El otro día, en la tertulia mañanera de La Cañía, comentaba Isi la apreciación del intelectual francés Jean-François Revel: el ser humano sólo es capaz de vivir en la mentira.
Pues sí, la verdad es que a poco que nos pongamos a pensar en ello nos daremos cuenta de hay pocas verdades mayores que esa. Empezando por lo que nos mentimos a nosotros mismos sobre lo que en realidad somos. Desde luego que solemos pensar que somos mucho mejores de lo que somos y, sobre todo, mucho mejores que casi todos los demás. Supongo que todo ello no será más que uno de los mecanismos puestos en marcha por la naturaleza para evitar que en multitud de ocasiones subamos a la azotea con la intención de arrojarnos al vacío. Porque, no nos engañemos, el síndrome depresivo, como bien describiera Castilla del Pino en un memorable libro, no es otra cosa que la instalación del individuo en la más pura objetividad. Es decir, en la verdad. Remarcaba el autor lo peligroso que puede llegar a ser para una persona considerada como psicológicamente sana pararse a escuchar a un depresivo porque, lo más seguro, es que acabe viéndose ante el espejo libre de todo tipo de disfraces, o sea, tal como es. Por eso será, pienso, que la gente huye de los depresivos como de la peste.
Pues bien, de depresivo, o cosa parecida, es de lo que vienen acusando los columnistas y tertulianos de moda al Presidente Rajoy. No reacciona ni ante los grandes escándalos de corrupción ni ante nada, dicen. Se mantiene impertérrito ante los exagerados aspavientos que ejecuta la canalla tratando, como siempre ha hecho, de magnificar lo irrelevante para ocultar sus vergüenzas. No empatiza con el sentir de la ciudadanía, argumentan, sin saber, ni ellos ni nadie, qué quiere decir empatía. Le crucifican al pobre hombre porque no pueden soportar la verdad que de sus actos se desprende: ha corregido razonablemente la economía, ha desmontado el mito de la cultura intocable, ha promocionado la excelencia frente al adoctrinamiento en la enseñanza y, lo más peligroso, por primera vez en la historia de este país se persigue con método a los corruptos... ¡ay, madre mía, que tengo que poner mis barbas a remojar! Este hombre es el demonio. Está desmontando la gran mentira de la corrupción de los otros. Hay que echarle como sea.
La gran mentira de la corrupción de los otros, la mayor de todas. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, lo más sensato de todo lo que dijo el de Nazaret. Y la chusma salió corriendo en busca de piedras porque para eso es chusma para creerse libre de pecado. Eso es lo único que les consuela de su miserable condición, tirar piedras para sentirse más puros si cabe... y todo por no haber querido estudiar, que bien que pudieron haberlo hecho con todo el dinero que para ello puso el Estado en sus bolsillos. ¡Qué mayor corrupción que esa!
En fin, como dijo Baroja, el mundo es ansí. Así que buena gana de andar hurgando en sus miserias. Mejor, cojan, agarren un libro de problemas de matemáticas y entreténganse resolviéndolos. Verán qué bonito lo ven todo después. Y no te digo, ya, si se van a pasear en bicicleta por Campoo y al mediodía recalan en El Soto y se comen unas manitas de cerdo. Manitas de ministro, como repitió media docena de veces para que lo oyese todo el comedor un chusma que comía en la mesa adyacente a la nuestra. Le hubiese partido la cara de buena gana.
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