El caso es que en la misma medida que vayamos cayendo en la cuenta de que en tanto no nos mutemos como especie seguiremos siendo muy poco, por no decir nada, responsables de nuestros actos, en la misma medida, digo, la vida ira perdiendo su interés. Porque el interés se lo da, no nos engañemos, la ilusión de que con el uso de la razón podemos cambiar las cosas. Y sí, algo podemos, pero a lo más a una velocidad de crucero proporcional a ese 10% de acción consciente y, por lo tanto, apropiada para exasperar al más paciente.
Que eso es lo que pasa, que acabas exasperado si tomas esto en serio. Ves, un suponer, a Putin con la cabeza inclinada hacia delante y la izquierda, la boca y el ceño fruncido, la mitad de la pupila de sus ojos tapada por el parpado superior, y dices, joder, qué le pasa a este tío, acaso no tiene ya bastante territorio para administrar. Pues no, el tío quiere más. Por fastidiar o por lo que sea, pero sobre todo porque no puede hacer nada para impedirlo. Su cerebro está programado para la ambición desmedida, en la misma medida supongo que el de cualquiera que, por las circunstancias que sean, acumule un poder parecido al suyo. Y sí, le dirá a Merkel y Hollande que va a aflojar, pero en cuanto se den la vuelta y les pierda de vista volverá a apretar porque eso es lo que está en su esencia. Y así hasta que la naturaleza, o un designio superior como quieren algunos, haga su trabajo, lo pudra todo y comience la historia de nuevo.
Muy aburrido, en definitiva, esto de observar la realidad cuando ya tienes calados sus inevitables comportamientos. Y sin embargo no te puedes sustraer a ella porque, como dijo un tal Nietszche, para colmo hemos sido desposeídos por una pequeña herencia del consuelo supremo, de la bendición del trabajo, del olvido de sí mismo en la tarea cotidiana... en fin.
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