Total que, me he levantado, he ido a desayunar, a comprar unas sandalias abiertas y, hacia las diez o así, me he tirado a la calle para seguir aprendiendo. Le he preguntado a un gitano si por aquellas escaleras se podía subir hasta el castillo. Me ha dicho que por el otro lado había un ascensor. Ya, pero yo quiero subir andando, le he contestado. Me ha mirado de una forma rara y ha mascullado algo que no he podido entender. He tirado escaleras arriba porque en realidad me daba igual el castillo o donde fuese con tal de que estuviese alto. Mientras ascendía, con inusitada facilidad por cierto, iba recordando aquel romance que solíamos recitar en el colegio a espaldas de la autoridad competente: "Era el señor del castillo/ de vida muy disoluta,/un cabrón de horca y cuchillo,/ un verdadero hideputa/ etc.. No he tardado en llegar a una puerta que parecía cerrada. Pero estaba abierta. La he traspasado y dando un rodeo he llegado a las puertas del castillo, por donde entran coches y autobuses. Bueno, el castillo estaba como sin duda sus padres fundadores nunca soñaron que llegaría a estar. Se lo pueden imaginar. Sin por supuesto faltar los grupos de adolescentes recibiendo lecciones de historia, ya te digo, con la luz que había y todos aquellos rincones para retozar. Incluso gatitos había por allí para que las damiselas más sensibles tuviesen honesto entretenimiento. Turistas y más turistas, un verdadero chollo para la nación. Se lo tragan todo. El patio de armas, por así decirlo es un verdadero bosque de antenas -hipocondríacos abstenerse-, entre las radiaciones de las cuales se mueven a su antojo las mesnadas de asaltantes. Me he prestado a hacer unas cuantas fotos a grupos que querían inmortalizarse. Es lo que tiene andar sólo por la vida que le ven a uno propicio a cualquier cosa. En fin, ya digo, más que nada el ejercicio de subir porque por lo demás poco que rascar allí. Demasiado aprendida esa lección.
He bajado hacia la ciudad callejeando. Me he dirigido al puerto porque quería ver bien la reproducción que hay allí de "Santísima Trinidad", un navío construido en La Habana, mayormente a base de caoba, que fue el mayor de su época. Lo llamaban "El Escorial de los mares" y, también, "El Ponderoso" porque el peso de sus ciento cuarenta cañones no le dejaban maniobrar como hubiera sido de desear. En la batalla de Trafalgar todos fueron a por él y lo desarbolaron y le hicieron prisionero, pero luego, cuando le remolcaban hacia Gibraltar, se hundió. Se da la circunstancia, creo no estar equivocado, de que en el museo de La Cavada hay una maqueta de este navío. Se trata de un corte en el que se puede apreciar a la perfección sus entrañas de ocho niveles. Una verdadera obra de arte. En fin, concluyendo, que no siempre big is better. Demasiado "ponderoso". Por lo demás, supongo que ya habrán adivinado que la reproducción en cuestión es un restaurante para turistas que ofrece un menú de 19 €.
En fin, qué vida esta.
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