lunes, 4 de febrero de 2013

¡Qué cruz, Señor!



En Francia tienen un grave problema que también es el nuestro. Desde la toma de la Bastilla, aquella nimiedad, para acá, no han parado de autoalabarse y cantar las gestas de la patria de forma tan desproporcionada que casi consiguen su propósito de olvidar ellos y hacer olvidar a los demás la más bien triste realidad de su historia. Claro, es un gran país, favorecido como pocos por la madre naturaleza y que por ello y otras cualidades que no vienen al caso ha marcado unos cuantos hitos a la humanidad. ¡Cómo no! Como cualquiera de los países de su entorno, hazaña arriba, hazaña abajo. O sea, que de guapos, fuertes y sabios, como los de cualquier sitio. Ya lo dijo una de sus eminencias más sobresalientes, La Bruyere: "La prevención del país, unida al orgullo de la nación, nos hace olvidar que la razón es cosa de todos los climas y que se piensa como es debido en todas las partes donde hay hombres".

Y en esas están, que si me apeo o no me apeo del burro de la belleza, fortaleza y sabiduría. Porque, claro, una vez más como a casi todo el mundo, a ellos tampoco les cuadran las cuentas y ¡de qué forma! Por todas partes se ven costuras reventadas. ¡Hacer algo, tíos, que nos vais a salpicar!, les aprietan sus vecinos. Bien, pues ya tenemos ahí otro Robin de los Bosques que promete quitar a los ricos para dárselo a los pobres. Y gana las elecciones, claro está, que la chusma es chusma en todas partes, incluida Francia, faltaría más. Los ricos, ya te digo, hoy aquí, mañana allí, donde más conviene, que si ancha es Castilla, o Francia, mucho más lo es Europa nuestra patria común. 

Y entonces va una de entre las glorias nacionales, Depardieu, y dice: me las piro al otro lado del seto. No por nada sino porque sabe que allí ya hace tiempo que desenmascararon las falacias que se esconden tras el mito de Robín de los Bosques. Quitar a los ricos para dar a los pobres, ¿pero en qué mundo vive esa gente? Bueno, tendrían que haber visto y escuchado las altas cotas de denigración a las que se ha hecho merecedor Depardieu. Tanto quererle todos durante tantos años para que ahora nos haga esto. El perfecto chivo expiatorio: ahora le matamos y seguimos todos encima del burro. Y a las cuentas que les den pol saco. Y, entonces, para despistar,  va Robín de los Bosques y se mete en una guerra en África que monopoliza todas las atenciones. ¡Bingo!

Evidentemente es penosísimo reconocer que se ha venido a menos. Que ya no te puedes pagar todos aquellos lujos de los que tanto te gustaba hacer gala. Aquellos deseos extravagantes que pasabas por delante de los morros a tus vecinos. Porque, de las necesidades, ni siquiera se te pasaba por la cabeza que hubiese que cuestionar el derecho inalienable a su satisfacción por ser vos quien sois. Deseos que habían pasado a ser necesidades. Necesidades que han pasado a ser deseos inalcanzables. El tiempo que todo lo trasmuta. 

Y en esas estamos todos, buscando Depardieus por todas las partes a quienes poder achacar nuestras carencias. Porque esa es la cuestión y la verdad de todos los entuertos, que los que buscamos culpables es porque tenemos carencias. Ni somos suficientemente guapos ni valientes ni listos ni sabios para enfrentar un mundo en el que hay que competir con los miles de millones que están saliendo de un letargo de siglos para convertirse en el espejo en el que no nos gusta mirarnos porque nos vemos feos y ruines.

En fin, ya digo, porque soy consciente de lo poco que puedo dar de sí que si no ahora mismo me iba por ahí a comentar con la gente lo que roban los políticos, sobre todo los del PP que como todo el mundo sabe son a los que más de lejos les viene el garbanzo al pico. ¿De qué, si no?

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