Como era de esperar todos han dicho que al adolescente ese que se ha cargado a un profesor y herido a otros cuantos nadie le había notado nada especial en sus comportamientos. Bueno, claro, salvo que estaba obsesionado con las armas. Es lo de siempre, no se nota nada porque está muy mal visto notar. Sobre todo cuando lo que se nota canta. Entonces, si dices algo, eres un intolerante, o un facha, o un xenófobo, o cualquier cosa que te inhabilita como ser pensante. ¿Porque, cómo no va a cantar que un niño sea aficionado a las armas en estos tiempos de blandurrez que corren por estos pagos? Francamente, yo de haber sido su profesor no le habría quitado la vista de encima. Lo mismo que no se la quito hasta que desaparece por el horizonte a uno de esos jóvenes que se hacen acompañar por un perro de los considerados peligrosos. Porque, vamos a ver, ¿es que es muy normal esa necesidad de protegerse o amedrentar que se esconde tras la afición a las armas o el amor a esos perros?
Que nadie me venga con milongas comprensivas, por favor. Hay gente que está rematadamente mal y por eso hace lo que hace con la intención de consolarse. Vana intención, por cierto, y por eso es tan peligroso hacérselo notar a las bravas, que es como privar de sus muletas a un paralítico. Pero bueno, para eso está el tacto que le dicen o, en su defecto, el oficio de los especialistas en las cosas de la psique. Sea como sea, y aún a sabiendas de la imposibilidad de preverlo todo, una cierta perdida de esa inocencia, que más bien es tontería, respecto de la corrección política al tratar los temas relacionados con la seguridad no vendría mal. Porque, sobre todo desde que los socialdemócratas parten tanto bacalao, hay un verdadero entusiasmo por el eufemismo que no es otra cosa que el intento, también vano, de dulcificar una realidad que, como todo el mundo sabe, es sobre todo tozuda y tarde o temprano acabará por enseñar sus dientes.
La tozuda realidad, esa es la cuestión, que prácticamente todos y cada uno de nosotros sufrimos, a veces en demasía, por cuestiones las más de las veces banales. Sólo hay que observar a los más próximos y, no digo ya, a uno mismo. En vez de dar gracias a los dioses omnipotentes por todo lo que tenemos, nos dolemos sin remedio porque un oscuro objeto del deseo se nos hurta. Un malestar difuso que se traduce en ansiedad, angustia, mala leche... y si en esas estamos y va el demonio y las enreda, pues eso, que a nadie le puede extrañar que hagamos cualquier tontería e, incluso, barbaridad.
Así que, ya digo, si no conviene perder de vista a nadie, empezando por uno mismo, no digo ya lo que habrá que vigilar a un adolescente aficionado a las armas o los perros peligrosos. Porque para cualquiera que no este obnubilado por el síndrome socialdemócrata esos serán síntomas premonitorios de conductas imprevisibles y tirando a malos agüeros. En fin, que mejor facha que fiambre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario