miércoles, 10 de abril de 2013

Trenes regionales



A pesar de todas las patologías sociales que nos afectan y de las que se podría hablar hasta bien entrada la noche, nadie medianamente observador podrá negarse a la evidencia de que en este país muchas cosas han mejorado de una forma casi revolucionaria. 

Pongamos por caso los trenes, signo del progreso humano donde los haya. Pues bien, veníamos el otro día en un regional por las llanuras castellanas y de pronto noté unas como a modo de ganas de hacer de vientre. Estuve un buen rato haciéndome el remolón con la esperanza de que las ganas cediesen y así poder evitar hacer uso de las instalaciones sanitarias del convoy. En mi mente se agolpaban los recuerdos de las veces que acuciado por necesidades imperiosas tuve que evacuar consultas durante aquellos interminables viajes a los que me obligaban mis compromisos estudiantiles. Aquellos retretes en el extremo del vagón cuya puerta raramente cerraba y cuyas paredes estaban simbólica y literalmente embadurnadas de mierda. Sí, en aquellos receptáculos más que a evacuar parecía que ibas a entrenarte en el oficio de titiritero. Una mano para sujetar la manilla de la puerta, otra la tapa del retrete un pié para encaramarte... bueno, malabarismos en definitiva en esos momentos de la vida en los que la fisiología detrae del cerebro no poca capacidad de concentración. Total, que, como las ganas persistían, al final decidí acudir a los servicios y, se lo puedo asegurar, estaban impolutos. Había de todo. Papel para el culo, para las manos, agua. Como debe ser. 

Sí, recuerdas aquellos viajes y te maravillas de que haber podido sobrevivirlos para contarlo. Salías de Principe Pio a las diez de la noche y llegabas a Santander a las ocho de la mañana. Diez horas y diez personas en el departamento de asientos corridos forrados de skay. Diez horas y diez personas en el departamento cerrado a cal y canto para evitar las corrientes. Diez personas de las que por lo menos siete fumaban sin parar. Siete fumadores de los que por lo menos cuatro eran bronquíticos crónicos. Cuatro bronquíticos crónicos de los que por lo menos dos estaban en fase aguda. Bueno, comprenderán que aquello era más peligroso que "la diligencia" de John Ford. Y, sin embargo, logramos sobrevivir para contarlo. Pero con un regusto tan amargo que sin darnos cuenta salimos de Guatemala para entregarnos con ardor a los brazos de guatepeor: el automóvil, coñazo donde los haya. 

Sí, la verdad es que ahora te montas en un regional, pones las bicicletas en el lugar habilitado a tal efecto, te sientas, te quitas las botas y colocas los pies en el asiento de enfrente que siempre va vacío, sacas el kindle, o el bocadillo si es hora de comer, y lees, o comes, o miras por la ventana, y todos los viajeros igual, sin meter ruido, y el factor superamable te informa de lo que quieras, y, luego, que si pasas de sesenta años te hacen un cuarenta por ciento de descuento.  

Sí, desde luego, en cincuenta años, que no son nada, es como si hubiésemos pasado de la noche al día. Ahora ya sólo falta que todas esas capas retrógradas de la sociedad se den cuenta de lo que tienen y empiecen a disfrutar de las horas de luz. 

2 comentarios:

  1. Recuerdo todas esas cosas que cuentas como si fuera ayer. Lo de los retretes era terrorífico. Podía cogerte cualquier infección a poco que te descuidaras. Luego estaba lo del tabaco. A principios de los setenta estábamos mi madre, mi hermano y yo en un compartimento de esos para seis personas, entraron tres currelas de Renfe con su uniforme y todo y se pusieron a fumar. Mi madre les llamó la atención señalando el cartel de prohibido y ellos le respondieron que eso era solo un adorno, que si lo sabrían ellos que eran de la empresa...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Para seis personas, dices, eso, cuando lo mío, era para millonarios. Y sí, los currelas de Renfe han mejorado, a la fuerza ahorcan. Deben de andar todos con el culo prieto pensando en el próximo ERE.

      Eliminar