viernes, 8 de mayo de 2015

Apatrullando Malasaña

 
 
Un grupo de curiosos estaba apostado frente a la verja de los jardines del Cuartel General del Ejercito. Al acércame pude comprobar que detrás de la verja había una banda militar tocando un aire catalán. Si en vez de oboes y fagots hubiera habido flabioles y tenoras me hubiese trasladado a cualquier plaza de pueblo ampurdanés a media mañana un día de fiesta. Bueno, es un decir, porque lo interesante es que la banda estaba siendo contrapunteada desde el otro lado de la calzada, justo bajo los muros del Banco de España, por una composición para martillo neumático y dos rotaflex. Era muy extraño todo aquello que, por otra parte, parecía dejar completamente indiferentes a las riadas de turistas que por allí pasaban tirando fotos a diestro y siniestro. Seguí por la Gran Vía hasta la Red de San Luis y giré a la derecha por Fuencarral.

Aquello cada vez tenía más pinta de barrio branché. Cualquiera hubiese dicho que todos los veinte y treintañeros de España y parte del extranjero andaban por allí. Gente por lo general con una tenue muy estudiada. Y apretada, marcando formas. No dejaban lugar a dudas sobre el buen momento que atraviesan las peluquerías, los gimnasios, las fábricas de fijador, de bicicletas de piñón fijo y, por supuesto, las casas de tatuaje. Los que deben ir de culo son los fabricantes de cuchillas de afeitar porque no se veía a nadie con pinta de haberlas usado en los últimos meses.

 
Deambulé sin rumbo fijo por aquellas calles laberínticas y atiborradas de pequeña actividad. Sabor de barrio, tesoro antiguo, que cantaba el Gato Pérez. Hasta que de improviso di en la Plaza de San Ildefonso. Llena de terrazas y con una cenefa de indigentes tumbados a la sombra de los muros de la iglesia homónima junto a los cadáveres de sus latas de cerveza. Claro, allí al lado hay una ONG tricentenaria que sirve comidas gratuitas. Así, cualquiera. Me senté en la terraza del Naif. Desde luego que, ahora, pensándolo, no me hago idea de cómo debía estar pintando yo allí, en medio de aquel ambiente tan hipster. Más bien abuelo que padre podría haber sido de toda aquella gente desinhibida. Los de al lado, cuatro impecablemente branchés, comían ensaladas, hablaban de Estambul, Long Island y Sidney, como si fuera de su casa y, entre bocado y bocado, se metían un cariñoso magreo. Las de detrás, unas veintañeras francesas, no paraban de alabar las ventajas financieras que para ellas suponía vivir en la Villa y Corte. Y yo con una hamburguesa, "la que tiene de todo", que no se la saltaba un torero. Bueno, con la ayuda de un doble de cerveza acabé por dar cuenta de todo, pagué y me largué, pero no sin antes pasar por los servicios que, a estas edades y con tanta cerveza, ya saben.

En resumidas cuentas, que qué entretenido es Madrid. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario