Del infierno, como reza un famoso tango, mejor no hay que hablar. Baste mencionar que para eludirle en la medida de lo posible, justo ahora, llevo calzados en las orejas unos cascos conectados a Radio Clasique. No es que me apetezca escuchar música, en absoluto, es que escojo un mal menor que, mal que bien, me permite concentrarme en lo que me concierne que no es sino cualquier cosa que sea que me prive de la conciencia de que si todas las horas hieren, la última mata.
Del cielo, sin embargo, conviene hablar y mucho de cómo merecerle y, luego, retenerle. El cielo, también lo dijo Nosequién, es cuando el tiempo no cuenta. La eternidad que le dicen. O la inmortalidad si mejor quieren. La infancia para que nos entendamos. Cuando lo que predomina es eso que los técnicos llaman vida fantasmática que no es otra cosa que lo de "Gillermo y los proscritos". Un mundo por conocer y dominar en los jardines del vecindario.
Los proscritos y los jardines, eh ahí las dos cosas que es imprescindible cultivar so pena de sucumbir a la tiranía del tiempo. La amistad y el afán indagador. Lo uno sostén y motor de lo otro y viceversa. Como Dionisos y Apolo.
Anyway, para hacer el pino no queda más remedio que aprender a hacer el pino.
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