Anoche la casualidad quiso que volviese a ver "El Gran Torino". No sé para ustedes, pero para mí es una película terapéutica porque sin necesidad de herirme me renueva la conciencia de lo mierda que he sido a todo lo largo de la vida. Y pocas cosas, pienso, son más necesarias que eso para saber andar por el mundo sin dar demasiado la nota, cosa que no sé si consigo, pero que desde luego intento con todo lo que mis fuerzas, o mi coco, dan de sí.
Cada cual es muy libre de tener sus propios poetas de cabecera. Y al que no tenga alguno, de verdad que le compadezco, porque juraría que se está perdiendo las emociones más puras y el aprendizaje más profundo. Personalmente, dejando aparte a clásicos como Fray Luis y así, me decanto por Clint Eastwood y el equipo de guionistas de la serie televisiva "Northem Exposure". Lo siento, García Lorca no me dice un carajo, ni tampoco los malditos que juntan letras para que sólo las entiendan los entendidos... o sea, nadie, no nos engañemos... aunque, quizá, podría ser, los sociatas que acuden a las veladas de Velintonia, 3...
El sentido de la vida. Encontrar un sucedáneo válido a lo que no existe. Unos valores, los de siempre, la virtud socrática para que nos entendamos, pero sobre todo la consecuencia con ella. Y es precisamente en el estilo de esa consecuencia donde podemos hallar poesía. Cuestión de elegancia, supongo. Y de valentía. Aunque elegancia y valentía juntas suena pleonasmo.
En fin, anyway, uno arrastra a duras penas un cierto sentimiento de autodesprecio por las muchas veces que no supe estar a la altura de las circunstancias. Por egoísmo, por pereza, por cobardía. Da igual por lo que fuese, porque lo que cuenta ahora es que de vez en cuando venga alguien con su justicia poética a avivar ese recuerdo que pugna por extinguirse para que así no te conviertas en un perfecto idiota.
Que eso es un idiota, uno que, entre otras cosas, olvida lo que ha sido.
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