como los embaucadores construyen ese muro tan difícil de derribar que se suele conocer con el nombre de "identidad nacional". Dale a un chusma una identidad colectiva, la que sea, y ya le tendrás dispuesto a matar por defenderla. 

Bueno, la verdad es que... para muros, los de la patria mía. 

domingo, 24 de febrero de 2013

¿Hay derecho?



La verdad, extrañarse a estas alturas por la bajeza moral de la que hacen gala los medios de comunicación sin más excepciones que los que se dedican a la cosa de los mercados, es pecar más de estupidez que de inocencia. Agarran un tema con posibilidades, le instalan en la primera plana y si suena la flauta ya no le sueltan hasta que empieza a aburrir hasta a los jubilados de izquierdas que es tanto como decir cuando el cadáver ya ni siquiera hiede. Se diría que es un intento de manipular a las masas por intereses políticos, pero no lo creo, para mí que no es más que una estrategia que sólo persigue apuntalar la fidelidad de los más indoctos para que chupen pantalla o lean los periódicos y así de paso aprendan lo que tienen que comprar, a donde tienen que ir, y todas esas cosas que tan bien enseña de forma subrepticia la publicidad comercial que todo lo impregna. 

Bien, todo eso está muy bien y es perfectamente comprensible, pero hay veces que abusan tanto que pueden provocar náuseas en las escasas personas dotadas de una mediana sensibilidad moral. Por ejemplo, cuando los fotógrafos profanan el templo para sacar fotos de un personaje presuntamente detestable que está allí elevando sus plegarias a Dios. Sí, el Sr. Undargarín será lo que sea y habrá hecho muchas cosas feas por las que, a la vista está, ya está pagando un elevado precio, pero de momento es un ciudadano libre -y aunque no lo fuera-, y ningún hijo de perra tiene el menor derecho a señalarle cuando está rindiendo culto a sus convicciones religiosas, sean éstas reales o fingidas que eso nadie es quién para juzgarlo. 

Porque eso es lo más repugnante de toda esta cuestión, que de forma más o menos subliminal se está queriendo demostrar con esas fotografias como el Sr. Undargarín es tan absolutamente despreciable que ni siquiera le importa utilizar lo sagrado para redorar en lo posible su imagen siquiera entre los creyentes. Y además en la capilla de una estación de sky, cuando todo el mundo sabe que donde debiera estar rezando, de querer hacerlo, es en la capilla de la cárcel.

Urdangarín, el chivo expiatorio perfecto. El símbolo meridiano de la corrupción de "los de arriba". Porque esa es la madre de todos los corderos de los que salen a la calle a protestar y de muchos de los que no salen, que la corrupción, por definición, siempre y sólo es de los de arriba. Los de abajo, por supuesto, unos angelitos... y aquí es donde reside la indestructible resistencia de la mugre que nos asfixia, en la radical incapacidad de la que hace gala el pueblo llano para reconocerse sujeto de todas las bajezas y perversidades concebibles.  

Lo decía el otro día una señora estupenda en el debate 28´de la cadena ARTE, que en España, mientras la gente de la calle no empiece a hacer autocrítica tendremos crisis para rato.   


viernes, 22 de febrero de 2013

Despido bursátil



"Los franceses trabajan tres horas y paran una para comer", ha puntualizado Mr. Maurice "Morry"Taylor Jr., presidente del grupo estadounidense Titan. Y entonces los franceses, todos a una, se han subido a las almenas -monter au créneau- a cantar la Marsellesa. El que se pica, ajos come, ha respondido Mr. Morry. 

La cosa va de que, si los obreros de una fábrica de neumáticos no aceptan trabajar más horas a la vez que bajan sus salarios, Mr. Morry, que es el que tiene la pasta, coge, agarra, y se lleva la fábrica a la India, un suponer. Así de sencillo. Claro, los pobres obreros andan pillados entre promesas de distinto signo, porque se da el caso de que cuando el actual Presidente de la República andaba de campaña electoral les visitó para decirles que de cerrar la fábrica nada de nada, que él, si salía elegido, se lo garantizaba. Es decir, o sinvergüenza porque sabía que estaba prometiendo lo que no tenía poder para prometer o sencillamente idiota porque no tenía ni idea de cuales iban a ser sus poderes. Me inclino por lo de idiota.

En resumidas cuentas, los pobres obreros de la fábrica de neumáticos pasan a engrosar las crecientes masas de desheredados que pasean las calles protestando. Y la marea parece imparable y nadie da con el remedio. Es el signo de los tiempos.  

Me ha enviado Jacobo un libro prodigioso. Es de un tal Galbraith y tiene por título "Economics in perspective". Por lo que más me gusta es por lo mucho que me desmiente. Yo que tanto he pontificado sobre la materia y ahora, leyéndolo, caigo en la cuenta de que no tengo pajolera idea del asunto. El precio de las cosas, el nivel de los salarios, el dinero en general... ¡menudo galimatías! Y, sin embargo, hay gente que sabe cómo hacer para que el edificio, por mucho que trontolle, no se venga abajo con todo el equipo dentro. 

Saber o no saber, lo demás, todo palabrería... de la que los franceses, con su Presidente a la cabeza, son maestros consumados. Entonces, a falta de matemáticas, se inventan sintagmas con los que, a la vez que demonizan a los Mrs. Morrys de turno, van caldeando el ambiente para una nueva e imposible toma de la Bastilla. Ahora parece que le han cogido sumo gusto a lo de "despido bursátil". Argumentan que son empresas que van la mar de de bien, pero que por exigencia de los accionistas que quieren mayores beneficios, se ven obligadas a despedir a un montón de obreros. Y lo mejor de todo es que el argumento funciona a la perfección a la hora de cuadrar sentimientos. Hay víctimas y hay hijos de la gran chingada. ¿Qué más se puede pedir para calmar las angustias propias del negro futuro? Cualquier cosa, en fin, antes que ponerse a estudiar matemáticas que ya no son edades. 

Sí, qué duda cabe, vivimos tiempos complicados. Mucha gente lo está pasando mal y parece aliviarse echándose a la calle a gesticular. Es compresible, pero no menos inútil. Por no hablar de estúpido, porque no querer comprender que el que tiene la pasta es el que decide que hace con ella es negarse a sí mismo la posibilidad de redención por el esfuerzo. Es ley de vida, qué le vamos a hacer.   

miércoles, 20 de febrero de 2013

Semáforos



Charlando ayer mientras pedaleábamos por esos caminos de Dios me enteré de cosa verdaderamente sorprendente, útil, sencilla y, sobre todo, envidiable. Parece ser que las autoridades académicas de Finlandia han decidido colocar en los comedores escolares unos semáforos conectados a sonómetros. Así es que cuando la presión sonora se incrementa y alcanza cierto nivel el semáforo se pone ámbar. Esa es la señal que avisa a los niños de que se están comportando inadecuadamente. Si no hacen caso y siguen aumentando el tono de voz el semáforo pasa a rojo y, supongo, los niños recibirán su merecido. Claro, éste es el tipo de medidas que explican el porqué de que los niños finlandeses estén entre los mejor educados del mundo. Porque, no es porque lo haya dicho Shopenhauer o el que sea, no, es que cualquiera que se haya parado un momento a observar habrá podido comprobar hasta que punto está relacionada la capacidad de soportar ruido con la falta de inteligencia. Si, por ventura, quieren certificar esa estrecha sinergia sólo necesitarán salir una noche, entrar en un bar de copas y escuchar los retazos  de conversación que se atisban entre la selva sonora. Tópico sobre tópico y sobre tópico uno, salidos de cabezas que no dan para más... mejorando lo presente. 

Por desgracia, la mayoría de las cosas nocivas de este mundo no son tan fáciles de cuantificar como el volumen sonoro. La estupidez por ejemplo, de la que también hablamos ayer mientras pedaleábamos, esa que quizá sea la característica más extendida entre el género humano, hasta tal punto que prácticamente nadie está a salvo de ella. Imagínense por un momento que alguien descubre la manera de cuantificarla. Luego, ya, conectar el artilugio a un semáforo y colocar todo el instalache en, por ejemplo, la gala de los Goya. Yo, ese tipo de eventos nunca los he seguido, pero por lo que he podido saber, no ha habido forma de evitarlo, en la del otro día hubo tales destellos de estupidez que la gente salió de allí conmocionada, los normales de disgusto, los estúpidos de hueco orgullo. Hubiese habido semáforo a tal efecto y sólo se hubiera hablado de "con la muerte en los talones" que es la gran cuestión que debiera preocupar a los que viven del cine.

Ciencia ficción en definitiva, pero conviene soñar que llegará el día en el que los semáforos se usen para controlar cualquier cosa que no sea la circulación rodada por el centro de las ciudades, que, por cierto, es una cosa que de existir semáforos antiestupidez ya haría tiempo que no habría lugar.  ¡Pues menuda somos los ciclistas!

viernes, 15 de febrero de 2013

El Camino



Ni siquiera llevo  24 horas por aquí y ya es como si todas las constantes biológicas se hubiesen puesto en su sitio. Porque el caso es que venía arrastrando desde hace tiempo una como desafección de la vida que me tenía muy maltrecho. O muy acobardado, para ser más exactos. 

Desembarqué en Frómista bien entrada ya la noche, crucé el pueblo desierto y seguí por el camino que lleva a Santiago. El aire era frío y trasparente y las estrellas parecía que las podías alcanzar con la mano. Pedalear en tales condiciones era una verdadera dicha. No tardé en llegar a Población de Campos en donde tenía reservada habitación. Una cosa les puedo asegurar, pocas veces en la vida se puede llegar a una posada en donde le acojan a uno con tanta amabilidad. No has traspasado la puerta de "Amanecer en Campos" y ya te han colocado encima del mostrador de la recepción un vaso de vino para que tomes fuerzas antes de ni siquiera saludar. A partir de ahí, como en casa pero mucho mejor. El ambiente bon enfant reina por doquier. Tuve que intercambiar tantas opiniones e ideas con las dueñas y los huéspedes que me costó más de una hora acabar el vino para poder subir a mi habitación. Había unos peregrinos de canarias, otros de Alicante, algún japones de imposible inglés, una intelectual o algo así que entre opinión y opinión escribía con furia en su ordenador... 

La cena, ni les cuento. Pensé que me daría una noche toledana, pero no. Quizá fue porque antes de retirarme me pasé una hora paseando por el pueblo y, sobre todo, por los alrededores para poder contemplar las estrellas a mi antojo. No vi un alma en todo el rato. Sólo los incesantes aullidos de los perros rompían la quietud. ¡Pobrecillos! Que destino más asqueroso les reservó el Creador. 

Hoy, cuando bajé a desayunar ya habían abandonado el recinto todos los peregrinos, así que sólo la dueña me dio conversación. Luego fui hasta Frómista y tomé el tren hasta Osorno. Anduve por allí indagando, vi un par de casas que están en venta. Hice un buen rato bargaining con sus propietarios. Tipos duros de pelar. Y con la misma me volví para Frómista por la carretera nacional. Daba gusto pedalear. El sol estaba debilitado por una tenue capa de nubes y el aire apenas se notaba. Las cosechas alrededor apenas acaban de despuntar de tal forma que el verde que cubre la tierra es como una barba incipiente. Eran las dos o así cuando llegué. Pocos, pero algunos peregrinos sí que se veían demorándose por los bancos de plazas y paseos. Me fui al Van Dos a comer. Desde el altillo en el que me instalaron podía ver a los Simpsons mientras engullía. 

Después me he venido para lo de "amanecer en campos" a descansar. Luego iré a esperar a María que llega a Frómista en el regional de las ocho menos cuarto. En fin, ya digo, menos de veinticuato horas y ya están todas las constantes en su sitio.  Castilla, "el camino", no lo puedo evitar... 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Ratzinger Z



Si bien fue a edad muy temprana que dejé de lado la práctica del culto, pasando después, como es natural, por las sucesivas etapas de mofa y escarnio de todo lo relacionado con la Iglesia, son muchos ya los años que hace que mi interés por el hecho religioso en sí viene creciendo en intensidad. Ya hace mucho que comprendí que sólo unos pocos elegidos son los que pueden vivir sin preocuparse por no tener respuesta a cualquiera de las grandes cuestiones que siempre han atormentado a la humanidad. Porque la verdad es que la única verdad de entre todas las pretendidas verdades es que nadie sabe nada, un coño carajo que le dicen, de todo esto. Ni nunca se va a saber. Y por eso ha sido, es y será, que el personal se invente historias mágicas que dan respuestas pretendidamente fehacientes que calan en profundidad en los ánimos predispuestos que son casi todos. Por eso es que se equivocan tanto los que dicen que Dios ha muerto. Dios, se lo puedo asegurar, estará aquí con nosotros hasta que los pastores de los más remotos confines entretengan sus aburridas jornadas con la práctica del cálculo infinitesimal. Por lo menos.  

Así es que, por ese interés por el hecho religioso en sí, vengo de lejos observando sin desmayo todo lo que pasa en Roma y sus aledaños. Desde el Papa al último cura me inspiran curiosidad. La Iglesia, esa institución multinacional que se perpetua en continuo balance positivo. Cada vez más poderosa, mejor organizada, más refinada y, si me apuran, más discreta. Sí, la Iglesia, digan lo que digan y pese a quien pese, es la gran multinacional del consuelo espiritual y, no menos, del material. Es lo que hay a día de hoy y apelar a su historia, tantas veces macabra, como hacen sus detractores, no sólo no le quita un ápice de su valor y prestigio sino que parece incrementárselos. Paradojas de la vida. 

El caso es que ahora va el Papa Ratzinger, coge, agarra y se retira del mundanal ruido. Bueno, la verdad es que dadas sus circunstancias personales su decisión no debiera haber provocado ni un sólo comentario. Pero los ha provocado y en catarata. Claro está que venimos de un como quien dice ayer viendo arrastrarse al Wojtyla hasta la mismísima tumba. Por comparación, Ratzinger nos puede parecer el mismísimo Fred Astaire  haciendo de papaito piernas largas. Por eso cobra sentido el alboroto que se ha armado. Con lo bien que está, dicen los fieles más recalcitrantes, y se salta a la torera un precepto sagrado: lo que Dios ha puesto sólo dios lo puede quitar. Como a los monarcas, por establecer una similitud. Fíjense en la Reina de Inglaterra que parece una pila duracell y tiene a su hijo Carlos que ya no puede más con la espera. Se me está acabando el tiempo, dijo el otro día Carlos al borde de la desesperación. Y su madre erre que erre porque si Dios la ha puesto sólo Dios la puede quitar. Por no hablar de nuestro Juan Carlos que parece estar siempre a otro borde, el de la apoplejía o cosa por el estilo. Pues sí, buena la ha hecho el Ratzinger al saltarse un precepto divino de semejante calado. Bueno, el otro día lo hizo la Reina de Holanda. Pero, claro, Holanda es otra cosa. Con su calvinismo y tal. 

Pues sí, la progresía en general se ha hartado a echar pestes sobre Ratzinger. Le achacan que es muy conservador. Que no está a favor del aborto, el divorcio, las mujeres curas y esas cosas. Pues apañados estaríamos, digo yo. El Papa es el guardián de la ortodoxia o no es nada. Ya hubo algunos que se cargaron lo del latín por dar gusto al populacho y todo parece indicar que no les salió demasiado bien la jugada. En fin, cualquier ser medianamente pensante sabe lo que da de sí la progresía en general y los progres en particular a la hora de ponerse a hilar fino. Nunca se les alcanzaría que lo que cuenta de este curioso personaje que forjó su destino dirigiendo la Congregación para la doctrina de la fe, lo que otrora fuera Inquisición, es que a la hora de la verdad ni fe ni doctrina ni leches sino razón pura, la que nos hace, o debería hacer saber a todos los viejos que sólo estamos ya para sopitas y buen vino y que lo del ajetreo hay que dejárselo a los jóvenes. Como también supo en su día, razón pura mediante, que a los curas pederastas había que entregarlos a la justicia ordinaria. Una decisión que para algunos va de soi, pero eso es porque no saben nada acerca de las cosas del Padre. 

lunes, 11 de febrero de 2013

Escaleras arriba, escaleras abajo.



Vuelvo a ver "Escaleras arriba, escaleras abajo", la gran serie británica sobre los treinta primeros años del siglo XX, cuando se produjo uno de los hechos más trascendentales de la historia de la humanidad, que no fue, precisamente, lo que se dio  en llamar la guerra de posiciones, o Gran Guerra, con toda su secuela de impresionantes instantáneas fotográficas, no, eso fue un hecho baladí si se le compara con la gran cuestión que cambiaría el mundo de forma radical y al parecer para siempre jamás, es decir, la sorprendente ascensión de las faldas de las señoras desde los inocentes tobillos a las insinuantes rodillas. Traspasado ese umbral, ya, todo lo demás, vino por añadidura.

El desmoronamiento de los pilares de un orden que había mantenido desde la noche de los tiempos, rodillas tapadas mediante, a los de arriba, arriba, y a los de abajo, abajo, de generación en generación. Es lo que tiene el destape, la desvelación del misterio y, con ello, la perdida del respeto. De ahí al "ponte bien y estate quieta" sólo hay un paso que hasta los más cobardes se atreven a dar. Y en esas estamos, que se diría que tenían razón los "proscritos" de Alar en su más provocativa e insistente afirmación: aquí nadie es más que nadie.

Pero volvamos a la serie y con ella a los intríngulis de la cuestión que nos ocupa, es decir, los de arriba y los de abajo. En uno de sus capítulos la necesaria tensión dramática viene dada porque Lord Bellamy, miembro destacado del partido conservador, ha decidido abstenerse en la votación de la ley que se va a pasar en el parlamento a propuesta del partido liberal acerca de la generalización de la enseñanza pública. Eso arruinará tu carrera política, le reprocha su archiconservadora por muy rica mujer. Tienes que tener en cuenta, le argumenta, los potenciales peligros para el orden establecido que se podrían derivar de la extensión de la educación a todas las clases sociales. Los conservadores nunca te lo perdonarán. Yo lo veo de otra forma, le responde Lord Bellamy que, no por casualidad, es de extracción social mucho más baja que la de ella e hijo de clérigo por demás. Así y todo, al final, Lord Bellamy votará en contra de la ley. Y no por nada sino porque, en el interín, las circunstancias de la vida le obligarán a sufrir en carne propia la desafección de lo suyos, lo cual, ¿cómo no?, le llevará a sesudas reflexiones sobre las ventajas de la inquebrantable lealtad, esa que hace, por ejemplo, que los perros sean tan queridos al margen de las detestables consecuencias sociales, por no hablar de las higiénicas, que ello trae aparejado.

Los de arriba y los de abajo, en realidad, si bien se mira, poco que ver con la longitud de las faldas y sí mucho, si no todo, con instrucción sí, instrucción no. Y por eso poco importa que el río truene de indignación porque, salvo imprevistos, cada uno está donde sus estudios le han puesto. Y esa es la grandeza de este mundo que vivimos aquí, que al haber escuela para todos, nadie tiene derecho a pedir compasión insultando... aunque, viendo lo que se ve por ahí, parece que hay muchos que todavía no se han enterado. ¡Pobrecillos! Qué poco saben del arte de mendigar. Hubiesen leído "Guzmán de Alfarache" y otro gallo les cantara.  

viernes, 8 de febrero de 2013

Soluciones indoors



Siempre he estado convencido de que andar divagando, o incluso quejándose, sobre las inclemencias del tiempo y sus dardos apestosos no es otra cosa que un síntoma de debilidad espiritual. Por debilidad espiritual interpreto yo ese estado del alma que propende a la dispersión y abandono de todo objetivo concreto. Como de no saber qué hacer con la vida que no sea soñar playas de arenas doradas y aguas azul turquesa, por poner un ejemplo de aspiración universal. Imagínense, los casi nueve mil millones que somos, todos disfrutando de sus sueños realizados. ¡Qué asco de playas entonces! 

Se me ocurren estas inanes reflexiones porque se da el caso de que llevamos mes y medio que no para de llover y, según los pronósticos, los próximos días tendremos más de lo mismo. Lluvia, viento y frío, justo el remedio que mejor alivia las torturas del infierno, ese lugar en el que hace tanto calor que se arde en deseos de ir a la playa sin poder nunca conseguirlo porque están demasiado llenas. Como en Benidorm, o así, en pleno estiaje. Sí, lluvia, viento, frío, el gran remedio de todos los males si durase un año, dos, tres, de forma y manera que so riesgo de sucumbir el personal tendría que ingeniárselas para encontrar soluciones indoors, es decir de puertas para adentro, a sus angustias, ansiedades y demás desvelos que se cobijan bajo el paraguas de lo que se denomina puto y triste aburrimiento. O pereza mental, si más les gusta así llamarlo. 

Resumiendo, que no ha sido por casualidad que me haya demorado hoy con la cosa de los meteoros porque es que se da el caso de estar amortiguando estos días aciagos mis ansiedades con el visionado de un curso impartido por Walter Lewing sobre "Electricity and Magnetism" para los alumnos del MIT. Y resulta que hoy le ha tocado el turno a 
"High-Voltage Breakdown and Lightning", o sea, que nos ha estado explicando los intríngulis de los relámpagos, truenos y rayos utilizando para ello los más peregrinos medios que se pueden imaginar. Por ejemplo una cazuela. Lo que sea, el caso es que el hombre tiene una especie de gracia divina para mantener al auditorio en continua tensión y si, por casualidad, nota que se le distraen, provoca cualquier pequeño accidente a propósito del cual les recuerda que han pagado twenty four thousand dolars por ese curso precisamente. 

Bueno, oye, hay que montárselo porque si los días son cortos el invierno es largo y, a lo que dicen los pronósticos, la próxima semana va a ser de aúpa. Así que ya conocen mi secreto y consejo, al mal tiempo, Walter Lewing por la cara.

martes, 5 de febrero de 2013

Con EL PAÍS bajo el brazo



Perdido en la distancia, lejano en el recuerdo, que diría el Gato Pérez, tengo aquella entrada que hice en mi blog de por entonces, "Las casas del canal", a propósito de otra entrada que había hecho Paul Moresby en el suyo de nombre: "Obseraciones desde las antípodas". Contaba yo, entonces, que Paul era un australiano afincado en Barcelona que hacía en su blog lo que Montesquieu había hecho en las "Cartas persas" o Cadalso en las "Cartas marruecas", perdonen mi erudición. Bien, la verdad es que Paul era más entretenido que aquellos señores porque a las observaciones de la realidad barcelonina le añadía anécdotas picantes de su propia vida. Fuese como fuere el caso es que, hacia el equinocio de otoño del 2007, Paul publicó lo siguiente: 



Yo fui un día a la universidad con el diario ABC bajo el brazo. Al principio noté cómo mis compañeros me miraban de un modo extraño y sin disimulo, como si trataran de advertirme algo de lo que yo no me había dado cuenta. ¿Será que me he dejado la bragueta abierta?, llegué a pensar. Me sentí incómodo. Cuando ya había ocupado mi asiento en el aula, un compañero de pupitre me dijo, señalando al periódico, con cierta indignación:
-Oye, ¿y tú decías el otro día que no eres conservador?

Parece ser que si uno lee un periódico conservador, tiene que justificarlo. Si lee un periódico de izquierda, no. Y si el periódico es nacionalista, también está a salvo.

La inquisitorial pregunta de mi compañero de aula me ha recordado que al filósofo británico David Hume, que tenía fama de ateo, un día le reprocharon que fuera los domingos a escuchar el sermón del sacerdote John Brown en la iglesia. ¡Pobre David Hume, criticado por todas partes! Lo que el filósofo respondió en aquella ocasión fue algo parecido a esto:
-Yo no creo en todo lo que el ministro afirma, pero Brown sí lo cree. Y al menos una vez a la semana me gusta oír a un hombre que cree, firmemente, todo lo que dice.

Algo así me hubiera gustado contestarle a mi compañero.


Les traigo esto a colación porque curiosamente a mi me está empezando a pasar como a aquellos estudiantes de los que habla Paul, sólo que en mi caso el cuerpo del delito en vez del ABC es EL PAÍS. Veo a alguien con El País y no puedo dejar de sentir compasión. Pobre hombre, o mujer, me digo, se ha quedado colgado de aquellos maravillosos años. No se ha enterado todavía de que aquello no fue tal y que lo de ahora empieza a ser lo que algunos pensamos que algún día tendría que llegar a éste país. Es decir, ese día, que para mí ya está aquí, en el que la gente ilustrada ha alcanzado ya esa masa crítica que le permite marcar el destino de la patria. Un destino duro, de gran exigencia, por supuesto, en el que la calidad de vida no la darán ya las horas demoradas en playas y bares sino las oportunidades para realizar las propias aspiraciones. 

Por Dios bendito, El País y los papeles de Bárcenas. ¡Qué majadería! Y que ganas de hacer daño cuando ya se sabe que se tienen perdidas todas las partidas. El consuelo del miserable. Le salió bien lo de la guerra de Irak porque España todavía no era lo que hoy es. Todavía éramos pocos los que habíamos leído a Hitchens, por ejemplo. Hoy seguirán intentando aprovecharse de la ignorancia de las masas para pescar en río revuelto, pero cada vez lo tendrán más difícil porque la masa crítica de ilustrados sabe lo que hay porque lo han construido ellos. Se oye un día detrás de otro en los debates de las cadenas de economía foráneas: las empresas españolas están entre las de tecnología más actualizada del mundo. La balanza por cuenta corriente nos es favorable. Y cosas así que quieren decir que montar el pollo reivindicando derechos  inalienables cada vez servirá para menos porque se darán de frente con personas sin complejos que pedirán a cambio el sacrificio de la instrucción. ¿A cambio de qué pides tú eso? No, no, amigo, con eso que ofreces ni para cerillas. Prueba suerte con los de El País que a lo mejor cuela. ¡Son tan buenos! Y están tan a favor de los desfavorecidos... Ja, ja, dice Inaki que ayer daba pena ver a Rajoy en Berlín junto a Merkel. Daili que daili al panderu. 

lunes, 4 de febrero de 2013

¡Qué cruz, Señor!



En Francia tienen un grave problema que también es el nuestro. Desde la toma de la Bastilla, aquella nimiedad, para acá, no han parado de autoalabarse y cantar las gestas de la patria de forma tan desproporcionada que casi consiguen su propósito de olvidar ellos y hacer olvidar a los demás la más bien triste realidad de su historia. Claro, es un gran país, favorecido como pocos por la madre naturaleza y que por ello y otras cualidades que no vienen al caso ha marcado unos cuantos hitos a la humanidad. ¡Cómo no! Como cualquiera de los países de su entorno, hazaña arriba, hazaña abajo. O sea, que de guapos, fuertes y sabios, como los de cualquier sitio. Ya lo dijo una de sus eminencias más sobresalientes, La Bruyere: "La prevención del país, unida al orgullo de la nación, nos hace olvidar que la razón es cosa de todos los climas y que se piensa como es debido en todas las partes donde hay hombres".

Y en esas están, que si me apeo o no me apeo del burro de la belleza, fortaleza y sabiduría. Porque, claro, una vez más como a casi todo el mundo, a ellos tampoco les cuadran las cuentas y ¡de qué forma! Por todas partes se ven costuras reventadas. ¡Hacer algo, tíos, que nos vais a salpicar!, les aprietan sus vecinos. Bien, pues ya tenemos ahí otro Robin de los Bosques que promete quitar a los ricos para dárselo a los pobres. Y gana las elecciones, claro está, que la chusma es chusma en todas partes, incluida Francia, faltaría más. Los ricos, ya te digo, hoy aquí, mañana allí, donde más conviene, que si ancha es Castilla, o Francia, mucho más lo es Europa nuestra patria común. 

Y entonces va una de entre las glorias nacionales, Depardieu, y dice: me las piro al otro lado del seto. No por nada sino porque sabe que allí ya hace tiempo que desenmascararon las falacias que se esconden tras el mito de Robín de los Bosques. Quitar a los ricos para dar a los pobres, ¿pero en qué mundo vive esa gente? Bueno, tendrían que haber visto y escuchado las altas cotas de denigración a las que se ha hecho merecedor Depardieu. Tanto quererle todos durante tantos años para que ahora nos haga esto. El perfecto chivo expiatorio: ahora le matamos y seguimos todos encima del burro. Y a las cuentas que les den pol saco. Y, entonces, para despistar,  va Robín de los Bosques y se mete en una guerra en África que monopoliza todas las atenciones. ¡Bingo!

Evidentemente es penosísimo reconocer que se ha venido a menos. Que ya no te puedes pagar todos aquellos lujos de los que tanto te gustaba hacer gala. Aquellos deseos extravagantes que pasabas por delante de los morros a tus vecinos. Porque, de las necesidades, ni siquiera se te pasaba por la cabeza que hubiese que cuestionar el derecho inalienable a su satisfacción por ser vos quien sois. Deseos que habían pasado a ser necesidades. Necesidades que han pasado a ser deseos inalcanzables. El tiempo que todo lo trasmuta. 

Y en esas estamos todos, buscando Depardieus por todas las partes a quienes poder achacar nuestras carencias. Porque esa es la cuestión y la verdad de todos los entuertos, que los que buscamos culpables es porque tenemos carencias. Ni somos suficientemente guapos ni valientes ni listos ni sabios para enfrentar un mundo en el que hay que competir con los miles de millones que están saliendo de un letargo de siglos para convertirse en el espejo en el que no nos gusta mirarnos porque nos vemos feos y ruines.

En fin, ya digo, porque soy consciente de lo poco que puedo dar de sí que si no ahora mismo me iba por ahí a comentar con la gente lo que roban los políticos, sobre todo los del PP que como todo el mundo sabe son a los que más de lejos les viene el garbanzo al pico. ¿De qué, si no?

sábado, 2 de febrero de 2013

Don´t take it for granted



Digan lo que digan estos son tiempos maravillosos. Lo cual no quiere decir que las personas no tengamos derecho a la queja que no cesa. Las quejas, las cojas hijas de Zeus que corren tras el destino, o la Fortuna,  implorándole favores. O sea, más que nada remedios contra el aburrimiento, ese insidioso malestar que acongoja, supongo, porque no se le quiere reconocer como tal. No queremos, no nos gusta reconocer que nos aburrimos porque es tanto como aceptar un a modo de fracaso vital. Sólo los niños dicen la verdad: ¡Papá, me aburro! Pues machácatela hijo, le dirá el padre sensato.

Porque ahí está el punto y la madre de todos los equívocos, que el personal ha dado en creer que el nirvana es posible sin el previo y preceptivo machaque. ¡Ale!, así, un gusto detrás de otro por la cara bonita, por haber venido al mundo con una flor en el culo como vulgarmente se dice. Niños mimados  que no necesitan soñar porque les basta un clik para ponerse a ver porno. 

Decíamos ayer que si por mi fuera haría obligatoria en todas las escuelas de primaria la proyección de "El imperio de los sentidos". Hoy les añado otra obligación: la lectura de "My secret life". La historia de las penalidades que conllevaba en aquel entonces la consecución del más humano, por animal, de todos los deseos, el de aparearse. Y sobre todo el constatar la escasa rentabilidad, por muy penosa que sea su consecución, de todo deseo colmado. Pero, ya digo, en aquel entonces, porque lo que es hoy día... cuatro meneos y andando. 

Es tan fácil hoy día conseguirlo casi todo con tan poco esfuerzo... que el tiempo se eterniza y aplasta como una losa. Casa, comida, vueltas al mundo, sexo, drogas, rock-and-roll, we take it for granted. Como una especie de derecho de pernada por ser vos quien sois. 

Pero, ¡ay!, ya digo, falta el casi para ese todo. Ese casi donde se ubican los deseos que exigen dolorosas renuncias a cambio de dudosas rentabilidades. Son los deseos sublimes, imposibles de colmar. Esos deseos de largo recorrido y meta incierta. Es Glenn Gould empecinado en la perfección de las Variaciones Goldberg. Toda una vida tratando de alcanzar esa cumbre para mayor gloria de la humanidad en general. Aunque, bueno, la verdad es que tampoco hace falta exagerar: hay objetivos incolmables que no por más modestos son menos provechosos a efectos de una mayor gloria personal y general. La lista de posibilidades sería larga y sólo es cuestión de humildad y tesón engancharse a cualquiera de ellas para, si no exterminar, sí reducir significativamente el número de quejas.