Amanecer es un lugar bastante especial. Instalaciones modernas y gestión a la vieja usanza. No es que se haga mesa común, pero las gerentes se las apañan para que todos los huéspedes acaben en tertulia común a la hora de la cena. La primera noche congeniamos con una pareja vasca aficionada al ciclismo y un par de extremeños que habían venido a pescar a las lagunas artificiales que los emprendedores locales han instalado en los huecos dejados por viejas canteras inservibles. Anoche, como éramos los únicos huéspedes, cenamos con Carmen y Inma, dueñas y gerentes del invento. Me recordó un poco a los viejos tiempos de, cuando estudiante, vivía a pupilaje. O de patrona, como se decía.
En resumidas cuentas, que nos pasamos el día paseando la bicicleta, unas veces a favor y otras en contra de un viento furioso. Hoy, después de una larga tertulia, con final de fotos y tal, en el café España de Carrión con una pareja de irlandeses que nos habían echado una mano en un percance que le ha surgido a María por la carretera, hemos hecho intención de ir a comer a Saldaña por los pueblos de la vega para evitar la carretera general, pero ha sido inútil, por Villotilla ya íbamos a bout de su souffle así que cuando ya teníamos a tiro de piedra Villamoronta nos hemos dado la vuelta para correr parejas con el viento como el hipogrifo violento.
Y así pasamos los días, decididos a resistir hasta que a la costa cantábrica le entre el sentido común y deje de gimotear. No es cosa que nos cueste: se come bien, se duerme de sueño y, sobre todo, se da rienda suelta a la lengua que no creo que haya lugar en el mundo donde la gente sea más diversa y con mayores ganas de pegar la hebra.
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