Francamente, cada vez le encuentro menos el sentido a vivir en donde vivo. Un sitio en el que no para de llover, en donde todo son cuestas y que, para colmo, cuando llega el buen tiempo, se ve sometido a los estragos del turismo más cutre que uno se pueda imaginar... si es que hay algún turismo que no lo sea. Un vecino me ha dicho que me cambia mi piso por uno que tiene en Santa Pola con impresionantes vistas al Mediterráneo. He visto las fotos del lugar y he tenido mis dudas, por lo de las vistas, claro, pero ya lo he descartado, primero, porque a mí el frío del invierno no sólo no me disgusta sino que le considero uno de mis principales estímulos de vida, segundo, porque allí el turismo, y por tanto la zafiedad, se multiplica por cien con respecto al de aquí y, tercero, porque, lo de las vistas, donde estén las que te proporciona un plasma conectado al Astra que se quiten todas las demás.
Aquí, qué duda cabe, tengo los afectos. Afectos que, quiero dejar bien claro, sólo se refieren a las personas. Para mí, ligarse afectivamente a objetos o territorios no es sino el signo por antonomasia de la miseria espiritual. Lo que no quiere decir que no tenga un gran aprecio por mi guitarra, mi bicicleta, mi plasma, mi ordenador... pero sólo en la medida que les utilizo y, desde luego, nunca dudo un ápice en cambiarlos en cuando considero que otros más modernos me pueden servir mejor. Así que son las personas lo único que me puede retener en algún sitio, aquí, concretamente, ahora. Y, eso, mucho me temo, es un signo incontestable de decadencia, falta de autoestima, de confianza en las propias fuerzas para explorar nuevas experiencias en solitario que es lo que, en definitiva, impulsa el deseo de seguir viviendo. Se te agota esa confianza en ti mismo y vas a buscarla en los otros, los más próximos, los que más a tiro se ponen. Es el gran drama de la vejez, que todo induce al vampirismo puro y duro, pero, además, con unos colmillos inservibles... o sea, siempre con las mismas historias, condenado al más cómico de los ridículos.
No, los afectos personales, a mi entender, no son ni temporales ni espaciales. Están siempre ahí, sea cual sea la circunstancia. Son una referencia que, digan lo digan y crean lo que crean algunos, por lo general la proximidad debilita y la distancia fortalece. Porque nada, bien sure, es más vulnerable al uso continuado. En fin, para que nos entendamos, que a mi particular entender es absurdo convertir a los afectos en un ancla que te ate a un lugar concreto en el que, por lo que sea, no encuentras estímulos para seguir experimentando.
Pues sí, me parece que en mi caso lo mejor sería volver al Camino. A morir con las botas puestas, como se suele decir.
En Castilla llueve poco. Lo digo, no por nada, sino porque parece que algunos no lo saben. Coges, agarras, te montas en el tren en una ciudad de la costa cantábrica y en apenas dos horas ya ves un disco solar pugnando por abrirse paso por entre el velo de nubes. Dos kilómetros más y ya puedes ver un cielo azul purísima concepción coronado por un sol radiante. Te apeas tal que en Frómista cuando el sol está ya a punto de acostarse. Con las últimas luces pedaleas hasta Amanecer en donde los portones del corral están abiertos porque te esperan.
Amanecer es un lugar bastante especial. Instalaciones modernas y gestión a la vieja usanza. No es que se haga mesa común, pero las gerentes se las apañan para que todos los huéspedes acaben en tertulia común a la hora de la cena. La primera noche congeniamos con una pareja vasca aficionada al ciclismo y un par de extremeños que habían venido a pescar a las lagunas artificiales que los emprendedores locales han instalado en los huecos dejados por viejas canteras inservibles. Anoche, como éramos los únicos huéspedes, cenamos con Carmen y Inma, dueñas y gerentes del invento. Me recordó un poco a los viejos tiempos de, cuando estudiante, vivía a pupilaje. O de patrona, como se decía.
En resumidas cuentas, que nos pasamos el día paseando la bicicleta, unas veces a favor y otras en contra de un viento furioso. Hoy, después de una larga tertulia, con final de fotos y tal, en el café España de Carrión con una pareja de irlandeses que nos habían echado una mano en un percance que le ha surgido a María por la carretera, hemos hecho intención de ir a comer a Saldaña por los pueblos de la vega para evitar la carretera general, pero ha sido inútil, por Villotilla ya íbamos a bout de su souffle así que cuando ya teníamos a tiro de piedra Villamoronta nos hemos dado la vuelta para correr parejas con el viento como el hipogrifo violento.
Y así pasamos los días, decididos a resistir hasta que a la costa cantábrica le entre el sentido común y deje de gimotear. No es cosa que nos cueste: se come bien, se duerme de sueño y, sobre todo, se da rienda suelta a la lengua que no creo que haya lugar en el mundo donde la gente sea más diversa y con mayores ganas de pegar la hebra.
En una película inglesa que vi no hace mucho se ve a un señor, mayor ya, que hace de modelo en una academia de dibujo. Está allí con cara de aburrimiento, poniendo posturitas y, de vez en cuando, el tal, suelta un cuesco y dice sorry como si hubiese tosido. Nadie se inmuta. Es lo lógico, está entre artistas. Quizá desayunó beens que, por lo que sea, que no voy a entrar, producen un surplus de acumulación de metano en los intestinos. Desprenderse de tal exceso no sólo es natural sino perentoriamente necesario so pena de padecer molestias desestabilizadoras. Pura fisiología sin más. Pero, así y todo, la escueta realidad es que con beens o sin beens, todo quisque produce unos cuantos litros al día de esos gases nocivos de los que hay que desprenderse, ya sea discretamente si se hace en público, ya sea despreocupadamente cuando se disfruta de la suficiente privacidad, porque de lo contrario puedes acabar levitando. Y ahí está la magia de este asunto que, ya sea porque los gases son malolientes, ya sea por las connotaciones escatológicas de todo lo relacionado con la descomposición, lo de pearse ruidosamente en público tiene características de tabú de mediana consistencia. O sea, prohibido, pero menos. E, incluso, se puede dar casos, como el de un catalán de los que de les pedres fans pans, que se llegue a hacer un arte de la suelta controlada de los gases con el que ganarse holgadamente la vida. Hablo del célebre Joseph Pujol Le Pétomane que fue codiciado por los más celebres cabarets de la época por su habilidad para interpretar óperas de Wagner por medio de una aquilatada interrelación entre el diafragma, los músculos abdominales y el esfínter anal.
Pero claro, los tabús son los tabús y por muy blandos que sean si el receptor de su transgresión es susceptible puede reaccionar desproporcionadamente. Y no vamos a hablar, ya, de aquel cuesco del que nos habla Flavio Josefo que fue causa eficiente de una de las mayores masacres que se recuerdan: 28ooo muertes de una tacada. No hay que irse tan lejos. Basta acercarse a la Valencia de nuestros días. Allí, como comprobarán si leen el recorte de prensa que les muestro al inicio, un juez ha considerado pertinente calificar de violencia de género soltar en según qué circunstancias "una sonora ventosidad". Discutía el hombre con su oíslo y por lo que fuere, en un determinado momento consideró oportuno responder con un cuesco. Es una forma de cerrar la engarrada que efectivamente puede ser considerada por la otra parte de muy variadas maneras en función del tono de su humor. Porque, si bien en este caso, como muy aquilatadamente interpretó el juez, se trató de "una actitud de menosprecio que lesionó la dignidad de la demandante además de menoscabar su autoestima y honor", también, si nos atenemos al carácter más bien jocoso de las gentes levantinas, pudiéramos haber interpretado que el ya condenado no quiso otra cosa que descomprimir no sólo la tensión de su vientre sino también la ambiental por medio de un acto puramente humorístico. En fin, pero en cualquier caso, como se suele decir, aunque no se comparta, la justicia se acata y punto.
Lo que pasa es que, sí, la justicia se acata siempre, unas veces como bien mayor y otras como mal menor, pero, ¡ojo!, que los jueces son humanos e, incluso, como el del caso comentado, pueden tener talante zapateril, es decir, una tendencia irreprimible a decantarse del lado del supuesto débil o, en su defecto, a culpabilizar al supuesto poderoso. Ayer, de paseo por los acantilados, íbamos comentando sobre los estragos producidos en nuestras profesiones por esta pata coja de la justicia. Medicina y arquitectura han visto incrementar sus costes exponencialmente a causa del cuidado que ponen los profesionales de curarse en salud no vaya a ser que el diablo las enrede y luego se te eche encima todo el aparato judicial que, si bien, por lo general, suele tener talento, en no pocas ocasiones sólo tiene "talante", lo cual, si te toca, como que te hunde la vida. Por eso, todo es ver entrar al paciente por la puerta y ya estar pidiéndole todas las pruebas habidas y por haber que lo que es a mí no pillan.
En resumidas cuentas, que como le dé por haber muchos jueces de talante zapateril les auguro a los burdeles un negocio todavía más brillante del que ahora tienen porque se van a convertir en el único lugar en el que los hombres se van a sentir seguros a efectos de relacionarse con la parte contratante. ¡Por Dios, cómo nos lo están complicando todo las gentes talantudas!
Dice un tal Javier Marías, que por lo visto es un reputado autor de novelas de las que no tengo el gusto, que "el mundo explotará si no se acaba con tanta desigualdad", así, como se lo digo. No comprendo como hay gente que siendo capaces de hacer una cosa tan difícil como escribir una novela puede a su vez parir semejantes tonterías. Si es que, además, hasta el más tonto que se haya querido informar sabe que nunca el mundo fue menos desigual que hoy día y que, por cierto, los últimos años han sido definitivos en la disminución de la pobreza real y eso a pesar del entusiasmo que ponen algunas comunidades en reproducirse. Bueno, quizá sea que el periódico global, antiguo independiente de la mañana, haya querido hacer un titular con la frasecita de marras, que pudo ser soltada al tresbolillo, para satisfacer a su parroquia que como ustedes saben se compone mayormente de gente muy preocupada por los sufrimientos de los demás. Buena gente en definitiva.
Efectivamente, estamos viviendo una de esas etapas del desarrollo capitalista, el único, por cierto, conocido hasta ahora, en el que el capital se acumula en pocas manos, cosa que según los entendidos es muy necesaria para que se puedan producir las grandes inversiones que darán después trabajo a las multitudes sacándolas más que de la pobreza del aburrimiento que empuja a estar todo el día haciendo hijos. Y de esa acumulación que no comprenden es de donde viene el malestar de la buena gente. A ellos, seguramente les pondría mejor cuerpo que el acumulador fuera el Estado que somos todos, aunque la experiencia demuestra, sobre todo la soviética, que unos lo son más que otros y por eso tienen derecho a dachas de recreo con champán y mujeres. ¡Ay, qué tiempos aquellos! Quién los volviese a pillar.
El caso es que esta buena gente griega ya me está jodiendo bien jodido con la incertidumbre que su dignidad mancillada está produciendo en los mercados. Estaba yo al asalto de una transacción ventajosa y entonces va el Sr. Chiripas y dice que no paga lo que debe ni de chiripa y todo el tinglao se me viene abajo. Desde luego que ser buena gente no excluye ser un jeta. Mucha dignidad y mucha leche, pero a la hora de pagar los impuestos todos se llaman Andana. Y es que ayer escuchaba los argumentos de la buena gente que se estaba manifestando delante del Parlamento griego para dar apoyo al órdago de Chiripas. Hablaban todos un inglés perfecto y todos tenían pinta de cualquier cosa menos de estar pasándolo mal. Y claro, con pequeñas variantes, siempre la misma cantinela: la dignidad mancillada por las políticas de austeridad impuestas desde afuera. De lo de pagar impuestos y no cobrar comisiones por todo, ni una palabra. Así, en definitiva, es como corre el mundo de la buena gente, a ver lo que saca uno, quejándose primero, amenazando después con llevárselo todo por delante.
La verdad, estoy de la buena gente hasta la mismísima coronilla.
Podría pensar que a uno le viene de familia, pero sólo sería una conjetura. Lo que es un hecho evidente es que, como mis padres, desde una edad bastante temprana he tenido una irresistible propensión a recluirme en casa. Lo que no quiere decir que no disfrute saliendo a dar una vuelta, haciendo una excursión o charlando un rato con los amigos. Pero, eso sí, siempre con la expectativa de que a la caída de la tarde, en el caso más extremo, volveré a casa y me distenderé con mis cosas antes de ir a dormir. Comprendo que en estos tiempos que corren tal manera de ser sea considerada como el colmo de la pequeñez. Llegar a estas edades avanzadas sin haber batido ni siquiera una vez el pavimento de las calles de New York te convierte automáticamente en un ser insignificante para la inmensa mayoría.
Cuando era joven lo primero que hacía nada más despertarme era ponerme frente al espejo, agarrar la lima y dedicar un rato a poner los colmillos a punto. Como cualquiera del montón, al principio tuve acceso a tres o cuatro buenas yugulares, pero después todo fueron expectativas frustradas con su corolario de frenética ansiedad. Lo normal, supongo, cuando uno retrasa los pasos necesarios para cambiar de etapa. Toda esa experiencia acumulada mientras los colmillos conservan su brillo se disuelve en la nada de la ansiedad si no te retiras a tiempo a tus dominios. Las buenas digestiones, como todo el mundo sabe, necesitan del reposo.
Desde luego que no abomino de todas las tonterías que hice durante los años de colmillos rutilantes, pero sólo porque reconozco el inigualable poder pedagógico de las equivocaciones. Me duele, eso sí, al pensar en el tiempo perdido por haber sido lento de reflejos. Cuando uno va derrotado y algún tipo de necia esperanza le hace retrasar la retirada es como una doble derrota. Enderezarse después, para volver a vivir, es una penosa tarea. Reconstruir la voluntad a golpe de dolorosa disciplina para conseguir algún tipo de hábito que te libere de ti mismo, eso, tela marinera. Pero no se me ocurre otra opción si no quieres andar por ahí dando el cante como los viejos rokeros que nunca mueren porque ya hace mucho que están muertos.
En definitiva, que por herencia, experiencia o lo que sea, ahora sé que cada edad tiene su afán y el de la mía es el observar el mundo desde la distancia de una mecedora ikea, eso sí, con todas las ortopedias a mano por si las necesitas para afinar la percepción. Todo lo demás que intentes, volver a equivocarse.
Recuerdo cuando se decía que el mejor boxeador del mundo era el Papa Juan XXIII porque había hecho veinte, o cincuenta, que no recuerdo, cardenales de un sólo golpe. Pues bien, ayer le tocó al Papa Francisco ser el mejor boxeador. Le vi por la tele apretando para encajar el birrete en la grosse tête de un nuevo cardenal. Se ve que no se tomaron medidas para fabricar los birretes. Este Papa Francisco que va de más honesto que nadie y quiere meter en cintura a sus purpurados príncipes. ¡Menudo teatro!
En "Sumission", la última de Houellebecq, hay hacia el final una larga conversación entre el protagonista y el rector de la Sorbona que en cierta medida viene a ser un compendio de toda la novela. Y dentro de esa conversación una frase lo resume todavía mucho más: el islam o es político o no es.
El islam, el cristianismo, el judaismo, el budismo, el hinduismo, la cienciología... que me diga alguien qué religión no es nada más que una ideología que da soporte a formas de hacer política que, curiosamente, siempre tienden a ser de cariz totalitario en la medida que las sociedades en las que actúan se dejan manipular. Porque esa es la verdadera enjundia de todo este asunto, el grado de desarrollo intelectual de una sociedad que le permite, o no, reconocer como fundamentales unos valores de tipo moral a los que se ha identificado por el exclusivo uso de la razón. Es la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Sociedad de las Naciones contra las Tablas de la ley o la Sharia. Razón contra revelación. La razón se cuestiona, la revelación se acata.
El caso es que hace cuatro siglos ardía en guerras todo el continente europeo por las mismas razones que ahora arde todo el Oriente Medio. Religión mediante, los amantes de la verdad revelada y por tanto del poder totalitario se oponen encarnizadamente a los que ya descubrieron el poder liberador de la razón.
Ni fue fácil entonces, ni lo va a ser ahora, convencer a los de la verdad revelada de que no tienen razón. Y, es más, en el mejor de los casos sólo se convence a los creyentes en la medida en que se les domina por la fuerza. Y, a la que te descuidas, ahí que están otra vez queriendo imponer su orden. Es muy cómodo creer, o hacer como que se cree, sobre todo para el que tiene las riendas del poder. Porque, de entrada, ya, siempre podrá contar con la chusma atemorizada, perdón por el pleonasmo.
En fin, que veo al Papa haciendo cardenales y pienso en ese cáncer que nunca se curó del todo y está presto a resurgir a nada que el organismo baje sus defensas. En el entre tanto, ahí está callado como una puta mientras sus colegas del Golfo hacen de las suyas. No actúan en nombre de la religión, nos aclara con su bavardeo argentino, como queriendo despistar. Claro, por comparación, sale muy favorecido. El cristianismo, la religión de la libertad. A la fuerza ahorcan, que si no... una y la misma cosa toda la verdad revelada: pura tiranía.
Después de mucho pensarlo con mis débiles capacidades intelectuales he llegado a la conclusión de que lo único que podría salvar a la humanidad de esta carrera loca hacia la nada quizá fuera que la especie sufriese una mutación, un salto cualitativo, como el que en su día se dio para dejar de ser monos y pasar a ser hombres. Por cuantificarlo, para mejor entendernos, sería necesario que pasásemos de ese 10% que según los especialistas de la cosa es nuestro techo de actuación voluntaria a un 20% por lo menos. Que fuésemos capaces en definitiva de pararnos a pensar con un poco más de detenimiento antes de actuar. Algo, dicho así, tan sencillo y a la vez tan casi imposible. Porque en eso, por una vez, estoy bastante de acuerdo con los especialistas de la cosa, que sin que seamos en absoluto conscientes de ello en el 90% de los casos actuamos como simples autómatas. Recibimos un estímulo determinado y automáticamente salta el resorte sin que nada podamos hacer para evitarlo, porque es que, además, se da en nosotros esa condición perversa de creer que hacemos lo que hacemos porque es lo que nos gusta o nos conviene cuando la realidad muchas veces es que nos estamos tirando de cabeza por el precipicio que conduce al infierno. ¡Si lo sabré yo!
El caso es que en la misma medida que vayamos cayendo en la cuenta de que en tanto no nos mutemos como especie seguiremos siendo muy poco, por no decir nada, responsables de nuestros actos, en la misma medida, digo, la vida ira perdiendo su interés. Porque el interés se lo da, no nos engañemos, la ilusión de que con el uso de la razón podemos cambiar las cosas. Y sí, algo podemos, pero a lo más a una velocidad de crucero proporcional a ese 10% de acción consciente y, por lo tanto, apropiada para exasperar al más paciente.
Que eso es lo que pasa, que acabas exasperado si tomas esto en serio. Ves, un suponer, a Putin con la cabeza inclinada hacia delante y la izquierda, la boca y el ceño fruncido, la mitad de la pupila de sus ojos tapada por el parpado superior, y dices, joder, qué le pasa a este tío, acaso no tiene ya bastante territorio para administrar. Pues no, el tío quiere más. Por fastidiar o por lo que sea, pero sobre todo porque no puede hacer nada para impedirlo. Su cerebro está programado para la ambición desmedida, en la misma medida supongo que el de cualquiera que, por las circunstancias que sean, acumule un poder parecido al suyo. Y sí, le dirá a Merkel y Hollande que va a aflojar, pero en cuanto se den la vuelta y les pierda de vista volverá a apretar porque eso es lo que está en su esencia. Y así hasta que la naturaleza, o un designio superior como quieren algunos, haga su trabajo, lo pudra todo y comience la historia de nuevo.
Muy aburrido, en definitiva, esto de observar la realidad cuando ya tienes calados sus inevitables comportamientos. Y sin embargo no te puedes sustraer a ella porque, como dijo un tal Nietszche, para colmo hemos sido desposeídos por una pequeña herencia del consuelo supremo, de la bendición del trabajo, del olvido de sí mismo en la tarea cotidiana... en fin.
El otro día, en uno de esos innumerables debates que hay en las televisiones francesas, escuche cosas tan maravillosas, por venir de quien venían más que nada, que no sabía si soñaba o alucinaba. Era una señora de mediana edad que se expresaba con la cortesía de la claridad y que por más señas era, o había sido, la portavoz del Primer Ministro Valls. Me gustaría repetir exactamente sus palabras, pero en su defecto iré al significado de lo que dijo: resulta absolutamente indigno para la persona que el Estado se encargue de su desarrollo y protección en todos los dominios; si al ser humano le quitas la posibilidad de conseguir las cosas por su propio esfuerzo, de luchar por su mejora social, ¿en qué queda entonces? Una piltrafa, bien sure.
Bien, nada del otro mundo si no fuera porque el Sr. Valls es socialista. Un socialista que por la mañana había dicho la suya en el Parlamento o lugar por el estilo. Esos chicos de los barrios que dicen sensibles y por cuyo abandono por parte del Estado todo el el mundo se lamenta, tienen, les recuerdo, desde su más tierna infancia escuelas maternales, después las primarias, después las secundarias y, al que carente de medios lo solicita, becas para ir a la universidad. De hecho, no poca gente de esos barrios acaban siendo buenos profesionales. Empecemos entonces a pensar, y decir, que no todo lo que pasa en esos barrios es culpa del Estado. Las personas también tienen su responsabilidad por lo que les pasa.
Un Primer Ministro socialista diciendo tales cosas. ¿Es que acaso se les está curando la idiocia a la gente de esa ideología? Es probable que sí y que por tal sea que la chusma les esté retirando su voto para dárselo a formaciones que les prometen hasta limpiarles el culo cada vez que caguen. Una evolución, la de los socialistas, normal por otra parte en cualquiera que a golpe de demagogia y populismo llegó a tener responsabilidades y sufrió las consecuencias de no poder cumplir con su palabra. El haber tenido la oportunidad de equivocarse les ha abierto los ojos y ahora se tienen que aliar con sus enemigos de la derecha para que no se les coman sus alumnos más aventajados en la cosa del populismo y la demagogia. Es ley de vida que nada sea para siempre.
Anyway, siempre habrá almas cándidas que piensen que si el Estado invirtiese mucho más dinero en esos barrios sensibles la cosa mejoraría e incluso se podría solucionar. Ya saben, ejércitos de sociólogos, pedagogos, trabajadores sociales y demás profesionales de inciertas tareas. Bueno, de eso hay mucho ya por todas partes y nunca podremos saber acerca de su productividad. Personalmente creo que en la naturaleza, en todas sus manifestaciones, por lo que sea, siempre hay un porcentaje fallido de difícil salvación. Gente desastre para que nos entendamos. Y no voy a entrar ahora en si su causa es de origen endógeno o ambiental porque ese es el cuento de nunca acabar. Todo el mundo sabe que por el querer de los dioses hay un pequeño porcentaje de gente poco dotada, otro pequeño porcentaje de gente muy dotada y una significativa mayoría de gente digamos que del montón. Y así es que si a la condición de cada uno se le añade, ya sea el esfuerzo, ya sea la vaguería, tenemos esas variables de la movilidad social que nunca dejan de sorprender y que tanto dan de qué hablar. El muy dotado que se esfuerza, un genio. El poco dotado que vaguea, escoria humana, que Dios me perdone. Por el medio lo que quieran. Y esa es la gran enjundia de nuestra existencia, la libertad para hacer lo que nos plazca con los talentos que recibimos al nacer.
En cualquier caso, señores socialistas franceses, ¡bienvenidos a la decencia! Ahora si que vais a poder presumir de esa superioridad moral de la que tanto habéis blasonado sin tener motivo alguno a lo largo de vuestra historia.
Anoche pasaron por ARTE un clásico holywoodiense de los años 50 en los que se ve a los alemanes desde una perspectiva normal. La de gente que o nunca se subió y ya hace tiempo que se bajó del carro de la ilusión bélica y que sin embargo está igual o peor atrapada en los desastres de la guerra que los ilusos que la promovieron. Exactamente igual que siempre ha sido, es y supongo que seguirá siendo. "Tiempo de amar, tiempo de morir", se titulaba la cinta. La eterna paradoja: en el mismísimo infierno se puede crear un pedacito de cielo siempre y cuando confluyan las adecuadas proporciones de hormonas de signo contrario. Efectivamente, nada hay que iguale más no sólo a todos los humanos sino, también, a todo lo que vive, que las hormonas sexuales que a nada que los días crezcan y la temperatura suba se disparan de tal forma que, ya, todo lo que se produce en la cabeza queda supeditado a una consigna: si tú me dices ven, lo dejo todo. El resto, es patología.
Patología, por desgracia tan presente. Y no por su volumen sino por lo que se nota. Tu vas por ahí estos días premonitorios de la gran orgía y a nada que te fijes un poco ves a los pájaros saltar enloquecidos de rama en rama sin aparente objetivo, pero no, lo hacen para coger forma en vistas a lo que se avecina. Sin embargo, con dos o tres que haya que no pueden saltar ya está montado el conflicto. Su natural sufrimiento se torna pronto en envidia, en rabia, en resentimiento y, a la postre, en maquinaria de destrucción masiva. Dos nada más y ya está montado el lío. Sólo hace falta que se intercalen dos días malos entre la bonanza que aumenta para que el virus se extienda y, entonces, ya que no podemos vamos a ver si jodemos a los que pueden. Éste es el mecanismo, no hay otro, por el que se llega a las guerras. Gente que no puede y por eso grita ¡podemos! Podemos impediros que hagáis lo que nosotros no podemos hacer. Ese es nuestro único consuelo en esta vida, vengarnos en los otros de las carencias con las que quiso castigarnos la madre naturaleza.
Es lo que tiene la vida, que el hecho de que cada vez comprendamos mejor los mecanismos que la hacen girar no nos pone a resguardo de los previsibles fallos y sus nefastas consecuencias. Y ahí sí que es donde a uno, sin querer, se le va el pensamiento hacia la necesidad de un Dios que todo lo diseña. Es una estupidez, seguro, pero qué va a hacer uno cuando ya está contagiado. Buscar consuelo, bien sure. Todo lo que nos esta pasando, dice el autor de tiempo de amar, tiempo de morir, es porque le hemos dejado de lado y sólo una derrota nos va a aclarar el pensamiento para que volvamos humildes y humillados a ponerle en el centro de nuestras vidas.
En definitiva, tiempo de amar, tiempo de morir, una obra de arte deprimente a más no poder. Pero muy oportuna, sobre todo cuando cunde la infección a causa de un largo invierno.
Leo el siguiente titular en un periódico de la región: "Cantabria, epicentro de la innovación". La verdad, quién lo hubiese dicho dándose una vuelta por aquí. Una vez más debemos constatar que las cosas no son lo que aparentan.
Ayer en el programa 28´ que dirige mi admirada Élisabeth Quin trajeron a tres corresponsales de prensa extranjera afincados en París. Se trataba de que valorasen el discurso institucional, un pelín pomposo, que había largado por la mañana el Presidente de la República. Se notó de lejos que los tres estaban más hartos de chauvinismo que, por poner un ejemplo que conozco al dedillo, un castellano en Cataluña. Ya que les daban la oportunidad se dedicaron a poner a parir al Presidente y a los franceses en general. Digno de ver era las caras que la Quin y sus acólitos ponían ante semejante salva de realismo. Pero... intentaban interrumpir. Ni peros ni leches, proseguían los otros, son ustedes lo que son y más vale que se vayan apeando del burro o se van a pegar una torta que nos vamos a partir de risa.
Por la noche pasaron en ARTE tres capítulos de "Asesinatos en Sandhamn". Sandhamn es una de las 20.000 islas que hay alrededor de Estocolmo. Ya saben que los suecos están especializados de unos años para acá en serie negra. La serie negra es un género literario la mar de entretenido. Conan Doyle, Agatha Christie, Simenón, Chandler, Hammet, etc., son agudos sociólogos que no dejan nervio ni arteria por disecar por minúsculos que sean. Luego está el endemoniado conundrum que cualquiera de esas historias lleva dentro para que el héroe demuestre que lo es resolviéndole. Pero yo diría que todas ellas tienen un truco que siempre es el mismo y que se puede resumir en la tópica frase: los ricos también lloran. Moralina a tope para que nos entendamos.
Centrémonos en lo de Sandhamn, un lugar civilizado e idílico donde les haya, siempre y cuando, claro está, sea verano como en el relato de marras. Se me antoja de todo punto imposible que pueda haber alguien en el mundo que no quisiera instalarse allí de por vida. Una clase media alta y educada. Ni un perro en toda la isla. El utilitario del poli y todo lo demás bicicletas y barquitos. Poca ostentación, desde luego. Pero es gente poderosa y ahí es donde reside la madre del cordero, que el poder tienta incesante con más poder. Y cuando más se acerca uno a Dios más graves son las decisiones que hay que tomar para mantenerse en lo alto. Hay que tener los nervios muy templados para guardar el equilibrio sin hacer las tonterías que son los atajos: lo que estorba a mis designios lo elimino. Y ahí es donde entran en juego Holmes, Poirot, Miss Marple, Marlowe, el poli algo depresivo de Sandhamn...
Ya les digo, moralina. No pateixen por no ser poderosos en el sentido clásico del término, es decir, obligados a tomar decisiones que afectan a la vida de los otros. Ser poderoso, en principio parece el súmmum de los logros humanos, pero pronto, al primer contratiempo, se averigua como el más penoso de los destinos. No por nada sino porque los otros es el muro en el que el poder choca con la realidad. No se pueden hacer agujeros en ese muro para seguir adelante sin que la realidad cante y llame la atención del poli del barrio. Así que, moraleja, mejor conformarse con tener poder sobre uno mismo que, con esa tarea, como diría Pessoa, ya tienes entretenimiento para toda la vida.
Con uno de los asuntos que más suelo dar la lata a mis amigos y conocidos en general es con lo del ASTRA. La verdad es que cuanto más lo pienso menos comprendo la indiferencia hacia ese medio de medios de las personas con capacidades intelectuales para aprovecharse de él. Los ingleses, los americanos, los rusos, los franceses, los chinos, los japoneses, los coreanos, los moros, los chavistas de podemos, todos dejan ahí su impronta con su incierto grado de podedumbre. Es una visión del mundo multipolar con sus diversas distorsiones más o menos divertidas en función de su ingenua maliciosidad. Porque no se puede uno engañar al respecto: ni una sola de esas emisiones deja de tener su sesgo de propaganda y manipulación. El mundo de las ondas, por tanto, es la política por excelencia a escala planetaria. Y cada país es lo que son sus emisiones. Díganme, si no me creen, de dónde les viene la importancia a pequeños países como Inglaterra o Qatar. BBC y Al Jazeera.
Anoche, por ejemplo, contemplaba la aparente impecabilidad de un programa sobre el "asalto de las finanzas a la naturaleza" que emitían en ARTE. A medida que iba avanzando el relato más me iba viniendo a las mientes la crítica que hace Houellebecq en su última novela de los medios de comunicación de su país. Según él, están estos medios copados por la generación de los soixante-huitard, sesentaiocheros, que son una especie de cadáveres vivientes arrastrando los despojos de una ideología muerta. Y así es como va Francia, convencida de superioridad moral, intelectual y todo lo haga falta, mientras ve como pasa de largo el tren de la modernidad que no es otro que el de la asunción de la responsabilidad individual como indispensable preámbulo a cualquier tipo de acción coordinada. A todo lo largo del maravilloso documental no se mencionaron para nada a los millones de personas que asaltan a la naturaleza, en estado nada puro por cierto, para sus vacaciones de verano e invierno, por no hablar de los millones de ciudadanos que se benefician del pastel que supone ese supuesto asalto de las finanzas a través de los dividendos que éstas dan. O sea, siempre aquellos famosos "ellos" que tanto gustaba demonizar el ínclito García Calvo sin especificar nunca su verdadera naturaleza. Hubiera sido terrible descubrir un día que esos perversos "ellos" eramos en realidad nosotros agarrando el avión o el coche para ir a esquiar a Los Alpes o a tomar el sol al Caribe.
Luego, observo las diversas versiones sobre la guerra en Ucrania. la BBC, CNN, BMF por un lado, RToday, Telesur por otro. Y pienso que qué pensarán de todo eso aquellos ucranianos que me arreglaron el piso en que ahora vivo. Nunca, la verdad, había tratado con unos operarios más educados y eficaces. E imagino que en Ucrania habrá mucha gente como ellos y no puedo entender por qué les está pasando lo que les está pasando. Las fuerzas del mal se han desatado allí y algo tendrán que ver todos y cada uno de los que allí viven por mucho que los diferentes medios apunten con precisión a muy concretos responsables. Putin es, evidentemente, un apropiado líder para una sociedad de nazis, pero a alguien se le fue la mano favoreciendo su ascensión con tal de obtener inmediatos beneficios. No diferirá mucho, supongo, de lo que en su día pasó con Hitler y los alemanes. Y su solución, supongo, también será parecida.
Por no hablar de los chavistas de Podemos. Viera la gente Telesur e inmediatamente se daría cuenta de que todo eso no es más que una broma macabra. No puedo ni imaginar que eso cuaje por aquí. Sería la guerra. Demasiada gente con estudios para consentir semejante felonía. La veleidades utopistas siempre se topan con el muro del conocimiento. Como les está pasando ahora a los chicos de Chiripa en Grecia. Lo de las manos en los bolsillos ya se sabe lo que da de sí. Para ir de volteo, como diría Fede. En fin, en qué cabeza cabe.
Así uno va viendo por aquí, por allá, y se da cuenta de lo relativamente afortunados que somos en este rincón del mundo y que quizá sea porque ya pasamos lo que otros pasan ahora. O, simplemente, porque ahora toca y hay que andarse con cuidado porque la suerte es muy tornadiza. En cualquier caso, no sé qué haría yo si no estuviese conectado al ASTRA.
Dare to disagree quiere decir atreverse a disentir. Bueno, pues en el portal TED hay una señora que se tira media hora hablando, y con mucho estilo por cierto, para convencernos de lo útil que es para el progreso que haya gente que se atreva a disentir. Cuenta acerca de una médico inglesa que tardó veinticinco años en convencer a sus colegas de los efectos perniciosos de las radiografías durante el embarazo. Algo que, ya ven, ahora va de soi, pero que hace no muchos años era una idea rechazada a priori por la comunidad médica, lo mismo que era tendencia rechazar la idea de que los estudios de una Dra. pudiesen tener validez científica. ¡Qué cosas! Y, sin embargo, eran estudios contundentes: había una clara diferencia entre las madres que se habían hecho radiografías y las que no se habían hecho en cuanto a la incidencia de hijos con malformaciones de cualquier tipo.
Me imagino cómo debió ser aquello. El jefe era un nota con el pensamiento anquilosado por haberse rodeado de un equipo de echo chambers. El echo chamber es lo que aquí se conoce como Don Ángel Siseñor o, mejor si quieren, chupaculos. Gente que asciende en el escalafón por razones de lealtad que no de mérito. Así, juraría, cada vez que la doctora de marras exponía sus hallazgos el coro de echo chambers competía entre sí por lanzar la desplicencia que más le pudiese agradar a un jefe celoso de su autoridad. Sería absurdo sorprenderse por tal secuencia de mezquindades porque hasta el más ingenuo sabe que en su inmensa mayoría el mundo funciona así. Lo que quizá dé pie en este caso a cierto desconcierto es que el mentado caso se haya producido en Inglaterra, patria de la meritocracia. En fin, quizá los árboles de la fama no nos dejen ver el bosque del adocenamiento que siempre acaba por crecer hasta en las mejores familias.
Lo que sí me sorprende es que siga siendo necesario que haya gente que largue conferencias en repletos auditorios sobre cuestiones tan obvias. Y lo digo sin por ello dejar de reconocer la mucha envidia que me da la gente capaz de largar en público, y más si lo hacen con gracia. Pero bueno, el caso es que la gente va allí, escucha, se identifica con la idea, incluso le parece brillante, y a continuación piensa que la cosa le va como anillo al dedo a la mayoría de sus compañeros de trabajo, pero lo que es a él, ni de refilón. Todos, o casi todos, creemos tener una conciencia crítica de las de aquí te espero. Y si fuese verdad lo que la gente suele decir a los amigos del bar que ha dicho a sus a sus jefes, compañeros, vecinos, o cualquier otra persona de las que constituyen eso que el filósofo llamó el infierno, los otros en definitiva, entonces, seguramente habría más tortas y puñetazos, pero el mundo apuesto a que sería bastante mejor.
Sí, la verdad es que esas conferencias lucen lindo. Pero después de haber escuchado miles en la vida me cuesta mucho recordar una sola que me haya aportado algo más que la excusa para salir a dar una vuelta, coincidir con alguien y, en el mejor de los casos, que seguramente también lo hubo, conseguir un ligue, que eso sí que sube la autoestima. No, ahora en serio, lo que a mí me parece es que en este mundo hay gente para todo y por mucho que la irreprimible tendencia del poder, de cualquier poder por pequeñito que sea, es manipular para convertir en echo chamber a todos los que considera sus súbditos, siempre, por la propia naturaleza de las cosas, habrá unos cuantos que necesitaran, más que respirar, tocar las pelotas a ese poder castrador. Es ley de vida. Son unos pocos, bien es verdad, frente a la ingente masa de los siseñor, pero también es muy poquita la cantidad de encima o fermento que se necesita para producir o acelerar una reacción en enormes cantidades de materia.
En fin, lo que quiero decir es que Dios nos libre de un exceso de masa crítica de criticadores porque, entonces, corre peligro de desintegrarse la materia.
Me cuenta María que ha leído algo de Churchill en donde este se explaya sobre lo importante que es cultivar alguna afición al margen del trabajo. Dice que eso es bueno para la vida, pero sobre todo para el propio trabajo. Ayuda a distanciarse de él, lo cual, si no ando equivocado, es pieza fundamental para desarrollarle con elegancia y rendimiento óptimo. Por cierto que Churchill quiere decir algo así como Iglesia fría, o más bien heladora, y quizá por eso es que el principal precepto que lanzó a sus fieles fue aquel famoso "sangre, sudor y lágrimas" con el que se ganó la guerra al Iglesias caliente de turno que ofrecía el paraíso a cambio de escuchar mucha música de Wagner.
Me cuenta también María que ha visto o leído algo sobre Charlie Chaplin y de cómo este padre casi abuelo, a pesar de sus muchos millones, exigía a sus hijos casi nietos una disciplina espartana. No les pasaba una en lo referente a sus estudios. Y no se cansaba de repetirles que el conocimiento es la única riqueza real, la que sólo te pueden quitar si te matan.
A parte de estas dos patas fundamentales de mi particular trípode de sustento está la tercera que también comentaba anoche con María. Es la que me enseñó Pessoa. Decía este interesante pensador que si sientes necesidad de cambiar el mundo empieces por cambiarte a ti mismo. Esa tarea, añadía, te llevará toda la vida y seguramente morirás antes de haberla concluido, pero habrá merecido la pena.
En realidad, si bien lo miramos, a ese trípode que les digo sería más justo llamarle trinidad por aquello de que son tres tipos diferentes de "sangre, sudor y lagrimas" para un mismo objetivo que no es otro que perfeccionarse como persona no para ser mejor, que también, sino para disfrutar más de la vida con menores emisiones de gases de efecto invernadero.
En fin.
Ver como recibe el nuevo ministro de finanzas griego al jefe del Eurogrupo -digamos que el acreedor- es cuanto menos divertido. El griego, un niño bien metido a progre que viste de pijo que sale de copas cuando va a jugarse el futuro de sus conciudadanos. Con la izquierda en el bolsillo ofrece la derecha con la mirada revirada de quien quiere que se sepa que lo hace por cortesía, pero sin la menor gana. Esta claro que el tipo tiene que tener algún as en la manga porque de lo contrario nada explica ese aire de superioridad.
Y sí, lo tiene. Yannis Varoufakis ha ido al cine a ver "Rosalie va al supermercado", cosa que parece no han hecho tanto el jefe del Eurogrupo como sus solventes colegas, empezando por la Sra. Merkel. Por lo que recuerdo de esa película, es la metáfora perfecta de lo que pasa con los griegos. Los griegos se reunían en familia a aprenderse de memoria los anuncios de la televisión y luego la mamá vestía sus mejores galas agarraba una cualquiera de las tarjetas de crédito que regalan los bancos cuando las vacas son gordas y se iba a comprar lo del anuncio. Y la familia flipaba y vivía feliz acumulando deudas. Al final los incautos prestamistas le tienen que conceder un crédito mucho mayor para que monte una empresa a ver si así pueden recuperar algo de lo prestado. Moraleja, si tienes mucho eres importante, pero si debes mucho lo eres mucho más.
Y así estamos todos, que nos llega ya el agua al cuello de puro importantes que vuelven a ser los griegos. Más que hace dos mil y pico años cuando fueron los encargados de poner los cimientos de todo este edificio que nos cobija. No olvidemos que en la vieja Grecia robar era un arte que sólo pasaba a ser moralmente reprobable si te pillaban con las manos en la masa. Y en este caso, Yanis Varoufakis lo tiene claro, las manos en la masa son las de los prestamistas que han olvidado la primera lección de su oficio: no prestes a quien no tiene beneficio.
En fin, vamos a ver, porque la cosa promete. Hagan apuestas, señores. Y señoras.