Citaba Savater en un sentido artículo a Wittgenstein y decía haber necesitado llegar a viejo para comprender lo que quería decir una frase en apariencia tan simple: "no se ve el mundo igual cuando se está bien en la vida que cuando se está mal". Para mí es algo tan obvio que no comprendo la perplejidad del filósofo. En realidad no creo que difiera en nada al "opinión es sinónimo se situación" que dijera Nietzsche. Claro, comprendo que para el filósofo profesional llegar a la conclusión de que el recto razonar no se puede sobreponer a los estados de ánimo a la hora de analizar la realidad tiene que ser duro. Sin embargo es algo que se intuye al primer vistazo a nada que se baje de las nubes. Por eso es que lo más probable sea que yo no haya comprendido lo que ha querido dar a entender Savater con su tardía comprensión de lo que para mí es obvio desde la temprana madurez.
Por otro lado, ¿qué es estar bien o mal en la vida? Él habla del duelo. La perdida de un ser querido e insustituible. Un estado de anodadamiento que hace perder a la vida gran parte de su sentido. Un caso extremo de los que por fortuna no hay muchos a lo largo de la vida. Aunque a veces, supongo, con uno baste para hundirte para siempre en la miseria espiritual. Pero, ya digo, eso es lo extraordinario, lo común es permanecer lo más de la vida en un baile continuo del bienestar al malestar siguiendo el ritmo de las circunstancias favorables y desfavorables. Ritmo que, conviene tenerlo en cuenta, uno puede modificar con el ejercicio de su voluntad. Por supuesto que no ve la vida de la misma manera un ni-ni que un sí-sí. Porque, mientras alguien no me demuestre lo contrario, no hay mejor cristal rosa por el que mirar el mundo que el de la autoestima apuntalada por los méritos contraídos con el esfuerzo. Aunque comprendo que no todo es eso: lo mismo hay gente optimista por naturaleza así le parta un rayo que pesimistas congénitos así lo tenga todo para ser lo contrario. En definitiva, que en parte te lo puedes trabajar, pero nunca sabremos la importancia de esa parte frente a la meramente constitucional de cada cual... así que, como diría el poeta, la vida es demasiado corta como para andar perdiendo el tiempo tratando de dilucidad cual es la mejor manera de estar en ella. Uno sigue su instinto y que sea lo que Dios quiera.
Claro que aquí, en seguir el instinto, tenemos otro problema. Al respecto me resultó muy interesante la larga entrevista que ayer le hacían en La Vanguardia a Félix de Azúa. Lleva toda la vida enterarse de qué es lo que le gusta a uno hacer, dice. Una cuestión realmente diabólica. Porque el mundo está lleno de gente que hace lo que dice le gusta hacer y sin embargo está de un humor de perros lo más de su tiempo. Algo no cuadra entonces. Y así es que debiéramos preguntarnos, por qué no estoy bien si hago lo que quiero. ¿Lo que quiero? Por definición lo que quiero siempre es ese oscuro del deseo, así que difícilmente se puede reconocer. Por lo general hacemos lo que nos ayuda a salir del paso y luego decimos, e incluso nos lo creemos, que lo hemos hecho porque es en realidad lo que nos gusta. Así, las más de las veces, seguimos las modas con la ilusión de haber dado con la piedra filosofal o cosa por el estilo sin caer en la cuenta de que lo único que hemos hecho es escoger el camino trillado por el que se avanza con poco esfuerzo, cierta recompensa de entrada y muy poca a la larga.
No sé, es muy complicado todo esto. ¿Instinto? Supongo que el secreto está en seguir cualquier camino de superación. Porque, fuera de las sustancias embriagantes, superar obstáculos es lo único que a mi juicio procura satisfacción. Es decir, pone bien. O sea, que ves el mundo más justo y equilibrado. Claro, tiene el grandísimo inconveniente de que en sus comienzos todo camino de superación es una travesía del desierto que puede llevar muchos años. Pero así son las cosas, cuantos más años de desierto, mejor te sientes cuando divisas los primeros oasis. Desde luego que es penoso aspirar a la divinidad, pero qué es estar bien sino poder codearse con los dioses.
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