lunes, 11 de febrero de 2013

Escaleras arriba, escaleras abajo.



Vuelvo a ver "Escaleras arriba, escaleras abajo", la gran serie británica sobre los treinta primeros años del siglo XX, cuando se produjo uno de los hechos más trascendentales de la historia de la humanidad, que no fue, precisamente, lo que se dio  en llamar la guerra de posiciones, o Gran Guerra, con toda su secuela de impresionantes instantáneas fotográficas, no, eso fue un hecho baladí si se le compara con la gran cuestión que cambiaría el mundo de forma radical y al parecer para siempre jamás, es decir, la sorprendente ascensión de las faldas de las señoras desde los inocentes tobillos a las insinuantes rodillas. Traspasado ese umbral, ya, todo lo demás, vino por añadidura.

El desmoronamiento de los pilares de un orden que había mantenido desde la noche de los tiempos, rodillas tapadas mediante, a los de arriba, arriba, y a los de abajo, abajo, de generación en generación. Es lo que tiene el destape, la desvelación del misterio y, con ello, la perdida del respeto. De ahí al "ponte bien y estate quieta" sólo hay un paso que hasta los más cobardes se atreven a dar. Y en esas estamos, que se diría que tenían razón los "proscritos" de Alar en su más provocativa e insistente afirmación: aquí nadie es más que nadie.

Pero volvamos a la serie y con ella a los intríngulis de la cuestión que nos ocupa, es decir, los de arriba y los de abajo. En uno de sus capítulos la necesaria tensión dramática viene dada porque Lord Bellamy, miembro destacado del partido conservador, ha decidido abstenerse en la votación de la ley que se va a pasar en el parlamento a propuesta del partido liberal acerca de la generalización de la enseñanza pública. Eso arruinará tu carrera política, le reprocha su archiconservadora por muy rica mujer. Tienes que tener en cuenta, le argumenta, los potenciales peligros para el orden establecido que se podrían derivar de la extensión de la educación a todas las clases sociales. Los conservadores nunca te lo perdonarán. Yo lo veo de otra forma, le responde Lord Bellamy que, no por casualidad, es de extracción social mucho más baja que la de ella e hijo de clérigo por demás. Así y todo, al final, Lord Bellamy votará en contra de la ley. Y no por nada sino porque, en el interín, las circunstancias de la vida le obligarán a sufrir en carne propia la desafección de lo suyos, lo cual, ¿cómo no?, le llevará a sesudas reflexiones sobre las ventajas de la inquebrantable lealtad, esa que hace, por ejemplo, que los perros sean tan queridos al margen de las detestables consecuencias sociales, por no hablar de las higiénicas, que ello trae aparejado.

Los de arriba y los de abajo, en realidad, si bien se mira, poco que ver con la longitud de las faldas y sí mucho, si no todo, con instrucción sí, instrucción no. Y por eso poco importa que el río truene de indignación porque, salvo imprevistos, cada uno está donde sus estudios le han puesto. Y esa es la grandeza de este mundo que vivimos aquí, que al haber escuela para todos, nadie tiene derecho a pedir compasión insultando... aunque, viendo lo que se ve por ahí, parece que hay muchos que todavía no se han enterado. ¡Pobrecillos! Qué poco saben del arte de mendigar. Hubiesen leído "Guzmán de Alfarache" y otro gallo les cantara.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario