Ayer vi en la cadena LCP un programa que podríamos calificar de drole. El invitado estrella era un tipo fornido, pero con una pinta de pobre hombre que tiraba para atrás, que como todos los invitados en los platós franceses había escrito un libro. ¿Qué francés no escribe un libro a nada que le pase que no sea tirarse un cuesco? El libro en cuestión se titula "Mi compañera, mi verdugo". En él relata todas las sevicias sufridas en los años de convivencia con su mujer. Sevicias que contó en el plató y que a mí me costaba creer. Porque a menos que su mujer hubiese sido una campeona de lucha libre era de todo punto incomprensible. Le había pegado tales palizas que había necesitado sucesivos ingresos hospitalarios, el último de seis meses de duración, en los que se le habían tenido que practicar siete intervenciones quirúrgicas reparadoras. Hasta el agua, literalmente, le había quitado, así que andaba el hombre por ahí que no se le acercaba nadie de cómo olía e, incluso, divorciado ya y con todas las reparaciones concluidas, sigue teniendo pinta de sucio, qué le vamos a hacer. En fin, cómo sería la cosa, que denunciados los hechos y celebrado el juicio le cayeron a la tipa siete años de prisión sin remisión de penas por buen comportamiento.
Lo más curioso de todo es que no se trataba de un caso aislado. Salieron otros hombres, todos con pinta burguesa, a contar sus casos. Incluso, como ahora se filma todo, pasaron una larga secuencia de agresiones físicas de mujeres a hombres captadas en lugares públicos. Parece ser que la cosa es mucho más común de lo que pudiera parecer a primera vista. A pesar de las naturales renuencias del macho a reconocer que su hembra le zurra, cada año hay unas 1600 llamadas de hombres en apuros a un teléfono que el gobierno ha instalado a tal efecto.
Para redondear el programa salieron opinando dos abogadas especializadas en violencia de género. Sostuvieron que siempre se trata de hombres bien educados, con buena posición económica que, por lo que sea, se muestran débiles ante mujeres a las que sus padres nunca les negaron un capricho. Bueno, no hacen falta muchas explicaciones porque todo el mundo conoce ejemplos o tiene experiencias al respecto. Ya se sabe lo que en no pocas ocasiones se esconde tras una carita de ángel y, por otra parte, hay todavía por ahí demasiadas Lady Macbeth que no se las pueden apañar por sus propios medios y tienen que seguir recurriendo a la destrucción de un marido para épanouir.
En fin, que en todos los géneros cuecen habas y ya va siendo hora de que las feministas nos dejen de dar el turre con sus reivindicaciones desfasadas, por lo menos en estos países occidentales, y se preste más atención, como ya se hiciera en la antigüedad clásica, a las naturales carencias de la condición humana que n´epargnen personne, como dicen los franchutes.
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