Convénzanse, el culpable nunca es el otro, en todo caso el idiota siempre sería yo. Es sobre esta humilde constatación que las personas y los pueblos avanzan y se consolidan. Como ven, sólo es una cuestión de principios, empezando, huelga decirlo, por el del empeño en dejar de ser idiota. Apasionante tarea, por cierto.
Se me ha ocurrido semejante maximalismo a medida que avanzaba por la lectura relámpago de los medios de comunicación que hago cada mañana. Cómo puede ser que sigan insistiendo en lo malos que son los alemanes. Por lo visto no tuvimos bastante con las películas de Hollywood. La dichosa propaganda del malo tú, bueno yo que a la larga, o a la corta, se materializa en rico tu, pedigüeño yo. Y en eso se acaba todo cuando esto se pone de idiotas que no cabe uno más.
Yo, no sé. Quizá sea por eso que les decía ayer de que sólo un 5% de los humanos es capaz de pensar. Pero, ¡leches!, algo se podrá hacer al respecto, digo yo. Un suponer, se me ocurre ahora, coger, agarrar "La riqueza de las naciones", empezar su lectura por la primera página y no soltarlo hasta haber acabado. Estoy seguro de que tal placentero esfuerzo algo de tontería quitará de la cabeza. La suficiente, en cualquier caso como para comprender que no es por maldad que los alemanes, o los americanos, o los judíos, o ahora los chinos, sean tan poderosos. Son lo que son, simple y llanamente por aquello que antaño se decía aplicación. Se cultiva la aplicación como principio fundamental y se relega la majoteria y el buen rollo a la categoría del parasitismo. Es duro, lo comprendo, pero mucho más lo es vivir del cuento. ¡Qué me lo digan a mí!
En fin, siempre ha sido y será lo mismo, las simpatías del pringao, por definición, nunca serán para "la dama de hierro" y sí, siempre, para el Chiripas de turno... que nunca faltará uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario