Les traigo esta anécdota a colación a propósito de un nuevo conflicto de intereses surgido al calor de la diseminación del uso de la bicicleta. La bicicleta, un vehículo que desde sus inicios tuvo un doble uso, ya sea como medio de trasporte ya como herramienta para el esparcimiento y el deporte. Cuando yo era niño, en su mayoría era utilizada como medio de transporte para las clases trabajadoras y, luego, la pequeña minoría que representaban los hijos de los burgueses que las usaban para ir de excursión sobre todo en los pueblos donde veraneaban. Después, por los años sesenta, con la llegada de la motorización, la bicicleta como medio de transporte se convirtió en un anacronismo. Se seguía usando para esparcimiento de los muy jóvenes mayormente en sus vacaciones rurales y, sobre todo, para la competición deportiva. Por lo demás, si alguien utilizaba la bicicleta para sus desplazamientos urbanos simplemente se le consideraba un excéntrico y no porque no se supiese que por esos países del norte era de lo más común. En fin, el caso es que por una serie de circunstancias que no voy mencionar ahora su uso se ha venido incrementando de unos años para acá hasta convertirse en verdadera moda. De hecho, no hay anuncio, ya sea de ropa o de seguro médico para jubilados, que no tenga un trasfondo de bicicletas. Una verdadera peste en el sentir de no pocos que han visto como hasta el simple deambular por las aceras de su ciudad se ha convertido en una actividad peligrosa.
Una peste por la sencilla razón de que los españoles no somos ni holandenses, ni daneses ni alemanes. Ni tan educados ni tan espabilados como ellos. Las ciudades se van acondicionando a cuentagotas mayormente sustrayendo espacio al peatón y, por otro lado, los ciclistas, casi todos neófitos, tienen miedo a ir por las calzadas atestadas de coches y utilizan las aceras como pista de entrenamiento. Resultado, mi amiga Maite tuvo que hacer reposo el año pasado durante seis meses a consecuencia de un choque fortuito con un criajo alocado. Para haberle partido la cara o, en su defecto, haberle sacado al padre una buena indemnización.
Luego están los deportistas. Porque ya se habrán dado cuenta que en este país el deporte es cosa seria. Quizá la única cosa seria. Entre runners, surfistas, ciclistas y demás que hay por ahí practicando, la verdad, no me explico que quede tanta gente para llenar los bares. Anyway, ciclistas que van por las carreteras de punta en blanco, que no les falta detalle. Aficionados a gisa de profesionales. Se diría que vienen de correr el Tour de la France. O el Giro de Italia acaso. Van en solitario algunos y los más en pelotón. Y cuando van por la ciudad circulan por la calzada. Luego, los ciclistas que turistean entre los que me encuentro. Vamos por la carretera pegaditos a lo orilla y sin mirar el cronómetro. De pueblo en pueblo parando en todos a repostar. Una minoría en todo caso que en terreno urbano compaginamos acera con calzada, pero siempre civilizados. Y, por fin, esos que gustan convertir el ciclismo en deporte de riesgo, que agarran su 4x4 le adosan las mountainbike y se van a los montes a recorrer las trochas sin importarles lo accidentadas que sean.
Y en esto llegaron los cazadores con sus ancestrales derechos de pernada y dijeron: estos putos señoritos nos están espantando la caza, así que si quieren deporte de riesgo lo van a tener hasta hartarse. Y empezaron a poner en práctica sus dotes de trampero. Colocaron, par-ci, par-la, semienterradas en el suelo de las trochas tablas con clavos, entre arboles por donde era inevitable pasar, hilo de naylon a la altura conveniente para conseguir el mayor estrago posible, en fin, gracietas de cazurro para que los mountainbaikeros puedan contar al llegar a casa aventuras de verdad.
Y así están las cosas y no sé en qué acabarán aunque me lo infiero, porque, por lógica elemental, en los conflictos de intereses siempre se sale con la suya el que lleva la escopeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario