Siempre he estado convencido de que andar divagando, o incluso quejándose, sobre las inclemencias del tiempo y sus dardos apestosos no es otra cosa que un síntoma de debilidad espiritual. Por debilidad espiritual interpreto yo ese estado del alma que propende a la dispersión y abandono de todo objetivo concreto. Como de no saber qué hacer con la vida que no sea soñar playas de arenas doradas y aguas azul turquesa, por poner un ejemplo de aspiración universal. Imagínense, los casi nueve mil millones que somos, todos disfrutando de sus sueños realizados. ¡Qué asco de playas entonces!
Se me ocurren estas inanes reflexiones porque se da el caso de que llevamos mes y medio que no para de llover y, según los pronósticos, los próximos días tendremos más de lo mismo. Lluvia, viento y frío, justo el remedio que mejor alivia las torturas del infierno, ese lugar en el que hace tanto calor que se arde en deseos de ir a la playa sin poder nunca conseguirlo porque están demasiado llenas. Como en Benidorm, o así, en pleno estiaje. Sí, lluvia, viento, frío, el gran remedio de todos los males si durase un año, dos, tres, de forma y manera que so riesgo de sucumbir el personal tendría que ingeniárselas para encontrar soluciones indoors, es decir de puertas para adentro, a sus angustias, ansiedades y demás desvelos que se cobijan bajo el paraguas de lo que se denomina puto y triste aburrimiento. O pereza mental, si más les gusta así llamarlo.
Resumiendo, que no ha sido por casualidad que me haya demorado hoy con la cosa de los meteoros porque es que se da el caso de estar amortiguando estos días aciagos mis ansiedades con el visionado de un curso impartido por Walter Lewing sobre "Electricity and Magnetism" para los alumnos del MIT. Y resulta que hoy le ha tocado el turno a
"High-Voltage Breakdown and Lightning", o sea, que nos ha estado explicando los intríngulis de los relámpagos, truenos y rayos utilizando para ello los más peregrinos medios que se pueden imaginar. Por ejemplo una cazuela. Lo que sea, el caso es que el hombre tiene una especie de gracia divina para mantener al auditorio en continua tensión y si, por casualidad, nota que se le distraen, provoca cualquier pequeño accidente a propósito del cual les recuerda que han pagado twenty four thousand dolars por ese curso precisamente.
Bueno, oye, hay que montárselo porque si los días son cortos el invierno es largo y, a lo que dicen los pronósticos, la próxima semana va a ser de aúpa. Así que ya conocen mi secreto y consejo, al mal tiempo, Walter Lewing por la cara.
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