Un día que estaba en casa de mis hermanos vi en la pantalla del televisor a un jovencito repelente, con sus gafitas redondas y todo eso, que decía de forma muy excitada que en España estaba todo podrido y que había que cambiarlo todo de arriba abajo. Otro día vi a otro con pinta de instalador de escenarios para rokeros que con un desparpajo pedante inigualable venía a decir lo mismo. Luego me enteré de que entre los dos habían fundado un partido cuya finalidad era ponerlo todo patas arriba. Como es lógico suponer tal partido tuvo un éxito inmediato. Porque es que, a ver quién es el guapo que estando jodido, por lo que sea, no va a querer ponerlo todo patas arriba. Y gente jodida la hay para dar y tomar por razones, las más de las veces, si no todas, puramente biológicas. Y es que cuando el dichoso cerebro no rinde lo que debiera el mundo se hace asquerosamente cuesta arriba.
Así que lo que habrá que preguntarse, si es que a uno le sigue interesando el mundo, es el porqué de que no rindan los cerebros. Y aquí hay algo de lo que tenemos cierta certeza, por decirlo de forma tautológica. El cerebro es el órgano plástico por antonomasia. Como si fuese barro, se le puede dar la forma que se desee. Luego, claro, están los elementos de la intemperie que actúan por su cuenta sobre el moldeado inicial. Un conjunto de factores cuyo producto sí es alterado por el orden. ¿Qué es lo primero, las condiciones ambientales o el taller de moldeado? Por no hablar, por supuesto, de la calidad del barro, que, ahí, como bien es sabido, lo que natura non da, Salamanca non presta.
Así que, condiciones ambientales, o intemperie, y taller de moldeado. Nada nuevo que ya va para dos mil quinientos años que tenemos La República en las estanterías. Y que a nadie engañen los resentidos, a trancas y barrancas hemos avanzado tanto que nos encontramos ya a dos pasos del modelo que trazó Platón. Unos un poco más, otros un poco menos, pero los niños en general son arrancados de sus padres a edad temprana para que no les maleen del todo. Y no se ahorran procedimientos. Incluso se llega, cuando las circunstancias lo exigen, a dar un sueldo a los padres a cambio de que lleven a sus hijos a la escuela. Y eso gobernando un partido de derechas y estando en plena crisis económica. Qué no sería si gobernasen los instaladores de escenarios para rokeros. Seguro que instauraban por ley la manipulación genética para que todos los barros fuesen de primera calidad. Por promesas que no quede.
Así que, se haga lo que se haga, jodidos siempre habrá por razones de fabricación. Si falla la Wolkswaguen que no fallaremos nosotros que somos humanos. Pero casi todo tiene solución y a los defectuosos con unas cuantas promesas y un puñado de soma se les tiene entretenidos. El resto, está tan educado y satisfecho que ya casi ni siquiera necesita que le gobiernen. Si no llegado, se está muy cerca del ideal anarquista. Esa extraña armonía sin reglas que la coarten. La música de Schoenberg, para que nos entendamos.
lunes, 30 de noviembre de 2015
domingo, 29 de noviembre de 2015
Si te ves, chungo
Serían cerca de las diez cuando, anoche, volvía a casa. Y no creo que la temperatura pasase de los cinco o seis grados, pero daba igual, en las terrazas había gente sentada tomando aperitivos. En la que hay justo enfrente de mi puerta, que, por cierto, apenas deja un metro de acera, se regocijaba una colla de veinteañeros, algunos de ellos con t-shirt por todo avío. En la de unos metros más allá, parecía una perrera. Allí, ni uno, ni medio; simplemente había que pedir permiso para pasar. Y, dentro de los locales, ya, ni hablo: no cabía un alfiler. ¡Y mira que hay unos cuantos!
Lo que es evidente es que al personal se le ve muy preocupado con el cariz que están tomando los acontecimientos. Lo de Cataluña, lo de París, lo de Siria, por no hablar del calentamiento global. Y no digo, ya, las próximas elecciones al Parlamento que, sin el menor atisbo de duda, son una vez más las más importantes de la historia de la democracia: nunca, nos aseguran, hubo tanto en juego... se deben de estar refiriendo a que han subido el sueldo a los diputados.
Madrid es una fiesta. Con los AVES, los vuelos low-cost y todo eso, da la impresión de que los fines de semana déferle ici toute l´Espagne. Anoche escuchaba más catalán por las calles que cuando viví en Barcelona. Porque, en cualquier caso, lo que no es posible es que con sólo la vecindad de la Villa y Corte de para este estar todo tan de bote en bote.
Pero no se crean, es un de bote en bote civilizado, cosmopolita, sin salidas de mal rollo. Nada que ver con lo que hubo cuando lo de la famosa "movida" que tenía tanto de doctrinario y que así acabó como acabó, colgados unos de la droga, otros del zapaterismo y veinte años de oscurantismo. No, lo de ahora va más de Trimalción, o sea, a ver quién la tiene más larga, a la barba me refiero. La cuestión es divertirse y, si se folla, mejor. A nadie se le hace mal y la economía va como un tiro.
Total que ayer, para rematar el día, y sin saber por qué, me apeteció ver El Baile de los Vampiros de Polansky. Absolutamente iluminadora. Es precisamente dejarse morder la yugular lo que hace un mundo mejor, es decir, lleno de bares que están de bote en bote. Y los que van por ahí clavando estacas de madera en el corazón de los vampiros son unos iluminados con todas las de perder y el sufrimiento añadido de verse reflejado en todos los espejos. Porque ahí está la clave de todo, verse o no verse en los espejos. Si te ves, chungo.
Lo que es evidente es que al personal se le ve muy preocupado con el cariz que están tomando los acontecimientos. Lo de Cataluña, lo de París, lo de Siria, por no hablar del calentamiento global. Y no digo, ya, las próximas elecciones al Parlamento que, sin el menor atisbo de duda, son una vez más las más importantes de la historia de la democracia: nunca, nos aseguran, hubo tanto en juego... se deben de estar refiriendo a que han subido el sueldo a los diputados.
Madrid es una fiesta. Con los AVES, los vuelos low-cost y todo eso, da la impresión de que los fines de semana déferle ici toute l´Espagne. Anoche escuchaba más catalán por las calles que cuando viví en Barcelona. Porque, en cualquier caso, lo que no es posible es que con sólo la vecindad de la Villa y Corte de para este estar todo tan de bote en bote.
Pero no se crean, es un de bote en bote civilizado, cosmopolita, sin salidas de mal rollo. Nada que ver con lo que hubo cuando lo de la famosa "movida" que tenía tanto de doctrinario y que así acabó como acabó, colgados unos de la droga, otros del zapaterismo y veinte años de oscurantismo. No, lo de ahora va más de Trimalción, o sea, a ver quién la tiene más larga, a la barba me refiero. La cuestión es divertirse y, si se folla, mejor. A nadie se le hace mal y la economía va como un tiro.
Total que ayer, para rematar el día, y sin saber por qué, me apeteció ver El Baile de los Vampiros de Polansky. Absolutamente iluminadora. Es precisamente dejarse morder la yugular lo que hace un mundo mejor, es decir, lleno de bares que están de bote en bote. Y los que van por ahí clavando estacas de madera en el corazón de los vampiros son unos iluminados con todas las de perder y el sufrimiento añadido de verse reflejado en todos los espejos. Porque ahí está la clave de todo, verse o no verse en los espejos. Si te ves, chungo.
viernes, 27 de noviembre de 2015
Faetón
Hace unos años vi la entrevista que le hacían a un monje de clausura a propósito de un disco de canto gregoriano que acababan de grabar los de su congregación. A pregunta sobre la dureza, o tristeza, de no estar al tanto de las cosas de este mundo contestó el entrevistado que en qué le podía afectar a él enterarse ahora o dentro de treinta años que Mónica Lewinky le había hecho una felación al Presidente Clintón. Porque esa era la cuestión, que, juzgando por los medios de comunicación, parecía que por aquellos días no estaba pasando en el mundo otra cosa que las consecuencias de la dichosa felación. Fíjense, una felación. Un acto que me dejaría cortar lo que quieran si no se lleva a cabo por lo menos mil millones de veces al día. Y sin embargo, ahí estaba todo el mundo con el tema. Sin duda era el clavo con el que se había sacado otro y en eso consistía todo.
Hace cuatro días estábamos que parecía que nos llegaba ya el agua al cuello con lo de el sainete catalán. Entonces, unos resentidos se pusieron a pegar tiros y explotar bombas en París y, Cataluña, si te he visto no me acuerdo. En París, de donde vienen los niños, ¿cómo no va a tener tirón cualquier cosa que pase allí? Pues no, ha bastado con que los turcos tirasen abajo un avión ruso de juguete para que ya nadie se acuerde de las bombas de París. Porque es que, además, lo del avión ruso no por intenso ha durado dos días porque París vuelve a la carga con una conferencia sobre el medio ambiente esta vez. "Dos grados, punto crítico", es el lema de la citada conferencia. Y como es en París, de donde vienen los niños, seguro que se consigue el acuerdo. Claro, por el camino, como cada dos años, cientos de miles de personas van de aquí para allá en avión a debatir sobre el asunto: echando gasolina al fuego en definitiva. Y todos contentos y satisfechos porque se está haciendo lo apropiado: decir una cosa y hacer la contraria. La historia de la humanidad simplificada en una frase.
Sin embargo, me parece a mí que esto de la conferencia del medio ambiente se lleva la palma en lo que hace a concertación de voluntades para la exaltación de la imbecilidad. No conozco absolutamente a nadie en el mundo que esté dispuesto a privarse de nada, pero lo que se dice nada, por tal de contribuir con ello a evitar que el mundo se caliente. En esto, como en tantas otra cosas, sí que fue profético Don Juan: ¡Cuán largo me lo fiáis! Entre que esto se acaba y no se acaba, disfrutaremos más del jardín, como le oí decir un día a una señora británica a la que interrogaban sobre el asunto.
Es todo una aporía. Es decir, sin solución lógica. Lo sabemos desde la Teogonia de Hesiodo. O las Metamorfosis de Ovidio.
Está todo escrito. Ya hace mucho que Epimeteo abrió la caja de Pandora y que Faetón conduce el Carro del Sol. Lo único que podemos hacer es lo de la señora británica, relajarnos y disfrutar mientras dure. Porque una cosa está clara, a mí nadie me va a privar de las ofertas de Lidl y menos en un día como hoy, Black Friday, que estoy desperdiciando aquí con tanto vano filosofar. Salgo corriendo para allá.
Hace cuatro días estábamos que parecía que nos llegaba ya el agua al cuello con lo de el sainete catalán. Entonces, unos resentidos se pusieron a pegar tiros y explotar bombas en París y, Cataluña, si te he visto no me acuerdo. En París, de donde vienen los niños, ¿cómo no va a tener tirón cualquier cosa que pase allí? Pues no, ha bastado con que los turcos tirasen abajo un avión ruso de juguete para que ya nadie se acuerde de las bombas de París. Porque es que, además, lo del avión ruso no por intenso ha durado dos días porque París vuelve a la carga con una conferencia sobre el medio ambiente esta vez. "Dos grados, punto crítico", es el lema de la citada conferencia. Y como es en París, de donde vienen los niños, seguro que se consigue el acuerdo. Claro, por el camino, como cada dos años, cientos de miles de personas van de aquí para allá en avión a debatir sobre el asunto: echando gasolina al fuego en definitiva. Y todos contentos y satisfechos porque se está haciendo lo apropiado: decir una cosa y hacer la contraria. La historia de la humanidad simplificada en una frase.
Sin embargo, me parece a mí que esto de la conferencia del medio ambiente se lleva la palma en lo que hace a concertación de voluntades para la exaltación de la imbecilidad. No conozco absolutamente a nadie en el mundo que esté dispuesto a privarse de nada, pero lo que se dice nada, por tal de contribuir con ello a evitar que el mundo se caliente. En esto, como en tantas otra cosas, sí que fue profético Don Juan: ¡Cuán largo me lo fiáis! Entre que esto se acaba y no se acaba, disfrutaremos más del jardín, como le oí decir un día a una señora británica a la que interrogaban sobre el asunto.
Es todo una aporía. Es decir, sin solución lógica. Lo sabemos desde la Teogonia de Hesiodo. O las Metamorfosis de Ovidio.
Está todo escrito. Ya hace mucho que Epimeteo abrió la caja de Pandora y que Faetón conduce el Carro del Sol. Lo único que podemos hacer es lo de la señora británica, relajarnos y disfrutar mientras dure. Porque una cosa está clara, a mí nadie me va a privar de las ofertas de Lidl y menos en un día como hoy, Black Friday, que estoy desperdiciando aquí con tanto vano filosofar. Salgo corriendo para allá.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
¡Tanto trajín!
Cuando era adolescente me pegaron un repaso que me dejó fino para los restos. Fue una represalia política en toda regla que no voy a calificar de injusta porque las cosas se juzgan con las leyes que rigen en el tiempo en el que suceden. Sin duda yo me las salté y alguien, concretamente el profesor de Formación del Espíritu Nacional, vio en ello una oportunidad de oro para ejemplarizar. Porque ya por aquel entonces, mediados los cincuenta, los pequeños hijos de la burguesía empezaban a tomarse a chirigota el régimen franquista y eso, como es natural, tenía que poner muy nerviosos a los que vivían de él. Después, habiendo alcanzado yo alguna notoriedad como revoltoso cuando los estertores del régimen, mi padre me dijo un día que por qué no le mandaba un pequeño mensaje a aquel profesor sañudo. La verdad, nunca le había oído decir a mi padre tamaña majadería. Porque, excepción hecha de las cosas de su salud donde se comportaba en talibán, era una de las personas más sensatas que he conocido. Pensé que a lo mejor no tenía muy buena conciencia al respecto, porque más que defenderme en aquel trágico trance lo que hizo fue dedicarse a echar más leña al fuego como para purificarme de por vida de todas las veleidades graciosillas a las que quizá me veían muy inclinado.
En fin, el caso es que de aquello salí y, no sé, pero juraría que fortalecido por comparación a los que no pasaron por trances parejos. Los ingleses, según he leído en algún sitio, piensan que es muy bueno para la educación en general que los niños se vean sometidos de vez en cuando a alguna injusticia. Porque injusto, dicen, es el mundo en el que van a vivir y conviene que les pille entrenados. El hecho de haber sentido el dolor de ser arrancado de cuajo de un medio amable para ser trasplantado en otro mucho más duro me dio derecho a experimentar emociones no precisamente blandas ni olvidables. A los quince años, y después de haberse sentido repudiado, no parece fácil construirse un nuevo entorno protector. Sin embargo lo es, o al menos para mi lo fue. Antes de un mes ya tenía un grupo de adeptos con los que hablar de los curras piporros, los compas más pajilleros y esos topics típicos de cualquier corrillo adolescente. La dureza del medio, no me costó mucho darme cuenta, crea vínculos más fuertes so pena de estar más expuesto al castigo. Fuere como fuere, en fin, me permitió observar el mundo desde otro ángulo y, eso, sin duda, ensanchó mi perspectiva, lo que no es poco.
Después, a lo largo de la vida, he pensado muchas veces que aquel episodio me marcó para los restos. El andar de aquí para allá ha sido la pasión de mi vida y creo que lo sigue siendo. Llegar a un sitio, explorarle, dominarle, dejar una colonia, o no, y largarse en pos de nuevas conquistas. Siempre ligero de equipaje y abierto a las sorpresas. Y no es que crea ni mucho menos que haya sido la mejor manera posible de pasar la vida, pero no maldigo mi suerte porque ahora, al menos, se tocar la guitarra... porque si no supiese, ¿de qué me hubiese servido tanto trajín?
En fin, el caso es que de aquello salí y, no sé, pero juraría que fortalecido por comparación a los que no pasaron por trances parejos. Los ingleses, según he leído en algún sitio, piensan que es muy bueno para la educación en general que los niños se vean sometidos de vez en cuando a alguna injusticia. Porque injusto, dicen, es el mundo en el que van a vivir y conviene que les pille entrenados. El hecho de haber sentido el dolor de ser arrancado de cuajo de un medio amable para ser trasplantado en otro mucho más duro me dio derecho a experimentar emociones no precisamente blandas ni olvidables. A los quince años, y después de haberse sentido repudiado, no parece fácil construirse un nuevo entorno protector. Sin embargo lo es, o al menos para mi lo fue. Antes de un mes ya tenía un grupo de adeptos con los que hablar de los curras piporros, los compas más pajilleros y esos topics típicos de cualquier corrillo adolescente. La dureza del medio, no me costó mucho darme cuenta, crea vínculos más fuertes so pena de estar más expuesto al castigo. Fuere como fuere, en fin, me permitió observar el mundo desde otro ángulo y, eso, sin duda, ensanchó mi perspectiva, lo que no es poco.
Después, a lo largo de la vida, he pensado muchas veces que aquel episodio me marcó para los restos. El andar de aquí para allá ha sido la pasión de mi vida y creo que lo sigue siendo. Llegar a un sitio, explorarle, dominarle, dejar una colonia, o no, y largarse en pos de nuevas conquistas. Siempre ligero de equipaje y abierto a las sorpresas. Y no es que crea ni mucho menos que haya sido la mejor manera posible de pasar la vida, pero no maldigo mi suerte porque ahora, al menos, se tocar la guitarra... porque si no supiese, ¿de qué me hubiese servido tanto trajín?
martes, 24 de noviembre de 2015
Autoanálisis
En fin, la cuestión es que cada uno es como es y no hay nada peor que intentar ponerle puertas al propio campo. Bastante tiene uno con las que le ponen los demás. Sin embargo, tampoco quiero decir con esto que haya que ser como el escorpión de la fábula. Ser como se es no es excusa en ningún caso para no tener en cuenta que los demás son como son y no sólo hay que respetarlos sino también saber adaptarse a ellos cuando nobleza obliga. Pero eso sí, procurando siempre no perder la conciencia de la extranjería a la que uno se somete por propia voluntad o conveniencia... se cometen muchos errores en la vida antes de aprender un poco sobre estas cosas.
Todo muy bonito y muy claro, sí, pero que demonios quiere decir "ser como se es" y "ser fiel a uno mismo". ¿Es que acaso es posible llegar a tener una mínima de idea de lo que somos? Por mucho que nos observemos y nos autoanalicemos, si es que esto quiere decir algo, al final siempre acabamos movidos por impulsos motivados por lo que nos parece que nos puede favorecer. Lo que nos permite tirar hacia delante al precio que sea con tal de que te lo puedas pagar.
Tirando hacia delante, de derrota en derrota, huyendo siempre del fantasma de la muerte que se sube a la chepa tan pronto lo tienes todo medio controlado. Estabilidad sinónimo de muerte, ese es mi sino. Necesito volver a tirarlo todo por la borda para recuperar la sensación de vida. De que tengo una tarea por delante: la de volver a caer en la misma trampa. Porque ese el drama, estar siempre ansiando lo que se sabe que una vez alcanzado se va a detestar. Seguro que los siquiatras tienen un nombre para ese tipo de personalidad. Paranoia o algo así.
Y no es que me suela sentir perseguido por no se sabe que clase de fuerzas misteriosas, pero sí que he podido identificar dentro de mí un par de anomalías discapacitantes contra las que nunca pude hacer nada por más que lo haya intentado. Una es el miedo escénico: tan pronto me siento observado me paralizo. La otra es el estar de más... no sé, quizá la incapacidad de integración, o la falta de autoestima o lo que sea, que me da igual porque es algo de lo que me curo fácilmente por el simple procedimiento de echarme a un lado.
Yo, como soy un curioso impenitente, no he parado de preguntarme desde que tengo conciencia de ello por qué demonios me tienen pasar a mí estas cosas. He conocido mucha gente infinitamente menos preparada que yo o mucho más plasta que no le cuesta nada dirigirse a un numeroso auditorio o quedarse en un sitio donde no está pintando nada. Tiene que ser algo, me digo, con la manera en que fuimos tratados cuando eramos niños. Juraría que en mi caso se me sometió a un tercer grado para labrarme un más que sólido sentido del ridículo. Como en tantas familias sinsorga el principal pasatiempo de sus reuniones consistía en contar cosas de los niños que les parecían muy graciosas. Y las repetían una y mil veces sin caer en la cuenta de que si los niños estaban delante lo podían percibir como algo humillante o vejatorio. Los familiares necios no saben hasta que punto son nocivos cuando utilizan a los niños como sustento de sus conversaciones. Más les valiera atarse una rueda de molino al cuello y dedicarse a arrastrarla.
En fin, no sé lo que me habrá impulsado a escribir hoy sobre estas cosas. Quizá tenga que ver con que las circunstancias personales me han obligado a ibuprofenizarme.
Todo muy bonito y muy claro, sí, pero que demonios quiere decir "ser como se es" y "ser fiel a uno mismo". ¿Es que acaso es posible llegar a tener una mínima de idea de lo que somos? Por mucho que nos observemos y nos autoanalicemos, si es que esto quiere decir algo, al final siempre acabamos movidos por impulsos motivados por lo que nos parece que nos puede favorecer. Lo que nos permite tirar hacia delante al precio que sea con tal de que te lo puedas pagar.
Tirando hacia delante, de derrota en derrota, huyendo siempre del fantasma de la muerte que se sube a la chepa tan pronto lo tienes todo medio controlado. Estabilidad sinónimo de muerte, ese es mi sino. Necesito volver a tirarlo todo por la borda para recuperar la sensación de vida. De que tengo una tarea por delante: la de volver a caer en la misma trampa. Porque ese el drama, estar siempre ansiando lo que se sabe que una vez alcanzado se va a detestar. Seguro que los siquiatras tienen un nombre para ese tipo de personalidad. Paranoia o algo así.
Y no es que me suela sentir perseguido por no se sabe que clase de fuerzas misteriosas, pero sí que he podido identificar dentro de mí un par de anomalías discapacitantes contra las que nunca pude hacer nada por más que lo haya intentado. Una es el miedo escénico: tan pronto me siento observado me paralizo. La otra es el estar de más... no sé, quizá la incapacidad de integración, o la falta de autoestima o lo que sea, que me da igual porque es algo de lo que me curo fácilmente por el simple procedimiento de echarme a un lado.
Yo, como soy un curioso impenitente, no he parado de preguntarme desde que tengo conciencia de ello por qué demonios me tienen pasar a mí estas cosas. He conocido mucha gente infinitamente menos preparada que yo o mucho más plasta que no le cuesta nada dirigirse a un numeroso auditorio o quedarse en un sitio donde no está pintando nada. Tiene que ser algo, me digo, con la manera en que fuimos tratados cuando eramos niños. Juraría que en mi caso se me sometió a un tercer grado para labrarme un más que sólido sentido del ridículo. Como en tantas familias sinsorga el principal pasatiempo de sus reuniones consistía en contar cosas de los niños que les parecían muy graciosas. Y las repetían una y mil veces sin caer en la cuenta de que si los niños estaban delante lo podían percibir como algo humillante o vejatorio. Los familiares necios no saben hasta que punto son nocivos cuando utilizan a los niños como sustento de sus conversaciones. Más les valiera atarse una rueda de molino al cuello y dedicarse a arrastrarla.
En fin, no sé lo que me habrá impulsado a escribir hoy sobre estas cosas. Quizá tenga que ver con que las circunstancias personales me han obligado a ibuprofenizarme.
lunes, 23 de noviembre de 2015
Primitivismo
Isidoro tiene una conocida catalana que se llama Montse que por circunstancias de la vida suele acudir a las mismas cenas que él. Lo que Isidoro no soporta es que Montse esté siempre apelando a los sentimientos para justificar la brasa que nunca para de dar con lo de su querididisísima Cataluña. Entonces, qué pasa, que los demás no tenemos sentimientos, se pregunta medio indignado Isidoro. Pues sí, claro, cómo no vamos a tenerlos, lo que pasa es que como hemos alcanzado un cierto grado de civilización hemos aprendido a metérnoslos por donde nos quepan y hacer como que no les tenemos. Así, por ejemplo, podemos estar con un francés, un inglés e, incluso con un bosquimano, sin necesidad de darle la lata con las cosas de nuestro lugar de nacimiento. O de nuestros hijos. O de nuestros nietos.
El asunto de la exhibición de los sentimientos, lo confieso, siempre me ha olido a cuerno quemado. Nunca se me olvidará que una vez que iba de camino, al llegar a Casares de Las Hurdes lo primero con lo que me topé fue con una mujer mayor vestida de negro y dando gritos a la puerta del ayuntamiento. Luego me enteré de que era a causa de que se le había muerto una hija cuarentona. Sin duda el primitivismo de aquella mujer le obligaba a dar a entender a sus vecinos que tenía el corazón destrozado. Sin embargo, lo más probable es que estuviese consternada por haber perdido una fuente de seguridad y punto. Y es que, excepción hecha de los padres hacia los hijos cuando son pequeños, que es una cosa puramente biológica, lo de "te quiero más que a mi vida", que decía la canción, a mi modesto juicio no es otra cosa que un "ponte bien y estate quieto" que te voy a destrozar la yugular... que es, ni más ni menos, lo que hacen tantos catalanes con Cataluña que es que la tienen hecha unos zorros de tanto chuparle la sangre.
Sentimientos, como dice Isi, los tenemos todos, pero cuando nos civilizamos, pienso, los pasamos por el cedazo de la razón para convertirlos en afinidades electivas. La amistad, por ejemplo, sentimiento noble donde les hubiere, qué sentido tiene, como sostenía Pla, si no sirve para enriquecerse mutuamente. Y el que no quiera reconocer eso es un perfecto sandio. O un prisionero de los clanes condenado a la miseria espiritual de por vida.
En fin, las cosas de Apolo y Dionisos que esquematizaban los clásicos. Si Dionisos se apodera del cotarro, entonces, las mujeres se echan a bailar desnudas por el monte y las estanterías de los supermercados se vacían. Afortunadamente estamos muy lejos de eso, incluso en Cataluña. Y no es que crea yo que haya que meter a Dionisos en el truyo como hizo Penteo con tan malos resultados, no, creo que bastará con confinarle en las discotecas los sábados por la noche. Del resto ya se encargará Apolo.
Y Montse a estas alturas, con la que le está cayendo encima, seguro que ya está medio curada. O medio civilizada, para que mejor nos entendamos.
El asunto de la exhibición de los sentimientos, lo confieso, siempre me ha olido a cuerno quemado. Nunca se me olvidará que una vez que iba de camino, al llegar a Casares de Las Hurdes lo primero con lo que me topé fue con una mujer mayor vestida de negro y dando gritos a la puerta del ayuntamiento. Luego me enteré de que era a causa de que se le había muerto una hija cuarentona. Sin duda el primitivismo de aquella mujer le obligaba a dar a entender a sus vecinos que tenía el corazón destrozado. Sin embargo, lo más probable es que estuviese consternada por haber perdido una fuente de seguridad y punto. Y es que, excepción hecha de los padres hacia los hijos cuando son pequeños, que es una cosa puramente biológica, lo de "te quiero más que a mi vida", que decía la canción, a mi modesto juicio no es otra cosa que un "ponte bien y estate quieto" que te voy a destrozar la yugular... que es, ni más ni menos, lo que hacen tantos catalanes con Cataluña que es que la tienen hecha unos zorros de tanto chuparle la sangre.
Sentimientos, como dice Isi, los tenemos todos, pero cuando nos civilizamos, pienso, los pasamos por el cedazo de la razón para convertirlos en afinidades electivas. La amistad, por ejemplo, sentimiento noble donde les hubiere, qué sentido tiene, como sostenía Pla, si no sirve para enriquecerse mutuamente. Y el que no quiera reconocer eso es un perfecto sandio. O un prisionero de los clanes condenado a la miseria espiritual de por vida.
En fin, las cosas de Apolo y Dionisos que esquematizaban los clásicos. Si Dionisos se apodera del cotarro, entonces, las mujeres se echan a bailar desnudas por el monte y las estanterías de los supermercados se vacían. Afortunadamente estamos muy lejos de eso, incluso en Cataluña. Y no es que crea yo que haya que meter a Dionisos en el truyo como hizo Penteo con tan malos resultados, no, creo que bastará con confinarle en las discotecas los sábados por la noche. Del resto ya se encargará Apolo.
Y Montse a estas alturas, con la que le está cayendo encima, seguro que ya está medio curada. O medio civilizada, para que mejor nos entendamos.
domingo, 22 de noviembre de 2015
Cuesta de creer
Como todos años por estas fechas, los fachas sacan a pasear el fantasma de Franco. Y cuando digo fachas hablo de fachas genuinos, o sea, de los que se creen que son exactamente lo contrario. Pues bien, el otro día una periodista de la cadena global, antigua independiente de la mañana, es decir, de las que se creen que representan exactamente lo contrario de lo que representan, sacó a relucir el mentado fantasma para amedrentar a Bertín Osborne que, otra cosa no, pero es alguien que sabe de sobra quien es y lo que representa que para eso recibió una educación británica con descojone del fantasma de Canterville incluida. Resultado, la no facha, facha, salió trasquilada, aunque, como es catalana de pura cepa, no creo que eso le vaya a servir para disuadirla de futuros meterse en camisas de once varas. Pues anda que no son tozudos ni nada los de pura cepa, sean de donde sean.
Por otro lado leo que en un colegio, también catalán, ¡cómo no!, han sacado a airear el fantasma. Un chaval, o chavala, ha dicho que cuesta "de creer" que haya habido algo tan horrible. Se notaba a la legua que el común del alumnado había recibido una información histórica al respecto la mar de imparcial y desapasionada. Prácticamente todos coincidían en tener o haber tenido abuelos republicanos, exiliados, represaliados, ect., y eso que el colegio de marras es uno donde van niños de lo que se podría llamar burguesía catalana, ahí es nada. Bueno, por lo visto, en medio de la exaltada comunión de los de linaje decente, un apestado dijo que su abuelo había sido un militar franquista... y se hizo el silencio.
Creo recordar que el gran Torrente Ballester solía decir cuando asistía a exaltadas tertulias sobre el fantasma que se necesitará que pasen por lo menos cien años antes de que se recupere un poco de cordura sobre lo que significó ese episodio de la historia de España. Y no por nada, y esto lo digo yo, sino porque cuando das con un caramelo para dulcificar la vida a la chusma a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría sacárselo de la boca. Mientras siga extrayéndole sabor será fácilmente controlable. El caso es que no pierda la ilusión de que todavía se puede ganar aquella guerra.
Cien años de los que ya van ochenta. Es natural que algunos empiecen ya a impacientarse. Al estilo de lo que le pasó el otro día a Bertín. Y es que hay que ser un santo para resistir impertérrito a tanta estulticia. Franco fue lo que fue, un tirano al estilo de la época que se las apañó para poner a España en la senda de la modernidad. Lo que hubiese sido si hubiesen ganado los otros sólo lo podemos conjeturar, o sea, palabras que se lleva el viento. Lo que si podemos saber a ciencia cierta es que en esos años de dictadura fue la época histórica en el que por fin se controló el agua en España y, como consecuencia, más españoles pasaron de la más absoluta pobreza a una vida medianamente pasable. Luego, las represiones y todo eso, las propias de un régimen autoritario que nada que ver con las de un sistema fascista. Franco sólo machacaba a los que tenían capacidad para poner desorden en el sistema productivo. Los que se decían comunistas, por ejemplo. Pero no se gastaba un duro en armar al ejercito o mantener escuadrones de vigilancia de la "conducta moral" de la ciudadanía. El Movimiento, como el mismo explicaba, era la clap que le aplaudía allí por donde pasaba. Al final, ya, no necesitaba ni de esa clap porque la mayoría de los españoles le aplaudían de buen grado. Y el que niegue eso es un wishfull thinking, o sea, un perfecto idiota.
Por lo demás, si les gusta la historia con su eterno retorno, cojan, agarren y váyanse a la historia de Atenas en los tiempos de Solón. Todo muy bonito con la Constitución que redactó, pero la vida real era un desmadre y tuvo que venir el tirano Pisistrato a poner orden y dejarlo todo niquelado para hacer posible la llegada de Pericles. ¿Les suena? Cuesta de creer que la historia se repita tantas veces con tanta fidelidad.
Por otro lado leo que en un colegio, también catalán, ¡cómo no!, han sacado a airear el fantasma. Un chaval, o chavala, ha dicho que cuesta "de creer" que haya habido algo tan horrible. Se notaba a la legua que el común del alumnado había recibido una información histórica al respecto la mar de imparcial y desapasionada. Prácticamente todos coincidían en tener o haber tenido abuelos republicanos, exiliados, represaliados, ect., y eso que el colegio de marras es uno donde van niños de lo que se podría llamar burguesía catalana, ahí es nada. Bueno, por lo visto, en medio de la exaltada comunión de los de linaje decente, un apestado dijo que su abuelo había sido un militar franquista... y se hizo el silencio.
Creo recordar que el gran Torrente Ballester solía decir cuando asistía a exaltadas tertulias sobre el fantasma que se necesitará que pasen por lo menos cien años antes de que se recupere un poco de cordura sobre lo que significó ese episodio de la historia de España. Y no por nada, y esto lo digo yo, sino porque cuando das con un caramelo para dulcificar la vida a la chusma a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría sacárselo de la boca. Mientras siga extrayéndole sabor será fácilmente controlable. El caso es que no pierda la ilusión de que todavía se puede ganar aquella guerra.
Cien años de los que ya van ochenta. Es natural que algunos empiecen ya a impacientarse. Al estilo de lo que le pasó el otro día a Bertín. Y es que hay que ser un santo para resistir impertérrito a tanta estulticia. Franco fue lo que fue, un tirano al estilo de la época que se las apañó para poner a España en la senda de la modernidad. Lo que hubiese sido si hubiesen ganado los otros sólo lo podemos conjeturar, o sea, palabras que se lleva el viento. Lo que si podemos saber a ciencia cierta es que en esos años de dictadura fue la época histórica en el que por fin se controló el agua en España y, como consecuencia, más españoles pasaron de la más absoluta pobreza a una vida medianamente pasable. Luego, las represiones y todo eso, las propias de un régimen autoritario que nada que ver con las de un sistema fascista. Franco sólo machacaba a los que tenían capacidad para poner desorden en el sistema productivo. Los que se decían comunistas, por ejemplo. Pero no se gastaba un duro en armar al ejercito o mantener escuadrones de vigilancia de la "conducta moral" de la ciudadanía. El Movimiento, como el mismo explicaba, era la clap que le aplaudía allí por donde pasaba. Al final, ya, no necesitaba ni de esa clap porque la mayoría de los españoles le aplaudían de buen grado. Y el que niegue eso es un wishfull thinking, o sea, un perfecto idiota.
Por lo demás, si les gusta la historia con su eterno retorno, cojan, agarren y váyanse a la historia de Atenas en los tiempos de Solón. Todo muy bonito con la Constitución que redactó, pero la vida real era un desmadre y tuvo que venir el tirano Pisistrato a poner orden y dejarlo todo niquelado para hacer posible la llegada de Pericles. ¿Les suena? Cuesta de creer que la historia se repita tantas veces con tanta fidelidad.
viernes, 20 de noviembre de 2015
Realidad metafórica
Barcelona huele a mierda y no, precisamente, en sentido metafórico, que también. Y no es una radicalización del característico olor a alcantarilla que por épocas veraniegas suele perfumar los barrios antiguos de la ciudad. No, esta vez se trata de verdadero olor a mierda, como si las personas que tienes alrededor se hubiesen cagado encima. Que también puede ser, aunque esta vez, sí, sólo en sentido metafórico.
Cuando tuve la genial idea de irme a vivir a un pueblo de la Segarra, en plena Serralada Central, a unos cien kilómetros de Barcelona, no sabía lo que se me venía encima. Aquella naturaleza era de una belleza epoustuflante. La casa estaba en la ladera de un cerro sobre el que sobrevivía una aldea medieval de media docena de vecinos. A lo lejos todo eran bosques desde los que, por las noches de verano, llegaban los inconfundibles trinos del ruiseñor. Era todo idílico a reventar salvo por las granjas de gallinas ponedoras que había a unos cien metros a poniente del pueblo. Como buen aficionado a la bicicleta, siempre lo digo, lo primero que hay que hacer antes de tomar una decisión sobre a donde vas a ir es tener en cuenta en qué dirección va a soplar el viento. Pues bien, en aquella aldea predominaban los de poniente, o sea, que antes de llegarnos se habían impregnado de los efluvios que emanaban de las granjas. Pura poesía.
Pero lo de las granjas no era nada por comparación a lo que me sobrevino un buen día de principios de otoño. De pronto vi aparecer un tractor arrastrando una cuba que, de inmediato, se puso a lanzar un chorro negruzco sobre las pequeñas parcelas cultivables que rodeaban la aldea. Fue visto y no visto: el hedor que empezó a inundarlo todo era tan desagradable que casi impedía respirar. Cerrar todo a cal y canto de nada servía. Traspasaba las paredes. La única solución, agarrar el coche y largarse para Barcelona. Luego me di cuenta que era práctica común cada sí y cada no y que no se hacía por fertilizar los campos sino para deshacerse de los millones de toneladas de purines que generaban los millones de marranos que los catalanes criaban para abastecer la industria cárnica alemana y holandesa. Lo que se dice una economía desarrollada a golpe de I+D. Y de allí al Pirineo no quedaba una sola fuente de agua potable.
El caso es que andaba tan desesperado con mi flamante equivocación que busque alivio a mis penas tirando de papel y pluma. Le escribí al director de La Vanguardia una sentida apología de la mierda y, curiosamente, la publicó. Le decía que, si Jesucristo hubiese largado el Sermón de la Montaña por los parajes de la Serralada Central, la primera bienaventuranza hubiera sido para los que padecen anosmia porque ellos podrían recrearse en la belleza de aquellos parajes sin par. En fin, las típicas chorradas del que en vez de actuar -hacer las maletas- se dedica a esparcir la pestilencia. Anyway, una cosa les aconsejo, al campo de Cataluña, lo más, lo más, de paso y a toda leche. So pena, ya digo, de que padezcan anosmia, que entonces sí que puede ser recomendable.
En resumidas cuentas, que en estos días que corren sin nada de lo que vanagloriarse, en Cataluña me refiero, la peste del campo ha roto las murallas e invadido la ciudad. Como si hubiesen ganado los carlistas. Y el común de las gentes anda perpleja porque ya no distingue si es metáfora o realidad. Así, el editorial de La Vanguardia se dedica hoy a advertir a los catalans y catalanes sobre la desesperada huida de empresas hacia otros puntos de la geografía. Y no por nada sino porque una empresa no puede sobrevivir donde el olor es pestilente... que ya hay quien dice que es a causa de la descomposición del proces. A saber, porque las autoridades, por el momento, no han sido capaces de identificar las causas, así que, todo conjeturas que es más literario.
Cuando tuve la genial idea de irme a vivir a un pueblo de la Segarra, en plena Serralada Central, a unos cien kilómetros de Barcelona, no sabía lo que se me venía encima. Aquella naturaleza era de una belleza epoustuflante. La casa estaba en la ladera de un cerro sobre el que sobrevivía una aldea medieval de media docena de vecinos. A lo lejos todo eran bosques desde los que, por las noches de verano, llegaban los inconfundibles trinos del ruiseñor. Era todo idílico a reventar salvo por las granjas de gallinas ponedoras que había a unos cien metros a poniente del pueblo. Como buen aficionado a la bicicleta, siempre lo digo, lo primero que hay que hacer antes de tomar una decisión sobre a donde vas a ir es tener en cuenta en qué dirección va a soplar el viento. Pues bien, en aquella aldea predominaban los de poniente, o sea, que antes de llegarnos se habían impregnado de los efluvios que emanaban de las granjas. Pura poesía.
Pero lo de las granjas no era nada por comparación a lo que me sobrevino un buen día de principios de otoño. De pronto vi aparecer un tractor arrastrando una cuba que, de inmediato, se puso a lanzar un chorro negruzco sobre las pequeñas parcelas cultivables que rodeaban la aldea. Fue visto y no visto: el hedor que empezó a inundarlo todo era tan desagradable que casi impedía respirar. Cerrar todo a cal y canto de nada servía. Traspasaba las paredes. La única solución, agarrar el coche y largarse para Barcelona. Luego me di cuenta que era práctica común cada sí y cada no y que no se hacía por fertilizar los campos sino para deshacerse de los millones de toneladas de purines que generaban los millones de marranos que los catalanes criaban para abastecer la industria cárnica alemana y holandesa. Lo que se dice una economía desarrollada a golpe de I+D. Y de allí al Pirineo no quedaba una sola fuente de agua potable.
El caso es que andaba tan desesperado con mi flamante equivocación que busque alivio a mis penas tirando de papel y pluma. Le escribí al director de La Vanguardia una sentida apología de la mierda y, curiosamente, la publicó. Le decía que, si Jesucristo hubiese largado el Sermón de la Montaña por los parajes de la Serralada Central, la primera bienaventuranza hubiera sido para los que padecen anosmia porque ellos podrían recrearse en la belleza de aquellos parajes sin par. En fin, las típicas chorradas del que en vez de actuar -hacer las maletas- se dedica a esparcir la pestilencia. Anyway, una cosa les aconsejo, al campo de Cataluña, lo más, lo más, de paso y a toda leche. So pena, ya digo, de que padezcan anosmia, que entonces sí que puede ser recomendable.
En resumidas cuentas, que en estos días que corren sin nada de lo que vanagloriarse, en Cataluña me refiero, la peste del campo ha roto las murallas e invadido la ciudad. Como si hubiesen ganado los carlistas. Y el común de las gentes anda perpleja porque ya no distingue si es metáfora o realidad. Así, el editorial de La Vanguardia se dedica hoy a advertir a los catalans y catalanes sobre la desesperada huida de empresas hacia otros puntos de la geografía. Y no por nada sino porque una empresa no puede sobrevivir donde el olor es pestilente... que ya hay quien dice que es a causa de la descomposición del proces. A saber, porque las autoridades, por el momento, no han sido capaces de identificar las causas, así que, todo conjeturas que es más literario.
jueves, 19 de noviembre de 2015
Un periodista en París
Los medios de comunicación de todo el mundo andan de vacaciones. Sus empleados estrella han cogido el avión y se han largado a París a beber moet chandon y bailar sones de Gershwin. Americanos todos a la postre. Como no podía ser de otra manera, porque ¿a ver quién va a ser el tonto que no quiera ser americano?
Antaño era lo mismo cuando se moría un Papa. Los periodistas, entonces, se tiraban un mes sin pegar sello. Entre el que se había ido y el que estaba por venir tenían saldo de chascarrillos y conjeturas para emborronar toneladas de papel sin tener que despeinarse. Porque, vamos a ver, ¿a quién le puede importar un comino, salvo a los que están en el escalafón de la Iglesia, que haya un Papa u otro? Un Papa más abierto, más conservador, más intelectual, más lo que quieran, nunca dejará de ser un muerto viviente que preside una institución fantasma. Lo que pasa es que ya sabemos el tirón que tienen las historias de fantasmas como espoleadoras de la industria turística. La Capilla Sixtina, ¡uy, por Dios!, entras allí y al rato ya te tienes que cambiar la ropa interior de abajo.
Es todo como de risa. Ahora nos quieren convencer de que andemos con sumo cuidado porque tenemos al enemigo metido en casa. ¿Y cuando no le tuvimos? Y más que en casa, diría yo, dentro de nosotros mismos. Y lo que es más, no conseguiremos expulsarle hasta que la escasez nos obligue a estar todo el día currando para poder sobrevivir.
En fin, voy a ver si me distraigo un poco intentando recuperar una bourrée de Bach que tengo medio olvidada.
Antaño era lo mismo cuando se moría un Papa. Los periodistas, entonces, se tiraban un mes sin pegar sello. Entre el que se había ido y el que estaba por venir tenían saldo de chascarrillos y conjeturas para emborronar toneladas de papel sin tener que despeinarse. Porque, vamos a ver, ¿a quién le puede importar un comino, salvo a los que están en el escalafón de la Iglesia, que haya un Papa u otro? Un Papa más abierto, más conservador, más intelectual, más lo que quieran, nunca dejará de ser un muerto viviente que preside una institución fantasma. Lo que pasa es que ya sabemos el tirón que tienen las historias de fantasmas como espoleadoras de la industria turística. La Capilla Sixtina, ¡uy, por Dios!, entras allí y al rato ya te tienes que cambiar la ropa interior de abajo.
Es todo como de risa. Ahora nos quieren convencer de que andemos con sumo cuidado porque tenemos al enemigo metido en casa. ¿Y cuando no le tuvimos? Y más que en casa, diría yo, dentro de nosotros mismos. Y lo que es más, no conseguiremos expulsarle hasta que la escasez nos obligue a estar todo el día currando para poder sobrevivir.
En fin, voy a ver si me distraigo un poco intentando recuperar una bourrée de Bach que tengo medio olvidada.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Justicia poética
Anoche la casualidad quiso que volviese a ver "El Gran Torino". No sé para ustedes, pero para mí es una película terapéutica porque sin necesidad de herirme me renueva la conciencia de lo mierda que he sido a todo lo largo de la vida. Y pocas cosas, pienso, son más necesarias que eso para saber andar por el mundo sin dar demasiado la nota, cosa que no sé si consigo, pero que desde luego intento con todo lo que mis fuerzas, o mi coco, dan de sí.
Cada cual es muy libre de tener sus propios poetas de cabecera. Y al que no tenga alguno, de verdad que le compadezco, porque juraría que se está perdiendo las emociones más puras y el aprendizaje más profundo. Personalmente, dejando aparte a clásicos como Fray Luis y así, me decanto por Clint Eastwood y el equipo de guionistas de la serie televisiva "Northem Exposure". Lo siento, García Lorca no me dice un carajo, ni tampoco los malditos que juntan letras para que sólo las entiendan los entendidos... o sea, nadie, no nos engañemos... aunque, quizá, podría ser, los sociatas que acuden a las veladas de Velintonia, 3...
El sentido de la vida. Encontrar un sucedáneo válido a lo que no existe. Unos valores, los de siempre, la virtud socrática para que nos entendamos, pero sobre todo la consecuencia con ella. Y es precisamente en el estilo de esa consecuencia donde podemos hallar poesía. Cuestión de elegancia, supongo. Y de valentía. Aunque elegancia y valentía juntas suena pleonasmo.
En fin, anyway, uno arrastra a duras penas un cierto sentimiento de autodesprecio por las muchas veces que no supe estar a la altura de las circunstancias. Por egoísmo, por pereza, por cobardía. Da igual por lo que fuese, porque lo que cuenta ahora es que de vez en cuando venga alguien con su justicia poética a avivar ese recuerdo que pugna por extinguirse para que así no te conviertas en un perfecto idiota.
Que eso es un idiota, uno que, entre otras cosas, olvida lo que ha sido.
Cada cual es muy libre de tener sus propios poetas de cabecera. Y al que no tenga alguno, de verdad que le compadezco, porque juraría que se está perdiendo las emociones más puras y el aprendizaje más profundo. Personalmente, dejando aparte a clásicos como Fray Luis y así, me decanto por Clint Eastwood y el equipo de guionistas de la serie televisiva "Northem Exposure". Lo siento, García Lorca no me dice un carajo, ni tampoco los malditos que juntan letras para que sólo las entiendan los entendidos... o sea, nadie, no nos engañemos... aunque, quizá, podría ser, los sociatas que acuden a las veladas de Velintonia, 3...
El sentido de la vida. Encontrar un sucedáneo válido a lo que no existe. Unos valores, los de siempre, la virtud socrática para que nos entendamos, pero sobre todo la consecuencia con ella. Y es precisamente en el estilo de esa consecuencia donde podemos hallar poesía. Cuestión de elegancia, supongo. Y de valentía. Aunque elegancia y valentía juntas suena pleonasmo.
En fin, anyway, uno arrastra a duras penas un cierto sentimiento de autodesprecio por las muchas veces que no supe estar a la altura de las circunstancias. Por egoísmo, por pereza, por cobardía. Da igual por lo que fuese, porque lo que cuenta ahora es que de vez en cuando venga alguien con su justicia poética a avivar ese recuerdo que pugna por extinguirse para que así no te conviertas en un perfecto idiota.
Que eso es un idiota, uno que, entre otras cosas, olvida lo que ha sido.
martes, 17 de noviembre de 2015
Bien vale una misa
Tratar de entender el mundo es una tarea apasionante. Pero no todas las formas de hacerlo tienen la misma enjundia. Por simplificar, lo cual sin duda me empequeñece, les diré dos: una al estilo, digamos, Erasmo, conjeturando sobre la condición humana y los mecanismos mentales que le llevan a actuar como actúa, como un estulto por lo general; otra, al estilo Feynman, que pasa de conjeturas y se atiene a los hechos: el mundo es fundamentalmente electrones dando vueltas alrededor de un núcleo y lo único interesante es entender el comportamiento de esos electrones. Por qué dan vueltas y cómo las dan. De hecho, con lo que entre Feynman y otro par de docenas como él descubrieron, se pudo construir la bomba atómica y, con ello, producir el giro seguramente más decisivo de la historia de la humanidad.
De la forma Feynman no voy a decir más por evitar la obviedad y porque es patrimonio de unas pocas docenas de mentes que, por lo que sea, nacieron privilegiadas. Así que voy a detenerme en el estilo Erasmo para el que, por no necesitar a primera vista de las matemáticas, cualquier pendejo se siente capacitado para ponerlo en práctica. Conjeturas y más conjeturas que sólo son aire en movimiento cuando no están sujetas a la lógica matemática, perdón por el pleonasmo.
La lógica. Mi viejo amigo Damborenea, después de que el tener razón le hiciese pasar por un verdadero calvario, decidió que el único sitio por el que se puede empezar es por el de enseñar a pensar a Unai, Edurne, Iñaki, Iker y demás víctimas del creer. Y así fue que dedicase su tiempo y esfuerzos a escribir un tratado de lógica. La lógica es lo que hace distinguible el pensar del creer. La incertidumbre de la certeza. El caos generador de vida del orden sinónimo de muerte.
Y ya puestos, vamos a identificar dos tipos de seres humanos al parecer irreconciliables: los que se adaptan a vivir en la incertidumbre respecto a las grandes cuestiones y los que necesitan tener respuestas exactas al respecto. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido tiene todo esto, etc., etc.. Parece todo ello una grandísima chorrada, pero ahí está la madre del cordero de todas las grandes guerras que cada cierto tiempo asolan al mundo. Entre los que no tienen respuestas porque mal que bien piensan que piensan y los que las tienen, ya sea, porque piensan que piensan mejor que los otros, los comunistas, un suponer, o porque, simplemente, se las ha soplado Dios, las religiones.
Los fieles y los infieles. Los que tienen fe en la palabra de Dios, o Stalin, y los que van por libres. Insoportables los unos para los otros. Buenos contra malos, religiosos contra laicos, cobardes contra valientes, vagos contra luchadores, fascistas contra demócratas en definitiva.
Así que no se dejen engañar. Creyente y demócrata es simplemente un oximorón. Un imposible en román paladino. Por eso pártanse de risa cuando los periodistas sacan en el telediario la foto de una mujer velada que ha acudido a una manifestación por las recientes masacres de París. Nos quieren dar a entender que se puede ser musulmana y estar a favor de la libertad. Pero la realidad es que un religioso, el periodista, está defendiendo a una religiosa. Un zote a una zote, porque, la más elemental lógica dice, primero, que una mujer velada entre cien mil aparentemente laicos no tiene el menor significado y, dos, que si la mujer velada tuviese dos dedos de frente se quitaría el velo para ir a esos sitios... por lo demás realmente estúpidos, porque para qué sirve amontonarse y cantar himnos patrióticos sino es para afianzar el espíritu borreguil y antihumano de las masas. A la barbarie, o creencia, llámenla como quieran, sólo se la puede combatir con más razón, es decir, con más acostumbrarse a vivir en la incertidumbre.
Por lo demás, como dijo Enrique IV, París bien vale una misa. O lo que es lo mismo, la chusma siempre sera la chusma y para controlarla hay que hacer como si le dieses la razón. De hecho, según las crónicas, nunca hubo en Francia rey más querido. El Rey de Pueblo le llamaron. Como a Belén Esteban o así.
De la forma Feynman no voy a decir más por evitar la obviedad y porque es patrimonio de unas pocas docenas de mentes que, por lo que sea, nacieron privilegiadas. Así que voy a detenerme en el estilo Erasmo para el que, por no necesitar a primera vista de las matemáticas, cualquier pendejo se siente capacitado para ponerlo en práctica. Conjeturas y más conjeturas que sólo son aire en movimiento cuando no están sujetas a la lógica matemática, perdón por el pleonasmo.
La lógica. Mi viejo amigo Damborenea, después de que el tener razón le hiciese pasar por un verdadero calvario, decidió que el único sitio por el que se puede empezar es por el de enseñar a pensar a Unai, Edurne, Iñaki, Iker y demás víctimas del creer. Y así fue que dedicase su tiempo y esfuerzos a escribir un tratado de lógica. La lógica es lo que hace distinguible el pensar del creer. La incertidumbre de la certeza. El caos generador de vida del orden sinónimo de muerte.
Y ya puestos, vamos a identificar dos tipos de seres humanos al parecer irreconciliables: los que se adaptan a vivir en la incertidumbre respecto a las grandes cuestiones y los que necesitan tener respuestas exactas al respecto. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido tiene todo esto, etc., etc.. Parece todo ello una grandísima chorrada, pero ahí está la madre del cordero de todas las grandes guerras que cada cierto tiempo asolan al mundo. Entre los que no tienen respuestas porque mal que bien piensan que piensan y los que las tienen, ya sea, porque piensan que piensan mejor que los otros, los comunistas, un suponer, o porque, simplemente, se las ha soplado Dios, las religiones.
Los fieles y los infieles. Los que tienen fe en la palabra de Dios, o Stalin, y los que van por libres. Insoportables los unos para los otros. Buenos contra malos, religiosos contra laicos, cobardes contra valientes, vagos contra luchadores, fascistas contra demócratas en definitiva.
Así que no se dejen engañar. Creyente y demócrata es simplemente un oximorón. Un imposible en román paladino. Por eso pártanse de risa cuando los periodistas sacan en el telediario la foto de una mujer velada que ha acudido a una manifestación por las recientes masacres de París. Nos quieren dar a entender que se puede ser musulmana y estar a favor de la libertad. Pero la realidad es que un religioso, el periodista, está defendiendo a una religiosa. Un zote a una zote, porque, la más elemental lógica dice, primero, que una mujer velada entre cien mil aparentemente laicos no tiene el menor significado y, dos, que si la mujer velada tuviese dos dedos de frente se quitaría el velo para ir a esos sitios... por lo demás realmente estúpidos, porque para qué sirve amontonarse y cantar himnos patrióticos sino es para afianzar el espíritu borreguil y antihumano de las masas. A la barbarie, o creencia, llámenla como quieran, sólo se la puede combatir con más razón, es decir, con más acostumbrarse a vivir en la incertidumbre.
Por lo demás, como dijo Enrique IV, París bien vale una misa. O lo que es lo mismo, la chusma siempre sera la chusma y para controlarla hay que hacer como si le dieses la razón. De hecho, según las crónicas, nunca hubo en Francia rey más querido. El Rey de Pueblo le llamaron. Como a Belén Esteban o así.
jueves, 12 de noviembre de 2015
Mutación genética
Me levanto cada día, desayuno y esas cosas, enciendo el ordenador y me apresto a pegar una somera pasada a los periódicos. Pues bien, he decidido que voy a prescindir de este último paso. Por lo menos hasta que pasen las elecciones, juro por lo más solemne, mi vista no se va a posar sobre ningún medio de comunicación que no sea una cadena de televisión extranjera. La BBC y así. Lo de aquí, si hay un terremoto, ya lo sentiré bajo mis pies. Lo demás, lo doy por sabido y requetesabido. Incluso el sentido de mi voto, caso de que vaya a votar, lo tengo decidido hace mucho. Y lo siento por Rajoy que me cae fenomenal, pero creo que ésta es la hora de Ciudadanos. Y aunque no lo fuera me da igual, yo los quiero porque fueron los únicos que me defendieron cuando viví en Cataluña. Sin embargo, el partido de Rajoy me hizo la puñeta bien hecha cuando quitó de en medio a Vidal Cuadras que era la única esperanza de los que no queríamos comulgar con ruedas de molino. Dicen que Zapatero la hizo gorda cuando dijo ciertas mamarrachadas desde el balcón de la Generalidad, pero eso, a efectos del disparate actual, pelillos a la mar comparado con lo de Aznar liquidando a Alejo. En fin, en cualquier caso, sólo es mi opinión. Por lo demás, la historia dirá.
De todas formas, una adicción no se puede abandonar así como así si no la sustituyes por otra. Y no por nada sino porque de no ser así el agujero negro que deja te podría matar. Pero tranquilos que ya encontré sustituto. Lo he bajado de la página "proyecto Gutenberg". Se llama "A short account of the history of Mathematics". Llevo muy pocas páginas leídas pero ya he flipado unas cuantas veces. Es la pasión del ser humano por descubrir lo esencial, lo que le resuelve los problemas de la vida cotidiana. Lo esencial, un ángulo recto por ejemplo, imprescindible para construir templos y pirámides, o sea, el núcleo de todo el armazón social. Así fue que los egipcios se inventaron un truco a tal fin. Agarraban una cuerda y en extremo hacían un nudo que llamaban A. Medían tres unidades y hacían otro nudo que llamaban B. De B a C, cuatro unidades. Y de C a D, 5. Luego cogían y clavaban B en el suelo, estiraban bien y clavaban C de forma que BC quedase orientada de Norte a Sur. Entonces giraban AB y CD, bien estiradas hacia el Oeste. En el punto donde se tocaban A y D las clavaban juntas y ya tenían el ángulo recto y la dirección Este Oeste. AB y BC, ángulo recto. AB Oeste Este. Era muy complicado, desde luego, pero qué comienzos no lo son.
Es lo que va de la inducción a la deducción. De los egipcios, o chinos, a los griegos. Los egipcios sabían que con 3,4,5, se podía construir un ángulo recto, y los chinos con 1,1, raíz cuadrada de 2, pero en absoluto se les ocurrió pensar que tres al cuadrado más cuatro al cuadrado es igual a cinco al cuadrado. Y lo mismo los chinos con el 1,1, raíz cuadrada de 2. Tuvieron que llegar los griegos para darse cuenta de eso y, también, para deducir que siempre que la suma del cuadrado de dos cifras es igual al cuadrado de otra cifra, con esas tres cifras se puede construir un triángulo rectángulo y, por tanto, un ángulo recto.
En fin, por hoy no les doy más la lata, pero convendrán conmigo en dos cosas: una, que aprender es un largo camino, dos, que lo de los griegos es algo que tiene que tener que ver con una mutación genética o cosa por el estilo porque, si no, tendríamos que pensar en algo sobrenatural.
martes, 10 de noviembre de 2015
División de opiniones
Lo que nadie le puede negar al toreo es su condición de hacedor de expresiones que acaban por impregnar el lenguaje coloquial dándole un especial aire de concisión y exactitud. Templar y mandar, por ejemplo. O división de opiniones, que indica claramente que se puede interpretar de forma diferente una misma realidad. Una realidad, bien entendido, de las de calidad inaprensible que son de las que cualquiera está en disposición de entender sin haber necesitado el menor esfuerzo previo. ¿O es que cuesta mucho entender de toros? Y no te digo ya de política que sólo hay que ser un jodido sentimental para tenerlo todo claro.
El caso es que, como supongo que saben, se está dando en el ruedo nacional una sonada división de opiniones acerca de una concreta cuestión política de rabiosa actualidad: ¿está haciendo lo correcto el Presidente Rajoy respecto a lo que se ha dado en llamar desafío catalán o debiera actuar de otra forma? Es decir, dejar que la cosa se cueza en su propio caldo y termine por consunción o meter mano dura y acabar con ello en cuatro días.
Anoche tertulieábamos sobre estas cosas y salió a colación "Opus Nigrum", la obra de Margurite Yourcenar a propósito de la locura colectiva que se dio en la ciudad de Munster allá por el siglo XVII. Un iluminado sedujo a la población con la idea de que era factible el paraíso en la tierra como paso previo al paraíso en la eternidad. Aquello fue la mundial y nadie fue capaz de controlarlos hasta que se destruyeron por sus propios medios.
Esa es la cuestión, dejar que el absceso siga su curso y actuar sólo cuando el pus ya asoma bajo una tenue capa de epidermis o, por contra, iniciar desde el principio un tratamiento agresivo con antibióticos y cirugía mayor. No sé, porque las dos opciones tienen su lógica y acaban por resolver el asunto. Sin embargo, lo que no conviene perder de vista son la secuelas que se pudieran derivar de uno u otro proceder .
Las secuelas, eh ahí la madre de cordero que nunca debe olvidar un buen médico. Los efectos secundarios que le dicen. Claro que cuando la cosa va de salvar la vida uno no se puede andar con tales menudencias. Y ahí es donde podemos encontrar un fundamento a la división de opiniones, en la percepción de la gravedad del asunto: ¿se trata de salvar la vida o de evitar lo más posible las secuelas de una curación segura?
Cuando vivía en Cataluña tendía a pensar que era cuestión de salvar la vida, pero ahora que vivo lo más lejos posible de allí pienso que lo mejor es tratar de evitar las secuelas. Y por eso, con todas las reservan que quieran, doy mi apoyo al Presidente, porque, como él, estoy convencido de que con los idiotas es inútil conversar; basta con darles cuerda que seguro que la utilizan para ahorcarse. Pero, ya digo, el Presidente y yo, desde la lejanía, con la mirada apolínea, pero que se lo digan a Arcadi Espada que los tiene metidos hasta en la cama... ¡que me los saquen de encima como sea!, grita el pobre hombre. Y yo le comprendo, pero me cuesta darle la razón. Y más con lo fácil que le sería alquilarse un piso en Madrid.
En fin, paciencia y barajar.
domingo, 8 de noviembre de 2015
Pereza mental
Pues sí, fue la mar de interesante esa mani. Incluso vino a hacer bulto la fregona que preside el Ayuntamiento de la ciudad "más cosmopolita" de Cataluña, una tal Colau que a preguntas de las periodistas no tuvo empacho en contestar que la culpa de todos los millones de asesinatos de mujeres la tiene el Partido Popular. Ya saben la facilidad que tienen las fregonas para soltar ventosidades y lo anchas que se quedan después.
Tocan a una y tocan a todas, dijo alguna en lo que sin duda se consideró un alarde de ingenio. Y así toda la mañana. Como en los viejos tiempos. Después el vermut y cada cual a ver que pilla. O sea, la izquierda eterna para que nos entendamos. Escudándose en la promiscuidad para tapar sus carencias.
Porque ese es a mi juicio el quid de la cuestión, el gigantesco pleonasmo que es decir las carencias de la izquierda. Un tipo, o tipa de izquierdas es por definición alguien que siente que le falta algo, pero como además suele ser bastante simple siempre pensará que eso que le falta nunca es por culpa propia sino ajena. Así, con esos mimbres, como dicen los tertulianos, no hay forma de caer en la cuenta de que lo que hay que hacer es dejarse de mandangas, segregarse de la masa e ir casa a sentarse en una mesa y ponerse a estudiar.
Constituirse como individuo, en definitiva. A partir de ahí dejas de ir a las manis. Y en vez de ver malos por todas las partes, lo que empiezas a ver es gente más preparada y gente que lo está menos. Esa es la auténtica división del mundo. No hay otra. Todo lo demás es demagogia. Y pereza mental, por descontado.
sábado, 7 de noviembre de 2015
A cubierto
Termina hoy su artículo cotidiano el director de La Vanguardia afirmando que "es hora de ponerse a cubierto". ¿Se dan cuenta? En eso consiste todo, en ponerse a cubierto cuando toman conciencia de que se les ha ido la mano esparciendo el veneno. Realmente, lo que cada vez entiendo menos es que parezca que nos importa mucho que esa gentuza se vaya a tomar vientos.
Según cuentan, el general Espartero, el de los cojones de su caballo, decía que la estabilidad de España sólo se podía conseguir bombardeando Barcelona cada cuarenta años. La verdad, creo que nadie ha dicho nunca nada tan acertado al respecto. Es como en las películas del oeste, que por mucho que el bueno haya sacado más rápido que el jugador con cartas marcadas no pasan cuatro días antes de que aparezca otro con los mismos ardides. Y otra vez el bueno tendrá que sacar más rápido.
El problema es ese, que se dejó a esa gente acostumbrarse a jugar con las cartas marcadas. Todas aquellas leyes comerciales protecionistas que perjudicaban al resto de España en la misma medida que beneficiaban a Cataluña. Cuando por el propio devenir histórico se empezó a jugar con barajas nuevas se sintieron en inferioridad. Y ahí reside toda la enjundia del conflicto.
No hay otra. Si quieren comprobarlo, cojan, agarren y váyanse a vivir una buena temporada a Cataluña. A la que hayan conseguido "deconstruir", por decirlo catalinamente, la costra hortera que les camufla se darán cuenta de que allí casi sólo se respira complejo de inferioridad. Son como ese conocido desgraciado que todos tenemos que siempre está dando la murga con las mierdas que tiene y las más mierdas que ha hecho. Y siempre comparándose con aquel al que envidia. Es de libro, como se suele decir.
Pues eso, si por mí fuese, una de dos, o les pegaba un bombardeo que tuviesen no para cuarenta sino para cuatrocientos años. Como, un suponer, el que se hizo en Alemania que tan finos les dejó. O, bien, les dejaba irse con nuestra bendición y la de Dios y no les volvía a ver el pelo por los restos. Dos opciones extremas, sí, pero cuando la psicopatía es grave los paños calientes no sirven para otra cosa, como estamos viendo, que para infeccionarlo todo a su alrededor.
Según cuentan, el general Espartero, el de los cojones de su caballo, decía que la estabilidad de España sólo se podía conseguir bombardeando Barcelona cada cuarenta años. La verdad, creo que nadie ha dicho nunca nada tan acertado al respecto. Es como en las películas del oeste, que por mucho que el bueno haya sacado más rápido que el jugador con cartas marcadas no pasan cuatro días antes de que aparezca otro con los mismos ardides. Y otra vez el bueno tendrá que sacar más rápido.
El problema es ese, que se dejó a esa gente acostumbrarse a jugar con las cartas marcadas. Todas aquellas leyes comerciales protecionistas que perjudicaban al resto de España en la misma medida que beneficiaban a Cataluña. Cuando por el propio devenir histórico se empezó a jugar con barajas nuevas se sintieron en inferioridad. Y ahí reside toda la enjundia del conflicto.
No hay otra. Si quieren comprobarlo, cojan, agarren y váyanse a vivir una buena temporada a Cataluña. A la que hayan conseguido "deconstruir", por decirlo catalinamente, la costra hortera que les camufla se darán cuenta de que allí casi sólo se respira complejo de inferioridad. Son como ese conocido desgraciado que todos tenemos que siempre está dando la murga con las mierdas que tiene y las más mierdas que ha hecho. Y siempre comparándose con aquel al que envidia. Es de libro, como se suele decir.
Pues eso, si por mí fuese, una de dos, o les pegaba un bombardeo que tuviesen no para cuarenta sino para cuatrocientos años. Como, un suponer, el que se hizo en Alemania que tan finos les dejó. O, bien, les dejaba irse con nuestra bendición y la de Dios y no les volvía a ver el pelo por los restos. Dos opciones extremas, sí, pero cuando la psicopatía es grave los paños calientes no sirven para otra cosa, como estamos viendo, que para infeccionarlo todo a su alrededor.
jueves, 5 de noviembre de 2015
Los gritos de los niños
A red splash in the western horizon. Así comienza un cuento de Narayan sobre los últimos tiempos de la vida. Días largos meramente contemplativos. Un espacio privado y vacío con una ventana por la que se ve cómo cada tarde se tiñe de rojo el horizonte. El resto, un cuenco de arroz hervido y los gritos apagados de niños que juegan en alguna parte. No hay dolor ni alegría, simplemente la dulce tristeza de la aceptación.
Desde que lo leí nunca pude quitarme de la cabeza ese cuento. Un compendio de sabiduría en mi nada modesta opinión. Saber retirarse a tiempo, cuando todavía se puede distinguir. Eh ahí la clave de bóveda de una vida cumplida. Si te equivocas en eso dejarás un rastro de malestar que envenenará los recuerdos de los tuyos.
Realmente difícil, sin embargo, acertar con el momento. Aunque más vale, creo, no alumbrar al santo que quemarle. ¡Dios mío!, me digo cada vez que voy en el tren y veo a esas recuas de viejos decrépitos arrastrando maletones mientras invariablemente se equivocan al elegir su asiento. ¿A dónde van con esa inútil carga convencidos sin duda de que todavía les queda alguna tela por cortar? No estarían mejor en su casa contemplando el red splash, pienso. Pero luego me doy cuenta de que quizá en su casa les falte los gritos de los niños que juegan en el jardín. No supieron cumplir los ciclos y les pasa lo que les pasa, que arrastran por el mundo el espectro de la muerte sin darse cuenta de lo que ensucian.
Por cierto, que en mi último viaje en tren casi me parto la espalda subiendo la maleta al maletero. Demasiado equipaje.
Desde que lo leí nunca pude quitarme de la cabeza ese cuento. Un compendio de sabiduría en mi nada modesta opinión. Saber retirarse a tiempo, cuando todavía se puede distinguir. Eh ahí la clave de bóveda de una vida cumplida. Si te equivocas en eso dejarás un rastro de malestar que envenenará los recuerdos de los tuyos.
Realmente difícil, sin embargo, acertar con el momento. Aunque más vale, creo, no alumbrar al santo que quemarle. ¡Dios mío!, me digo cada vez que voy en el tren y veo a esas recuas de viejos decrépitos arrastrando maletones mientras invariablemente se equivocan al elegir su asiento. ¿A dónde van con esa inútil carga convencidos sin duda de que todavía les queda alguna tela por cortar? No estarían mejor en su casa contemplando el red splash, pienso. Pero luego me doy cuenta de que quizá en su casa les falte los gritos de los niños que juegan en el jardín. No supieron cumplir los ciclos y les pasa lo que les pasa, que arrastran por el mundo el espectro de la muerte sin darse cuenta de lo que ensucian.
Por cierto, que en mi último viaje en tren casi me parto la espalda subiendo la maleta al maletero. Demasiado equipaje.
miércoles, 4 de noviembre de 2015
El pago de Narciso
No es que me detenga mucho con la lectura de los periódicos, pero una pasada por sus cabeceras a la búsqueda de algo que me pudiera interesar la doy cada día con resultado de frustración por lo general. Que si lo de Cataluña, que no sé quién ha dado una patada a no sé cual, que si comer queso tiene los mismos efectos que pincharse heroína, que si los diez lugares de España en donde se comen las mejores patatas bravas. Todo realmente prescindible. Pero de repente mi vista cae sobre algo que me interesa: ¿deben ganar todos los maestros igual o deben hacerlo según los resultados que obtienen?
Como era de esperar las respuestas no han tardado en llegar con la contundencia propia del automatismo. La bancada de la derecha ha apretado al unísono el botón del sí, la de la izquierda, el del no. Como si esos caletres no dieran para más. Pero la cuestión, sin embargo, en mi nada humilde opinión, tiene toda la enjundia del mundo y por ello debiera ocupar la parte central de todos los debates políticos.
La cosa, para empezar, es tan sencilla como preguntarse por las causas de que en un planeta tan pequeño puedan darse distancias tan insalvables como las que hay entre Suiza y Venezuela o Dinamarca y Guatemala. ¿El clima tropical acaso? Pues no, porque tropical es Singapour y regorge disciplina. No necesitó de cuatro siglos de calvinismo para convertirse en lo más de lo más. Al parecer, un poco de confucianismo le bastó: exaltación de la virtud, respeto de la jerarquía y cumplimiento de los rituales. Ya saben, el reconocimiento del carácter sagrado del tú y el usted, no tirar colillas por el suelo y cosas por el estilo.
Resultados. ¿Cómo evaluarlos? Porque hasta ahora, según mis informaciones, sólo se mide la altura de llegada -PISA- sin tener presente el nivel de salida. Ni los eriales ambientales que tienen que atravesar muchos alumnos. Y, luego, que no creo que la educación tenga mucho que ver con el corto plazo. Porque no sólo es cuestión de que los niños aprendan cálculo sino también acerca del uso adecuado de ese conocimiento adquirido.
La enseñanza, para que nos entendamos, tiene su técnica, pero sobre todo es un arte. Como la guerra. Por muchos medios que se empleen, si no hay genio se sale derrotado. Y si lo hay, se sale victorioso y, entonces, con lo que te paga Narciso tienes para dar y tomar.
Así que, si de mí dependiera, no entraría en otras consideraciones respecto a la enseñanza que en las que hacen referencia a la idoneidad de los enseñantes. Sin duda debieran estar entre los más dotados de genio. Los número uno en cada cosa. Los mejores, en definitiva, para enseñar y no para gobernar como quería Platón. Porque, presumo, con buenos enseñantes la tarea de gobernar debe ser cosa de niños.
Y ya digo, cuando paga Narciso, hablar de dinero da risa.
Como era de esperar las respuestas no han tardado en llegar con la contundencia propia del automatismo. La bancada de la derecha ha apretado al unísono el botón del sí, la de la izquierda, el del no. Como si esos caletres no dieran para más. Pero la cuestión, sin embargo, en mi nada humilde opinión, tiene toda la enjundia del mundo y por ello debiera ocupar la parte central de todos los debates políticos.
La cosa, para empezar, es tan sencilla como preguntarse por las causas de que en un planeta tan pequeño puedan darse distancias tan insalvables como las que hay entre Suiza y Venezuela o Dinamarca y Guatemala. ¿El clima tropical acaso? Pues no, porque tropical es Singapour y regorge disciplina. No necesitó de cuatro siglos de calvinismo para convertirse en lo más de lo más. Al parecer, un poco de confucianismo le bastó: exaltación de la virtud, respeto de la jerarquía y cumplimiento de los rituales. Ya saben, el reconocimiento del carácter sagrado del tú y el usted, no tirar colillas por el suelo y cosas por el estilo.
Resultados. ¿Cómo evaluarlos? Porque hasta ahora, según mis informaciones, sólo se mide la altura de llegada -PISA- sin tener presente el nivel de salida. Ni los eriales ambientales que tienen que atravesar muchos alumnos. Y, luego, que no creo que la educación tenga mucho que ver con el corto plazo. Porque no sólo es cuestión de que los niños aprendan cálculo sino también acerca del uso adecuado de ese conocimiento adquirido.
La enseñanza, para que nos entendamos, tiene su técnica, pero sobre todo es un arte. Como la guerra. Por muchos medios que se empleen, si no hay genio se sale derrotado. Y si lo hay, se sale victorioso y, entonces, con lo que te paga Narciso tienes para dar y tomar.
Así que, si de mí dependiera, no entraría en otras consideraciones respecto a la enseñanza que en las que hacen referencia a la idoneidad de los enseñantes. Sin duda debieran estar entre los más dotados de genio. Los número uno en cada cosa. Los mejores, en definitiva, para enseñar y no para gobernar como quería Platón. Porque, presumo, con buenos enseñantes la tarea de gobernar debe ser cosa de niños.
Y ya digo, cuando paga Narciso, hablar de dinero da risa.
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