jueves, 14 de mayo de 2015

Inocencia

Ochenta kilómetros en coche es una nimiedad, pero en bicicleta, aún con el viento a favor, es toda una proeza. Suaves, casi imperceptibles, las colinas se suceden hasta el infinito cubiertas por un gigantesco patchwork de retales verdes. Más apagado, cebada, más intenso, trigo. Avena, centeno, por ninguna parte: rinde menos. Muy de vez en cuando, como un roto, una parcela en barbecho donde el rojo de las amapolas, el morado de las mielgas, el amarillo del jaramago, han explotado a su antojo. Por así decirlo, la belleza de lo civilizado frente a la de lo salvaje. Por el medio, miles de toneladas de sabe Dios qué inquietantes sustancias. Otra vez lo mismo: Prometeo ha vuelto a robar fuego a los dioses y ahora sólo cabe esperar el regreso de Pandora. Ya veremos qué de nuevo nos trae en su cajita. O qué nos trajo ya y no queremos ver o, si lo vemos, nos resignamos al precio. 

Mientras vas pedaleando, sin querer, piensas en estas cosas y te dices si no sería mejor ser inocente y pasar de todo, como los pajarillos del cielo que dijo el de Nazaret. Claro, los pajarillos. ¿Qué pajarillos? No se ven por ninguna parte. Se averigua que no les vino bien ser tan inocentes. La eterna contradicción, si piensas, sobrevives, pero no disfrutas. Si no piensas, disfrutas, pero sucumbes. Es evidente que Darwin  estuvo más atinado que el hijo del carpintero de Nazaret. Ergo, más vale humano con estudios que Dios sin ellos. 

La inocencia. Antaño en los pueblos llamaban inocentes a los retrasados mentales. A los incapaces de relacionar unas cosas con otras, es decir, a los que no ven más allá de sus narices. Luego están los que ven más de la cuenta: inocencia por exceso le podríamos llamar. Ven más de la cuenta a través de la lupa de sus obsesiones: conspiranoicos les llaman. Tal para cual y la casa sin barrer.  

En definitiva, uno se pregunta si no se estará exagerando la producción de alimentos por medio del dopaje de la tierra. Al fin y al cabo, tampoco estaría tan mal que escaseasen un poco para ver si se corregía algo la plaga de obesidad que nos asola. Y, por otra parte, según afirman los que se ocupan del tema, el volumen de alimentos que van a la basura es de verdadero escándalo. No sé, quizá unas cuantas amapolas diseminadas por el patchwork...

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