El otro día, en la tertulia mañanera de La Cañía, comentaba Isi la apreciación del intelectual francés Jean-François Revel: el ser humano sólo es capaz de vivir en la mentira.
Pues sí, la verdad es que a poco que nos pongamos a pensar en ello nos daremos cuenta de hay pocas verdades mayores que esa. Empezando por lo que nos mentimos a nosotros mismos sobre lo que en realidad somos. Desde luego que solemos pensar que somos mucho mejores de lo que somos y, sobre todo, mucho mejores que casi todos los demás. Supongo que todo ello no será más que uno de los mecanismos puestos en marcha por la naturaleza para evitar que en multitud de ocasiones subamos a la azotea con la intención de arrojarnos al vacío. Porque, no nos engañemos, el síndrome depresivo, como bien describiera Castilla del Pino en un memorable libro, no es otra cosa que la instalación del individuo en la más pura objetividad. Es decir, en la verdad. Remarcaba el autor lo peligroso que puede llegar a ser para una persona considerada como psicológicamente sana pararse a escuchar a un depresivo porque, lo más seguro, es que acabe viéndose ante el espejo libre de todo tipo de disfraces, o sea, tal como es. Por eso será, pienso, que la gente huye de los depresivos como de la peste.
Pues bien, de depresivo, o cosa parecida, es de lo que vienen acusando los columnistas y tertulianos de moda al Presidente Rajoy. No reacciona ni ante los grandes escándalos de corrupción ni ante nada, dicen. Se mantiene impertérrito ante los exagerados aspavientos que ejecuta la canalla tratando, como siempre ha hecho, de magnificar lo irrelevante para ocultar sus vergüenzas. No empatiza con el sentir de la ciudadanía, argumentan, sin saber, ni ellos ni nadie, qué quiere decir empatía. Le crucifican al pobre hombre porque no pueden soportar la verdad que de sus actos se desprende: ha corregido razonablemente la economía, ha desmontado el mito de la cultura intocable, ha promocionado la excelencia frente al adoctrinamiento en la enseñanza y, lo más peligroso, por primera vez en la historia de este país se persigue con método a los corruptos... ¡ay, madre mía, que tengo que poner mis barbas a remojar! Este hombre es el demonio. Está desmontando la gran mentira de la corrupción de los otros. Hay que echarle como sea.
La gran mentira de la corrupción de los otros, la mayor de todas. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, lo más sensato de todo lo que dijo el de Nazaret. Y la chusma salió corriendo en busca de piedras porque para eso es chusma para creerse libre de pecado. Eso es lo único que les consuela de su miserable condición, tirar piedras para sentirse más puros si cabe... y todo por no haber querido estudiar, que bien que pudieron haberlo hecho con todo el dinero que para ello puso el Estado en sus bolsillos. ¡Qué mayor corrupción que esa!
En fin, como dijo Baroja, el mundo es ansí. Así que buena gana de andar hurgando en sus miserias. Mejor, cojan, agarren un libro de problemas de matemáticas y entreténganse resolviéndolos. Verán qué bonito lo ven todo después. Y no te digo, ya, si se van a pasear en bicicleta por Campoo y al mediodía recalan en El Soto y se comen unas manitas de cerdo. Manitas de ministro, como repitió media docena de veces para que lo oyese todo el comedor un chusma que comía en la mesa adyacente a la nuestra. Le hubiese partido la cara de buena gana.
domingo, 31 de mayo de 2015
domingo, 24 de mayo de 2015
Pudiendo
Ayer se estaba celebrando un campeonato de voleibol en la Segunda Playa. Los organizadores habían colocado un chiringuito en el paseo adyacente en el que entre otras cosas había dos altavoces. Pues, ¡maravíllense!, la música que emitían estaba a un volumen tan bajo que casi ni se oía y, además, nada de regionaladas, era una especie de popjazz como de aeropuerto. Bueno, pensé, tenga o no tenga que ver con el mogollón de cartas que he enviado al ayuntamiento reflexionando sobre el ruido, lo que importa es que algo, sin duda, está cambiando en la mentalidad de los municipes. ¡A buenas horas greensleeves!
Vamos a ver lo que pasa ahora que la marea populista que veníamos padeciendo ha dado su cosecha. Venga derechos, fuera obligaciones. A ver quien es el tonto que no se apunta a eso. Claro, puestos todos a lo mismo, se lo han llevado los que menos se han cortado a la hora de echar venenos sobre la tierra. Ni una mala yerba en su impoluto campo de promesas. Así cualquiera. Bien, seguramente es lo que estaba haciendo falta: todo el mundo sabe que tras un baño de fantasías es inevitable otro de realismo. Es entonces cuando se avanza.
Les pondré un ejemplo. La candidata al Ayuntamiento de Madrid de un partido que se llama Ciudadanos dijo que si ganaba en un mes dejaría la ciudad como una patena. Esa es la fantasía. Ahora al que ha ganado, sea el que sea, no le quedará más remedio que recurrir al realismo: si quieren una ciudad limpia dejen de ser unos cerdos, porque ni hay dinero para más barrenderos ni aunque hubiese todo el del mundo sería suficiente para bregar con semejante encerdamiento del personal. En resumidas cuentas, a la postre siempre es el realismo de las obligaciones el que se impone sobre la fantasía de los derechos. El realismo del respeto sobre la fantasía de la tolerancia. El realismo de los hechos sobre la fantasía de las promesas. Las Tablas de la Ley sobre los Derechos Humanos, para resumir.
Nos vamos a divertir. Aunque es posible que vuelva a subir el volumen de la música por una temporada. Después, ya verán, carriles bici y calles peatonalizadas por todos los lados. Ya me estoy regodeando.
Vamos a ver lo que pasa ahora que la marea populista que veníamos padeciendo ha dado su cosecha. Venga derechos, fuera obligaciones. A ver quien es el tonto que no se apunta a eso. Claro, puestos todos a lo mismo, se lo han llevado los que menos se han cortado a la hora de echar venenos sobre la tierra. Ni una mala yerba en su impoluto campo de promesas. Así cualquiera. Bien, seguramente es lo que estaba haciendo falta: todo el mundo sabe que tras un baño de fantasías es inevitable otro de realismo. Es entonces cuando se avanza.
Les pondré un ejemplo. La candidata al Ayuntamiento de Madrid de un partido que se llama Ciudadanos dijo que si ganaba en un mes dejaría la ciudad como una patena. Esa es la fantasía. Ahora al que ha ganado, sea el que sea, no le quedará más remedio que recurrir al realismo: si quieren una ciudad limpia dejen de ser unos cerdos, porque ni hay dinero para más barrenderos ni aunque hubiese todo el del mundo sería suficiente para bregar con semejante encerdamiento del personal. En resumidas cuentas, a la postre siempre es el realismo de las obligaciones el que se impone sobre la fantasía de los derechos. El realismo del respeto sobre la fantasía de la tolerancia. El realismo de los hechos sobre la fantasía de las promesas. Las Tablas de la Ley sobre los Derechos Humanos, para resumir.
Nos vamos a divertir. Aunque es posible que vuelva a subir el volumen de la música por una temporada. Después, ya verán, carriles bici y calles peatonalizadas por todos los lados. Ya me estoy regodeando.
sábado, 23 de mayo de 2015
Jornada de reflexión
Esta noche va a ser una de esas en las que mucha gente no va a poder dormir de prieto que tiene el culo. Y es que mañana se ponen en juego un montón de atractivos puestos de trabajo. Un buen sueldo y cierta consideración social para los que no se requiere una gran preparación académica ni mucho menos aunque haya notables excepciones al respecto. El modelo de aspirante standard, por así decirlo, sería del estilo de aquel que describe Delibes en su novela "El disputado voto del Sr. Cayo". Un chaval majo, un poco idealista, tirando a vago para los estudios, que se apunta a pegar sellos en los sobres electorales en la sede local de su barrio de cualquier partido político. Claro, pegar sellos es un acto mecánico que permite dedicar la atención a lo que pasa alrededor. Así, al cabo de un par de años, de tanto escuchar intrigas de pasillo y manipulaciones de la realidad a beneficio de inventario, de ver puñaladas traperas y lameduras de culo, es como si se hubiese hecho un master en técnicas de escalada libre por la farragosa pared de la política profesional. A la segunda de entrar en una lista electoral consigues un asiento en cualquiera de los mil hemiciclos y puedes empezar a poner a prueba todo lo aprendido. Ya estás catapultado y raro será que no tengas ya la vida resuelta. Mal, pero resuelta.
Así es que, para mí, lo más interesante de unas elecciones, sería saber cuantos postulantes hay para los puestos de trabajo en juego. ¿Una proporción de diez a uno, quizá? No sé, pero apostaría a que es mucho más favorable que la de cualquiera de las otras oposiciones para sueldos similares o menores para las que se requieren estudios considerables. Un cierto chollo a primera vista, a segunda, ni ciego de grifa me metía yo en semejante berenjenal. Lo barato, ya se sabe, a la postre sale caro. Sólo hay que ver a las multitudes de Revillucas que andan por ahí dando el cante para que te embargue la conmiseración.
Y el caso es que seguramente nos tenemos que felicitar porque las cosas sean así. Toda esa gente no son más que almas perrunas que tienen lealtad ciega a quién le proporciona el sustento: el jefe de la manada. Y el jefe de la manada no es más que correa de transmisión para las ordenes que vienen de arriba, de las grandes corporaciones que, como todo el mundo sabe, son las que proporcionan al común de las gentes lo que se necesita para vivir: trabajo remunerado. Pero lo mejor de todo esto es que las grandes corporaciones han comprendido que la mejor manera de que el ecosistema político no se pudra consiste en mantener a varios jefes con sus respectivas manadas. No por nada, claro, sino para que se vigilen los unos a los otros en una especie de satánico juego por la imposible predominancia. Es imposible, presumo, estar cómodo ejerciendo un poder que está al albur de las necesidades de los unos y los caprichos de los otros. Supongo que debe de ser como esos documentales de sobremesa sobre la vida animal: todos vigilando a todos para aprovechar el menor descuido del otro para comérsele. Es el infierno de la selva al que son arrojados los ambiciosos sin recursos. No, desde luego que no es buen negocio lo de pegar sellos.
Por lo demás, si les mola ir a votar, háganlo. Puede ser gratificante contribuir a orillar a gente que no te cae bien. Pero no caigan en la ingenuidad de hacerse ilusiones sobre mejoras en sus vidas en función de que ganen unos u otros. La corriente del mundo es demasiado poderosa como para que la mute semejantes menudencias.
Así es que, para mí, lo más interesante de unas elecciones, sería saber cuantos postulantes hay para los puestos de trabajo en juego. ¿Una proporción de diez a uno, quizá? No sé, pero apostaría a que es mucho más favorable que la de cualquiera de las otras oposiciones para sueldos similares o menores para las que se requieren estudios considerables. Un cierto chollo a primera vista, a segunda, ni ciego de grifa me metía yo en semejante berenjenal. Lo barato, ya se sabe, a la postre sale caro. Sólo hay que ver a las multitudes de Revillucas que andan por ahí dando el cante para que te embargue la conmiseración.
Y el caso es que seguramente nos tenemos que felicitar porque las cosas sean así. Toda esa gente no son más que almas perrunas que tienen lealtad ciega a quién le proporciona el sustento: el jefe de la manada. Y el jefe de la manada no es más que correa de transmisión para las ordenes que vienen de arriba, de las grandes corporaciones que, como todo el mundo sabe, son las que proporcionan al común de las gentes lo que se necesita para vivir: trabajo remunerado. Pero lo mejor de todo esto es que las grandes corporaciones han comprendido que la mejor manera de que el ecosistema político no se pudra consiste en mantener a varios jefes con sus respectivas manadas. No por nada, claro, sino para que se vigilen los unos a los otros en una especie de satánico juego por la imposible predominancia. Es imposible, presumo, estar cómodo ejerciendo un poder que está al albur de las necesidades de los unos y los caprichos de los otros. Supongo que debe de ser como esos documentales de sobremesa sobre la vida animal: todos vigilando a todos para aprovechar el menor descuido del otro para comérsele. Es el infierno de la selva al que son arrojados los ambiciosos sin recursos. No, desde luego que no es buen negocio lo de pegar sellos.
Por lo demás, si les mola ir a votar, háganlo. Puede ser gratificante contribuir a orillar a gente que no te cae bien. Pero no caigan en la ingenuidad de hacerse ilusiones sobre mejoras en sus vidas en función de que ganen unos u otros. La corriente del mundo es demasiado poderosa como para que la mute semejantes menudencias.
miércoles, 20 de mayo de 2015
Captagon
Todo esto del yihadismo, como todos los procesos a la desesperada, tuvo un comienzo espectacular, una ascensión vertiginosa, un pico efímero y una dégringolade rutilante que es en lo que a mi juicio estamos ahora. Después, me imagino, vendrán tiempos de penuria extrema en los que el personal recapacitará sobre las soluciones mágicas e iniciara el camino de la recuperación por las vías habituales del sacrificio.
Pensaba en estas cosas ayer espoleado por un documental sobre las mafias que trafican con Captagon por todo el Oriente Medio. El Captagon es una especie de metanfetamina como la que fabricaba Walter White en Albuquerque. Con unos conocimientos básicos de química y unos pocos miles de euros fabricas una sustancia psicotropa que sólo necesita ser criminalizada por las autoridades para multiplicar por millones la inversión. Y en eso están los Walter White sirios y turcos, haciendo su agosto a costa de la desesperación de los yihadistas que ven su causa no ya estancada sino en franca decadencia. El asunto recuerda un poco a lo que pasó en Vietnam cuando el estancamiento de los frentes llevó a los combatientes americanos al consumo inmoderado de estupefacientes, cosa que, como sabe cualquiera que lo haya experimentado, es el camino más rápido hacia la introspección y el desistimiento patriótico.
Aquí a todo el mundo se la suda la religión, venían a decir todos los yihadistas cuando eran interrogados acerca de un consumo prohibido terminantemente por la religión por cuya extensión y prevalencia creemos en occidente que están luchando. La conclusión que se sacaba al escucharlos es que se sienten atrapados en un infierno que sólo se alivia por medio del captagon y las esclavas sexuales. Muy parecido, como digo, a lo que vimos en tantas y tantas películas sobre la guerra de Vietnam. Un conflicto que cada día extiende su podredumbre sobre más territorio abonando así el terreno para las mafias que serán, a la postre, las que partirán el bacalao con su dinero blanqueado una vez que todo haya terminado por agotamiento.
Así son las cosas de la vida que nunca cesan de repetirse. Por tal es que en llegando a la edad provecta es tan difícil ver cosas nuevas. Sorprenderse que le dicen. A lo más que se puede aspirar es a sacar la lupa y demorarse en la contemplación de los pequeños detalles que adornan el retablo. Así, a veces tiene uno la ilusión momentánea de estar ante algo novedoso. Los pequeños detalles, ya saben, los ladrillos con los que la gente pequeña construye sus castillos en el aire. En fin, qué vida ésta más previsible.
Pensaba en estas cosas ayer espoleado por un documental sobre las mafias que trafican con Captagon por todo el Oriente Medio. El Captagon es una especie de metanfetamina como la que fabricaba Walter White en Albuquerque. Con unos conocimientos básicos de química y unos pocos miles de euros fabricas una sustancia psicotropa que sólo necesita ser criminalizada por las autoridades para multiplicar por millones la inversión. Y en eso están los Walter White sirios y turcos, haciendo su agosto a costa de la desesperación de los yihadistas que ven su causa no ya estancada sino en franca decadencia. El asunto recuerda un poco a lo que pasó en Vietnam cuando el estancamiento de los frentes llevó a los combatientes americanos al consumo inmoderado de estupefacientes, cosa que, como sabe cualquiera que lo haya experimentado, es el camino más rápido hacia la introspección y el desistimiento patriótico.
Aquí a todo el mundo se la suda la religión, venían a decir todos los yihadistas cuando eran interrogados acerca de un consumo prohibido terminantemente por la religión por cuya extensión y prevalencia creemos en occidente que están luchando. La conclusión que se sacaba al escucharlos es que se sienten atrapados en un infierno que sólo se alivia por medio del captagon y las esclavas sexuales. Muy parecido, como digo, a lo que vimos en tantas y tantas películas sobre la guerra de Vietnam. Un conflicto que cada día extiende su podredumbre sobre más territorio abonando así el terreno para las mafias que serán, a la postre, las que partirán el bacalao con su dinero blanqueado una vez que todo haya terminado por agotamiento.
Así son las cosas de la vida que nunca cesan de repetirse. Por tal es que en llegando a la edad provecta es tan difícil ver cosas nuevas. Sorprenderse que le dicen. A lo más que se puede aspirar es a sacar la lupa y demorarse en la contemplación de los pequeños detalles que adornan el retablo. Así, a veces tiene uno la ilusión momentánea de estar ante algo novedoso. Los pequeños detalles, ya saben, los ladrillos con los que la gente pequeña construye sus castillos en el aire. En fin, qué vida ésta más previsible.
La Croisette
La cuestión esencial de la perpetuación de especie tiene en el caso de los humanos una aliada impagable en la lordosis lumbar de las mujeres. Ponerse ahora a lucubrar sobre el porqué de que esa bendición anatómica de las mujeres contribuya de forma tan notable a suscitar las fantasías eróticas de los hombres es cuestión susceptible de atraer la enemiga del colectivo de las "miembras" ya que es inevitable el entrar en detalles rozando la cosificación del género inapropiadamente conocido como débil. En fin, sea como sea, el hecho está ahí y baste con constatarlo.
El caso es que el asunto me ha venido a las mientes a propósito de haberme enterado de que en el superprogresista Festival de Cine de Canes no les está permitido a las mujeres acceder por la alfombra roja a menos que lleven tacones. La cosa, indiscutiblemente, tiene perendengues. Porque, a quoi bon exigir el uso de esa ortopedia que, conocido es, causa a la larga serios estragos en una de las partes más delicadas del cuerpo cual son los pies. Es que acaso es muy diferente ese tormento a aquel tan denostado que aplicaban en la antigua China a las mujeres nacidas en las familias notables. No, desde luego que los inconvenientes son conocidos de sobra por todos y todas y, sin embargo, si se insiste en su uso tiene que ser por algo pagante, es decir, que aporta más de lo que se paga por ello... los juanetes para empezar.
Lo que más me sorprende de todo esto es que la conciencia general achaca esa de buena gana sufrida penitencia a los supuestos beneficios que para la imagen aporta la ilusión de ganar altura. Digamos que esbeltez. Sencillamente, tal suposición me parece de una inocencia rayana en la estulticia. A mi docto juicio, el secreto de los tacones no es otro que su función alzacolas. Más o menos que lo que se pretende con esos pantalones que venden en los bazares de los barrios de Madrid de predominante población caribeña. Las caribeñas, con esa sabiduría que les viene de las antiguas civilizaciones autóctonas, saben que alzar la cola saca de quicio a los hombres.
Claro, con los pantalones sólo se alzan los glúteos, lo que a larga no tiene ninguna consecuencia negativa que yo sepa. Pero los tacones obligan al cuerpo a reequilibrar su centro de gravedad para no caer hacia delante, cosa que se consigue acentuando su lordosis lumbar. O sea, se obliga a la pelvis a hacer un giro en el sentido contrario a las agujas del reloj lo cual hace que sea mucho más propicio el ataque por detrás que, no nos engañemos, es el preferido por la mayoría de los hombres para sus fantasias sexuales.
En definitiva, mujer adulta con tacones es un grotesco remedo de Lolita. Lolita es la apoteosis de la nubilidad, es decir, cuando no se necesitan tacones para que los hombres fantaseen porque la lordosis va de soi.
En fin, qué mundo este más poco transparente. Sobre todo cuando se va de progresista.
El caso es que el asunto me ha venido a las mientes a propósito de haberme enterado de que en el superprogresista Festival de Cine de Canes no les está permitido a las mujeres acceder por la alfombra roja a menos que lleven tacones. La cosa, indiscutiblemente, tiene perendengues. Porque, a quoi bon exigir el uso de esa ortopedia que, conocido es, causa a la larga serios estragos en una de las partes más delicadas del cuerpo cual son los pies. Es que acaso es muy diferente ese tormento a aquel tan denostado que aplicaban en la antigua China a las mujeres nacidas en las familias notables. No, desde luego que los inconvenientes son conocidos de sobra por todos y todas y, sin embargo, si se insiste en su uso tiene que ser por algo pagante, es decir, que aporta más de lo que se paga por ello... los juanetes para empezar.
Lo que más me sorprende de todo esto es que la conciencia general achaca esa de buena gana sufrida penitencia a los supuestos beneficios que para la imagen aporta la ilusión de ganar altura. Digamos que esbeltez. Sencillamente, tal suposición me parece de una inocencia rayana en la estulticia. A mi docto juicio, el secreto de los tacones no es otro que su función alzacolas. Más o menos que lo que se pretende con esos pantalones que venden en los bazares de los barrios de Madrid de predominante población caribeña. Las caribeñas, con esa sabiduría que les viene de las antiguas civilizaciones autóctonas, saben que alzar la cola saca de quicio a los hombres.
Claro, con los pantalones sólo se alzan los glúteos, lo que a larga no tiene ninguna consecuencia negativa que yo sepa. Pero los tacones obligan al cuerpo a reequilibrar su centro de gravedad para no caer hacia delante, cosa que se consigue acentuando su lordosis lumbar. O sea, se obliga a la pelvis a hacer un giro en el sentido contrario a las agujas del reloj lo cual hace que sea mucho más propicio el ataque por detrás que, no nos engañemos, es el preferido por la mayoría de los hombres para sus fantasias sexuales.
En definitiva, mujer adulta con tacones es un grotesco remedo de Lolita. Lolita es la apoteosis de la nubilidad, es decir, cuando no se necesitan tacones para que los hombres fantaseen porque la lordosis va de soi.
En fin, qué mundo este más poco transparente. Sobre todo cuando se va de progresista.
martes, 19 de mayo de 2015
Cinismo
Hay episodios en la vida en los que a uno le gustaría saber si sigue realmente vivo o es sencillamente un alma en pena que vaga por ahí perseguida por todo tipo de sensaciones desagradables. Sin embargo, en medio del marasmo, todavía surgen aislados chispazos de lucidez en los que el privilegio no sólo de mi condición sino también de la realidad que me rodea se hace consciente. Y, entonces, la pregunta es: por qué demonios será este regodeo sufriente en las miserias del mundo. O, mejor, por qué esta incapacidad para la objetividad gozosa en armonía con mi mucha suerte. Sin duda tiene que ser cosa de las hormonas.
El ajustado equilibrio de las hormonas lo debe ser todo en nuestras vidas. Una bonita suposición absolutamente inútil ya que no sabemos nada sobre cómo equilibrarlas. Tal es la ignorancia y tal la necesidad de saber al respecto que nada tiene de extraño que el asunto se haya convertido en el modus vivendi de media humanidad. Formulas mágicas para estar bien. Wellness que le dicen los horteras. Baile de los vampiros, los cínicos. O sea, cien a uno siendo optimistas.
Anyway, no desespero. Sé que en lo alto de la montaña el aire es transparente. Se ve más nítido y más lejos. Lo único, que hay que subir. Cuestión de ponerse. Cuestión de matar vampiros hablando en plata
El ajustado equilibrio de las hormonas lo debe ser todo en nuestras vidas. Una bonita suposición absolutamente inútil ya que no sabemos nada sobre cómo equilibrarlas. Tal es la ignorancia y tal la necesidad de saber al respecto que nada tiene de extraño que el asunto se haya convertido en el modus vivendi de media humanidad. Formulas mágicas para estar bien. Wellness que le dicen los horteras. Baile de los vampiros, los cínicos. O sea, cien a uno siendo optimistas.
Anyway, no desespero. Sé que en lo alto de la montaña el aire es transparente. Se ve más nítido y más lejos. Lo único, que hay que subir. Cuestión de ponerse. Cuestión de matar vampiros hablando en plata
sábado, 16 de mayo de 2015
Si juzgamos sabiamente
Y pues vemos lo presente
cómo en un punto es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente
daremos lo no venido
por pasado.
jueves, 14 de mayo de 2015
Inocencia
Ochenta kilómetros en coche es una nimiedad, pero en bicicleta, aún con el viento a favor, es toda una proeza. Suaves, casi imperceptibles, las colinas se suceden hasta el infinito cubiertas por un gigantesco patchwork de retales verdes. Más apagado, cebada, más intenso, trigo. Avena, centeno, por ninguna parte: rinde menos. Muy de vez en cuando, como un roto, una parcela en barbecho donde el rojo de las amapolas, el morado de las mielgas, el amarillo del jaramago, han explotado a su antojo. Por así decirlo, la belleza de lo civilizado frente a la de lo salvaje. Por el medio, miles de toneladas de sabe Dios qué inquietantes sustancias. Otra vez lo mismo: Prometeo ha vuelto a robar fuego a los dioses y ahora sólo cabe esperar el regreso de Pandora. Ya veremos qué de nuevo nos trae en su cajita. O qué nos trajo ya y no queremos ver o, si lo vemos, nos resignamos al precio.
Mientras vas pedaleando, sin querer, piensas en estas cosas y te dices si no sería mejor ser inocente y pasar de todo, como los pajarillos del cielo que dijo el de Nazaret. Claro, los pajarillos. ¿Qué pajarillos? No se ven por ninguna parte. Se averigua que no les vino bien ser tan inocentes. La eterna contradicción, si piensas, sobrevives, pero no disfrutas. Si no piensas, disfrutas, pero sucumbes. Es evidente que Darwin estuvo más atinado que el hijo del carpintero de Nazaret. Ergo, más vale humano con estudios que Dios sin ellos.
La inocencia. Antaño en los pueblos llamaban inocentes a los retrasados mentales. A los incapaces de relacionar unas cosas con otras, es decir, a los que no ven más allá de sus narices. Luego están los que ven más de la cuenta: inocencia por exceso le podríamos llamar. Ven más de la cuenta a través de la lupa de sus obsesiones: conspiranoicos les llaman. Tal para cual y la casa sin barrer.
En definitiva, uno se pregunta si no se estará exagerando la producción de alimentos por medio del dopaje de la tierra. Al fin y al cabo, tampoco estaría tan mal que escaseasen un poco para ver si se corregía algo la plaga de obesidad que nos asola. Y, por otra parte, según afirman los que se ocupan del tema, el volumen de alimentos que van a la basura es de verdadero escándalo. No sé, quizá unas cuantas amapolas diseminadas por el patchwork...
Mientras vas pedaleando, sin querer, piensas en estas cosas y te dices si no sería mejor ser inocente y pasar de todo, como los pajarillos del cielo que dijo el de Nazaret. Claro, los pajarillos. ¿Qué pajarillos? No se ven por ninguna parte. Se averigua que no les vino bien ser tan inocentes. La eterna contradicción, si piensas, sobrevives, pero no disfrutas. Si no piensas, disfrutas, pero sucumbes. Es evidente que Darwin estuvo más atinado que el hijo del carpintero de Nazaret. Ergo, más vale humano con estudios que Dios sin ellos.
La inocencia. Antaño en los pueblos llamaban inocentes a los retrasados mentales. A los incapaces de relacionar unas cosas con otras, es decir, a los que no ven más allá de sus narices. Luego están los que ven más de la cuenta: inocencia por exceso le podríamos llamar. Ven más de la cuenta a través de la lupa de sus obsesiones: conspiranoicos les llaman. Tal para cual y la casa sin barrer.
En definitiva, uno se pregunta si no se estará exagerando la producción de alimentos por medio del dopaje de la tierra. Al fin y al cabo, tampoco estaría tan mal que escaseasen un poco para ver si se corregía algo la plaga de obesidad que nos asola. Y, por otra parte, según afirman los que se ocupan del tema, el volumen de alimentos que van a la basura es de verdadero escándalo. No sé, quizá unas cuantas amapolas diseminadas por el patchwork...
domingo, 10 de mayo de 2015
Dixie
Sábado mediodía, gran afluencia de gentes de todo tipo y condición hacia el Retiro. Unos a esparcirse y otros muchos a ganarse unos eurillos. Los alrededores del Estanque parecen un mercado persa o cosa por estilo. Un corrillo se toca con el siguiente y así todo el paseo principal. Músicas diversas, teatrillos, marionetas, payasos, echadores de cartas, masajistas, manteros. Y por encima de todo, en la esquina suroeste, como abusando, el sonido pegadizo de una banda de dixie de gente del delta del Danubio. Los paseantes se acercan a ellos y quedan colgados unos minutos. Luego les echan unas monedas y se van. Improvisación tras improvisación, no se dan respiro. Seguro que se llevan para casa un buen jornal y bien que se lo merecen. Son unos músicos increíbles. Vitalidad en estado puro y seguro que sin ayudas.
El delta del Danubio, el delta del Misisipi y el Parque del Retiro todo en uno. Fusión de identidades. Mal asunto para los puristas. A Corocota le ha salido una novia andina. Qué le vamos a hacer.
Sigo deambulando. Al atardecer, por Fuencarral, entre Bilbao y Quevedo, un nutrido grupo de chulos y manolas. De los sesenta no bajan ni ellos ni ellas. Claro, se acerca San Isidro y hay que ir calentando motores. De todas formas, pienso, tienen que costar una pasta esos trajes. Un poco más adelante resuelvo la ecuación. A la puerta de un bazar chino hay maniquíes con los trajes en cuestión. El de ellas 17 € y el de ellos 23 €. Perfectamente asumible hasta para las pensiones más humildes. Mira tú por dónde van a ser los chinos los que vengan a restaurar la seva identitat a los madrileños.
Entre las diez y las once atravieso el centro en el 2. De Argüelles a Salamanca por la Gran Vía. Una hora y pico para cuatro o cinco quilómetros. Más de media para atravesar Cibeles. Es la locura, no cabe un alma más en ningún sitio. El autobús a punto de reventar y encima hay que hacer maniobras para facilitar el acceso a los discapacitados en silla de ruedas. Desde luego que se necesita entrenamiento para resistir tal cosa a diario. Y, luego, uno en provincias se agobia por cualquier evento de tres al cuarto.
En fin.
sábado, 9 de mayo de 2015
Ciclistas
Apenas habían dado las siete cuando he entrado a desayunar en El Trébol. El único cliente era un taxista que estaba contando batallitas a los camareros. Batallitas sobre ciclistas. Poniéndoles a parir, se sobreentiende. Los camareros entusiasmados le daban la razón añadiendo más anécdotas al fuego. Además no llevan casco que es obligatorio, ha añadido el taxista como para remachar sus incuestionables tesis. Entonces he intervenido: en territorio urbano sólo es obligatorio para los menores. Ha sido como una estocada que más que aplacar ha revuelto a la fiera. Al cabo de unos minutos he vuelto a intervenir: ya, pero de una forma u otra tendremos que acabar siendo como las ciudades europeas. El silencio entonces ha sido sepulcral durante un minuto o así tras el cual el taxista ha sentenciado: nos falta mucho para eso.
Salgo a la calle pensando que es evidente que aquí, en España, todavía no ha calado el discurso eurofobo entre las gentes menestrales. Les mentas Europa y les desarmas. Nada que ver con Francia, Inglaterra, Italia, incluso en Alemania, en donde cada vez más gente se apunta a acusar a sus vecinos de sus males. Los frentes nacionales al estilo del que aquí tiene montado la chusma catalana respecto del resto de los españoles. Gente que ha encontrado ese alibí de la xenofobia para canalizar el malestar que les produce la sensación de ir a menos. O peor todavía, la sensación de que no te va tan bien como a los que antes les iba peor que a ti. No sé, es complicado todo esto, pero juraría que aquí, que somos mucho más sabios en casi todo, los ciclistas y cosas por el estilo se sobran y bastan para ejercer de chivo capaz de aplacar a las furias.
Sea como sea, sigo pensando, lo que no entiendo es por qué, según mi experiencia, en ningún sitio de España son capaces de hacer un café con leche tan bueno como lo hacen en cualquier cafetería de Madrid. A lo mejor tiene que ver el agua. Es lo mismo que el pelo, que te lo lavas con el mismo champú y en Madrid queda como la seda. Pero algo más tiene que haber, en lo del café que no en lo del pelo. La profesionalidad de los camareros, sin duda. Por eso me ha extrañado que estuviesen tan excitados, todos, con lo de las bicicletas. Sí, ha dicho uno de ellos subiendo el tono, pero yo tengo que venir en coche porque a las seis no hay transporte público y no puede ser que se te pongan delante con esas luces blancas que casi no se ven. Se notaba de lejos que andaban todos ellos, como el taxista, muy cabreados por algo que, a buen seguro, nada tenía que ver con las bicicletas. Quizá, me he dicho, es la fase del ciclo económico que estamos atravesando. Los medios no se cansan de anunciar la buena nueva de la recuperación y a ellos, a los menestrales, nadie les sube el sueldo. Ne les cuadra y se cabrean con razón. Se nota, se siente, que está a punto de comenzar el baile reivindicativo. De hecho por la Europa de arriba ya empezó hace unas semanas. Trenes, aviones y demás, han estado parados unos cuantos días. Y el capital ya lo tiene descontado y por eso la bolsa ha comenzado a estancarse y pronto empezará a bajar. Todo, en definitiva, es como el mecanismo de un reloj. Una rueda que mueve a otra y ésta a una tercera. El crecimiento económico promueve el cabreo menestral que a su vez suscita la retirada del dinero, preludio de la crisis que amansa a las fieras y vuelta a empezar. En fin, sólo cabe esperar que la calidad del café con leche no se vea afectada por ello. La calidad del de Madrid quiero decir, porque lo que es... bueno, no señalaré.
Salgo a la calle pensando que es evidente que aquí, en España, todavía no ha calado el discurso eurofobo entre las gentes menestrales. Les mentas Europa y les desarmas. Nada que ver con Francia, Inglaterra, Italia, incluso en Alemania, en donde cada vez más gente se apunta a acusar a sus vecinos de sus males. Los frentes nacionales al estilo del que aquí tiene montado la chusma catalana respecto del resto de los españoles. Gente que ha encontrado ese alibí de la xenofobia para canalizar el malestar que les produce la sensación de ir a menos. O peor todavía, la sensación de que no te va tan bien como a los que antes les iba peor que a ti. No sé, es complicado todo esto, pero juraría que aquí, que somos mucho más sabios en casi todo, los ciclistas y cosas por el estilo se sobran y bastan para ejercer de chivo capaz de aplacar a las furias.
Sea como sea, sigo pensando, lo que no entiendo es por qué, según mi experiencia, en ningún sitio de España son capaces de hacer un café con leche tan bueno como lo hacen en cualquier cafetería de Madrid. A lo mejor tiene que ver el agua. Es lo mismo que el pelo, que te lo lavas con el mismo champú y en Madrid queda como la seda. Pero algo más tiene que haber, en lo del café que no en lo del pelo. La profesionalidad de los camareros, sin duda. Por eso me ha extrañado que estuviesen tan excitados, todos, con lo de las bicicletas. Sí, ha dicho uno de ellos subiendo el tono, pero yo tengo que venir en coche porque a las seis no hay transporte público y no puede ser que se te pongan delante con esas luces blancas que casi no se ven. Se notaba de lejos que andaban todos ellos, como el taxista, muy cabreados por algo que, a buen seguro, nada tenía que ver con las bicicletas. Quizá, me he dicho, es la fase del ciclo económico que estamos atravesando. Los medios no se cansan de anunciar la buena nueva de la recuperación y a ellos, a los menestrales, nadie les sube el sueldo. Ne les cuadra y se cabrean con razón. Se nota, se siente, que está a punto de comenzar el baile reivindicativo. De hecho por la Europa de arriba ya empezó hace unas semanas. Trenes, aviones y demás, han estado parados unos cuantos días. Y el capital ya lo tiene descontado y por eso la bolsa ha comenzado a estancarse y pronto empezará a bajar. Todo, en definitiva, es como el mecanismo de un reloj. Una rueda que mueve a otra y ésta a una tercera. El crecimiento económico promueve el cabreo menestral que a su vez suscita la retirada del dinero, preludio de la crisis que amansa a las fieras y vuelta a empezar. En fin, sólo cabe esperar que la calidad del café con leche no se vea afectada por ello. La calidad del de Madrid quiero decir, porque lo que es... bueno, no señalaré.
viernes, 8 de mayo de 2015
Apatrullando Malasaña
Aquello cada vez tenía más pinta de barrio branché. Cualquiera hubiese dicho que todos los veinte y treintañeros de España y parte del extranjero andaban por allí. Gente por lo general con una tenue muy estudiada. Y apretada, marcando formas. No dejaban lugar a dudas sobre el buen momento que atraviesan las peluquerías, los gimnasios, las fábricas de fijador, de bicicletas de piñón fijo y, por supuesto, las casas de tatuaje. Los que deben ir de culo son los fabricantes de cuchillas de afeitar porque no se veía a nadie con pinta de haberlas usado en los últimos meses.
En resumidas cuentas, que qué entretenido es Madrid.
jueves, 7 de mayo de 2015
Diez
En su blog de El Mundo del uno de mayo, sintetiza Arcadi Espada : "una cuestión: mi pregunta concreta es si estamos ya en el postperiodismo." Efectivamente es difícil no percibir impostura en la mayoría de lo que uno se entera cuando pasea su vista por los periódicos con la misma despreocupación que cuando va a dar una vuelta por El Retiro. Hoy, por ejemplo, abren muchos de ellos con la alarmante noticia de que el Reino Unido esta al borde de la mayor crisis política desde 1936 porque ninguno de los dos grandes partidos tradicionales está en condiciones de ganar claramente las elecciones al Parlamento que están teniendo lugar mientras escribo esto. Bueno, quizá la chusmilla iletrada se trague esa inquietante trapisonda, pero las enormes capas de ciudadanía medianamente ilustrada sabe que lo único que está en juego hoy son jugosos puestos de trabajo para las militancias de esos partidos tradicionales. Lo consiga uno o lo consiga otro, la repercusión para el vulgarmente conocido como ciudadano de a pie es cero. Así que bien se podría evitar todo ese periodismo alarmante que deja frío cuando no desternillado de risa. Todo viene a ser como aquello que decía Carandell: mira que blancos son los pueblos blancos de Andalucía. Que si hay un terremoto en un territorio que está sobre una falla tenemos para semanas de lamentos sin que nadie se pregunte por qué hay gente tan estúpida que construye casas de papel en sitios tan vulnerables. Claro, eso sería poco caritativo cosa que es lo que peor está visto en estos tiempos blandirrengues. Blandirrengues y vengativos, que por eso es que guste tanto cebarse con los desgraciados que están ya en manos de los jueces. Para qué sirven esos juicios paralelos interminables si no es para dar gusto a los resentidos. En resumidas cuentas, basura informativa que sólo busca convencer a los convencidos y adormecer a los despiertos.
Sin embargo, lo mismo que en medio de la ganga suele haber alguna pepita, en medio del hastío siempre hay alguna chispa de interés. Y siempre tiene que ver con el número diez. El número de la excelencia, quizá porque en su pronunciación es el que más se parece a Dios. Las diez mejores patatas bravas de Madrid. Los diez lugares del mundo que no te puedes perder. Los diez, en definitiva, cualquier cosa que pueda tener algún tipo de atractivo para el común de las gentes vulgares y que, por tal, yo nunca puedo evitar indagarlo hasta el final. Y así es que hoy me he demorado en uno de los dieces más original de todos los tiempos: "Diez formas de innovar en la cama para dejarles sorprendidos". Como el propio titular indica está dirigido a las mujeres. Y no voy a entrar en detalles por recato, aunque si quieren doctorarse en tales lides les recomiendo que se dirijan al blog de Pandora Rebato, "La cama de Pandora". Pero les aseguro una cosa, de las diez proposiciones por lo menos tres o cuatro me han parecido de lo más adecuadas para reverdecer brotes que se habían amustiado. No es mi caso, por supuesto, que más que amustiado ya es comatoso, aunque todo hay que decirlo, una cosa son las hormonas y otra la vida fantasmática que, ahí, hasta el más pacato tiene mucha tela que cortar hasta el último suspiro. En fin, menos mal que nos quedan los diez mejores lo que sea porque, si no, la respuesta a Arcadi sería meridiana: dedícate a otra cosa tío porque lo tuyo ya pasó.
Sin embargo, lo mismo que en medio de la ganga suele haber alguna pepita, en medio del hastío siempre hay alguna chispa de interés. Y siempre tiene que ver con el número diez. El número de la excelencia, quizá porque en su pronunciación es el que más se parece a Dios. Las diez mejores patatas bravas de Madrid. Los diez lugares del mundo que no te puedes perder. Los diez, en definitiva, cualquier cosa que pueda tener algún tipo de atractivo para el común de las gentes vulgares y que, por tal, yo nunca puedo evitar indagarlo hasta el final. Y así es que hoy me he demorado en uno de los dieces más original de todos los tiempos: "Diez formas de innovar en la cama para dejarles sorprendidos". Como el propio titular indica está dirigido a las mujeres. Y no voy a entrar en detalles por recato, aunque si quieren doctorarse en tales lides les recomiendo que se dirijan al blog de Pandora Rebato, "La cama de Pandora". Pero les aseguro una cosa, de las diez proposiciones por lo menos tres o cuatro me han parecido de lo más adecuadas para reverdecer brotes que se habían amustiado. No es mi caso, por supuesto, que más que amustiado ya es comatoso, aunque todo hay que decirlo, una cosa son las hormonas y otra la vida fantasmática que, ahí, hasta el más pacato tiene mucha tela que cortar hasta el último suspiro. En fin, menos mal que nos quedan los diez mejores lo que sea porque, si no, la respuesta a Arcadi sería meridiana: dedícate a otra cosa tío porque lo tuyo ya pasó.
miércoles, 6 de mayo de 2015
Post-Crash
En nuestras reuniones mañaneras de La Cañía no es infrecuente que abordemos el tema de las ciencias económicas. Como todos los sistemas de múltiples e imprevistas variables la economía se presta como pocos al babardeo, es decir, al hablar por hablar con visos de una cierta racionalidad. Pero sólo, bien sure, visos. Lo curioso es que todos los que allí estamos tenemos una formación académica en algún tipo de sistema complejo y por ello sabemos de su inaprehensibilidad. Cuando ya crees tener resuelta una ecuación te surge otra variable que te desbarata el plan. Por eso somos tan prudentes cuando hablamos de nuestra parcela de conocimiento. Sin embargo, parece como si fuéramos incapaces de extrapolar esa prudencia a lo que sólo conocemos en pañales. Sin darnos cuenta caemos en la presuntuosidad del ignorante o, como decía Nietzsche, del que ha leído dos libros a los que no tenía derecho.
El caso es que la economía en su más amplia acepción tiene una importancia decisiva en nuestras vidas. Hacer o no un uso inteligente tanto de nuestras hormonas como de nuestro bolsillo es lo que va de estar bien a andar de culo por la vida. De ahí supongo que es que todo el mundo quiere saber tanto de ciencias de la salud como de economía y, al ser posible, utilizando atajos con el menor trabajo posible. De hecho creo que habrá pocas profesiones más numerosas y lucrativas que las de vendedores de atajos para adquirir competencias en esas dos ciencias blandas. Ciencias duras y ciencias blandas, una diferencia marcada por las matemáticas.
Pues bien, viene todo esto que les cuento a propósito de haberme enterado de que en alguna universidad inglesa se ha
creado una asociación de nombre Post-Crash Economics cuyo principal caballo de batalla es convencer a quien proceda de hay que hacer regresar los estudios de economía del campo de las ciencias duras al de las blandas del que nunca debieran haber salido. En los últimos años la soberbia ha hecho creer a los charlatanes que es posible utilizar modelos matemáticos cerrados para regir la economía y, no otra, insisten los de Post-Crash, ha sido la causa de la actual crisis. Esa fantasía de haber conseguido dominar la furia de los elementos ha hecho perder la prudencia indispensable al trato con todo lo que por naturaleza nunca podrá dejar de ser aleatorio.
Claro, siguen explicando, el asunto tiene dos vertientes, por un lado el de sacar de la cabeza de responsables académicos y financieros la citada fantasía de certeza matemática y hacerles volver a la prudencia indispensable para quien transita por caminos resbaladizos. Por otro lado está el componente político. Toda la demagogia, azote principal de las democracias, se sustenta en la ausencia de conocimientos básicos de economía por parte de las poblaciones. De ahí la importancia de introducir en la educación básica elementos de economía que ayuden a elevar el nivel de escepticismo respecto de las soluciones mágicas que venden ciertos políticos.
Voy a acabar esta perorata con una anécdota que viene, creo, de molde a lo dicho. El otro día, por circunstancias graciosas de la vida, tuve una entrevista con un asesor financiero de una empresa del ramo alemana recién establecida en la pequeña provincia. Era un chaval bien parecido, impecablemente trajeado, que manejaba con rara habilidad todo tipo de trípticos llenos de gráficas siempre ascendentes. Después de haberle escuchado un buen rato le pregunte si sabía donde estaba Kilkcardy. Cara de palo. Sobre la riqueza de las Naciones. Lo mismo. Adam Smith. Había oído hablar. No hace falta más para entender por qué pasan algunas cosas de las que pasan.
El caso es que la economía en su más amplia acepción tiene una importancia decisiva en nuestras vidas. Hacer o no un uso inteligente tanto de nuestras hormonas como de nuestro bolsillo es lo que va de estar bien a andar de culo por la vida. De ahí supongo que es que todo el mundo quiere saber tanto de ciencias de la salud como de economía y, al ser posible, utilizando atajos con el menor trabajo posible. De hecho creo que habrá pocas profesiones más numerosas y lucrativas que las de vendedores de atajos para adquirir competencias en esas dos ciencias blandas. Ciencias duras y ciencias blandas, una diferencia marcada por las matemáticas.
Pues bien, viene todo esto que les cuento a propósito de haberme enterado de que en alguna universidad inglesa se ha
creado una asociación de nombre Post-Crash Economics cuyo principal caballo de batalla es convencer a quien proceda de hay que hacer regresar los estudios de economía del campo de las ciencias duras al de las blandas del que nunca debieran haber salido. En los últimos años la soberbia ha hecho creer a los charlatanes que es posible utilizar modelos matemáticos cerrados para regir la economía y, no otra, insisten los de Post-Crash, ha sido la causa de la actual crisis. Esa fantasía de haber conseguido dominar la furia de los elementos ha hecho perder la prudencia indispensable al trato con todo lo que por naturaleza nunca podrá dejar de ser aleatorio.
Claro, siguen explicando, el asunto tiene dos vertientes, por un lado el de sacar de la cabeza de responsables académicos y financieros la citada fantasía de certeza matemática y hacerles volver a la prudencia indispensable para quien transita por caminos resbaladizos. Por otro lado está el componente político. Toda la demagogia, azote principal de las democracias, se sustenta en la ausencia de conocimientos básicos de economía por parte de las poblaciones. De ahí la importancia de introducir en la educación básica elementos de economía que ayuden a elevar el nivel de escepticismo respecto de las soluciones mágicas que venden ciertos políticos.
Voy a acabar esta perorata con una anécdota que viene, creo, de molde a lo dicho. El otro día, por circunstancias graciosas de la vida, tuve una entrevista con un asesor financiero de una empresa del ramo alemana recién establecida en la pequeña provincia. Era un chaval bien parecido, impecablemente trajeado, que manejaba con rara habilidad todo tipo de trípticos llenos de gráficas siempre ascendentes. Después de haberle escuchado un buen rato le pregunte si sabía donde estaba Kilkcardy. Cara de palo. Sobre la riqueza de las Naciones. Lo mismo. Adam Smith. Había oído hablar. No hace falta más para entender por qué pasan algunas cosas de las que pasan.
lunes, 4 de mayo de 2015
Perdonen que me repita
Citaba Savater en un sentido artículo a Wittgenstein y decía haber necesitado llegar a viejo para comprender lo que quería decir una frase en apariencia tan simple: "no se ve el mundo igual cuando se está bien en la vida que cuando se está mal". Para mí es algo tan obvio que no comprendo la perplejidad del filósofo. En realidad no creo que difiera en nada al "opinión es sinónimo se situación" que dijera Nietzsche. Claro, comprendo que para el filósofo profesional llegar a la conclusión de que el recto razonar no se puede sobreponer a los estados de ánimo a la hora de analizar la realidad tiene que ser duro. Sin embargo es algo que se intuye al primer vistazo a nada que se baje de las nubes. Por eso es que lo más probable sea que yo no haya comprendido lo que ha querido dar a entender Savater con su tardía comprensión de lo que para mí es obvio desde la temprana madurez.
Por otro lado, ¿qué es estar bien o mal en la vida? Él habla del duelo. La perdida de un ser querido e insustituible. Un estado de anodadamiento que hace perder a la vida gran parte de su sentido. Un caso extremo de los que por fortuna no hay muchos a lo largo de la vida. Aunque a veces, supongo, con uno baste para hundirte para siempre en la miseria espiritual. Pero, ya digo, eso es lo extraordinario, lo común es permanecer lo más de la vida en un baile continuo del bienestar al malestar siguiendo el ritmo de las circunstancias favorables y desfavorables. Ritmo que, conviene tenerlo en cuenta, uno puede modificar con el ejercicio de su voluntad. Por supuesto que no ve la vida de la misma manera un ni-ni que un sí-sí. Porque, mientras alguien no me demuestre lo contrario, no hay mejor cristal rosa por el que mirar el mundo que el de la autoestima apuntalada por los méritos contraídos con el esfuerzo. Aunque comprendo que no todo es eso: lo mismo hay gente optimista por naturaleza así le parta un rayo que pesimistas congénitos así lo tenga todo para ser lo contrario. En definitiva, que en parte te lo puedes trabajar, pero nunca sabremos la importancia de esa parte frente a la meramente constitucional de cada cual... así que, como diría el poeta, la vida es demasiado corta como para andar perdiendo el tiempo tratando de dilucidad cual es la mejor manera de estar en ella. Uno sigue su instinto y que sea lo que Dios quiera.
Claro que aquí, en seguir el instinto, tenemos otro problema. Al respecto me resultó muy interesante la larga entrevista que ayer le hacían en La Vanguardia a Félix de Azúa. Lleva toda la vida enterarse de qué es lo que le gusta a uno hacer, dice. Una cuestión realmente diabólica. Porque el mundo está lleno de gente que hace lo que dice le gusta hacer y sin embargo está de un humor de perros lo más de su tiempo. Algo no cuadra entonces. Y así es que debiéramos preguntarnos, por qué no estoy bien si hago lo que quiero. ¿Lo que quiero? Por definición lo que quiero siempre es ese oscuro del deseo, así que difícilmente se puede reconocer. Por lo general hacemos lo que nos ayuda a salir del paso y luego decimos, e incluso nos lo creemos, que lo hemos hecho porque es en realidad lo que nos gusta. Así, las más de las veces, seguimos las modas con la ilusión de haber dado con la piedra filosofal o cosa por el estilo sin caer en la cuenta de que lo único que hemos hecho es escoger el camino trillado por el que se avanza con poco esfuerzo, cierta recompensa de entrada y muy poca a la larga.
No sé, es muy complicado todo esto. ¿Instinto? Supongo que el secreto está en seguir cualquier camino de superación. Porque, fuera de las sustancias embriagantes, superar obstáculos es lo único que a mi juicio procura satisfacción. Es decir, pone bien. O sea, que ves el mundo más justo y equilibrado. Claro, tiene el grandísimo inconveniente de que en sus comienzos todo camino de superación es una travesía del desierto que puede llevar muchos años. Pero así son las cosas, cuantos más años de desierto, mejor te sientes cuando divisas los primeros oasis. Desde luego que es penoso aspirar a la divinidad, pero qué es estar bien sino poder codearse con los dioses.
Por otro lado, ¿qué es estar bien o mal en la vida? Él habla del duelo. La perdida de un ser querido e insustituible. Un estado de anodadamiento que hace perder a la vida gran parte de su sentido. Un caso extremo de los que por fortuna no hay muchos a lo largo de la vida. Aunque a veces, supongo, con uno baste para hundirte para siempre en la miseria espiritual. Pero, ya digo, eso es lo extraordinario, lo común es permanecer lo más de la vida en un baile continuo del bienestar al malestar siguiendo el ritmo de las circunstancias favorables y desfavorables. Ritmo que, conviene tenerlo en cuenta, uno puede modificar con el ejercicio de su voluntad. Por supuesto que no ve la vida de la misma manera un ni-ni que un sí-sí. Porque, mientras alguien no me demuestre lo contrario, no hay mejor cristal rosa por el que mirar el mundo que el de la autoestima apuntalada por los méritos contraídos con el esfuerzo. Aunque comprendo que no todo es eso: lo mismo hay gente optimista por naturaleza así le parta un rayo que pesimistas congénitos así lo tenga todo para ser lo contrario. En definitiva, que en parte te lo puedes trabajar, pero nunca sabremos la importancia de esa parte frente a la meramente constitucional de cada cual... así que, como diría el poeta, la vida es demasiado corta como para andar perdiendo el tiempo tratando de dilucidad cual es la mejor manera de estar en ella. Uno sigue su instinto y que sea lo que Dios quiera.
Claro que aquí, en seguir el instinto, tenemos otro problema. Al respecto me resultó muy interesante la larga entrevista que ayer le hacían en La Vanguardia a Félix de Azúa. Lleva toda la vida enterarse de qué es lo que le gusta a uno hacer, dice. Una cuestión realmente diabólica. Porque el mundo está lleno de gente que hace lo que dice le gusta hacer y sin embargo está de un humor de perros lo más de su tiempo. Algo no cuadra entonces. Y así es que debiéramos preguntarnos, por qué no estoy bien si hago lo que quiero. ¿Lo que quiero? Por definición lo que quiero siempre es ese oscuro del deseo, así que difícilmente se puede reconocer. Por lo general hacemos lo que nos ayuda a salir del paso y luego decimos, e incluso nos lo creemos, que lo hemos hecho porque es en realidad lo que nos gusta. Así, las más de las veces, seguimos las modas con la ilusión de haber dado con la piedra filosofal o cosa por el estilo sin caer en la cuenta de que lo único que hemos hecho es escoger el camino trillado por el que se avanza con poco esfuerzo, cierta recompensa de entrada y muy poca a la larga.
No sé, es muy complicado todo esto. ¿Instinto? Supongo que el secreto está en seguir cualquier camino de superación. Porque, fuera de las sustancias embriagantes, superar obstáculos es lo único que a mi juicio procura satisfacción. Es decir, pone bien. O sea, que ves el mundo más justo y equilibrado. Claro, tiene el grandísimo inconveniente de que en sus comienzos todo camino de superación es una travesía del desierto que puede llevar muchos años. Pero así son las cosas, cuantos más años de desierto, mejor te sientes cuando divisas los primeros oasis. Desde luego que es penoso aspirar a la divinidad, pero qué es estar bien sino poder codearse con los dioses.
viernes, 1 de mayo de 2015
Segismundo
Dice José Luis Gómez que en España toca ya hablar de suicidio cultural: otro viejo consolándose, he pensado. Confieso que este hombre me ha maravillado varias veces con sus actuaciones, la última haciendo de Segismundo, pero lo más probable es que su preparación para interpretar el mundo y su devenir sea más bien escasa. Interpretar emociones sobre las tablas tiene más bien de instintivo que de racional e, incluso diría, que lo racional es muy probable que entorpezca las capacidades interpretativas. De hecho, son muy pocos los actores, cantantes y así, que no digan sandeces cuando se ponen a hablar de las realidades del mundo. ¡Qué sabrán ellos sobre la "identidad de Euler" y cómo se puede pretender explicar el mundo con esa carencia cultural!
Ellos poseen la verdad de los "petits", cada vez mejor definida y más alejada de las cosas trascendentes. El entusiasmo inicial de todos los Podemos y su previsible disolución en la nada explica muy bien esa verdad. Si por ellos fuera continuaríamos en las cavernas pintando bisontes. A Dios gracias, tira más del carro del progreso, y de la cultura por tanto, un Euler, un Newton, un Franklin, un Edinson o, ahora, un Elon Musk, que todos los petits juntos cantando sin parar internacionales. Y por eso estamos como estamos la mayoría, sin saber que hacer con tanto tiempo libre de preocupaciones vitales que, se mire como se mire, es la más alta cota de civilización que nunca se pudo imaginar.
Y al final Elon Musk presentó su batería. Habrá que esperar para ver, pero puede ser el inicio de otra revolución. Imagínense un mundo en donde la mayoría consume la electricidad que produce en su tejado. Irían desapareciendo progresivamente del paisaje los miles de torres gigantes que son las autopistas de la alta tensión. Y las diferentes centrales de producción que tanto preocupan con indudable fundamento. Todo es cuestión de tiempo. Si el invento funciona, claro. Enchufas el coche a la batería y sales pitando. Ni gasolineras ni leches. Pura autosuficiencia. Entonces, llegados a tal prodigio, sólo habría que esperar a ver que sorpresa le tienen guardada los Dioses a Prometeo.
Por lo demás, veo a José Luis quejándose y me recuerda a su Segismundo. "Nace el pez, aborto de ovas y lamas/ y apenas bajel de escamas/ cuando en las ondas se mira/ y a todas partes gira/ midiendo la inmensidad/ de tanta capacidad/ como le da el centro frío./ Y yo con más albedrío/ tengo menos libertad." Bien, de acuerdo, estaba preso en la torre y tenía derecho a gritar. Pero nunca olvidemos lo que hizo tan pronto recuperó la libertad y consiguió el poder: matar al que le allanó el camino a la gloria. Así son las cosas: cuando uno anda jodido tiende a la sentimentalidad, pero, ¡ay!, recuperada la confianza en uno mismo no tarda ni dos minutos en entronizar a la razón. ¿Diría lo mismo José Luis si en vez de simple cómico fuese ministro de Cultura? ¡Pobrecillo! Los años no perdonan.
Ellos poseen la verdad de los "petits", cada vez mejor definida y más alejada de las cosas trascendentes. El entusiasmo inicial de todos los Podemos y su previsible disolución en la nada explica muy bien esa verdad. Si por ellos fuera continuaríamos en las cavernas pintando bisontes. A Dios gracias, tira más del carro del progreso, y de la cultura por tanto, un Euler, un Newton, un Franklin, un Edinson o, ahora, un Elon Musk, que todos los petits juntos cantando sin parar internacionales. Y por eso estamos como estamos la mayoría, sin saber que hacer con tanto tiempo libre de preocupaciones vitales que, se mire como se mire, es la más alta cota de civilización que nunca se pudo imaginar.
Y al final Elon Musk presentó su batería. Habrá que esperar para ver, pero puede ser el inicio de otra revolución. Imagínense un mundo en donde la mayoría consume la electricidad que produce en su tejado. Irían desapareciendo progresivamente del paisaje los miles de torres gigantes que son las autopistas de la alta tensión. Y las diferentes centrales de producción que tanto preocupan con indudable fundamento. Todo es cuestión de tiempo. Si el invento funciona, claro. Enchufas el coche a la batería y sales pitando. Ni gasolineras ni leches. Pura autosuficiencia. Entonces, llegados a tal prodigio, sólo habría que esperar a ver que sorpresa le tienen guardada los Dioses a Prometeo.
Por lo demás, veo a José Luis quejándose y me recuerda a su Segismundo. "Nace el pez, aborto de ovas y lamas/ y apenas bajel de escamas/ cuando en las ondas se mira/ y a todas partes gira/ midiendo la inmensidad/ de tanta capacidad/ como le da el centro frío./ Y yo con más albedrío/ tengo menos libertad." Bien, de acuerdo, estaba preso en la torre y tenía derecho a gritar. Pero nunca olvidemos lo que hizo tan pronto recuperó la libertad y consiguió el poder: matar al que le allanó el camino a la gloria. Así son las cosas: cuando uno anda jodido tiende a la sentimentalidad, pero, ¡ay!, recuperada la confianza en uno mismo no tarda ni dos minutos en entronizar a la razón. ¿Diría lo mismo José Luis si en vez de simple cómico fuese ministro de Cultura? ¡Pobrecillo! Los años no perdonan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)