viernes, 6 de febrero de 2015

Asesinatos en Sandhamn



Leo el siguiente titular en un periódico de la región: "Cantabria, epicentro de la innovación". La verdad, quién lo hubiese dicho dándose una vuelta por aquí. Una vez más debemos constatar que las cosas no son lo que aparentan. 

Ayer en el programa 28´ que dirige mi admirada Élisabeth Quin trajeron a tres corresponsales de prensa extranjera afincados en París. Se trataba de que valorasen el discurso institucional, un pelín pomposo, que había largado por la mañana el Presidente de la República. Se notó de lejos que los tres estaban más hartos de chauvinismo que, por poner un ejemplo que conozco al dedillo, un castellano en Cataluña. Ya que les daban la oportunidad se dedicaron a poner a parir al Presidente y a los franceses en general. Digno de ver era las caras que la Quin y sus acólitos ponían ante semejante salva de realismo. Pero... intentaban interrumpir. Ni peros ni leches, proseguían los otros, son ustedes lo que son y más vale que se vayan apeando del burro o se van a pegar una torta que nos vamos a partir de risa. 

Por la noche pasaron en ARTE tres capítulos de "Asesinatos en Sandhamn". Sandhamn es una de las 20.000 islas que hay alrededor de Estocolmo. Ya saben que los suecos están especializados de unos años para acá en serie negra. La serie negra es un género literario la mar de entretenido. Conan Doyle, Agatha Christie, Simenón, Chandler, Hammet, etc., son agudos sociólogos que no dejan nervio ni arteria por disecar por minúsculos que sean. Luego está el endemoniado conundrum que cualquiera de esas historias lleva dentro para que el héroe demuestre que lo es resolviéndole. Pero yo diría que todas ellas tienen un truco que siempre es el mismo y que se puede resumir en la tópica frase: los ricos también lloran. Moralina a tope para que nos entendamos. 

Centrémonos en lo de Sandhamn, un lugar civilizado e idílico donde les haya, siempre y cuando, claro está, sea verano como en el relato de marras. Se me antoja de todo punto imposible que pueda haber alguien en el mundo que no quisiera instalarse allí de por vida. Una clase media alta y educada. Ni un perro en toda la isla. El utilitario del poli y todo lo demás bicicletas y barquitos. Poca ostentación, desde luego. Pero es gente poderosa y ahí es donde reside la madre del cordero, que el poder tienta incesante con más poder. Y cuando más se acerca uno a Dios más graves son las decisiones que hay que tomar para mantenerse en lo alto. Hay que tener los nervios muy templados para guardar el equilibrio sin hacer las tonterías que son los atajos: lo que estorba a mis designios lo elimino. Y ahí es donde entran en juego Holmes, Poirot, Miss Marple, Marlowe, el poli algo depresivo de Sandhamn...

Ya les digo, moralina. No pateixen por no ser poderosos en el sentido clásico del término, es decir, obligados a tomar decisiones que afectan a la vida de los otros. Ser poderoso, en principio parece el súmmum de los logros humanos, pero pronto, al primer contratiempo, se averigua como el más penoso de los destinos. No por nada sino porque los otros es el muro en el que el poder choca con la realidad. No se pueden hacer agujeros en ese muro para seguir adelante sin que la realidad cante y llame la atención del poli del barrio. Así que, moraleja, mejor conformarse con tener poder sobre uno mismo que, con esa tarea, como diría Pessoa, ya tienes entretenimiento para toda la vida.  

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