lunes, 2 de febrero de 2015

Le llamaban Trinidad




Me cuenta María que ha leído algo de Churchill en donde este se explaya sobre lo importante que es cultivar alguna afición al margen del trabajo. Dice que eso es bueno para la vida, pero sobre todo para  el propio trabajo. Ayuda a distanciarse de él, lo cual, si no ando equivocado, es pieza fundamental para desarrollarle con elegancia y rendimiento óptimo. Por cierto que Churchill quiere decir algo así como Iglesia fría, o más bien heladora,  y quizá por eso es que el principal precepto que lanzó a sus fieles fue aquel famoso "sangre, sudor y lágrimas" con el que se ganó la guerra al Iglesias caliente de turno que ofrecía el paraíso a cambio de escuchar mucha música de Wagner. 

Me cuenta también María que ha visto o leído algo sobre Charlie Chaplin y de cómo este padre casi abuelo, a pesar de sus muchos millones, exigía a sus hijos casi nietos una disciplina espartana. No les pasaba una en lo referente a sus estudios. Y no se cansaba de repetirles que el conocimiento es la única riqueza real, la que sólo te pueden quitar si te matan. 

A parte de estas dos patas fundamentales de mi particular trípode de sustento está la tercera que también comentaba anoche con María. Es la que me enseñó Pessoa. Decía este interesante pensador que si sientes necesidad de cambiar el mundo empieces por cambiarte a ti mismo. Esa tarea, añadía, te llevará toda la vida y seguramente morirás antes de haberla concluido, pero habrá merecido la pena. 

En realidad, si bien lo miramos, a ese trípode que les digo sería más justo llamarle trinidad por aquello de que son tres tipos diferentes de "sangre, sudor y lagrimas" para un mismo objetivo que no es otro que perfeccionarse como persona no para ser mejor, que también, sino para disfrutar más de la vida con menores emisiones de gases de efecto invernadero. 

En fin.      

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