miércoles, 20 de febrero de 2013

Semáforos



Charlando ayer mientras pedaleábamos por esos caminos de Dios me enteré de cosa verdaderamente sorprendente, útil, sencilla y, sobre todo, envidiable. Parece ser que las autoridades académicas de Finlandia han decidido colocar en los comedores escolares unos semáforos conectados a sonómetros. Así es que cuando la presión sonora se incrementa y alcanza cierto nivel el semáforo se pone ámbar. Esa es la señal que avisa a los niños de que se están comportando inadecuadamente. Si no hacen caso y siguen aumentando el tono de voz el semáforo pasa a rojo y, supongo, los niños recibirán su merecido. Claro, éste es el tipo de medidas que explican el porqué de que los niños finlandeses estén entre los mejor educados del mundo. Porque, no es porque lo haya dicho Shopenhauer o el que sea, no, es que cualquiera que se haya parado un momento a observar habrá podido comprobar hasta que punto está relacionada la capacidad de soportar ruido con la falta de inteligencia. Si, por ventura, quieren certificar esa estrecha sinergia sólo necesitarán salir una noche, entrar en un bar de copas y escuchar los retazos  de conversación que se atisban entre la selva sonora. Tópico sobre tópico y sobre tópico uno, salidos de cabezas que no dan para más... mejorando lo presente. 

Por desgracia, la mayoría de las cosas nocivas de este mundo no son tan fáciles de cuantificar como el volumen sonoro. La estupidez por ejemplo, de la que también hablamos ayer mientras pedaleábamos, esa que quizá sea la característica más extendida entre el género humano, hasta tal punto que prácticamente nadie está a salvo de ella. Imagínense por un momento que alguien descubre la manera de cuantificarla. Luego, ya, conectar el artilugio a un semáforo y colocar todo el instalache en, por ejemplo, la gala de los Goya. Yo, ese tipo de eventos nunca los he seguido, pero por lo que he podido saber, no ha habido forma de evitarlo, en la del otro día hubo tales destellos de estupidez que la gente salió de allí conmocionada, los normales de disgusto, los estúpidos de hueco orgullo. Hubiese habido semáforo a tal efecto y sólo se hubiera hablado de "con la muerte en los talones" que es la gran cuestión que debiera preocupar a los que viven del cine.

Ciencia ficción en definitiva, pero conviene soñar que llegará el día en el que los semáforos se usen para controlar cualquier cosa que no sea la circulación rodada por el centro de las ciudades, que, por cierto, es una cosa que de existir semáforos antiestupidez ya haría tiempo que no habría lugar.  ¡Pues menuda somos los ciclistas!

2 comentarios:

  1. Lo de Finlandia: dale que te pego mandando a gente para que copien el modelo educativo y tal. No, mire usted, si la cosa es muy fácil: usted coge un país, pone unos impuestos de alcohol del noventa por ciento, cierra los bares a las diez de la noche, multiplica por ene la exigencia en la escuela de magisterio, como en una escuela de ingeniería, vaya (o tienes un nivel cercano al nativo en inglés, pongamos, o no te licencias). Subes el sueldo a los maestros de acuerdo con la nueva exigencia y, de paso, pones un clima de invierno crudísimo siete meses al año y con tres horas de sol al día en invierno. Si está tirao.

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  2. Sí, Jacobo, de acuerdo, está tirao todo menos lo de los bares y el alcohol. Aunque subiesen los impuestos al ciento noventa por ciento se seguiría consumiendo igual. Como la mariguana en cuyo consumo estamos a la cabeza de Europa curiosamente junto a Eslovaquia. Y más curioso todavía, en Holanda, donde es libre el consumo, no hay ni la mitad de fumadores que aquí. Los horarios de los bares, Dios mío, pero si la mitad de la economía de este país reside en la vida nocturna. Acuérdate de Salamanca.

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