martes, 14 de abril de 2015

Declinismo

Yo, ya, prácticamente nunca viajo en coche, pero cuando lo he hecho creo recordar que el parabrisas, salvo en caso de lluvia, ha permanecido igual de limpio desde el comienzo hasta el final del trayecto. Es una cosa que no llama la atención, pero, sin embargo, si miramos un poco para atrás, tendremos la visión de unos parabrisas trufados de insectos despatarrados y, en algunos casos, con notable efusión sanguínea. En un viaje de Barcelona a Salamanca, por ejemplo, era imprescindible limpiar el parabrisas a medio camino so pena de continuar a ciegas. Sin duda, no por pasar desapercibido deja de tener este cambio una significación que viene como de molde para sustentar las teorías de esa corriente filosófica que se ha dado en llamar declinismo.

En realidad, por lo que he podido colegir escuchando a los infatigables especuladores franceses, el declinismo no es más que el intento de elaborar una sofisticada teoría para explicar algo tan simple como es la sensación que tiene mucha gente de que se está yendo a menos. Algo, por otra parte, absolutamente inevitable cuando se llebavan demasiados años creyendo que todo el monte es orégano. 

Pues sí, los insectos se han esfumado de las carreteras y sus alrrededores, o sea, de la faz de la tierra. Y con su desaparición los pájaros que se alimentaban de ellos también han huido a mundos más propicios. La cadena, supongo es infinita y, los declinistas, que las pillan al vuelo, ya están casi viviendo aquel viejo ideal en el sólo subsistían a la debacle las especies más resistentes, o sea, cucarachas, ratas, acaso algún córvido, y unos cuantos humanos que viven en el desierto en plan Max Mad. 

Yo, a este respecto declinista, ni entro ni salgo que bastante tengo con lo mío. Pero sí creo percibir que hay en el mundo demasiada gente que por descuido se lo acaba tragando todo. Desde una ópera de Wagner a un resort en el Caribe, pasando por las delicias de la cocina esferificada y la práctica del canicross. Y, claro, de antiguo es sabido que no hay motor para la melancolía como la glotonería de placer y buen gusto. Sobre esto hay un corpus doctrinal dejado por los pensadores del Bajo Imperio en el que no queda resquicio a la duda. 

En fin, que sí, que ya no vemos estrellas ni nos pican los mosquitos, ni nos salen sabañones, ni todas aquellas cosas de cuando éramos felices porque cada día que pasaba adquiríamos un nuevo cachivache. Ahora hay que conformarse con ir tirando con lo que hay que, como digo, es penosamente trabajoso a nada que quieras añadirle un poco de picante. 

Por lo demás, supongo, todo es ley de vida. Lo de abajo sube y lo de arriba baja. Así que el único consuelo que nos queda es el del chiste: disfrutar lo que dura dura. Y allá cuidados, como los corderos asados de Terete.  

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