viernes, 18 de abril de 2014

Mil a uno





Decía La Bruyere que "la prevención del país, unida al orgullo de la nación, nos hace olvidar que la razón es cosa de todos los climas y que se piensa como es debido en todos los sitios donde hay hombres". Y mujeres, of course, se sobreentiende. Bien, hoy día no sería prudente decir que piensas de otra manera porque se te tirarían encima todos, y todas, los que al no estar muy seguros de sus convicciones al respecto necesitan hacer grandes aspavientos para que no se les note. Porque el caso es que, a mí, que me importa un rábano lo que los demás piensen sobre lo que soy o dejo de ser, incluso si me dicen nazi, hay veces que los hechos constatables me obligan a pensar que hay colectivos humanos a los que por alguna razón la naturaleza les hizo disminuidos psíquicos, es decir, que, en contra de lo que pensaba La Bruyere, son incapaces de pensar correctamente incluso en las cosas más elementales. 

Ya sé que cuando alguna persona, o colectivo de personas está mal, lo más cristiano es argumentar con el señalamiento de un culpable exterior. Y es que quizá no haya cosa más humana que poner en acción el artificio conspiranoico para camuflar las propias carencias. Porque, no nos engañemos, la cosa va de carencias de las que, por el querer de los dioses, unos tienen más que otros. Unos están más dotados para el pensamiento abstracto que otros y ni siquiera una educación exquisita es capaz de balancear esa diferencia. Y de ahí que, abstración hecha de los favores puntuales concedidos por Fortuna, unos salgan mejor librados que otros de este berenjenal imprevisible que es la convivencia humana. 

En estas cosas tan, como digo, poco cristianas, pensaba ayer mientras veía un documental sobre una película que han hecho los palestinos de la Granja, perdón, Franja de Gaza a propósito de aquel soldado israelí que hicieron prisionero hace años y que después de mucho tira y afloja, que es para lo único que son buenos los infradotados, lo liberaron a cambio de mil prisioneros palestinos en manos de los israelíes. Al parecer ese intercambio de uno por mil es para los de Gaza el colmo de los colmos de todas las bienaventuranzas que los dioses les han concedido para poder demostrar al mundo que su causa está a punto de ver la luz al final del túnel. Y así es que mal aconsejados por sus torpes mentores los iraníes han decidido hacer una película sobre el asunto por aquello de la propaganda, porque, por lo demás, los ciudadanos de Gaza están protegidos por ley de las inclemencias morales derivadas de la visión de todo tipo de películas. 

No me digan que no es fabuloso pensar que es un gran triunfo exhibir ante el mundo que un israelí vale lo mismo que mil palestinos. Sin duda hay algo en esas cabezas, por lo que sea, que no voy a entrar ahora, que funciona de pena. Considerar que ser como la calderilla es cosa de la que enorgullecerse te pone al nivel de las cucarachas. No sé, pero si hubiese en Gaza algo de lo que La Bruyere mantiene la cosa no se sostendría como se sostiene. Haría ya tiempo que habrían concluido que uno por mil es como para pensárselo. En fin. 

Bueno, estas cosas las pienso de una forma, como se dice ahora, líquida. Sé que todo es terriblemente complicado, pero, así y todo, no deja de ser motivo de perplejidad y de necesidad de analizar para tratar de comprender como se pueden aceptar con orgullo esas diferencias de mil a uno cuando formas parte de los de a mil.  

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