Hace muchos años ya que apenas leo novelas. Se me suelen caer de las manos. Creo que la última española que leí fue "Juegos de la edad tardía", de Luis Landero, una muy ingeniosa y divertida recreación del Ingenioso Hidalgo. Vivía por entonces en Salamanca rodeado de chavales que no hacían sino pasarme libros con la intención de que luego les comentásemos. Sobre todo uno que se llamaba Rogelio, un verdadero letraherido desde que su padre le mandó a pastorear ovejas por la Siberia Extremeña como castigo por sus bajos rendimientos académicos. Él fue el que me habló con entusiasmo de la novela de Landero. De Rogelio perdí la pista completamente, de Landero, poca cosa, algún artículo que me pareció siempre de escasa enjundia e, incluso, intenté sin éxito leer algo que escribió a propósito de la guitarra de la que es un experto tocaor.
El caso es que, por lo que fuere, hoy ha caído en mis manos un artículo de Landero. Muy largo para empezar. Muy jeremiaco para terminar. Después de hacer un bonito canto del paso de la literatura a la filosofía, para, como dice, no acabar convertido en carne de cañón, se lanza a criticar al gobierno porque no hace lo que debiera para fomentar su aprendizaje. En definitiva, uno más de esos intelectuales a la violeta con nostalgia de despotismo ilustrado. "Triste país el nuestro. Trabajando cada cual para obtener sus pequeñas ventajas, nos estamos labrando entre todos la desdicha colectiva", apostilla. La verdad, no entiendo semejante pesimismo si no es por una súbita interrupción de algo que estaba tomando. Bueno, puede ser también que todavía esté en eso de las preferencias ideológicas y no lleve bien que gobiernen unos que les dicen de derechas más que nada para diferenciarles de otros que les dicen de izquierdas por más que tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando.
Es cansino escuchar a tanto notable, el otro día el Gran Ferlosio, lamentarse por los males incurables de la patria. La verdad, no sé de dónde viene esta gente. O en qué burbuja viven. Porque hay que estar sordo, ciego y cerrado a la realidad para no darse cuenta de que este país ha multiplicado en los últimos años por lo menos por mil la gente que prodiga sus esfuerzos a las cosas del espíritu. Se lee más y mejor de todo. Se entiende mejor el cine, el teatro y la música. Se compite sin complejos con los mejores del mundo en todos los campos de la creación. No somos unos cracks, desde luego, pero somos un país que vive muy bien y no precisamente gracias a sus recursos naturales, a no ser que por tal tomemos el ingenio y la creatividad de sus ciudadanos. Ya digo, es cansina tanta negra premonición cuando en realidad lo que pasa aquí no es más que, por lo que sea, que no voy a entrar ahora, hay un exceso de tolerancia hacia los irrespetuosos, es decir, hacia toda esa gente desgraciada que necesita hacerse notar, por lo general desagradablemente, para consolarse de sus desdichas. Y eso, claro, envenena la cotidianidad del ciudadano pacífico, ya sea porque impide la concentración del ocupado, ya sea porque dificulta la recuperación del cansado, ya sea porque eleva a dolorosa la hipersensibilidad de los ociosos crónicos, léase viejos, que como es natural se alivian por medio del manido recurso de la queja. "Y tanto placer había/ en quejarse, un sabio decía..."
Siempre se quejaron los viejos, por otra parte. Son los juegos de la edad tardía. De las acaballas como dicen los catalanes. Supongo que para los que están en trance de entregar la moneda a Caronte pensar que es una mierda todo lo que hay de este lado del Leteo tiene que ser un gran consuelo. En fin, qué vida esta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario