Parece que el tiempo se va a torcer. El día asurado por la mañana, con temperaturas anormalmente altas, se ha dado la vuelta al típico fresco general procedente de Galicia en el escaso periodo que empleamos en comer en la terraza. Nuestro gozo en un pozo. El tiempo de sobremesa al sol se da por esfumado. Todo es sorber el café a toda mecha y salir pitando. Nos acercamos a la playa en un último gesto de optimismo, pero ya empieza a lloviznar y el viento a rugir con amargura. Todavía es tiempo para ir a tomar la barca de las cuatro menos cinco.
No se sabe de donde ha salido tanta gente. Parece que no vamos a caber todos en la barca. Es curioso, pero cuando la gente anda desperdigada alrededor de algo parece que son muchos más que cuando, luego, toman asiento de forma ordenada en ese algo. Efectivamente, la barca venía animada, pero no abarrotada ni mucho menos. En la bancada tras la nuestra hay media docena por la media edad en animada charla. El hecho de que venga somnoliento, por los humos del nitrógeno que diría Baroja, no me impide oír lo que dicen. Bueno, aunque hubiese querido no hubiera podido evitarlo. Porque es que cuando la gente empieza a blasonar y competir por la largura de cualquiera de sus cosas es normal que levante la voz para enfatizar. Supongo que ese es un recurso pobre de la prosodia, pero suele ser el único del que disponemos los limitados.
Alegaba uno que había visto no sé qué en Turquía y le respondía otro con algo de lo que le había pasado en Noruega. Un tercero no se quedaba corto y saltaba al singular orden y concierto de Singapur. Un cuarto se decantaba por el continente negro y sus muchas pequeñas anécdotas. El quinto prefirió emular a Miguel Strogof a golpe de transiberiano hasta la remota Vladivostok.
¡Dios, para que luego digan que la gente de provincias no es cosmopolita! Saltamos de la barca al muelle y corremos a cruzar la calzada para tomar el autobús porque llueve con ganas. La marquesina está abarrotada y hay que esperar a la intemperie. En el panel lateral de la citada marquesina el ayuntamiento ha colocado uno de esos anuncios que dicen institucionales y por el que es seguro que habrá pagado un buen pico a algún "creativo" afín a la ideología en el poder. Sobre fondo blanco hay un texto caligrafiado por alguien que un grafólogo calificaría de persona anodina. Dice el texto: "¿Te acuerdas cuando decíamos que en Santander no había nada que hacer?
Recuerdo la Santander de los 80 ,donde pasaba algunas temporadas en casa de mi tío..las ruedas de bonito,las rabas,la maravillosas playas y hasta de una alemana con apellido francés que era una furia desatada en la cama.De los Cántabros siempre pensé que había que echarle de comer aparte.Eso debieron pensar también los Romanos,que los dejaron pronto por imposible.Me acuerdo del maldito puerto del Escudo,que en mojado-casi siempre-era toda una aventura de rallie...Pues no sabía que fueran tan viajados tus paisanos..pero uno nunca acaba de sorprenderse--Un abrazo Pedro
ResponderEliminarYa me contaste algo de tu tío y su afición a Peña Herbosa. Seguro que el hecho de alojarte en su casa te facilitaba la estancia. Los cántabros sí que supongo tienen su idiosincrasia muy particular. Estos valles cerrados supongo que hace suspicaces a sus habitantes porque en ellos es imposible ver de lejos al enemigo que viene. Aquí, cuando te quieres dar cuenta, ya le tienes encima.
ResponderEliminarRespecto a la alemana con apellido francés, pues qué suerte la tuya. Por cierto que todavía espero nuevas entregas de Juan de Salamanca.
estoy en ello,mi querido Pedro..aunque en estos grandes trabajos en los que me hayo me restan mucho tiempo
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