jueves, 16 de julio de 2015

Patio de vecinos

"Son tiempos para calibrar bien las promesas, sin dejarse llevar por las emociones." Así termina hoy su cotidiano editorial el director de La Vanguardia. Bien está que semejante gentuza rectifique y se dedique a desmontar la ficción que durante años han construido con denuedo suicida. Aunque, bien mirado, si el Sr. Director pretendiera honestidad intelectual, como parece, más le valiera explicarnos cuales fueron  los tiempos en los que dejarse llevar por las emociones a la hora de hacer promesas salió barato cuando no gratis.

Bien, a eso se reduce todo, a que los necios rectifiquen cuando el agua ya les llega al cuello. Lo estamos viendo por doquier. El mundo, por el querer de los dioses, se ha convertido en un patio de vecinos. Todos utilizan el mismo ascensor y tienen el mismo portero. Vendrán a vivir unos jóvenes descerebrados, o unos nuevos ricos con ínfulas, o unos pueblerinos zafios y, sí, habrá unos días de conmoción que no serán muchos porque lo impedirán los estatutos de la comunidad. Dejará de haber juergas por la noche, obras interminables y bolsas de basura pestilentes. Hasta los más obstinados comprenderán en dos días que les conviene someterse. 

Además, de la misma manera que la juventud es la enfermedad que menos tarda en curarse, la opulencia sobrevenida se evapora a la primera de cambio. Y eso por no hablar de la velocidad con la que los pueblerinos se urbanizan: una generación y todos sus hijos ingenieros. Todas las aguas vuelven al antiguo cauce que costó millones de años horadar. 

Estos días que vivimos viendo las aguas remansarse. Chiripas exhibiendo la sonrisa sardónica de los cadáveres. Los nacionatas catalanes convirtiendo en vodevil lo que iba a ser una epopeya. Los curatas iraníes sacando pecho hacia dentro para que no se note que pasaron por el aro. Los chinos con el culo prieto para que los gases de la burbuja que llevan dentro no salgan de golpe y les asfixien. Y así hasta que llegue otro vecino peleón a perturbar el patio y nos lleve nuestro tiempo doblegarle. En fin, que qué razón tenía aquel americano que dijo que la historia se había acabado. Le criticaron mucho, bien es verdad, pero ¿quienes? Los que siempre se equivocan, obviamente, más que nada porque gustan de hacer promesas movidos por las emociones. 

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