miércoles, 6 de mayo de 2015

Post-Crash

En nuestras reuniones mañaneras de La Cañía no es infrecuente que abordemos el tema de las ciencias económicas. Como todos los sistemas de múltiples e imprevistas variables la economía se presta como pocos al babardeo, es decir, al hablar por hablar con visos de una cierta racionalidad. Pero sólo, bien sure, visos. Lo curioso es que todos los que allí estamos tenemos una formación académica en algún tipo de sistema complejo y por ello sabemos de su inaprehensibilidad. Cuando ya crees tener resuelta una ecuación te surge otra variable que te desbarata el plan. Por eso somos tan prudentes cuando hablamos de nuestra parcela de conocimiento. Sin embargo, parece como si fuéramos incapaces de extrapolar esa prudencia a lo que sólo conocemos en pañales. Sin darnos cuenta caemos en la presuntuosidad del ignorante o, como decía Nietzsche, del que ha leído dos libros a los que no tenía derecho.

El caso es que la economía en su más amplia acepción tiene una importancia decisiva en nuestras vidas. Hacer o no un uso inteligente tanto de nuestras hormonas como de nuestro bolsillo es lo que va de estar bien a andar de culo por la vida. De ahí supongo que es que todo el mundo quiere saber tanto de ciencias de la salud como de economía y, al ser posible, utilizando atajos con el menor trabajo posible. De hecho creo que habrá pocas profesiones más numerosas y lucrativas que las de vendedores de atajos para adquirir competencias en esas dos ciencias blandas. Ciencias duras y ciencias blandas, una diferencia marcada por las matemáticas.

Pues bien, viene todo esto que les cuento a propósito de haberme enterado de que en alguna universidad inglesa se ha
creado una asociación de nombre Post-Crash Economics cuyo principal caballo de batalla es convencer a quien proceda de hay que hacer regresar los estudios de economía del campo de las ciencias duras al de las blandas del que nunca debieran haber salido. En los últimos años la soberbia ha hecho creer a los charlatanes que es posible utilizar modelos matemáticos cerrados para regir la economía y, no otra, insisten los de Post-Crash, ha sido la causa de la actual crisis. Esa fantasía de haber conseguido dominar la furia de los elementos ha hecho perder la prudencia indispensable al trato con todo lo que por naturaleza nunca podrá dejar de ser aleatorio.

Claro, siguen explicando, el asunto tiene dos vertientes, por un lado el de sacar de la cabeza de responsables académicos y financieros la citada fantasía de certeza matemática y hacerles volver a la prudencia indispensable para quien transita por caminos resbaladizos. Por otro lado está el componente político. Toda la demagogia, azote principal de las democracias, se sustenta en la ausencia de conocimientos básicos de economía por parte de las poblaciones. De ahí la importancia de introducir en la educación básica elementos de economía que ayuden a elevar el nivel de escepticismo respecto de las soluciones mágicas que venden ciertos políticos. 

Voy a acabar esta perorata con una anécdota que viene, creo, de molde a lo dicho. El otro día, por circunstancias graciosas de la vida, tuve una entrevista con un asesor financiero de una empresa del ramo alemana recién establecida en la pequeña provincia. Era un chaval bien parecido, impecablemente trajeado, que manejaba con rara habilidad todo tipo de trípticos llenos de gráficas siempre ascendentes. Después de haberle escuchado un buen rato le pregunte si sabía donde estaba Kilkcardy. Cara de palo. Sobre la riqueza de las Naciones. Lo mismo. Adam Smith. Había oído hablar. No hace falta más para entender por qué pasan algunas cosas de las que pasan. 

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