viernes, 29 de marzo de 2013

Ordalías colectivas



Es lo que tiene ser viejo, que no es que te alegres, pero reconoces que te viene bien el triste hecho de que llueva cuando las fechas son convulsas por la afluencia masiva de desocupados a los dispersos centros de ocio. Llueve, así que a quoi bon salir por ahí a mojarse y agarrarse lo que uno no tiene gracias a Dios. Maravillosa excusa para quedarse en casa gozando de las delicias de una existencia comprometida con las soluciones indoors.

De aquí para allá, to and fro, par ci par là, para todos los gustos, el caso, parece ser, es no parar. Está en la esencia del ser humano, qué duda cabe. Y me río yo de todas esas filosofías orientales que relativizan el ser y preconizan la vida contemplativa, la ataraxia y demás mandangas. Mi experiencia personal es que o mueves lo de dentro o mueves lo de fuera. O las dos cosas a la vez, aunque una más que otra o viceversa. Personalmente, por edad o lo que sea, prefiero mover lo de adentro, tendencia que se ve agravada al máximo cuando llegan estas fechas convulsas y el entorno te incita a sumarte a la ordalía. Entonces se pone a llover y es como si hubiese llegado la liberación ansiada. Como si todas las aguas volviesen a sus cauces naturales, porque reconocerán conmigo que de naturales no tienen nada estas convulsiones sociales que al final se traducen en miles de millones, o billones, o acaso trillones, de toneladas de CO2 suplementarias que arrojamos a la atmósfera con lo pachucha que según dicen ya está ella de por sí.

A tal efecto, cuando llegan estas, como digo, ordalías colectivas doy en acordarme de aquel ciudadano de pro que era Fernando Fernán Gómez. Decía que para él las vacaciones era quedarse en casa tumbado en la cama leyendo  tebeos. Bueno, claro, él tenía sin duda una vida fascinante y no necesitaba de suplementos vitamínicos para rencomponer el ego o, si quieren, mejorar la autoestima, esas cosas que por lo general tienen rotas y por los suelos todos esos millones de ciudadanos de segunda que no ven llegar la hora para agarrar el coche, o el avión, o lo que sea, y lanzarse a la conquista de, por lo menos, los espacios siderales... o casi, según nos dan a entender por la flema con que soportan las torturas propias de toda ordalía que se precie de tal. 

En fin, allá cada cual y que con su pan se lo coman. Si les sirve, como dan a entender que es, pues bendito sea Dios. Porque todo sirve para el convento, es decir, el PIB... por lo menos a corto plazo que, a largo, muy mucho me temo que no es oro de ley todo lo que reluce, a las pruebas me remito. Que por falta de ordalías no será que hemos entrado en esta crisis que, si por mí fuera, Dios tenga a bien conservarnos por los siglos de los siglos. 


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