martes, 17 de noviembre de 2015

Bien vale una misa

Tratar de entender el mundo es una tarea apasionante. Pero no todas las formas de hacerlo tienen la misma enjundia. Por simplificar, lo cual sin duda me empequeñece, les diré dos: una al estilo, digamos, Erasmo, conjeturando sobre la condición humana y los mecanismos mentales que le llevan a actuar como actúa, como un estulto por lo general; otra, al estilo Feynman, que pasa de conjeturas y se atiene a los hechos: el mundo es fundamentalmente electrones dando vueltas alrededor de un núcleo y lo único interesante es entender el comportamiento de esos electrones. Por qué dan vueltas y cómo las dan. De hecho, con lo que entre Feynman y otro par de docenas como él descubrieron, se pudo construir la bomba atómica y, con ello, producir el giro seguramente más decisivo de la historia de la humanidad. 

De la forma Feynman no voy a decir más por evitar la obviedad y porque es patrimonio de unas pocas docenas de mentes que, por lo que sea, nacieron privilegiadas. Así que voy a detenerme en el estilo Erasmo para el que, por no necesitar a primera vista de las matemáticas, cualquier pendejo se siente capacitado para ponerlo en práctica. Conjeturas y más conjeturas que sólo son aire en movimiento cuando no están sujetas a la lógica matemática, perdón por el pleonasmo. 

La lógica. Mi viejo amigo Damborenea, después de que el tener razón le hiciese pasar por un verdadero calvario, decidió que el único sitio por el que se puede empezar es por el de enseñar a pensar a Unai, Edurne, Iñaki, Iker y demás víctimas del creer. Y así fue que dedicase su tiempo y esfuerzos a escribir un tratado de lógica. La lógica es lo que hace distinguible el pensar del creer. La incertidumbre de la certeza. El caos generador de vida del orden sinónimo de muerte.

Y ya puestos, vamos a identificar dos tipos de seres humanos al parecer irreconciliables: los que se adaptan a vivir en la incertidumbre respecto a las grandes cuestiones y los que necesitan tener respuestas exactas al respecto. Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido tiene todo esto, etc., etc.. Parece todo ello una grandísima chorrada, pero ahí está la madre del cordero de todas las grandes guerras que cada cierto tiempo asolan al mundo. Entre los que no tienen respuestas porque mal que bien piensan que piensan y los que las tienen, ya sea, porque piensan que piensan mejor que los otros, los comunistas, un suponer, o porque, simplemente, se las ha soplado Dios, las religiones. 

Los fieles y los infieles. Los que tienen fe en la palabra de Dios, o Stalin, y los que van por libres. Insoportables los unos para los otros. Buenos contra malos, religiosos contra laicos, cobardes contra valientes, vagos contra luchadores, fascistas contra demócratas en definitiva. 

Así que no se dejen engañar. Creyente y demócrata es simplemente un oximorón. Un imposible en román paladino. Por eso pártanse de risa cuando los periodistas sacan en el telediario la foto de una mujer velada que ha acudido a una manifestación por las recientes masacres de París. Nos quieren dar a entender que se puede ser musulmana y estar a favor de la libertad. Pero la realidad es que un religioso, el periodista, está defendiendo a una religiosa. Un zote a una zote, porque, la más elemental lógica dice, primero, que una mujer velada entre cien mil aparentemente laicos no tiene el menor significado y, dos, que si la mujer velada tuviese dos dedos de frente se quitaría el velo para ir a esos sitios... por lo demás realmente estúpidos, porque para qué sirve amontonarse y cantar himnos patrióticos sino es para afianzar el espíritu borreguil y antihumano de las masas. A la barbarie, o creencia, llámenla como quieran, sólo se la puede combatir con más razón, es decir, con más acostumbrarse a vivir en la incertidumbre.

Por lo demás, como dijo Enrique IV, París bien vale una misa. O lo que es lo mismo, la chusma siempre sera la chusma y para  controlarla hay que hacer como si le dieses la razón. De hecho, según las crónicas, nunca hubo en Francia rey más querido. El Rey de Pueblo le llamaron. Como a Belén Esteban o así. 

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