domingo, 31 de marzo de 2013

Tiranías hereditarias



Dice Jacobo que los de las filas de atrás tienen pinta de no haber comido un filete en su vida.

Supongo que formo parte de esa inconmensurable legión de personas que, por lo que fuere, eligió una profesión que, aparte de una subsistencia bastante llevadera, no me ha proporcionado especiales satisfacciones ni mucho menos. Más bien, coñazo no exento de desesperación y ganas de salir corriendo en no pocas ocasiones. Y quizá sea por eso por lo que suelo envidiar tanto a los que parece irles la marcha que eligieron. Fueron más inteligentes o tuvieron más suerte cuando decidieron esa parte concreta del destino que quizá sea de las pocas en la que nos es dado meter baza. 

El caso es que no me quiero justificar ni menos echar la culpa a mi padre que, en última instancia, fue el que me convenció para que siguiese sus pasos y estudiase medicina, materia por la que yo no sentía especial atracción. Él siempre se andaba quejando de lo sacrificado de su profesión y, aunque sólo tuviese que subir a una cabaña por la noche de Pascuas a Ramos, cualquiera que le escuchase pensaba que era día sí y otro también. La verdad, a mí aquello no me gustaba un pelo, prefería estudiar farmacia que, en la de Titolorio, justo allí al lado, siempre había tertulia en la rebotica y olía bastante bien salvo cuando hacían cuajo. Pero las cosas son como son y, por un lado, que si nosotros no tenemos dinero para ponerte una farmacia y , además, que le había dicho Palanca, el director general de la cosa que tomaba las aguas en el balneario, que iban a hacer muchos hospitales e iba a haber mucho trabajo para los médicos. Bien, en esto último estaban bien informados, que duda cabe. Total, que al final me daba un poco lo mismo lo que fuese con tal de largarme a Valladolid que contaban maravillas de lo que allí pasaba. Luego, como todo en la vida, resultó ser casi nada. Y eso que fui mal estudiante con ganas. Aquello de la disección de los muertos me revolvía las tripas por lo que me escaqueaba todo lo que podía. Pero esa es otra historia.

Traigo esto a colación porque andaba comentando con Jacobo a propósito de Kim Jong Un, ¿zumbao o inteligente?, el líder carismático de Corea del Norte, hijo y nieto de lideres carismáticos a su vez. Eso sí que es un destino predeterminado y no el mío por mucho que me queje. ¿Se quejará también Kim Jong Un? Parece que no. Por el contrario, se le ve más bien entusiasmado. Claro que puede ser porque en aquel colegio exclusivo de Suiza al que le envió su padre le enseñaron muy bien a disimular. Sea como sea, la impresión que me da es que le va el mando en plaza y que si la junta militar que le puso donde está quiere manejarle se va a tener que dar prisa porque cuando lleve un par de años en el poder va a ser tan experto en firmar órdenes de defunción que no va a haber quien le tosa. El poder absoluto, infiero, debe de ser de las cosas que más rápida y pegajosamente producen adicción.  

Otro caso curioso a la vez que muy similar al de Kim Jong Un es el de Bashar Al-Assad. Parecía un buen chico, practicando la oftalmología en un hospital de Londres y, de la noche a la mañana, ahí le tienen, agarrado al poder caiga quien caiga que, por cierto, lo son a millares. Y, según decían el otro día en la BBC, es muy posible que se salga con la suya. Para algo le tendrá que servir saber arreglar ojos, digo yo. 

También, por lo visto, Mubarak tenía preparado un hijo para sucederle. Pero no se dio prisa en morir y pasó lo que pasó. Son los caprichos de la historía, tan imprevisibles como los terremotos, que, por cierto, y perdonen el inciso, parece que les han perdonado la vida a aquellos desgraciados sismólogos que no supieron prever lo de Fukosima. 

En fin, que esto de las tiranías hereditarias tiene su miga. A algunos les va de perillas y a otros, supongo, creará frustración que, por otro lado, si se sabe aprovechar, suele dar buenos frutos. En cualquier caso, heredar la tiranía, o el reino, o  el oficio, qué poco se acompasa, me parece, con el signo de los tiempos, o sea, con la libertad de escoger, lo cual, perdonen la pedantería, exige en primer lugar tomarse la penosa molestia de "matar al padre" y enterrarle bajo siete pies de tierra. Por lo menos. 

viernes, 29 de marzo de 2013

Ordalías colectivas



Es lo que tiene ser viejo, que no es que te alegres, pero reconoces que te viene bien el triste hecho de que llueva cuando las fechas son convulsas por la afluencia masiva de desocupados a los dispersos centros de ocio. Llueve, así que a quoi bon salir por ahí a mojarse y agarrarse lo que uno no tiene gracias a Dios. Maravillosa excusa para quedarse en casa gozando de las delicias de una existencia comprometida con las soluciones indoors.

De aquí para allá, to and fro, par ci par là, para todos los gustos, el caso, parece ser, es no parar. Está en la esencia del ser humano, qué duda cabe. Y me río yo de todas esas filosofías orientales que relativizan el ser y preconizan la vida contemplativa, la ataraxia y demás mandangas. Mi experiencia personal es que o mueves lo de dentro o mueves lo de fuera. O las dos cosas a la vez, aunque una más que otra o viceversa. Personalmente, por edad o lo que sea, prefiero mover lo de adentro, tendencia que se ve agravada al máximo cuando llegan estas fechas convulsas y el entorno te incita a sumarte a la ordalía. Entonces se pone a llover y es como si hubiese llegado la liberación ansiada. Como si todas las aguas volviesen a sus cauces naturales, porque reconocerán conmigo que de naturales no tienen nada estas convulsiones sociales que al final se traducen en miles de millones, o billones, o acaso trillones, de toneladas de CO2 suplementarias que arrojamos a la atmósfera con lo pachucha que según dicen ya está ella de por sí.

A tal efecto, cuando llegan estas, como digo, ordalías colectivas doy en acordarme de aquel ciudadano de pro que era Fernando Fernán Gómez. Decía que para él las vacaciones era quedarse en casa tumbado en la cama leyendo  tebeos. Bueno, claro, él tenía sin duda una vida fascinante y no necesitaba de suplementos vitamínicos para rencomponer el ego o, si quieren, mejorar la autoestima, esas cosas que por lo general tienen rotas y por los suelos todos esos millones de ciudadanos de segunda que no ven llegar la hora para agarrar el coche, o el avión, o lo que sea, y lanzarse a la conquista de, por lo menos, los espacios siderales... o casi, según nos dan a entender por la flema con que soportan las torturas propias de toda ordalía que se precie de tal. 

En fin, allá cada cual y que con su pan se lo coman. Si les sirve, como dan a entender que es, pues bendito sea Dios. Porque todo sirve para el convento, es decir, el PIB... por lo menos a corto plazo que, a largo, muy mucho me temo que no es oro de ley todo lo que reluce, a las pruebas me remito. Que por falta de ordalías no será que hemos entrado en esta crisis que, si por mí fuera, Dios tenga a bien conservarnos por los siglos de los siglos. 


miércoles, 27 de marzo de 2013

¿Te acuerdas?



Hemos ido a pasar el día en Somo. Es una opción como otra cualquiera, pero hay allí un restaurante en el que nos dan trato de buenos clientes a pesar de que nunca nos salimos del menú. Parece que no, pero el hecho de que haya un lugar donde esperas comer bien cuenta mucho a la hora de elegir donde vas a matar el día de asueto. Luego, además, la playa, las dunas, por lo general todo ello desierto, o casi, en invierno, que es atractivo innegable para los espíritus melancólicos. 

Parece que el tiempo se va a torcer. El día asurado por la mañana, con temperaturas anormalmente altas, se ha dado la vuelta al típico fresco general procedente de Galicia en el escaso periodo que empleamos en comer en la terraza. Nuestro gozo en un pozo. El tiempo de sobremesa al sol se da por esfumado. Todo es sorber el café a toda mecha y salir pitando. Nos acercamos a la playa en un último gesto de optimismo, pero ya empieza a lloviznar y el viento a rugir con amargura. Todavía es tiempo para ir a tomar la barca de las cuatro menos cinco. 

No se sabe de donde ha salido tanta gente. Parece que no vamos a caber todos en la barca. Es curioso, pero cuando la gente anda desperdigada alrededor de algo parece que son muchos más que cuando, luego, toman asiento de forma ordenada en ese algo. Efectivamente, la barca venía animada, pero no abarrotada ni mucho menos. En la bancada tras la nuestra hay media docena por la media edad en animada charla. El hecho de que venga somnoliento, por los humos del nitrógeno que diría Baroja, no me impide oír lo que dicen. Bueno, aunque hubiese querido no hubiera podido evitarlo. Porque es que cuando la gente empieza a blasonar y competir por la largura de cualquiera de sus cosas es normal que levante la voz para enfatizar. Supongo que ese es un recurso pobre de la prosodia, pero suele ser el único del que disponemos los limitados. 

Alegaba uno que había visto no sé qué en Turquía y le respondía otro con algo de lo que le había pasado en Noruega. Un tercero no se quedaba corto y saltaba al singular orden y concierto de Singapur. Un cuarto se decantaba por el continente negro y sus muchas pequeñas anécdotas. El quinto prefirió emular a Miguel Strogof a golpe de transiberiano hasta la remota Vladivostok.

¡Dios, para que luego digan que la gente de provincias no es cosmopolita! Saltamos de la barca al muelle y corremos a cruzar la calzada para tomar el autobús porque llueve con ganas. La marquesina está abarrotada y hay que esperar a la intemperie. En el panel lateral de la citada marquesina el ayuntamiento ha colocado uno de esos anuncios que dicen institucionales y por el que es seguro que habrá pagado un buen pico a algún "creativo" afín a la ideología en el poder. Sobre fondo blanco hay un texto caligrafiado por alguien que un grafólogo calificaría de persona anodina. Dice el texto: "¿Te acuerdas cuando decíamos que en Santander no había nada que hacer?


lunes, 25 de marzo de 2013

Por una cabeza



Hace tiempo escribía yo en no sé donde sobre la extraña manía que tienen los países católicos de entronizar en lugares prominentes de sus ciudades lo que se dio en denominar un Sagrado Corazón. Hay diversas versiones del invento, pero siempre es un tipo esbelto de facciones afiladas y cabellera por los hombros. Las más de las veces suele sostener con la mano izquierda a la altura del pecho un corazón rodeado de una corona de espinas y con una cruz en su cima. Con la mano derecha imparte bendición, no sabemos si de las de andar por casa o urbi et orbi. Para el caso es lo mismo. Bien, argumentaba yo que vistos los resultados y dadas las circunstancias, quizá fuese bueno para la Iglesia y sus fieles, que son muchos más de lo que algunos se piensan, que en vez de tanto corazón se empezase a tener un poco más en cuenta el cerebro. Ya saben, la simbología al uso achaca al corazón los sentimientos y al cerebro la inteligencia. Huelga comentarlo.

El caso es que me acabo de enterar de que la canción preferida de este Papa argentino que tanto está dando que hablar es un tango que se titula "Por una cabeza". Claro, dirán muchos que qué importancia puede tener la canción que más le gusta al Papa. Pues, hombre, bien es sabido que todo es relativo, pero las cosas del Papa nunca pasan desapercibidas. Se sea o no se sea creyente, si uno observa verá que millones de seres se mueven excitados cuando están a su alrededor y, por otra parte, qué mejor prueba de su importancia que ver como le rinden pleitesía los mandatarios del mundo mundial. Por así decirlo es como el hechicero de la tribu sin cuya anuencia es difícil tener un mandato tranquilo. Porque el hechicero no sólo hace magia potagia con el vino y el pan, también dice lo que está bien y está mal. Y, como enfile a alguien, que se ate bien los machos.

Ya el Papa anterior dio no pocas pruebas de que lo suyo era más la cabeza que cualquier otra víscera, aunque no lo hacía demasiado explicito porque sin duda era un hombre discreto y quizá tirando un poco a apocado. Pero este Papa, porque es argentino, porque es jesuita, por las dos cosas y otras cuantas más, el caso es que no esconde sus preferencias que, como digo, se decantan por la cabeza. Sentir, con el corazón o con lo que sea, sí, claro, pero luego usar la cabeza para pensar en lo que se siente. 

Tiene su importancia, desde luego, lo que diga y haga el Papa. Y, por cierto, que me han contado que el otro día dijo algo sobre los perros y la aberrante atención que se les presta. Ni que decir tiene que con lo que a mí me afecta ese tema me pareció de perlas. En fin. 

viernes, 22 de marzo de 2013

Hagamos tonterías



"Aquí yace uno porque, estando bien, quiso estar mejor". Es un epitafio gracioso. Y no porque se refiera a esa clase de gentes que no les pasa nada pero van al cirujano porque no se sienten a gusto con su imagen o lo que sea y les sienta mal la anestesia y se quedan en el trance de mejora. No, como todo lo gracioso es algo que resuena en el inconsciente de la mayoría porque la mayoría, sin darnos cuenta, hacemos cantidad de tonterías con la pretensión de mejorar lo que ya de por sí está bien. Si me apuran un poco, les diré que es precisamente  en eso en lo que consiste el proceso civilizador, en hacer una tontería después de otra. ¿O es que acaso alguien me puede asegurar que somos más felices ahora que cuando vivíamos subidos a los árboles? Pero quisimos bajarnos de allí para poder correr más y a la vista están las consecuencias, una ansiedad irrefrenable por hacer lo que sea y una angustia mortal si no haces nada.

Así que, en habiendo aquí llegado, no nos queda otra para frenar la ansiedad y evitar la angustia que hacer lo que sea, es decir, lo que se nos ocurra a la primera de cambio que, no nos engañemos, no suele ser otra cosa que lo que ordena, o sugiere si mejor les gusta, la publicidad. La publicidad que, por lo general, financian las empresas que cotizan en el IBEX 35. Ellas son las que marcan el camino de eso tan misterioso que llamamos MODA, algo que, si me lo permiten, les aventuraré que no puede ser si no la consecuencia de los más viejos atavismos de la especie, a saber, la mímesis y el gregarismo por el orden que ustedes quieran. Si a eso le añadimos la ley de leyes de la termodinámica termoneuronal que no es otra que la del mínimo esfuerzo, pues ya  me tienes aquí haciendo todas esas cosas de las que luego se habla, y se presume, cuando se está de tertulia con los amigos. Bueno, a decir verdad, ahora ya no es preciso esperar a la tertulia, que puedes mandar un WhatsApp sobre la marcha desde donde sea y como sea que estés realizando la mamonada que toca y ya todos se enteran de lo interesante que eres. Y eso, que los demás se enteren al instante, sirve, que quede claro. 

Así que, tomen nota si quieren, las tres patas del trípode sobre el se sustenta lo que hemos dado en llamar civilización no son otras que las tres supremas tonterías: mímesis, gregarismo y ley del mínimo esfuerzo. El que domine las tres tiene el éxito asegurado a efectos de esquivar ambas dos, la angustia y la ansiedad. Se lo digo yo. 

miércoles, 20 de marzo de 2013

El mayordomo Hudson



Hudson, el mayordomo de los Bellamy, es fiel como un perro, efectivo como un autómata y conservador como... ¿cómo quién? Se lo diré, como casi toda la gente que conozco, personas que, si no de condición, son de espíritu pequeñoburgués tirando para abajo hasta no sabría decirles qué abismos infernales. 

La lealtad ciega del perro, del esbirro, del autómata hacia su dueño, su capo, su líder natural. Su sustento asegurado. Es efectivo al cien por cien porque no se cuestiona nada. Las cosas son como son y así deberían continuar porque nadie puede mejorar lo que es designio divino. Maestro en el arte de envainársela, gruñe a los extraños, mata si le mandan matar, vigila día y noche y, en sus horas de asueto, husmea los ojetes de los que se le asemejan. 

La verdad, no me gusta Hudson, aunque admiro su dedicación y, en ocasiones, me duele confesarlo, siento cierta empatía con él cuando hace declaraciones de principios. Los principios, esa cosa tan a propia conveniencia. 

Se da la circunstancia de que los tiempos de Hudson son tiempos de zozobra. Como de cambio de época. Quizá todos los tiempos sean así, pero reconocerán conmigo que unos lo parecen más que otros. Tiempos en los que se desmoronan costumbres que se consideraban sagradas. ¡A dónde vamos a llegar! A la miseria física se le añade la miseria moral. La sociedad está tocando fondo. Evidentemente, sólo los ciegos no ven que se necesita un revulsivo: la guerra. 

La guerra. Qué la sangre fecunde la tierra. Que los jóvenes conozcan lo que se siente en el campo de batalla ya que sus padres no sirvieron para ponerles las manos encima. No quieres caldo, pues toma taza y media. O dos, o cien tazas. Y mientras, yo, Hudson, mirando desde la barrera como se retira el sobrante camino del matadero.






lunes, 18 de marzo de 2013

Dulce de membrillo



Una vez, hace ya bastantes años, estaba Don Segundo tomando el sol y leyendo sus revistas favoritas al borde de la piscina del Club de Golf cuando se le aproximaron unos socios a pedirle opinión sobre la moda que se estaba imponiendo en el club de tirar a la piscina a la gente que andaba por allí. Don Segundo, que solía ser parco en palabras aunque las pronunciase con un cierto deje cheli, fue contundente en su respuesta: "a mí me parece bien siempre y cuando la persona que arrojen a la piscina sea su puta madre".

Otra vez, hace bastantes años también, iba Loroño escapado en la escalada de un puerto cuando, de pronto, se le empieza a acercar uno por detrás con aires de ir sobrado de fuerzas. No tardo en comprender Loroño que se trataba de Bahamontes. Y se llenó de una rabia incontenible porque comprendió de inmediato  que otra vez más le iba a ser arrebatada la victoria. Y así fue que cuando unos minutos después fue sobrepasado no se pudo contener y le grito "hijo puta" al bueno de Bahamontes. Entonces, Bahamontes, sintiéndose ofendido en lo más profundo, se bajó de la bici y esperó a Loroño y cuando le tuvo a mano empezó a bombazos con él. ¡Pues menuda somos los ciclistas!, dijo después, cuando le entrevistaron a propósito de tan chusco suceso. 

"Mentar a la madre" es una expresión hispanoamericana que significa gran ofensa donde las haya. Tu le mientas la madre a cualquiera allí y tienes garantizada la correspondiente balacera. Porque es que si hay una raya que no se puede sobrepasar es esa, la de la madre. Entronca con lo sagrado. Con lo de la Virgen María. O sea, que en lo más profundo de las conciencias se alberga el convencimiento de haber sido concebido por un rayo de sol que paso por el himen de la madre sin romperle ni mancharle. ¡Miraculoso!

Sin embargo, no sé si desde siempre, pero de un tiempo a esta parte decir ¡de puta madre! es señalar que algo está francamente bien. Son cosas que no cuadran. ¿En qué quedamos? Bueno, la verdad es que ya iba siendo hora de   dejar de valorar a los hijos por la profesión de la madre. Que cada uno sea lo que sus propios méritos le asignan. Que ejemplos de desclase los tenemos de todos los colores. Hacia arriba y hacia abajo. Y si pocos hijos de puta ascendieron a magnates, muchos hijos de magnates bajaron a hijos de puta.  

En resumidas cuentas, que, para el común de los mortales, madre no había hasta hace poco más que una, la Virgen María, pero desde que a la Virgen María la empezaron a utilizar para decorar las tapas de las cajas de dulce de membrillo... ya, cualquier cosa. 

domingo, 17 de marzo de 2013

Los perros en Alemania



En una entrevista que le hacen a un editor español que reparte su tiempo entre España y Alemania, leo lo siguiente: "La casa de Berlín está casi vacía. Los techos son de cuatro metros así que no hay donde mirar si no es al cielo o a un cementerio judío que tengo al otro lado del patio. Por la fachada principal cuando me asomo veo una fila interminable de puérperas empujando carritos con recién nacidos, indistinguibles unos de otros. Pero hay librerías y conciertos, museos y gente bien educada. Los niños no lloran y los perros no ladran. Da gusto vivir entre alemanes."

La casa está casi vacía. Naturalmente. En Berlín ya hace más de un siglo que el ornamento es delito y la utilidad es la belleza. Y hay tan pocas cosas útiles...

Luego está lo del cementerio judío. Los judíos en Alemania, siempre omnipresentes, para que nunca afloje ese sentimiento de culpa colectiva que tanto fortalece a las sociedades como a los individuos. El que sabe hasta que punto puede ser malvado tiene posibilidades de evitarlo. El que no lo sabe sólo puede ser, en el mejor de los casos, un perfecto imbécil. En el peor, no hace falta comentarlo por sabido.  

Bueno, lo de las puérperas se entiende mal porque Alemania está entre los países de Europa con menores indices de natalidad, 8 nacimientos por cada mil habitantes, claro que también puede ser que esos ocho se concentren en Berlín y, más precisamente, en el barrio en el que reside el citado editor. En cualquier caso, sí, estoy de acuerdo en que los recién nacidos son todos indistinguibles unos de otros. Quizá sea desmoralizante para sus allegados, pero es así. Se pueden parecer a cualquiera con el que le quieras encontrar parecido.

Bibliotecas, conciertos, museos, gente bien educada. Bueno, sí, se debe suponer que lo uno por lo otro, pero... a mí lo que me importa es cómo se comportan mis vecinos que puede que sean de los que nunca visitan esos templos de la cultura. Que mis vecinos sepan que yo existo y lo tengan en cuenta. Que existe "el otro" y no invadan su intimidad, o su entorno, en definitiva. Esa es la buena educación según mi particular visión de la jugada

Y, efectivamente, si en Alemania los niños no lloran y los perros no ladran hemos de suponer que es porque la gente en general está muy pendiente de no molestar a los demás. ¿Qué más se puede pedir para vivir a gusto?



  


viernes, 15 de marzo de 2013

Pandora again



Hablar de la esperanza nunca está de más. Nuestros padres espirituales, intelectuales o como le quieran decir, dedicaron uno de sus principales mitos al asunto. Y vive dios que no lo hicieron con la finalidad de traer esclarecimiento sino mortificante incertidumbre e inagotable controversia. ¿Por qué estaba la esperanza en la Caja de Pandora? ¿No eran sólo los males los que en ella metió Dios para castigar al díscolo Prometeo? ¿Y, luego, por qué fue la esperanza el único de aquellos supuestos males que no escapó de la caja cuando el imbécil Epimeteo la abrió saltándose un precepto divino? Nadie ha encontrado respuesta a tan enconado enigma y eso por más que algunos embaucadores le hayan otorgado a la esperanza la cualidad de virtud teologal, lo que, que nadie se engañe, no quiere decir absolutamente nada. 

Yo, creo que ya lo he contado alguna vez pero no me importa repetirme, la mejor representación de lo que es la esperanza la vi en el escenario de Anayita en Salamanca. La obra, titulada "A lo mejó", corría a cargo de un grupo andaluz que se hacía llamar Vinagre de Jerez. El argumento no era otro que la inercia parlanchina de un grupo de trasnochadores que amanecían en un bar completamente borrachos de tanto filosofar. Mientras los camareros barrían y recogían para cerrar el establecimiento, ellos se aferraban a sus inciertas ilusiones y no levantaban el vuelo. "A lo mejó...", decía uno, dejando en suspenso el sujeto de su esperanza. "A lo mejó...", repetía otro que seguía sus propios ensueños. Y así todo el rato, hora y media de "alomejores" acompañados de gestos que sólo podían ser interpretados como expresión de la más desolada desesperación. 

La esperanza, por así decirlo el último cartucho de los parias de la tierra. Sin ella quizá se suicidarían a millones. Pero no hay que exagerar, que también los ricos lloran. Como decíamos en el colegio, ¡tan sabios que son los niños!, "¡qué desdicha, qué desdicha, que nadie está contento con su picha!". Porque esa es la pura verdad, que de nada sirve tenerla larga si el ánimo te traiciona. Y entonces, ¿qué otro recurso más a mano que la engañosa esperanza? Es decir, que el remedio caiga del cielo. 

Se me ocurren estas reflexiones porque, como todos ustedes saben, desde hace unas pocas horas habemus nuevo Papa. Un Papa, dicen, del estilo de aquel que tan bien daba forma Antony Queen en "Las sandalias del pescador". O sea, poco más o menos, un Papa que va a vender el baldaquino de Bernini a "las Vegas Sands", un suponer, para repartir las ganancias entre los pobres. ¡Ya te digo! Como cuando Obama ganó las elecciones, que parecía como si de la noche a la mañana se fuesen a cerrar todos los Guantánamos del mundo mundial. Y no es que a mí no me caigan bien este nuevo Papa y el Sr. Obama, no, me caen bien porque, como los símbolos que son, creo que mejoran bastante a sus predecesores. Claro que para mejorar a Juan Pablo II y George Bush tampoco se necesita demasiado. Pero hay lo que hay y si el tal Bergoglio tratase de desviar el curso de la Institución que ahora preside  sería de inmediato arrastrado por la fuerza de la corriente de los siglos. Lo mismo que le pasó a Obama, que ni cerró Guantánamo, ni universalizó la sanidad pública, ni nada de nada que no haya venido dado por la fuerza de los acontecimientos de una sociedad que evoluciona con naturalidad gracias a la fuerte implantación que en ella tiene la libertad individual. 

Y ya, puestos a exagerar, el recientemente fallecido Chávez. Ese sí que supo sembrar en terreno abonado. Y ahí quedará por algún tiempo una cosecha cada vez más agostada. Porque, ¡compañero!, esa vaina que le dicen esperanza hay que andarse con cuidado con ella no vaya a ser que acabes como Epimeteo, o sea, imbécil perdido, por más que fuese el que se acostaba con Pandora... la de la cama.   

miércoles, 13 de marzo de 2013

Castings



La cola daba la vuelta a toda la manzana. Andarían por los veinte y salvo las excepciones de rigor todos monísimos y puestísimos. Desde luego que los peluqueros, que a D.G. no faltan en nuestro país, habían hecho bien su trabajo. Pregunté por lo que regalaban allí y resultó ser la fama. La fama para un puñado de entre aquellos miles de ilusos. La dura competición de la vida para los que todo lo fían a sus innatos encantos. Bueno, supongo que muchos de aquellos chavales, venidos los más de provincias a juzgar por sus equipajes, habrían sido alumnos de cualquiera de esas academias de barrio que enseñan a ser artista. 

Un puñado de elegidos para representar el musical "Hoy no me puedo levantar" en un teatro de la Gran Vía. El resto, las ilusiones truncadas. Me los imagino engrosando las listas del paro. O, quizá, entreteniendo a los jubilados en un gran hotel de Benidorm. Hoy no me puedo levantar, título que como no podría ser de otra manera hizo fortuna. La desidia del adolescente que quizá trasnochó. O la depresión del que se siente inseguro y disgustado con su cuerpo. Una edad terrible. Para estar todo el día con los amigos chupándose la sangre unos a otros. Haciendo todo lo posible por perder todos los trenes que pasan. 

Sin duda es algo que tiene que ver con la biología y no me cabe la menor duda de que en un tiempo no muy lejano los tormentos de la adolescencia serán ya historia gracias a la bioquímica o cualquier otra cosa. De hecho no comprendo que no sea un problema ya resuelto. Porque no puede ser otra cosa que un desafortunado entremezclarse de sustancias en el cerebro. 

Bueno, como todo en esta vida, hay grados. La mayoría pasa el corte haciendo sufrir más o menos a sus progenitores y luego todo vuelve a la normalidad. Pero hay una minoría nada despreciable que se estancan en la depresión y acaban siendo un engorroso problema social. Se vuelven violentos y desalmados. Están contra el mundo porque piensan que el mundo está contra ellos. Son el terror de la vecindad. Y por eso es lógico que las autoridades lo ensayen todo con ellos. 

Por cierto que, al respecto, vi lo que hacen en algún sitio de Inglaterra. Agarran a esos chavales y les dicen, una de dos, colegio reformatorio o aventura de riesgo. Como ese tipo de chavales suelen ser chulos se apuntan al riesgo.  Entonces les someten a un entrenamiento brutal para que puedan ir a hacer submarinismo en un lago subterráneo de la Antártida o  para atravesar el Serengueti a pinrel o para subir el Everest. Debe resultar cara la terapia, pero parece que da resultado. 

Mano dura, en definitiva. 

domingo, 10 de marzo de 2013

An Inquiry



Vamos en un Alvia de Alicante a Madrid. No hay un asiento libre en todo el tren. La chica que viene sentada a mi lado lee un libro de economía. No es muy habladora que digamos, pero así y todo consigo enterarme de que estudia turismo. La economía, por lo visto, forma parte de los estudios de turismo. Excelente noticia, me digo. Todo conocimiento que se precie de tal, debe de tener resueltos sus problemas con la economía o será un conocimiento cojo. 

Yo también voy hacia Madrid leyendo sobre economía. La hizo buena Jacobo mandándome "Economics in Perspective" de Galbraith. Porque es que una cosa lleva a otra y esa otra cosa es, ni más ni menos que "An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations". El caso es que entre uno y otro libro tengo un enganche peor que cuando me dio por la mariguana. Dios mío, me digo, a estas alturas de la vida y sin haber caído en la cuenta de que existían tales maravillas. 

"Economics in perspective" es el típico libro de divulgación. Está, a mi juicio, maravillosamente escrito, pero adolece de lo que todos los libros del género, es decir, que si uno no posee una considerable noción de todos esos conocimientos que el libro pone en orden, al cabo de un rato de haberlo leído ya no te acuerdas de nada y sólo queda la incomoda sensación de haber tenido la gloria al alcance de la mano y no haber podido aprovecharla. Como de haber querido empezar la casa por el tejado, por emplear una metáfora de fácil comprensión. No, convénzanse, la divulgación es un engaño, o, mejor, una redundancia que sólo aprovecha a los ya iniciados. A los que ya leyeron y comprendieron los textos básicos sobre la materia en cuestión. 

La primera parte de "Economics" está dedicada en su casi totalidad al análisis de "The Wealth of Nations". Bueno, sí, muy interesante todo lo que dice Galbraith, pero por qué no voy a poder yo crearme mi propia opinión al respecto si, además, "The Wealth" fue la primera obra que me baje al kindle desde Galaxia Gutemberg. Y así fue que me puse a la tarea y no vean lo contento que estoy por haberlo hecho. 

"The Wealth of Nations"es lo que se podría considerar un libro iniciático. Como la Biblia y dos o tres más, pero mucho mejor a mi juicio. Si hubiese un poco de sentido común en el mundo serían muchas las historias que en él se cuentan que se enseñarían en las escuelas como modelo del sencillo, ocurrente y recto razonar. Porque esa es, creo, la gran enjundia de este libro, un canto permanente a la necesidad de fundamentar adecuadamente las opiniones. Las cosas son como son, no porque sí, sin más, como nos tienen acostumbrados los tiranuelos de toda laya, no, las cosas son como son por esto y esto y esto. Y puedo estar equivocado, pero convendrán conmigo que mi explicación es ocurrente y plausible y mientras no me demuestren ustedes lo contrario tendremos que convenir que es muy posible que yo esté en lo cierto. 

Razonar. El discurso razonado hasta donde es posible. Esa es la cuestión. El porqué de las cosas. Ese fundamento cuya construcción exige  intuición, método, memoria... cosas que no vienen dadas porque sí. Hay que trabajárselas. 

viernes, 8 de marzo de 2013

El Ponderoso



La noche ha sido bastante toledana. Ya me lo había temido ayer por la tarde viendo a los chicos del low cost alardeando por La Explanada. Ya ni siquiera esperan al viernes para iniciar el desfase; el mismo jueves al mediodía se montan en el "ryanair" de turno y a las siete de la tarde ya están como cubas por los diversos paseos marítimos que jalonan las costas del Mediterráneo. Para más inri la habitación del hotel, que por lo demás está estupedamente, no tiene ventanas insonorizantes. En fin, un viajero, me he dicho, se tiene que hacer a todo. Es el precio del tanto aprender en tan poco tiempo. 

Total que, me he levantado, he ido a desayunar, a comprar unas sandalias abiertas y, hacia las diez o así, me he tirado a la calle para seguir aprendiendo. Le he preguntado a un gitano si por aquellas escaleras se podía subir hasta el castillo. Me ha dicho que por el otro lado había un ascensor. Ya, pero yo quiero subir andando, le he contestado. Me ha mirado de una forma rara y ha mascullado algo que no he podido entender. He tirado escaleras arriba porque en realidad me daba igual el castillo o donde fuese con tal de que estuviese alto. Mientras ascendía, con inusitada facilidad por cierto, iba recordando aquel romance que solíamos recitar en el colegio a espaldas de la autoridad competente: "Era el señor del castillo/ de vida muy disoluta,/un cabrón de horca y cuchillo,/ un verdadero hideputa/ etc.. No he tardado en llegar a una puerta que parecía cerrada. Pero estaba abierta. La he traspasado y dando un rodeo he llegado a las puertas del castillo, por donde entran coches y autobuses. Bueno, el castillo estaba como sin duda sus padres fundadores nunca soñaron que llegaría a estar. Se lo pueden imaginar. Sin por supuesto faltar los grupos de adolescentes recibiendo lecciones de historia, ya te digo, con la luz que había y todos aquellos rincones para retozar. Incluso gatitos había por allí para que las damiselas más sensibles tuviesen honesto entretenimiento. Turistas y más turistas, un verdadero chollo para la nación.  Se lo tragan todo. El patio de armas, por así decirlo es un verdadero bosque de antenas -hipocondríacos abstenerse-, entre las radiaciones de las cuales se mueven a su antojo las mesnadas de asaltantes. Me he prestado a hacer unas cuantas fotos a grupos que querían inmortalizarse. Es lo que tiene andar sólo por la vida que le ven a uno propicio a cualquier cosa. En fin, ya digo, más que nada el ejercicio de subir porque por lo demás poco que rascar allí.  Demasiado aprendida esa lección. 



He bajado hacia la ciudad callejeando. Me he dirigido al puerto porque quería ver bien la reproducción que hay allí de "Santísima Trinidad", un navío construido en La Habana, mayormente a base de caoba, que fue el mayor de su época. Lo llamaban "El Escorial de los mares" y, también, "El Ponderoso" porque el peso de sus ciento cuarenta cañones no le dejaban maniobrar como hubiera sido de desear. En la batalla de Trafalgar todos fueron a por él y lo desarbolaron y le hicieron prisionero, pero luego, cuando le remolcaban hacia Gibraltar, se hundió. Se da la circunstancia, creo no estar equivocado, de que en el museo de La Cavada hay una maqueta de este navío. Se trata de un corte en el que se puede apreciar a la perfección sus entrañas de ocho niveles. Una verdadera obra de arte. En fin, concluyendo, que no siempre big is better. Demasiado "ponderoso". Por lo demás, supongo que ya habrán adivinado que la reproducción en cuestión es un restaurante para turistas que ofrece un menú de 19 €. 

En fin, qué vida esta. 

jueves, 7 de marzo de 2013

Desde Alicante con admiración



Como dijo el poeta, "Desde luego que hay que ver/ lo que se aprende viajando". La verdad, nunca hubiera imaginado que Alicante pudiera ser para tanto. Porque realmente lo es, para tanto y puede que mucho más. 

Quizá haga miles de años que unos navegantes fondearon en la bahía, echaron una mirada a tierra y vieron que había un montículo considerable pegado a la orilla. No lo pensaron dos veces, bajaron a tierra, subieron al montículo y fortificaron su cumbre. A partir de ahí, lo demás vino rodado.   Un lugar seguro por su cumbre fortificada y, sobre todo, porque su entorno no parece el más apropiado para inspirar la codicia de los pueblos colindantes. En eso recuerda a Atenas que acuérdense a lo que llegó. Cuando la tierra no es fértil, ni guarda tesoros en sus entrañas, los seres que la habitan se ven obligados a exprimir sus neuronas. Si a eso se le añade el no tener que pensar en defenderse de sus vecinos, pues, pasen y vean a dónde hemos llegado. 


Agarré el TRAM de bon mati y me llegué a Benidorm. Una hora y algo más de tortuoso camino. Nunca vi un ferrocarril con curvas tan cerradas. Entre colinas y peñascos de un color ceniciento donde no crece nada que merezca la pena. Sólo, de vez en cuando, alguna urbanización cutre que ni quiero pensar en lo que serán cuando aprieta la calor. Pasas Villa Joyosa, un pueblón de moros y cristianos y al poco, allí, entre  las cumbres de dos colinas peladas aparece la figura enhiesta de un rascacielos descomunal. Estamos en Benidorm. Bueno, hay que verlo para creerlo. Si bien se mira, en estas épocas del año es como una gigantesca residencia de la tercera edad a cielo abierto.  He tenido la sensación de que la inmensa mayoría me doblaba la edad. Por no hablar de las facultades físicas que, esas, se las doblaba yo y eso que no estoy para alharacas. No quiero hacer chistes al respecto porque sé lo vengativos que son los dioses, pero les diré que no puede haber negocio más seguro que uno de venta, alquiler y reparación, de sillas y carritos de inválido en Benidorm. Los hay a miles por las calles. Por lo demás, todo es accesible. Cazadoras por nueve euros, sandalias abiertas por siete, menús de hasta 4,50. Y luego, la variedad. Si quieres puedes comer chorizos a la sidra debajo de un hórreo mientras un paisanin con canzoncillu, faja y montera toca incansable la gaita. Bueno, yo he comido en uno llamado "El Corner". Tres platos, postré y café por 10 euros. Y estaba todo muy bueno, claro que los que me conocen dirán que cualquiera se fía de mí en lo que a gastronomía se refiere. Total que como, curiosamente, llovía, me he ido hacia la estación cubriéndome con un paraguas que acababa de comprar por tres euros. 


Me gusta la gente de Alicante. Construyen para arriba y no se cortan. Están a lo que están, a hacerlo todo de la mejor manera posible para que vengan turistas a dejar la pasta. Y ¡vive Dios! que lo consiguen. 

domingo, 3 de marzo de 2013

La obligación de arriesgar



Como ya les conté el otro día ando revisitando la que quizá sea la madre de todas las series televisivas, "Downstairs, Upstairs", pues bien, habida cuenta de que Isidoro me ha pasado un libro que trata largo y tendido sobre la necedad, y que, por otra parte, tengo entre las manos "La riqueza de la naciones" de Adam Smith y  "Economics in Perspective" de Galbraith, a todo lo cual ha dado en añadírsele que hoy me he levantado con ganas de guerra, es decir, de poner en práctica lo recientemente aprendido, lo que no procede ahora es hacerse el desentendido y seguir arrastrándose por la ciénaga como si nada hubiese pasado. A partir de hoy, y mientras el cuerpo aguante, tiraré hacia adelante con los proyectos abandonados porque, seguramente, alguna de esas sustancias que se segregan en el cerebro, o donde sea, se hizo la remolona y no cumplió con su deber. 

No cumplió con su deber y ¡ale, a por lo más fácil! A por lo más a mano. Un pisito en la ciudad que te vio nacer, las referencias de siempre, un viaje de vez en cuando para ver cosas, en fin, el estar ya en la tumba que le dicen. No, que no me vengan con cuentos, yo respeto a los "downstairs" con sus pequeñas aspiraciones, pero quiero ser un "upstairs".  Quiero arriesgar. Porque esa y sólo esa es la esencia de todas las estabilidades. El que no arriesga se pasa el día comiéndose el coco con las pequeñas cosas, que si cago o no cago, que si hace bueno o hace malo, que si voy a Petra o no voy y cosas así de aburridas.  

El que no se arriesga no pasa la mar. Exactamente. Y por eso maldigo todos los consejos que me dieron y me dieron y me dieron hasta que se salieron con la suya de verme hecho un cobarde. Puta pequeña burguesía, qué asco me da. En fin, mientras haya vida mi obligación más inmediata será tratar de poner algún remedio a todo esto. Siempre se podrá hacer algo, digo yo.