Cortesía de Jacobo
En mis largos viajes por el ancho mundo he tenido la oportunidad de tratarme con gentes de toda raza y condición y les puedo asegurar una cosa, rara es la persona que de una u otra forma no trate de dar a conocer sus saberes. Lo mismo que, también, huelga decirlo, sus posesiones. Y, cosa curiosa, es precisamente en estos terrenos donde la diosa paradoja mantiene más fuerte su imperio. Cualquiera habrá podido comprobar que suelen ser los que menos saben los que más presumen de lo que saben. Y lo mismo con el tener.
El invento paradójico nunca suele fallar por mucho que a veces parezca que se tambalea. Recuerdo al respecto un tipo que traté cuando anduve residiendo por las montañas de Cataluña que siempre andaba presumiendo de su fábrica de electrodomésticos y de su pertenencia a la junta directiva del Barça. Tanto alardeaba el tipo que un día, harto yo y aprovechando que pasaba por allí su padre fui y le dije que no me parecía muy inteligente lo que hacía su hijo porque al fin y al cabo no había día que no llegasen noticias de secuestros para pedir millonarios rescates. El anciano, un antiguo falangista reconvertido en catalanista, me miró de una forma que me hizo pensar que había metido la pata. Pero no me importó y, además, a los cuatro días se confirmó el axioma paradójico: el pueblo apareció forrado de pancartas insultantes a propósito de la quiebra de la fábrica de electrodomésticos. Al poco, también, creo que tuvo problemas en la junta del Barça de donde tuvo que salir en plan mohíno. En fin, que no falla. Lo dice el refrán: dime de lo qué...
Claro está que no se puede jugar lo mismo con el saber que con el tener. El uno es intangible y el otro tangible. Una diferencia considerable. El tener salta a la vista de cualquiera y el saber sólo al entendimiento de los que saben. Uno que tiene pasea por el pueblo y todos le rinden pleitesía. Un físico del CERN hace lo mismo y la gente ni le ve.
Bien es verdad que lo uno no está reñido con lo otro. No pocas veces, el que tiene es porque se esforzó en saber y luego utilizó ese saber para tener. También otros que acumularon riquezas las utilizaron luego para mandar a sus hijos a las mejores universidades. Pero, no nos engañemos, en general, saber y tener son dos mundos. Y el que sabe se regodea en su fuero interno porque siente el placer de la posesión. Y el que tiene, muchas veces lo he creído percibir, suele guardar un cierto recelo no exento de envidia hacia el que él cree que sabe.
A la postre, por muchas vueltas que se le dé, sólo se puede llegar a la conclusión de que no hay tener como el saber. No por nada sino porque es el único tener que no te convierte en criado de ti mismo. En fin, un consuelo en cualquier caso para los que lo único que tenemos es que creemos que sabemos cuatro cosillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario