viernes, 13 de febrero de 2015

Apenas un 10%


Después de mucho pensarlo con mis débiles capacidades intelectuales he llegado a la conclusión de que lo único que podría salvar a la humanidad de esta carrera loca hacia la nada quizá fuera que la especie sufriese una mutación, un salto cualitativo, como el que en su día se dio para dejar de ser monos y pasar a ser hombres. Por cuantificarlo, para mejor entendernos, sería necesario que pasásemos de ese 10% que según los especialistas de la cosa es nuestro techo de actuación voluntaria a un 20% por lo menos. Que fuésemos capaces en definitiva de pararnos a pensar con un poco más de detenimiento antes de actuar. Algo, dicho así, tan sencillo y a la vez tan casi imposible. Porque en eso, por una vez, estoy bastante de acuerdo con los especialistas de la cosa, que sin que seamos en absoluto conscientes de ello en el 90% de los casos actuamos como simples autómatas. Recibimos un estímulo determinado y automáticamente salta el resorte sin que nada podamos hacer para evitarlo, porque es que, además, se da en nosotros esa condición perversa de creer que hacemos lo que hacemos porque es lo que nos gusta o nos conviene cuando la realidad muchas veces es que nos estamos tirando de cabeza por el precipicio que conduce al infierno. ¡Si lo sabré yo!

El caso es que en la misma medida que vayamos cayendo en la cuenta de que en tanto no nos mutemos como especie seguiremos siendo muy poco, por no decir nada, responsables de nuestros actos, en la misma medida, digo, la vida ira perdiendo su interés. Porque el interés se lo da, no nos engañemos, la ilusión de que con el uso de la razón podemos cambiar las cosas. Y sí, algo podemos, pero a lo más a una velocidad de crucero proporcional a ese 10% de acción consciente y, por lo tanto, apropiada para exasperar al más paciente. 

Que eso es lo que pasa, que acabas exasperado si tomas esto en serio. Ves, un suponer, a Putin con la cabeza inclinada hacia delante y la izquierda, la boca y el ceño fruncido, la mitad de la pupila de sus ojos tapada por el parpado superior, y dices, joder, qué le pasa a este tío, acaso no tiene ya bastante territorio para administrar. Pues no, el tío quiere más. Por fastidiar o por lo que sea, pero sobre todo porque no puede hacer nada para impedirlo. Su cerebro está programado para la ambición desmedida, en la misma medida supongo que el de cualquiera que, por las circunstancias que sean, acumule un poder parecido al suyo. Y sí, le dirá a Merkel y Hollande que va a aflojar, pero en cuanto se den la vuelta y les pierda de vista volverá a apretar porque eso es lo que está en su esencia. Y así hasta que la naturaleza, o un designio superior como quieren algunos, haga su trabajo, lo pudra todo y comience la historia de nuevo. 

Muy aburrido, en definitiva, esto de observar la realidad cuando ya tienes calados sus inevitables comportamientos. Y sin embargo no te puedes sustraer a ella porque, como dijo un tal Nietszche, para colmo hemos sido desposeídos por una pequeña herencia del consuelo supremo, de la bendición del trabajo, del olvido de sí mismo en la tarea cotidiana... en fin. 

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