martes, 24 de febrero de 2015

Regreso a Amanecer

 
 
 
En Castilla llueve poco. Lo digo, no por nada, sino porque parece que algunos no lo saben. Coges, agarras, te montas en el tren en una ciudad de la costa cantábrica y en apenas dos horas ya ves un disco solar pugnando por abrirse paso por entre el velo de nubes. Dos kilómetros más y ya puedes ver un cielo azul purísima concepción coronado por un sol radiante. Te apeas tal que en Frómista  cuando el sol está ya a punto de acostarse. Con las últimas luces pedaleas hasta Amanecer en donde los portones del corral están abiertos porque te esperan.
 

Amanecer es un lugar bastante especial. Instalaciones modernas y gestión a la vieja usanza. No es que se haga mesa común, pero las gerentes se las apañan para que todos los huéspedes acaben en tertulia común a la hora de la cena. La primera noche congeniamos con una pareja vasca aficionada al ciclismo y un par de extremeños que habían venido a pescar a las lagunas artificiales que los emprendedores locales han instalado en los huecos dejados por viejas canteras inservibles. Anoche, como éramos los únicos huéspedes, cenamos con Carmen y Inma, dueñas y gerentes del invento. Me recordó un poco a los viejos tiempos de, cuando estudiante, vivía a pupilaje. O de patrona, como se decía.

En resumidas cuentas, que nos pasamos el día paseando la bicicleta, unas veces a favor y otras en contra de un viento furioso. Hoy, después de una larga tertulia, con final de fotos y tal, en el café España de Carrión con una pareja de irlandeses que nos habían echado una mano en un percance que le ha surgido a María por la carretera, hemos hecho intención de ir a comer a Saldaña por los pueblos de la vega para evitar la carretera general, pero ha sido inútil, por Villotilla ya íbamos a bout de su souffle así que cuando ya teníamos a tiro de piedra Villamoronta nos hemos dado la vuelta para correr parejas con el viento como el hipogrifo violento.

Y así pasamos los días, decididos a resistir hasta que a la costa cantábrica le entre el sentido común y deje de gimotear. No es cosa que nos cueste: se come bien, se duerme de sueño y, sobre todo, se da rienda suelta a la lengua que no creo que haya lugar en el mundo donde la gente sea más diversa y con mayores ganas de pegar la hebra. 

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