martes, 10 de febrero de 2015

Tiempo de amar


Anoche pasaron por ARTE un clásico holywoodiense de los años 50 en los que se ve a los alemanes desde una perspectiva normal. La de gente que o nunca se subió y ya hace tiempo que se bajó del carro de la ilusión bélica y que sin embargo está igual o peor atrapada en los desastres de la guerra que los ilusos que la promovieron. Exactamente igual que siempre ha sido, es y supongo que seguirá siendo. "Tiempo de amar, tiempo de morir", se titulaba la cinta. La eterna paradoja: en el mismísimo infierno se puede crear un pedacito de cielo siempre y cuando confluyan las adecuadas proporciones de hormonas de signo contrario. Efectivamente, nada hay que iguale más no sólo a todos los humanos sino, también, a todo lo que vive, que las hormonas sexuales que a nada que los días crezcan y la temperatura suba se disparan de tal forma que, ya, todo lo que se produce en la cabeza queda supeditado a una consigna: si tú me dices ven, lo dejo todo. El resto, es patología. 

Patología, por desgracia tan presente. Y no por su volumen sino por lo que se nota. Tu vas por  ahí estos días premonitorios de la gran orgía y a nada que te fijes un poco ves a los pájaros saltar enloquecidos de rama en rama sin aparente objetivo, pero no, lo hacen para coger forma en vistas a lo que se avecina. Sin embargo, con dos o tres que haya que no pueden saltar ya está montado el conflicto. Su natural sufrimiento se torna pronto en envidia, en rabia, en resentimiento y, a la postre, en maquinaria de destrucción masiva. Dos nada más y ya está montado el lío. Sólo hace falta que se intercalen dos días malos entre la bonanza que aumenta para que el virus se extienda y, entonces, ya que no podemos vamos a ver si jodemos a los que pueden. Éste es el mecanismo, no hay otro, por el que se llega a las guerras. Gente que no puede y por eso grita ¡podemos! Podemos impediros que hagáis lo que nosotros no podemos hacer. Ese es nuestro único consuelo en esta vida, vengarnos en los otros de las carencias con las que quiso castigarnos la madre naturaleza. 

Es lo que tiene la vida, que el hecho de que cada vez comprendamos mejor los mecanismos que la hacen girar no nos pone a resguardo de los previsibles fallos y sus nefastas consecuencias. Y ahí sí que es donde a uno, sin querer, se le va el pensamiento hacia la necesidad de un Dios que todo lo diseña. Es una estupidez, seguro, pero qué va a hacer uno cuando ya está contagiado. Buscar consuelo, bien sure. Todo lo que nos esta pasando, dice el autor de tiempo de amar, tiempo de morir, es porque le hemos dejado de lado y sólo una derrota nos va a aclarar el pensamiento para que volvamos humildes y humillados a ponerle en el centro de nuestras vidas.  

En definitiva, tiempo de amar, tiempo de morir, una obra de arte deprimente a más no poder. Pero muy oportuna, sobre todo cuando cunde la infección a causa de un largo invierno.   

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