jueves, 7 de marzo de 2013

Desde Alicante con admiración



Como dijo el poeta, "Desde luego que hay que ver/ lo que se aprende viajando". La verdad, nunca hubiera imaginado que Alicante pudiera ser para tanto. Porque realmente lo es, para tanto y puede que mucho más. 

Quizá haga miles de años que unos navegantes fondearon en la bahía, echaron una mirada a tierra y vieron que había un montículo considerable pegado a la orilla. No lo pensaron dos veces, bajaron a tierra, subieron al montículo y fortificaron su cumbre. A partir de ahí, lo demás vino rodado.   Un lugar seguro por su cumbre fortificada y, sobre todo, porque su entorno no parece el más apropiado para inspirar la codicia de los pueblos colindantes. En eso recuerda a Atenas que acuérdense a lo que llegó. Cuando la tierra no es fértil, ni guarda tesoros en sus entrañas, los seres que la habitan se ven obligados a exprimir sus neuronas. Si a eso se le añade el no tener que pensar en defenderse de sus vecinos, pues, pasen y vean a dónde hemos llegado. 


Agarré el TRAM de bon mati y me llegué a Benidorm. Una hora y algo más de tortuoso camino. Nunca vi un ferrocarril con curvas tan cerradas. Entre colinas y peñascos de un color ceniciento donde no crece nada que merezca la pena. Sólo, de vez en cuando, alguna urbanización cutre que ni quiero pensar en lo que serán cuando aprieta la calor. Pasas Villa Joyosa, un pueblón de moros y cristianos y al poco, allí, entre  las cumbres de dos colinas peladas aparece la figura enhiesta de un rascacielos descomunal. Estamos en Benidorm. Bueno, hay que verlo para creerlo. Si bien se mira, en estas épocas del año es como una gigantesca residencia de la tercera edad a cielo abierto.  He tenido la sensación de que la inmensa mayoría me doblaba la edad. Por no hablar de las facultades físicas que, esas, se las doblaba yo y eso que no estoy para alharacas. No quiero hacer chistes al respecto porque sé lo vengativos que son los dioses, pero les diré que no puede haber negocio más seguro que uno de venta, alquiler y reparación, de sillas y carritos de inválido en Benidorm. Los hay a miles por las calles. Por lo demás, todo es accesible. Cazadoras por nueve euros, sandalias abiertas por siete, menús de hasta 4,50. Y luego, la variedad. Si quieres puedes comer chorizos a la sidra debajo de un hórreo mientras un paisanin con canzoncillu, faja y montera toca incansable la gaita. Bueno, yo he comido en uno llamado "El Corner". Tres platos, postré y café por 10 euros. Y estaba todo muy bueno, claro que los que me conocen dirán que cualquiera se fía de mí en lo que a gastronomía se refiere. Total que como, curiosamente, llovía, me he ido hacia la estación cubriéndome con un paraguas que acababa de comprar por tres euros. 


Me gusta la gente de Alicante. Construyen para arriba y no se cortan. Están a lo que están, a hacerlo todo de la mejor manera posible para que vengan turistas a dejar la pasta. Y ¡vive Dios! que lo consiguen. 

6 comentarios:

  1. Ya me hubiera gustado a mí ver todos esos lugares con sus gentes. Te ayuda a recordar que siempre hay otros mucho mayores que uno con ganas de ver y sentir lugares diferentes al que uno vive. En el que habitas con regularidad de vez en cuando parece que te cae encima una especie de toldo que te limita la vista y el movimiento. Te felicito por esos recorridos que te tomas de vez en cuando sabiendo que no te gusta viajar.

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    1. Bueno, sí, lo que realmente impresiona es ver a toda esa gente, tal como están, y con ganas de moverse. Desde luego que debe ser verdad eso de que Dios, donde quita, pone. Y Benidorm parece venirles como de molde. Todo está preparado para su disfrute sin las típicas trabas del qué dirán que seguramente les limitan mucho en sus lugares de origen.

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  2. Desde luego que es admirable y que el gremio de hoteleros te debería proponer para el Principe de Asturias del mérito turístico o algo así. Si todos a los que no nos gusta viajar siguiéramos tu ejemplo, con el movimiento económico que produciríamos, se iba a acabar la crisis en quince días...

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    1. Sí, en eso que dices tienes razón, pero imagínate cómo se pondría Benidorm si a los que no nos gusta viajar nos diese por cambiar el gusto. Ya, apenas cabe uno más allí. Aquello acabaría pareciéndose a Treblinka. Bueno, a lo mejor alguno de esos rascacielos tan sobresaliente en realidad no son más que cámaras de gas camufladas. Por lo demás, Alicante me pareció que puede ser un sitio genial para instalarse. Seguramente, después de Madrid, es el lugar más cosmopolita de España.

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    2. Había un abuelo de mi barrio que nunca iba a ningún viaje de esos del Imserso porque aseguraba que no eran sino producto de una filosofía neonazi de exterminación de los jubilados para que cobraran pensión el menos tiempo posible. Llevas a la gente de cierta edad en grupo dos semanas a Benidorm, les alteras sus biorritmos levantándoles temprano para ir de excursiones y acostándoles a las tantas con fiestas y saraos, les haces beber más de la cuenta, excitarse más allá de lo saludable en su estado y, de remate, los tienes durante dos semanas a dieta de buffet libre a empacho diario y te vas cargando un año sí y otro también a una buena proporción. Encima mueren felices. Hasta había una película de ciencia ficción de los ochenta en la que hacían una cosa parecida. Negocio redondo.

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    3. Recuerdo que cuando ejercía en Salamanca, solía tener como única clientela a gente mayor de los pueblos de Ciudad Rodrigo para allá que querían revisarse antes de ir a los viajes del Imserso. Los "imsersatos", recuerdo que les llamaba. Eran frecuentes, también, los que venían después del viaje porque les había sentado fatal. Y, estos, siempre eran hombres que después de recitar sus achaques solían ponerse a echar pestes de sus señoras que eran las que les habían arrastrado a aquellas aventuras sin sentido. Y ellas, entonces, solían replicar, claro vosotros los hombres en el pueblo os lo pasáis muy bien yendo al bar a jugar la partida, pero nosotras todo el día en casa... si no vamos de viaje nos morimos de asco.

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