Porque ahí está el punto y la madre de todos los equívocos, que el personal ha dado en creer que el nirvana es posible sin el previo y preceptivo machaque. ¡Ale!, así, un gusto detrás de otro por la cara bonita, por haber venido al mundo con una flor en el culo como vulgarmente se dice. Niños mimados que no necesitan soñar porque les basta un clik para ponerse a ver porno.
Decíamos ayer que si por mi fuera haría obligatoria en todas las escuelas de primaria la proyección de "El imperio de los sentidos". Hoy les añado otra obligación: la lectura de "My secret life". La historia de las penalidades que conllevaba en aquel entonces la consecución del más humano, por animal, de todos los deseos, el de aparearse. Y sobre todo el constatar la escasa rentabilidad, por muy penosa que sea su consecución, de todo deseo colmado. Pero, ya digo, en aquel entonces, porque lo que es hoy día... cuatro meneos y andando.
Es tan fácil hoy día conseguirlo casi todo con tan poco esfuerzo... que el tiempo se eterniza y aplasta como una losa. Casa, comida, vueltas al mundo, sexo, drogas, rock-and-roll, we take it for granted. Como una especie de derecho de pernada por ser vos quien sois.
Pero, ¡ay!, ya digo, falta el casi para ese todo. Ese casi donde se ubican los deseos que exigen dolorosas renuncias a cambio de dudosas rentabilidades. Son los deseos sublimes, imposibles de colmar. Esos deseos de largo recorrido y meta incierta. Es Glenn Gould empecinado en la perfección de las Variaciones Goldberg. Toda una vida tratando de alcanzar esa cumbre para mayor gloria de la humanidad en general. Aunque, bueno, la verdad es que tampoco hace falta exagerar: hay objetivos incolmables que no por más modestos son menos provechosos a efectos de una mayor gloria personal y general. La lista de posibilidades sería larga y sólo es cuestión de humildad y tesón engancharse a cualquiera de ellas para, si no exterminar, sí reducir significativamente el número de quejas.
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