martes, 1 de abril de 2014

De la riqueza



De entre las experiencias que nunca he tenido y que me gustaría tener antes de estirar la pata está esa que consiste en echar un vistazo a los assets que tienes depositados en el banco y darte cuenta de que por mucho que despilfarres aquello apenas va a sentir merma. Comprendo que es una pretensión sumamente fantasiosa, pero nunca se sabe ya que si hay diosa caprichosa esa es la Fortuna. Conocido he personas que en siendo tan pringadas en el plano monetario como yo lo he sido siempre, de repente, de la noche a la mañana como quien dice, se han visto nadando en la abundancia y dando no poco de qué hablar a los que a su alrededor seguíamos necesitando del cálculo riguroso para todo lo que fuera salirse de las pequeñas necesidades. La sarnosa envidia, bien sur.

Yo, la verdad, tengo que decir en mi descargo que casi siempre fui prudente a la hora de enjuiciar las excentricidades de los súbitamente acaudalados. Y no por nada sino porque siempre estuve convencido de que de haber sido yo el agraciado seguramente hubiese cometido tonterías sin cuento. O quizá no, quién sabe. Y es que uno no puede juzgar en base a suposiciones porque las suposiciones son siempre más hijas de los sentimientos, o resentimientos, que de la fría razón. 

En cualquier caso, si de algo nadie fue capaz de convencerme es de que la riqueza es exclusivamente cuestión de disponibilidad dineraria a dojo, como dicen los catalanes. En eso vengo siendo discípulo desde los albores de mi uso de razón de un tal Diógenes que, fama es, que masturbabit caran populus, o algo así, Jacobo me corregirá. Tener o no tener poco quiere decir si no conocemos el sujeto. El sujeto del deseo que, por esas extrañas e infalibles leyes de la economía, gana o pierde valor añadido en función de su menor o mayor disponibilidad. Y aquí es donde reside el meollo de la cuestión, en descubrir el verdadero tamaño, o calidad, de nuestra ambición en función de la disponibilidad de lo que queremos. A partir de ahí, nuestra autoestima, o riqueza, crecerá no sólo en la medida que avancemos hacia el objetivo marcado sino, también, dependiendo de la calidad del objetivo.  

Así es que, a menor disponibilidad, mayor dificultad y, por tanto, tendremos que poner en ello todas nuestras potencias para avanzar un poco. Nada de entretenerse por el camino haciendo volutas para adornar la fachada. Todo lo accesorio no es adorno sino estorbo. Es la trampa en la que está preso el que dicen arte barroco, que, en mi opinión, de arte poco, y riqueza menos, de tan accesible como es a cualquier inteligencia y pequeña voluntad que no por otra cosa es que suele acabar alambicándose ad infinitum en una inútil búsqueda de originalidad. Hasta que una de sus propias circunvolutas se le enrosca en el cuello y muere asfixiado. 

Eso es lo que pienso, que cada uno intenta su propia forma de adquirir riqueza, ya sea sofisticádose en lo esencial que por naturaleza es dificultoso y dejando de lado lo accesorio por fácil, ya sea justo lo contrario. Personalmente me inclino por lo primero. Con lo segundo, considero como La Bruyere, que corres el riesgo de convertite en uno de esos "petits chargés de mille vertus inutiles; ils n´ont pas de quoi les mettre en oeuvre." 

Claro que una cosa es lo que uno piensa y otra el trigo que da. Su calidad sobre todo que a la vista y juicio está.

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