jueves, 16 de abril de 2015

Teogonias

Es obvio que el conocimiento de la realidad del mundo es muy limitado. Por mucho que parezca que se sabe no nos hemos distanciado mucho de los que pintaron los bisontes de Altamira. Y tampoco parece probable que se vaya a llegar mucho más allá de donde estamos, constatación ésta que para muchas personas es más de lo que humanamente se puede soportar. Y de ahí supongo es que hayan surgido a lo largo de la historia multitud de explicaciones que lo único que tienen en común es lo niquelado que queda todo el asunto a condición únicamente de creer lo que no vimos. Es decir, de tener esa cosa que por lo visto, según afirman los que la tienen, es un don de Dios impagable, a saber, la fe.

Para mí, sin embargo, lo de tener fe no es otra cosa que una muleta que permite transitar por la vida con más o menos disimulo a los que sufren, ya sea de cortedad mental, ya sea de cobardía estructural. Por así decirlo, con la fe los alimentos del espíritu se te dan ya masticados y digeridos. Tú, sólo tienes que absorberlos y a vivir que son dos días.  Así que, qué de extraño tiene que los creyentes anden por el mundo tan ufanos, seguros de sí mismos y, sobre todo, dispuestos a masacrar a todo aquel que de muestras de vivir tan guapamente sin necesidad de acogerse a tan digeridos alimentos: los infieles.

Y que conste que no me estoy refiriendo aquí a musulmanes, cristianos, judíos, hindús, budistas y demás formas exageradas de la patología creyente, no, estoy tratando de indagar en esas formas sutiles de las que nadie se libra por aquello de que nadie escapa en el transcurso de la vida a un mal momento que desbarata las defensas y te deja a merced de los vendedores de humo. Y entonces vas y te adhieres a lo que sea que te alivia el marasmo y te proporciona como un a modo de aura que al facilitar la vida inutiliza el discernimiento. Y ya estás pringao para los restos y, encima, contento de estarlo. Y, ¡ay de quién te lo cuestione! La lista de improperios que te proporciona la fe es ilimitada como ilimitado es el miedo del que no se reconoce. 

En fin, Pilarín, y con esto y un bizcocho me voy por ahí a ver si encuentro un descreído que echarme al coleto. Difícil me lo pongo.

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