sábado, 18 de julio de 2015

Coscorrones

Vengo de una familia que también tuvo su lote cuando lo de la famosa Guerra Civil... como si hubiese alguna que no lo fuese. Para ser más exactos, lo nuestro se produjo dos años antes de aquella guerra, durante la pristina República, cuando los socialistas, despechados por haber perdido las elecciones, montaron una revolucioncita que consistió sobre todo en ponerse a matar empresarios, que es lo que era mi abuelo. Así fue que uno de esos revolucionarios pilló a mi abuelo en la oficina, les descerrajó seis tiros en el vientre y, luego, para redondear la jugada, supongo, le arrastró, ayudado por unos camaradas, hasta la plaza del ayuntamiento, que estaba cerca del lugar de autos, para exhibir su hazaña. 

De estos hechos tuve conocimiento cuando ya era bastante mayor, lo cual, sin duda, está entre lo mejor de todo lo que debo a mis padres. Ellos podían haberme educado en el rencor como tanta otra gente de pasado similar hizo, pero prefirieron someterme a un tercer grado en la cosa de los estudios, es decir, que no me pasaban ni un desliz en las notas que, por otro lado, por lo general, hasta los ardores adolescentes, eran bastante buenas. En todo lo demás me dejaron campar por mis respetos que, como todo el mundo sabe, es la mejor forma de no parar de recibir coscorrones, por así decirlo, moldeadores de la personalidad.

Sea como sea, cuando ya expiraba la dictadura franquista andaba yo muy ufano y con cierta notoriedad por mis posturas antirrégimen. Recuerdo que más de una vez recibí con sorpresa los reproches de colegas del hospital: "parece mentira que viniendo de la familia que vienes andes metido en eso". Bueno, yo nunca vi a mi padre dedicarse a nada que no fuese su profesión. Sé también que una vez declinó la oferta que le hizo el Governador Civil de la provincia para ser alcalde del pueblo en el que vivíamos. Por lo demás, desde que tuve uso de razón para captar comentarios sarcásticos no paré de escucharlos en las reuniones de sobremesa mientras la radio daba el parte oficial. Aquellos partes en los que Su Excelencia siempre estaba en trance de pronunciar un trascendental discurso desde un estrado levantado al efecto. La verdad es que tenía coña aquello. 

El caso es que yo andaba muy ufano porque andaba a uvas. Rebeldía de adolescente en definitiva. Ingrato desafecto para unos, tonto útil para los otros. Como tanto coscorrón me había espabilao bastante no tardé en apercibirme de que estaba entre dos fuegos. Para entonces toda posibilidad de épica ya había pasado -la gente ya se manifestaba sin la menor traba- así que decidí pasarme al cánnabis y los festivales de jazz. Eso sí, perseguido de cerca siempre por la enemistad sañuda de los del "partido" para los que de tipo majo, posible adepto, había pasado a ser un revisionista, despreciable burgués. 

Les cuento esto porque estos días que corren los medios de comunicación vuelven de nuevo con el mantra de la "memoria histórica" que, como es bien sabido, es el sintagma con el que los idiotas quieren dar a entender que el mundo se reduce a cuentos de buenos y malos. Los pobres, en su discapacidad mental, no saben en qué trampa se están metiendo. La falta de coscorrones por una mala educación, ya digo.

Así es que, para terminar ya, les diré que cuando tuve conocimiento fiel de los hechos de marras sucedidos a mi abuelo durante la revolucioncita del 34 me asaltó la tentación de acercarme a las hemerotecas para recabar una información más pormenorizada. A D. G. supe contenerme. Algo me dijo que hurgar en los ancestros es propio de quien no está satisfecho de su presente. Además, qué hurgue medianamente honesto no te va a llevar a sorpresas desagradables. Como si hubiese ancestro sin tacha. ¡Por Dios bendito, que lo dejen ya! 

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