sábado, 23 de mayo de 2015

Jornada de reflexión

Esta noche va a ser una de esas en las que mucha gente no va a poder dormir de prieto que tiene el culo. Y es que mañana se ponen en juego un montón de atractivos puestos de trabajo. Un buen sueldo y cierta consideración social para los que no se requiere una gran preparación académica ni mucho menos aunque haya notables excepciones al respecto. El modelo de aspirante standard, por así decirlo, sería del estilo de aquel que describe Delibes en su novela "El disputado voto del Sr. Cayo". Un chaval majo, un poco idealista, tirando a vago para los estudios, que se apunta a pegar sellos en los sobres electorales en la sede local de su barrio de cualquier partido político. Claro, pegar sellos es un acto mecánico que permite dedicar la atención a lo que pasa alrededor. Así, al cabo de un par de años, de tanto escuchar intrigas de pasillo y manipulaciones de la realidad a beneficio de inventario, de ver puñaladas traperas y lameduras de culo, es como si se hubiese hecho un master en técnicas de escalada libre por la farragosa pared de la política profesional. A la segunda de entrar en una lista electoral consigues un asiento en cualquiera de los mil hemiciclos y puedes empezar a poner a prueba todo lo aprendido. Ya estás catapultado y raro será que no tengas ya la vida resuelta. Mal, pero resuelta.

Así es que, para mí, lo más interesante de unas elecciones, sería saber cuantos postulantes hay para los puestos de trabajo en juego. ¿Una proporción de diez a uno, quizá? No sé, pero apostaría a que es mucho más favorable que la de cualquiera de las otras oposiciones para sueldos similares o menores para las que se requieren estudios considerables. Un cierto chollo a primera vista, a segunda, ni ciego de grifa me metía yo en semejante berenjenal. Lo barato, ya se sabe, a la postre sale caro. Sólo hay que ver a las multitudes de Revillucas que andan por ahí dando el cante para que te embargue la conmiseración. 

Y el caso es que seguramente nos tenemos que felicitar porque las cosas sean así. Toda esa gente no son más que almas perrunas que tienen lealtad ciega a quién le proporciona el sustento: el jefe de la manada. Y el jefe de la manada no es más que correa de transmisión para las ordenes que vienen de arriba, de las grandes corporaciones que, como todo el mundo sabe, son las que proporcionan al común de las gentes lo que se necesita para vivir: trabajo remunerado. Pero lo mejor de todo esto es que las grandes corporaciones han comprendido que la mejor manera de que el ecosistema político no se pudra consiste en mantener a varios jefes con sus respectivas manadas. No por nada, claro, sino para que se vigilen los unos a los otros en una especie de satánico juego por la imposible predominancia. Es imposible, presumo, estar cómodo ejerciendo un poder que está al albur de las necesidades de los unos y los caprichos de los otros. Supongo que debe de ser como esos documentales de sobremesa sobre la vida animal: todos vigilando a todos para aprovechar el menor descuido del otro para comérsele. Es el infierno de la selva al que son arrojados los ambiciosos sin recursos. No, desde luego que no es buen negocio lo de pegar sellos. 

Por lo demás, si les mola ir a votar, háganlo. Puede ser gratificante contribuir a orillar a gente que no te cae bien. Pero no caigan en la ingenuidad de hacerse ilusiones sobre mejoras en sus vidas en función de que ganen unos u otros. La corriente del mundo es demasiado poderosa como para que la mute semejantes menudencias. 

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