martes, 15 de abril de 2014

Églogas




Me hablaba esta mañana Isi de las Églogas de Virgilio que anda leyendo estos días. El campo y toda esa ensoñación melancólica que suscita cuando se le contrapone a la vida agitada de la corte. Virgilio dio el pistoletazo de salida y, después, todo un género. Garcilaso de la Vega, que los únicos campos que debió pisar fueron los de las batalla que libró, nos cuenta;


El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabrosdo
estaban muy atentas, los amores, 
de pacer olvidadas, escuchando.

Bueno, yo he tenido la oportunidad de escuchar el lamentar de unos cuantos pastores y no sé, pero diría que cualquier cosa menos dulce. Desde luego las ovejas seguían paciendo y los mastines enseñando los dientes. Pero tengo que reconocer que ver desparramarse el rebaño por la ladera del cerro tiene, o tenía porque cada vez menos, algo como de apacible, con el sonido lejano de las esquilas y todo eso, aunque, después, leyendo a Adam Smith me he enterado de que ese desparrame es cosa perniciosa donde las haya. A no otra cosa son debidos esos montes pelados semidesérticos que ocupan medio mundo.  

En fin, que aunque soy de pueblo, o quizá precisamente por ello, siempre tuve una querencia por lo del elogio de la vida retirada a lo Fray Luis. Y a nada que me bajen las hormonas o lo que sea que da las ganas de vivir ya estoy fantaseando con las suaves ondulaciones cerealeras o las verdes colinas forrajeras. De hecho un par de veces en la vida tiré hacia delante y probé de esa medicina fraudulenta. A Dios gracias salí vivo del trance y con la firme convicción de que no hay mayor equivocación en la vida que la de tomar de asiento lo que por su propia naturaleza sólo puede, o debe, ser de paso so pena de descubrir el pastel y, por tanto, destruir todo el sustento de las ensoñaciones melancólicas. 

Los pastores con sus cayados y perros amaestrados, sí, quedan algunos, residuos asilvestrados en vías de extinción a D. G., pero la gran producción corre a cargo de tipos que utilizan las derivadas para optimizar el beneficio. Y de la producción agrícola mejor no hay que hablar porque lo primero que saldrá a relucir son esos tractores que extienden sus brazos y empiezan a arrojar todos esos millones de toneladas de productos altamente cancerígenos... en fin, que el campo real cualquier cosa menos bucólico a nada que, como digo, le tomes de asiento y no de paso.  

De paso, sí, claro, porque no te enteras de nada y eso permite ensoñar mientras pedaleas. Esos muros de adobe que bordean el caserío, esas colinas suaves como caderas de mujer donde la brisa mece las cosechas como si fuesen el oleaje de un mar primero verde y luego dorado, ese pastor con su cayado del que más vale no saber... un montón de cosas realmente pintorescas bordeando esas carreteras casi llanas, casi rectas, que conectan pueblos que compiten por el esplendor de sus iglesias y fiestas patronales.  

Eso es todo, el campo, un libro con hermosas ilustraciones... y con letras que es mejor no saber leer porque, de lo contrario, ni églogas ni madrigales sino un billete para el primer tren que pase por allí.  


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